1. Ya de vos no he de querer

Ya de vos no he de querer
galardón de mis suspiros,
pues de mi pena en serviros
me supe satisfacer.
No tengo más que esperar
en la causa de mi pena,
pues es la causa tan buena
con que me puede salvar.
Y pues llego a merecer
la gloria de mis suspiros,
de mis males con serviros
me puedo satisfacer.
Pues nunca tenéis memoria
del daño que me hacéis,
para matarme la gloria
de mi mal no os acordéis.
Que no sufre el corazón
no morir ya en vuestro olvido;
membráos de su pasión,
porque ser menos perdido
es su mayor perdición.
Matadme en vuestra memoria
porque menos me matéis,
que con aquesta victoria
nunca alcanzaréis la gloria
que en mis males pretendéis.
Tan ufano y tan contento
me hallo con mi pasión,
que en lugar del galardón
pido, señora, el tormento.
Porque sola la memoria
de que vos causáis mi pena
hace mi pasión tan buena
que su mal es mayor gloria.
Y descansa el corazón
de su grave sentimiento,
pues honra su perdición
con la causa del tormento.
Ningún galardón merece
el que espera merecer
del tormento que padece,
porque mengua en padecer
lo que en esperanza crece.
Y porque de la pasión
la mejor y la más buena
es la que es sin redención,
ventaja tiene el que pena
sin esperar galardón.

2. Pues que ya desengañar

Pues que ya desengañar
no me puede el desengaño,
quiero volverme a engañar,
señora, con vuestro engaño.
Podrá ser que ya no acierte
en este confuso error,
¿pero qué puede el dolor
si no llevarme a la muerte?
Y pues que el desesperar
no es remedio de mi daño,
ya que me vuelvo a engañar
no me dañe el desengaño.
Quien sirve do es más servir
encubrir el pensamiento,
en vano sufre el tormento
que no puede descubrir.
Porque es alivio de pena
al herido corazón,
dar muestras de su pasión
a quien sus males ordena.
Mas quien sufre lo que siento
y no lo puede decir,
más siente: que es su tormento
sufrir, y no descubrir.

3. Callo la gloria que siento

Callo la gloria que siento
en mi dulce perdición,
por no perder el contento
que tengo de mi pasión.
Y más hago en encubrir
por la honra de mi pena,
que no me duele sufrir
el mal que el Amor ordena.
¿Quién publica mi tormento?
¿Será tal mi presunción
que perderé el sentimiento
que tengo de mi pasión?
Y estimo tanto la gloria
de mis penas recibida,
que tengo en más su memoria
que el descanso de mi vida.
Por no perder el contento
de mi grande perdición,
no gozo de mi tormento
publicando mi pasión.

4. Hermosos ojos serenos

Hermosos ojos serenos,
serenos ojos hermosos,
de dulzura y de amor llenos,
lisonjeros y engañosos,
quien no os ve pierde la vida,
y el que os ve halla su muerte;
mas quien muere de esta suerte
cobra la vida perdida.
Cuando veros merecí,
tan contento me hallé
con el gozo que sentí
que todo el mal olvidé.
Y viendo tanta belleza
fue tan grande mi placer,
que vivo ya sin más ver
con extremo de tristeza.
Porque no consiente Amor
que viva sin sus enojos;
que es hacer flaco el dolor
que nace de vos, mis ojos.
Soberbio en el pensamiento
de estar en vuestra memoria,
solo me acaba la gloria
de penar en tal tormento.
Y con tan alta locura,
consigo de mi pasión
por favor de mi ventura
lo que no cabe en razón.
Porque en veros sin desdén
alcance más gloria tal,
que pierde su fuerza el mal
y cobra fuerzas el bien.
Cuando me aflige el deseo
desfallezco en mi tormento,
mas por una hora que os veo
mil años vivo contento.
Y ufano en esta visión,
ajeno de mis enojos,
vuelve al corazón los ojos
y al sentido el corazón.
Torno siempre de mi pena
al descanso de miraros,
y alabo mi suerte buena
porque tan bien supe amaros.
Pero después que os miré,
vi un mal que nunca sentí,
y troqué el bien que perdí
por los males que gané.
Ojos en cuya blandura
nos hace el Amor la guerra,
y en dichosa sepultura
a cuantos os miran cierra,
¿por qué en mi pecho sembráis
tan dulce y ciego furor,
que no os viendo sin dolor,
sin respeto me tratáis?
Poco o nada me debéis
en querer yo mis enojos,
es fuerza que me hacéis
cuando me miráis, mis ojos.
Adonde quiera que os veo
todos mis males olvido,
y en vuestra luz encendido
lleváis, cual Hado, el deseo.

5. Días de mi perdición

Días de mi perdición,
temidos y deseados,
si os cansáis de mi pasión,
¿por qué crecéis mis cuidados?
No hay en mí tanta dureza
que los pueda sostener,
ni me puede ya hacer
mayor mal vuestra braveza.
Yo padezco aborrecido,
pero no desesperado,
porque cuanto más perdido
tanto más vivo engañado.
Confuso solo y dudoso,
no puede alegrarme el bien,
que los daños del desdén
me hacen todo celoso.
Vos fuiste principio, días,
de mis pequeños contentos,
y volvéis mis alegrías
ya en eternos descontentos.
Tiempo ligero mudable,
que nunca tienes firmeza,
solo para mi tristeza
te haces siempre inmutable.
Como llevas sin parar
mis cortos bienes perdidos,
¿por qué dejas afirmar
estos mis males crecidos?
No tuve tanto de gloria
que tal dolor sustentase:
no quiso Amor que gozase
de esto solo mi memoria.
Mis ojos están gastados
de lo mucho que lloraron,
y mis sentidos cansados
sin sentido me dejaron.
No me queda otro caudal
en esta grave mudanza,
sino penosa esperanza
de este mi perpetuo mal.

6. Dulces esperanzas mías

¡Dulces esperanzas mías,
qué vanamente nacisteis!,
¡cuán presto acabáis los días
de los bienes que me disteis!
Levantástesme en la cumbre
para derribarme luego;
no pude sufrir la lumbre
y caí turbado y ciego.
Yo todo lo que merezco,
y que no debiera, vi,
pues por el mal que padezco
a mí mismo aborrecí.
¡Cuán mal hace confianza
de sus contentos quien ama,
que en una breve mudanza
lo que desea desama!
¡Para tan grave tormento
cuán corta es, Amor, tu gloria!,
¡y cuán vano el pensamiento
que se ocupa en tal memoria!
Es la esperanza temor
duro, y cuidado el deseo,
y con tan cansado amor,
cuanto temo, más deseo.
¡Dichoso quien no padece
desesperación de olvido!
Pero ningún bien merece
quien no pena aborrecido.
¿Qué mal habrá que no sea
menor que las que consiento?
Bástale a quien no desea
para no sentir tormento.
Las horas de mi alegría
en tristeza se volvieron,
y de la desdicha mía
su fundamento hicieron.
Yo pagué como culpado
porque en Amor esperé;
mas ¡cuán bien es condenado
quien ama con tanta fe!
Toda perdición merece
el que espera en tal belleza,
porque ventura fallece
a quien se calla en grandeza.
Atrevióse el corazón,
y a osadía tan injusta
Amor le da en galardón
la muerte por gloria justa.
Y quédame de esta gloria
un tan dudoso contento,
que en traerlo a la memoria
renuevo todo el tormento.
¡Vanidad de mis deseos,
en lugar no agradecido:
para tantos devaneos
poco bien habéis tenido!
Ya que me vea en extremo
que la paciencia no basta,
mis dolores menos temo
cuanto el tormento más gasta.
Y al fin de largo destierro,
traigo con dura señal,
al cuello por fuerza el hierro,
y adoro solo mi mal.

7. Vivo en nuevo desvarío

Vivo en nuevo desvarío
dudoso y desconfiado,
y tanto temo el mal mío
que huyo de mi cuidado.
Busco ausencia a mi deseo,
pero ¿qué vale el olvido,
pues que todo cuanto veo
me condena por perdido?
Mis bienes persigue un mal
tan desusado y esquivo,
que aunque es mi pasión mortal,
me tiene al tormento vivo.
Mis glorias ya son deshechas
por voluntad del Amor,
que gastando en mí sus flechas
me dejó solo el dolor.
Derribé la confianza
que sustentarme solía:
¡o, cuán triste es la mudanza
a quien perdió la alegría!
En medio del corazón
tengo escondida tal llaga,
que no sana mi pasión
por más bien que Amor me haga.
Sospechas que me matáis,
cese ya vuestra braveza,
si de tal modo tratáis
quien hace de vos firmeza.
¿Para qué me abrís los ojos
en tan grave sentimiento,
pues que con tales enojos
desfallece el sufrimiento?
Mas quiero encubrir mis males
y negar lo que yo veo,
porque son penas mortales
las ansias de mi deseo.
Seré sordo a la razón
que me publica mi engaño;
que por no pedir perdón
quiero sufrir nuevo daño.
A veces determinado
me siento contra el recelo,
y doy por bien empleado
el menosprecio del celo.
¿Pero qué vale osadía
contra un fiero vencedor?
¿Quién es aquel que porfía
en hacer su mal mayor?
Con estas mudanzas mías
engaño mis sentimientos,
de esperanzas en porfías,
de cuidados en tormentos.
No se muda mi dolor
porque crezca la congoja,
que el freno de mi temor
nunca se tuerce ni afloja.
Yo conozco ya mi culpa;
mas del celo que consiento,
aquello que me disculpa
causa todo mi tormento.
Cuanto procuré encubrir
ahora está descubierto,
que no puedo ya sufrir
tanta pena y desconcierto.
En un temor ofendido
mil temores se me ofrecen,
y de un breve mal nacido
otros mil nacen y crecen.

8. Daba por ver una hora

Daba por ver una hora
serena y sin turbación,
los bienes que mi señora
promete por galardón.
Pero no sufre ventura
este espacio de alegría,
porque el bien huye, y no dura
en alguna cosa mía.
Confuso y aborrecido,
medroso y desesperado,
¿para qué temo el olvido
si muero al fin olvidado?
No es el corazón de hierro
para llevar más tormento,
pero del ajeno yerro
yo pago lo que consiento.
Si la esperanza no falta,
siempre doblará mi pena,
que cuanto sube más alta
tanto más peligro ordena.
solo me queda presente
de mis bienes la memoria,
y jamás estará ausente
de mi pecho aquesta gloria.
Amor muestre su dureza
y encienda su crueldad,
que ya nunca su aspereza
mudará mi voluntad.
Que en memoria del tormento
permito mi perdición,
porque igualo el pensamiento
con mi desesperación.
En tal lugar me levanto
que desespero el remedio,
mas quien piensa y osa tanto
a su mal no busca medio.
Faetón con ardor ciego
del Sol llevó los caballos,
con que el mundo abrasó en fuego,
porque no supo guiallos.
Y de un rayo derribado,
puso fin a su ventura,
en el río sepultado
cuyo nombre siempre dura.
Yo que de mi Sol hermoso
presumí la pura lumbre,
y atrevido y animoso
no desmayo en la alta cumbre;
si quiere Amor que del cielo
encendido baje, y muerto,
lugar pequeño es el suelo
para tanto desconcierto.
¡Oh vanidad!, ¡don perdido
que se conoce engañado!,
¿para qué pretendo y pido
lo que me ha de ser negado?
Quien no debe esperar bien
sus fantasías deshaga,
que los golpes del desdén
no dejan cerrar la llaga.
Mas crean que no porfío
por la mudanza que viene,
porque solo el desvarío
a la esperanza entretiene.
Y la fuerza del deseo
se consume de tal suerte,
que en mis males yo no veo
otro bien si no la muerte.
No buscaré a mi esperanza
cosas con que se sustente,
porque en vana confianza
¿qué tendré que me contente?
solo deseo el dolor
para nuevo desvarío,
porque no se queje Amor
de este sentimiento mío.
Para servicios perdidos
y trabajos olvidados,
no serán mal recibidos
estos presentes cuidados.
Y no en vano Amor procura
que muerte acorte mi pena,
porque a quien faltó ventura
la vida jamás fue buena.

9. Yo lloro mi mal ausente

Yo lloro mi mal ausente,
de toda esperanza ajeno:
quien lo causa no consiente
que descubra por qué peno.
Quiere que muera en olvido
entregado al mayor daño,
y cuando veo este engaño
me conozco más perdido.
Cuitado, que en tal temor
no puede hallar defensa,
y librarse del amor
la razón ya tarde piensa.
Entré en el tormento nuevo
alegre del bien primero,
mas agora desespero:
que sin remedio lo pruebo.
De esto no es la culpa mía,
pero sí la eterna pena,
porque el mal de mi porfía
me trajo quien me condena.
¿Mas para qué, triste, cuento
lo que a mi señora ofende,
pues en silencio pretende
que yo acabe, y mi lamento?
Nunca me saldrá del pecho
cosa que turbe su gloria,
ni del daño que me ha hecho
sufriré que haya memoria.
Sin fiar al pensamiento
mis males, desesperado,
aquí do estoy olvidado
abrazaré mi tormento.
En tinieblas de la muerte,
en soledad de la vida,
mi triste y penosa suerte
será de mi bien querida.
Tan contento con mi mal
estaré en este destierro,
que cantaré atado al hierro
el bien de dolor mortal.
Pero no permite Amor
que yo salga a ver la lumbre,
porque en sombra del temor
tengo ya antigua costumbre.
Mis ojos a oscuridad
hechos viven en tiniebla,
y si se rompe la niebla
cegarán en claridad.
En el duro hielo frío
intento matar mi fuego,
y aunque de ello desconfío,
la verdad siempre me niego.
No que yo querría acabar
la llama en que me consumo,
pero arde tanto el humo
que puede al mundo abrasar.

10. Un mal que nunca descansa

Un mal que nunca descansa,
una pena sin reposo,
un dolor que no se amansa,
y un tormento riguroso,
en enfermo y triste pecho
ejercitan su poder,
mas cuanto pueden hacer
lo doy todo yo por hecho.
Pudiera ser que mi mal
se aliviara en la presencia,
mas imposible es ser tal
en las mudanzas de ausencia.
Así perdido y cansado
estoy sujeto al temor,
porque me tiene el dolor
en tiempo desesperado.
El descanso de mi afán
es el llanto de mis ojos,
más harta gloria me dan
pues puedo honrar mis enojos.
Y lejos del bien que adoro
ando triste y afligido,
porque lloro por perdido
todo el tiempo que no lloro.
Peno por verme en presencia
y muero porque no veo,
porque fue siempre ausencia
duro contrario al deseo.
Tan lejos de mi remedio,
cuan cerca de perdición,
las cosas que busco son
extremos lejos del medio.
Vivo ajeno de contento,
ausente, siempre en mudanza,
y me falta la esperanza
por gloria de mi tormento.
Quisiera solo pedir
que de tantos mis enojos
que sufro y he de sufrir,
se humedeciesen sus ojos.
Con esto el desconfiado
corazón podrá alzarse,
esperando mejorarse
de este miserable estado.
Mas ¡o grande desvarío
de las mudanzas de amor!,
¿cómo espero y desconfío?,
¿cómo oso y tengo temor?
Firme comencé a quejarme,
y ahora vuelvo liviano
a pedir consuelo vano,
debiendo nunca mudarme.
Este pecho que sostiene
tanto mal, tanto tormento,
aunque más padezca y pene
nunca ha de torcer su intento.
Duro mármol no es tan fuerte
como voluntad dispuesta,
a quien rigor no molesta,
ni rinde Fortuna o Muerte.
Mas no temo esta fuerza
que es poco al hombre constante,
pero Amor oprime y fuerza
al corazón arrogante.
Grave es su ímpetu y furor,
mas pues del bien desespero,
contrastar también espero
Fortuna, Muerte o Amor.

11. Yo me perdí por miraros

Yo me perdí por miraros,
pero nunca quiso Dios
que consintieses vos
que mereciese yo amaros.
Porque vuestra hermosura
no sufre mortal bajeza,
y es corta tanta ventura
para tan alta grandeza.
¡Desdichado el pensamiento
que pone en vos la osadía,
porque es vana la porfía,
y es corto el merecimiento!
Mas de tanta vanidad
un solo consuelo queda:
que promete la beldad
lo que la grandeza veda.
El gusto del pensamiento
gastado en vuestra memoria,
vuelve toda pena en gloria
en la furia del tormento.
Con esto en mi mal esquivo
descanso, porque sé cierto
que estoy en vuestros ojos vivo,
pero en la memoria muerto.
Levanto atrevido el vuelo
para comenzar mi guerra,
y aún no salgo de la tierra,
y espero llegar al cielo.
Mas aunque el lugar es alto,
probaba favorecerme:
que es culpar me ya si falto,
ya que quisiste valerme.
Para tan rica esperanza
pequeño favor os pido,
porque en tanto mal sufrido
mayor victoria se alcanza.
Mas do no vale servicio,
ni tiene fuerza el amor,
cualquier poco beneficio
bien puede tener valor.
Puedo decir que merezco
los bienes que Amor ordena,
pues descanso con mi pena
cuando más por vos padezco.
Pero vuestra presunción
no da lugar al deseo,
y así rindo el corazón
a lo mucho que en vos veo.
Mas el temor me condena
que no muera en tanto mal,
porque un gran dolor mortal
la vida acorta la pena.
Pero yo sé que el tormento,
padeciendo siempre en vida,
me da más merecimiento
que la muerte conocida.
Vivo siempre con dolor
desque vi vuestra belleza,
que a do no reina tristeza
nunca se halla el amor.
Como si fuera pesar
así huyo de alegría;
descanso solo en llorar
el mal de la suerte mía.
Si me pudiere valer,
yo conozco cuanto erré,
mas la culpa pena fue
de mi pena por querer.
Y pues no vale al tormento
la confesión de mi daño,
quiero callar lo que siento
por no publicar mi engaño.
Y adonde Amor me desecha,
podré esperar en mudanza,
porque do su brazo alcanza,
todo lo pasa su flecha,
Y si no, baste a mis ojos
que vean su perdición,
porque de tales despojos
es el mal su galardón.

12. Pues no puede este dolor

Pues no puede este dolor
acabarme en tal tormento,
o ya no tengo yo amor,
o me falta el sentimiento.
Mas si crece mi firmeza
con tantas penas mortales,
y si me duelen mis males
¿de qué nace esta extrañeza?
¿Amor, qué gana en perderme
con tan áspera mudanza?
Conténtese ya de verme
desear sin esperanza.
No me haga tanto daño,
como en el nombre de amigo
hacer obras de enemigo,
sin descubrirme el engaño.
No es tan terrible la muerte
al penoso corazón,
ni tan dura alguna suerte
como perpetua pasión.
La vida abrace el contento,
que el que siempre está con pena
no la juzga por tan buena
como dar fin al tormento.
Males sin remedio míos,
de esperado bien despojos,
abrid perpetuos dos ríos
a estos mis llorosos ojos.
Nunca permitáis que quien
desespera por amar
halle ocasión y lugar
para ver siquiera el bien.
Yo en este postrero punto
conozco mi desengaño,
pero viene con él junto
el amor con quien me engaño.
Mas pienso, si soy varón,
que no valdrá su poder
para de nuevo encender
a este frío corazón.
No es tanto el rigor del hielo
en las nevosas montañas,
como es el que esparce el celo
en mis desnudas entrañas.
Buen consuelo si me vale,
mas nunca encendida llama
con tal fuerza el monte inflama
que a mi ardiente pecho iguale.
Excede a todo dolor
lo que menos me lastima,
y en las ansias del temor
la muerte menos me estima.
Puede en mi alma claro engaño
renovarme una esperanza.
aunque siempre la mudanza
me descubre el desengaño.
¡Dura ley de Amor tirano,
que a sufrir y ver me obliga,
y me muestra por su mano
lo que no quiere que diga!
Tanto veo que no siento
si lo publique o calle.
ni sé mi razón si halle
disculpa a mi sufrimiento.
Grave, extraño desconcierto
de este nuevo mal esquivo,
tarde vienes para un muerto.
pero presto para un vivo.
Cuando moría en olvido
y perdía mi cuidado,
fueras tan bien estimado
cuanto ahora aborrecido.
Vanidad de mi porfía
es ésta, que nunca acierta
a seguir la vana vía
y dejar la senda incierta.
Haga Amor lo que más quiere,
que ya no podrá hacer
sino acabar de perder
al que por momentos muere.

13. Desesperado, deseo

Desesperado, deseo
levantar mi flaco vuelo,
y aunque su pérdida veo
pretendo llegar al cielo.
Las alas el fuego quema
cuando no vale el remedio,
porque con mi muerte tema
extremos lejos del medio.
¿Por qué Amor procuró
tanto bien, tanta grandeza,
si en un punto derribó
mi vida desde su alteza?
Mas yo, ¿por qué confiado
no huí mi perdición?
Vénganos de un lastimado
que no espera redención.
Revuelve la confianza
cosas que temo y espero;
mas, ¡o dudosa esperanza,
cosas pides con que muero!
Conoce tu presunción,
mira que subes el vuelo
donde falta el galardón,
y a do sobra el desconsuelo.
Aun no estás bien afirmada
y te juzgas por segura;
vana esperanza engañada,
deja de tentar ventura.
Que todo cuanto presumo
en el aire se desliza,
y se deshace cual humo
de mi fuego la ceniza.
Cánsase el atrevimiento,
mas mi ciega voluntad
por no rendirse al tormento
vive en esta vanidad.
Hallo luego mil dolores
con el sentido despierto,
¿pero qué valen temores
contra un corazón ya muerto?
Vencido de mi pasión
desespero merecer,
perdida la presunción
que tuve de no querer.
Pensando en mi bien pasado
no pasa por mí alegría;
cuanto más desconfiado,
tanto es mayor mi porfía.
Conocido desvarío
de rendida voluntad
dio principio al furor mío
negando mi libertad.
¿Para qué busco disculpa
cuando más siento el engaño?
Llámese ya propia culpa
lo que consiente mi daño.
Suspiros tristes, mezclados
en pequeñas alegrías,
comenzaron los cuidados
de mis antiguas porfías.
Levantóse la esperanza
con tan poco fundamento,
que con liviana mudanza
destruyó mi pensamiento.
Pues de mi bien desespero,
y doy por bien empleado
este dolor en que muero
perdido y determinado,
no pueda más la pasión
que la constancia atrevida;
tenga fuerza el corazón
contra su cansada vida.
Las más receladas flechas
perderán cuanto ya han hecho,
aunque vayan bien derechas
al acostumbrado pecho.
No es atinada dureza
rehusar tu yugo más,
Amor, pues por mi firmeza
este galardón me das.
Al fin de largo servicio
con soledad en presencia,
saco por más beneficio
desesperación y ausencia.
¿Hasta cuándo, di, pretendes
tenerme en desconfianza?
Ya mi pecho en vano enciendes
pues quedo sin esperanza.
Este galardón me dejas
de los días de mi olvido:
que pierda todas mis quejas
celoso y aborrecido.
No quiero esperar tu bien
y voluntad convertida,
porque ya debo al desdén
lo que resta de mi vida.
Será mejor que me acaben
sentimientos tan honrados.
y que en mi muerte se alaben
nobles y tristes cuidados.
Huirán, cual niebla del viento,
mis deseos consumidos,
porque no sobre al tormento,
sino solos mis gemidos.

14. En todas mis alegrías

En todas mis alegrías,
breves y vanos contentos
de mis engañados días,
me dejáis los sentimientos
de tantas tristezas mías.
Pero mal pude esperar
en tal bien tantas mudanzas,
debiendo considerar
que a tan grandes esperanzas
se sigue el desesperar.
¡O bienes de confusión,
causa de mi perdición!,
¿adónde me habéis traído,
pues ya de lo bien servido
desespero el galardón?
Mas ¡oh, qué vana victoria
el cambio de aquesta gloria
con suceso tan lloroso!
¡Quién se viera tan dichoso
que perdiera la memoria!
Ausente, desesperado,
aborrecido y sin bien,
sufriendo un mortal cuidado,
padezco nuevo desdén
solo, triste y olvidado.
No me deja la pasión
que conozca la razón;
y puesto en continuo engaño
los ojos cierro a mi daño
con muy liviana ocasión.
Revuelve con mil antojos
un error en otro error;
si huyo de mis enojos
torno forzado de amor
a dar en ellos de ojos.
Cercado de mi flaqueza
no tengo en cosa firmeza
sino en mi perpetua guerra,
porque al bien que busco cierra
siempre el paso mi tristeza.
No huelgo de estar presente
ni lejos de mi tormento,
no me pesa verme ausente,
no puedo tener contento,
ni hallar quien me contente.
Ando de mí todo esquivo,
sin razón, libre y cautivo,
acompañado y desierto;
no puedo llamarme muerto,
ni puedo nombrarme vivo.
El dolor que siento es tal
en mi suerte aborrecida,
que sufro pena inmortal,
porque muriendo mi vida
no puede morir mi mal.
¡Oh, si pudiesen llegar
a do siempre habrán de estar
estos deseos, que son
lástimas del corazón
para nunca descansar!
¿Por qué no huye mi pena
pues que me huye la culpa?
Mas de aquesta culpa ajena
el amor que me disculpa
a mayor mal me condena.
Perdiérase la esperanza
en esta grave mudanza,
pues para tan triste vida
fuera más bien escogida
la falta de confianza.
El error del pensamiento
ha llegado a tal extremo,
que en la pena estoy contento,
y nunca en mis males temo
la fuerza de su tormento.
Condenado y despedido,
confuso y puesto en olvido,
tan lleno estoy de cuidado
que juzgo por mal pasado
algún espacio perdido.
Es este engaño presente
muestra de mi desvarío,
que quien no se duele y siente
de mal como aqueste mío,
con su daño se arrepiente.
Sale agora de mis ojos
el fuego por sus despojos,
con que se abraza la tierra,
y no se acaba la guerra
causada de mis enojos.
Yo estoy en dudosa suerte
para esperar más mudanza,
y el corazón no es tan fuerte
que no pierda la esperanza
de esta mi cercana muerte.
Acábense ya mis días
al fin de mis alegrías:
¡que en un pequeño dolor
diese término el Amor
a mis antiguas porfías!
Si en algo me satisfago
luego allí se me deshace,
y si en hacello me pago,
veo que nunca se hace
porque yo jamás lo hago.
Si comienzo a proponello
está en la mano mudallo,
y cuando vengo a gozallo,
la causa de no hacello
ha sido determinallo.

15. Comience ya mi dolor

Comience ya mi dolor
a publicar lo que siento,
porque quede al pensamiento,
en premio de tanto amor,
la honra de mi tormento.
Y mis penas inmortales,
con gemidos desiguales,
descubran de mi pasión
lo que calla el corazón,
temeroso de sus males.
Y vos, escuchad el canto
de mi quejosa porfía,
causa de la pena mía,
pues tan presto ocupó el llanto
al cabo de mi alegría.
Mas si os cansa la rudeza
de mi profunda tristeza,
podréis, señora, decir
que poco sabe sentir
quien dice con sutileza.
Cuando yo os pude mirar
fue dar fuerzas al deseo,
para verme cual me veo,
y para desesperar
de la gloria que deseo.
Juntáronse, por mi daño,
mi firmeza y vuestro engaño
en mi mal ; pero en un día
cuando mi fe más crecía
fue el engaño desengaño.
Los mis servicios pasados
sin provecho se acabaron,
los presentes me dejaron
huyendo desesperados
del galardón que esperaron.
Y con nuevo desamor olvidada del favor
que diste, os apartaste
de mi remedio, y dejaste
en la noche del dolor.
Si pudiera desear
de mis males la venganza.
ver esta triste mudanza
me hiciera sosegar
con el fin de la esperanza.
Porque vi ya perdida
por vuestra mano mi vida,
y con tan grande firmeza
que falta a vuestra belleza
de quien pueda ser servida.
Por alivio de mi pena
crece siempre mi cuidado,
de bien amar no cansado;
descanso con mi cadena
de mi bien desesperado.
Mas tiéneme el sentimiento
tan cercado de tormento,
cuan apartado de olvido,
y de todo me despido
pero no del pensamiento.
Sufro contino la mengua
de mi perpetua pasión,
mas en tanta confusión
mal podrá decir la lengua
cuanto siente el corazón.
Vos, que sabéis conocer
lo que yo supe entender,
podéis bien considerar
cuánto más muestro en callar
lo que me debéis doler.
Cansado ya de la vida,
pero nunca del deseo,
conmigo solo peleo
con la voluntad rendida
al dolor en que me veo.
Y no hallo otro tormento
en el grave sentimiento
de mi pasión inmortal,
sino abrazar más mi mal
cuando más crece el tormento.
Si se ofrece a mi memoria
algún dulce bien perdido,
que debiera no haber sido,
es por matarme la gloria
que dormía en el olvido.
Que la tristeza de un día
en esta fortuna mía,
con un perpetuo disgusto,
duele más que dieron gusto
muchos días de alegría.
Sufro más pena que pueda
mi cuidado comportar,
y de tanto bien amar
solo por dolor me queda
padecer sin descansar.
En los males que entretengo,
los menores que sostengo
son de tan áspera suerte,
que huyen de darme muerte,
porque con ellos la tengo.
De mi dolor sin ventura,
mi ventura con dolor
me tiene siempre en temor,
puesto en una noche oscura
que no hiere luz de amor.
Y allí en tristeza crecida
padezco pena no oída,
porque viven sin mudanza
mi vida sin esperanza,
y mi esperanza sin vida.
Por ventura vuestros ojos,
hermosa luz celestial,
en mi dolor desigual
pueden solo dar enojos
y no remediar el mal.
No, que yo vi, por mi pena,
en vuestra lumbre serena
volverse en vida mi muerte,
cuando gocé en buena suerte
solo de mi suerte buena.
Vuestras manos me acabaron
los bienes que en mí hicieron,
y aunque ellas me deshicieron,
mis deseos me mataron
cuando ante vos me trajeron.
No cabía en mi memoria
presumir esta victoria
de ser de vos bien querido;
nadie fue jamás nacido
que alcanzase tanta gloria.
Acerté solo en miraros
cuando más temía veros,
para errar siempre en quereros;
mas pues yo merecí amaros,
¿cómo merecí perderos?
Ninguno sufrió tormento
que igual sea al que yo siento,
y en penas siempre mortales
ninguno alcanzó mis males,
ninguno mi sufrimiento.
Mas ya que, pues desespero,
en vuestro olvido apartado,
¿quién me diese que el cuidado
y este dolor en que muero
pueda ser manifestado?
Y lo que secreto escribo
de este mi tormento esquivo
fuese a todos descubierto,
porque cuando fuere muerto
puedan decir que estoy vivo.

16. Sígueme siempre el Amor

Sígueme siempre el Amor,
y tiéneme en tal extremo,
que tengo menor temor cuando
más mis males temo,
por acabar el dolor.
Busco mi mal, y lo quiero,
mas, ¡oh, si tanto valiese
que por vos de amor muriese!;
pero tan gran bien no espero
que vuestra merced sufriese.
El bien que gozo en amar
es de tanto merecer,
que no lo puedo pagar
sino solo con perder
la vida que he de ganar.
Y la ventura de veros
es todo mi galardón,
pero no sufre razón
que en el bien de conoceros
quede en vida el corazón.
Ved que tal es mi cuidado,
que de los males que siento
viéndome bien empleado,
con la gloria del tormento
me hace desesperado.
Porque cuanto más padezco
los daños de mi memoria,
alcanzo más en la gloria
de lo que en pena merezco,
pues sufrir es mi victoria.
Cuanto más mi pena crece
desmerezco en padecer,
que pues ninguno os merece,
mal puedo yo merecer
el bien que el amor me ofrece.
Mas pues sufrir sé el dolor
cuanto darme vos sabéis,
bien, señora, entenderéis
que os sabrá servir mejor
quien sabe cuánto valéis.
No sé mostrar mi pasión
cuanto la supe sentir,
que en mi grave perdición
no se puede bien decir
cuanto siente el corazón.
Aunque vencido del miedo
que tengo a mi sufrimiento,
os digo de mi tormento
mucho más de lo que puedo,
y menos de lo que siento.
Cansado de tanto amar,
no descanso del cuidado
volviendo siempre a penar,
que de tanto amor pasado
queda mucho que pasar.
Amor de grado me obliga
con ley tan áspera y fuerte,
que cuando mudando suerte
su estandarte yo no siga,
siga a mi vida la muerte.
Volved a mi mal esquivo,
tiernos tal vez, vuestros ojos,
que si quedo en ellos vivo
la gloria de mis enojos
me hará andar siempre altivo.
Si jamás, señora mía,
quejoso del mal que siento
de vos, mudé el pensamiento,
fallézcame el alegría
que tengo de mi tormento.
En estos bienes de Amor
solo temo el olvidar:
mas, ¡oh, que vano temor!,
porque en ley de bien amar
no cabe tan grave error.
Y pues he yo merecido
al deseo igual la gloria,
viviendo en vuestra memoria
nunca los males de olvido
llevarán de mí victoria.

17. Pues vivo desesperado

Pues vivo desesperado
de presumir ya algún bien,
¿por qué no muere el cuidado
con este fiero desdén?
En tan declarado olvido
engañarme es poquedad,
y en trocada voluntad
no sentir ser ofendido.
Lo que los ojos descubren
es error negar que sea;
pequeños males se encubren
al que amando devanea.
Yo que miro en mi presencia
esta mudanza enemiga,
no es razón que sufra y diga
que conviene la paciencia.
No espero bien, y consiento
sin gloria grave pasión.
¡Cuán áspero es el tormento
sin remedio o galardón!
Ya es furor y desvarío
conocerme maltratado
y no querer ser curado,
pues de otro bien desconfío.
En destierro aborrecido
paso la vida llorando,
el bien poniendo en olvido
y los males acordando.
Tal guerra dentro en mi pecho
Amor hace cada día,
que por librarme daría
estar ya muerto y deshecho.
Con un deseo encendido
me levanto en alto vuelo,
y sin temor, atrevido,
las alas pongo en el cielo.
Mas no pueden sustentarme
las fuerzas de este deseo,
y cuando menos lo creo
siento en el mar anegarme.
Suspiros que vais perdidos,
do no seréis escuchados,
en males no conocidos,
¡cuán mal que sois derramados!
Yo, de mí mismo enemigo,
busco el mal do no lo veo,
y así, engañado, deseo,
cuando debo huir, sigo.
Antigua contrariedad
en mis entrañas criada,
que niego mi libertad
con mi voluntad dañada.
Cruda guerra del sentido
que en el corazón se enciende,
y con mi mano me ofende
cuando voy menos perdido.
Veo ya mi mal tan claro
que no lo puedo negar;
lo poco que en él reparo
no lo deja remediar.
No es de piedra el corazón
que no siente su dureza,
pero juzga su flaqueza
rendirse a tanta pasión.
Pensar del alma apartaros
será, señora, acabarme;
¿mas cómo podré olvidaros,
sin que pueda yo olvidarme?
A do vos estáis, señora,
mis tristes suspiros van;
mas, ¡o, cuán poco podrán
donde nunca piedad mora!
Yo os amo y no desespero,
porque os di tanto en miraros,
que en la fe de amor espero
todo cuanto puedo amaros.
Y en pena de lo que osé
vos admitís mi pasión,
olvidando el galardón
debido a tan grave fe.
Tanto mal tengo sufrido
que no puede ser mayor,
sin tener, aunque fingido,
bien de vos en mi dolor.
No temo ya más tormento
aunque más mal me tratéis,
que más que el mal que me hacéis
es mayor mi sufrimiento.
Mas si vos vuestra dureza
siempre en mí queréis mostrar,
no soy de tal fortaleza
que la pueda comportar.
Y si vuestro desamor
siempre a mi daño os convida,
dadme vos, señora, vida
que pueda con mi dolor.
Mas, ¡cuán lejos, mi señora,
estáis vos del mal que siento,
sin cuidar en algún hora
que por vos es mi tormento!
Defiende la suerte mía,
por vuestra grande esquiveza,
la salida a la tristeza.
y la entrada a la alegría.
Pero más siento el olvido
en que mi pena padezco,
porque en ser por vos perdido
tan grande mal no merezco.
Mas si en este mal de amor,
do nunca supe de gloria,
hubiese de mí memoria, no sentiría el dolor.
¿Mas cómo puedo esperar
lo que desespero ser,
que tal bien no puede estar
en tan corto merecer?
Y acordaros de mi mal
en mi pena más crecida,
daría gloria a mi vida
como si fuese inmortal.
¿Pero para qué me quejo
a quien descansa en mi daño?
¿Por qué ya, triste, no dejo
de seguir tanto mi engaño?
Desesperado, sin bien,
en soledad y en olvido,
no temo ser ofendido,
ni recelo ya el desdén.
Vestiré el desnudo pecho
de constancia y fortaleza,
sin que dude ser deshecho
de aquel rayo de belleza.
Do no cabe la esperanza
y do no se espera medio,
tendrá el mal solo el remedio
que por la muerte se alcanza.
Acábense con los días
de mi pasado favor
mis engañadas porfías,
mi mal estimado amor.
Y quédese la memoria
a mi señora presente,
porque alguna vez sea fuente
de haber llevado tal gloria.

18. Dulce y errada porfía

Dulce y errada porfía,
lisonjero pensamiento,
al fin llegado es el día
de vuestro gran perdimiento.
Creístes en el engaño
de quien no os dio una esperanza,
porque más sintáis el daño
de no pensada mudanza.
Mas ya que trueco el estado,
¿quién fuera tan venturoso
que perdiera su cuidado
como olvidó su reposo?
Que en las desdichas de amor,
al que tuvo alguna gloria,
de los males el mayor
es no perder la memoria.
¿Adónde me habéis traído,
prometiendo galardón,
pues de tanto bien perdido
saco desesperación?
Mi deseo y desvarío,
que robasteis mi sosiego,
mal podréis a un pecho frío
encender en vuestro fuego.
Desespero de alegría,
y lamento con tristeza,
y perdida la osadía
desfallezco de flaqueza.
No descansa mi dolor
con llorar siempre mis males,
porque es el llanto menor
que mis penas desiguales.
En el mal con que peleo
no me vale ser mortal,
porque vive mi deseo
cuando más me acaba el mal.
Cuando mas va de caída,
sigo al fin mi mala suerte,
porque más temo la vida
que no recelo la muerte.
De desdichas alcanzado
abrazo mi perdición,
y de mucho lastimado
ya no siento mi pasión.
Y en esta fortuna mía,
donde perdido me veo,
no tengo más alegría
que el dolor de mi deseo.
Al cabo seréis perdidos,
deseos bien ocupados,
y moriréis ofendidos,
pensamientos tan honrados.
Pues me llevasteis la gloria
del bien que gocé perdido
y dejasteis la memoria
por dolor del mal sufrido.
Con la pena de teneros
estoy tan sujeto al miedo,
que no quiero ya quereros
y desamaros no puedo.
Pasiones, que perseguisteis
un pecho tan lastimado,
de los daños que hicisteis
¿qué provecho habéis sacado?
Y vos, continuos cuidados,
en mi error desvanecidos,
¿por qué sois tan bien llorados,
pues sois tan mal consentidos?
Pero todos los despojos
de mi antigua gloria son
lágrimas para los ojos,
fuego para el corazón.
Mas, ¡oh poco sufrimiento
de esta mi contraria suerte,
pues basta mi pensamiento
para tan honrada muerte!
Yo tengo por bien el mal,
no siendo pena mayor;
que a no ser mi pena tal,
¿qué merece mi dolor?
Que el servicio es más ganado
cuanto más perdido fuere,
y aquel es mejor cuidado
que más lástimas sintiere.
Es gloria de mi pasión
el grave dolor que siento,
porque está mi perdición
en acabarse el tormento.
Y si bien alguno tengo
del mal que sufro, y procede,
y el mayor mal que sostengo
por galardón me sucede.
¿Pero quién podrá tener
tanta fineza de amor,
que sepa bien entender
los gozos de mi dolor?

19. Desespere el corazón

Desespere el corazón
que osó quereros en vano,
pues que ningún galardón
se espera de vuestra mano.
Mas, ¡oh, qué mal empleado
es el bien de mi tormento,
pues sobra mi pensamiento
por premio de mi cuidado!
Que no es digna de memoria
la pena que sufro yo,
porque deshace la gloria
que vuestra merced me dio.
Tanto en el amor merezco,
que basta para mi fe
acordarme que os miré
para cuanto mal padezco.
No cabe en mi corazón
pensando en tan gran ventura,
la gloria de mi pasión,
por tan alta hermosura.
Es tan grande la extrañeza
que descubro en mi tormento,
que temo el contentamiento
como la mayor tristeza.
Antes me falte la vida
que me fallezca la pena,
que pues della sois servida,
la muerte tengo por buena.
Y alegre con esta suerte,
vivo solo en confianza
que a todos quito esperanza
de la gloria de mi muerte.
Porque es tal mi ventura,
que no merece la pena
quien ,más dolor no procura,
y de sí no se enajena.
Mas si encubro mi tormento,
es porque algún confiado
no quiera morir osado
de envidia del mal que siento.
No siento ya mi pasión
ni temo el dolor crecido,
pues me disteis presunción,
señora, de ser perdido.
La vanagloria que siento
de morir a vuestra mano,
hace ser mi mal liviano
y ufano mi pensamiento.
Mas la pena del amor
no me deja sosegar:
que do no reina el dolor
nunca llega el bien amar.
Pero en las que yo sostengo
en los males que me dais,
no quiero que me debáis
más de las culpas que tengo.
En mi grave sentimiento
es ocasión de mi gloria,
que aunque muera en el tormento
viviré en vuestra memoria.
No merezco yo bien tal
más, pues vuestra merced ordena,
por no acabarle la pena,
que viva siempre mi mal.

20. Quien vive en mortal cuidado

Quien vive en mortal cuidado,
si en mortal cuidado vive,
perdido y desesperado,
a ti su bien solo escribe.
No juzguéis atrevimiento
aquesta libertad mía,
que no se llama osadía
hacer público el tormento.
Escusado fuera el miedo
a un corazón ofendido,
mas tan poco es lo que puedo
que huyo de ser oído.
Porque amo es lo que temo,
que do no vive el temor
no puede hallarse amor
que se esmere con extremo.
Mi grave dolor obliga
a escribirte tu crudeza,
mas no sufre que lo diga
el pesar y mi tristeza.
Háblelo por mí el amor,
si bien no pudiere yo,
que no puedo decir, no,
cómo siento mi dolor.
¿Adónde estás?
¿A do escondes
de mi vista tu belleza?
¿O por qué no, di, respondes
a la voz de mi tristeza?
Yo me acuerdo que solías
alegre oír mis pasiones,
y con tus blandas razones
cortésmente me acogías.
Cuando holgabas mostrarme
disgusto de mi dolencia,
cuando tardabas en darme
a la partida licencia;
y cuando mi descontento,
señora, no te placía,
y a tu merced le dolía
la pena de mi tormento;
cuando no se me negaba
el regalo de tu vista;
cuando mi mal se pagaba
con los males de una vista;
cuando mezclaba en placer
los daños de mi dolor,
cuando me diste el favor
que no pude merecer;
tú, no sé yo si fingido
era el amor que mostrabas,
al canto de mi gemido
dulcemente te ablandabas.
Desvaneciste mi pecho,
y en soberbia le pusiste,
y con el bien que me diste
todo mi bien fue deshecho.
¿Por qué con fiero desdén,
después que me viste tal,
me ofreciste tanto bien
para sentir mayor mal?
¡O ánimo endurecido!,
¿para qué fue la clemencia
si agravaste la sentencia
contra un mísero rendido?
Quien menos yerra en amor
y quien más amarte pudo,
yo soy, pues en mi dolor
me esfuerzo a mostrarme mudo.
solo por mí podré creer
lo que otros podrán decir:
que cuanto bien sé sentir
callo por no te ofender.
¿Por qué, señora, pusiste
mi nombre en tu corazón,
para usar conmigo ahora
de tu dura condición?
Hartaras, pues, tu crudeza
sin fingir piedad un día,
ni me dieras alegría
para acabarme en tristeza.
¿Hasta cuándo, cruel, piensas
negarme la confianza?
Contra ningunas ofensas
ejercitas la venganza.
No soy de ajeno señor,
ni otro tiene en mí poder,
¿pues por qué quieres perder
al que tuyo hizo Amor?
Bien puedes contar por gloria
el engaño que me usaste,
pero ninguna victoria
podrás decir que ganaste.

21. Yo moriré tan ufano

Yo moriré tan ufano,
si tu merced lo consiente,
que sentiré solamente
no haber muerto más temprano.
Rasga los ojos, señora,
do mis días se escribieron,
que en el mal que siento ahora
mis fuerzas desfallecieron.
No tengo forma de hombre,
llego ya al punto postrero,
que con los efectos muero
y vivo con solo el nombre.
Esta desdichada vida
y mi venturosa muerte,
por ingratitud perdida,
ganada por bien quererte,
por último beneficio
de las penas que me dan,
ante tus ojos harán
de mí solo sacrificio.
Que el corazón ya no basta
con dolor de tal dureza,
y flacamente contrasta
la vida a tanta tristeza.
Porque por tu condición
sirviendo, vine a ganar,
para que pueda contar
lo servido en perdición.
Yo venzo en fe de querer
a cuantos Amor siguieron,
y así mi mal ha de ser
más grave que cuantos fueron.
Que pues excedo en amor
todo humano sentimiento,
es fuerza que mi tormento
de todos sea el mayor.
Y es muy justo que mi mal
sobre todos en grandeza,
porque no conoce igual
tu valor y tu belleza.
Y mi pensamiento ufano
con tan alto desvarío,
espera que del mal mío
vendrá el remedio temprano.
Pero yo entiendo en mi pena
que siempre me ha de seguir
en una misma cadena,
y que nunca ha de morir.
Porque la luz de tus ojos
de tal suerte me abrasó,
que lo mortal apuró
y me hizo sus despojos.
En tan largo tiempo y hora,
oye de la pena mía
a quien todas por ti llora,
sin consuelo ni alegría.
Acabarme en mi pasión
no estimes por gran vitoria,
que la causa de mi gloria
nace de mi perdición.
¡Oh, si alguna vez osase
descubrirte mi dolor,
y mi lengua desatase
esta sola vez Amor!
Porque yo podría tanto,
si por suerte no me engaño,
y acabado el grave llanto
que vería fin al daño.
Que llevado en mi dolor
no consiente el sufrimiento
que pueda, y esto es amor,
decir bien el mal que siento.
Pero si Amor prometiese
que se pudiese entender,
no podría merecer
el menor don que me diese.
El uso de tantos males,
hechos en mis sentimientos,
los hace consigo iguales
para abrazar tus tormentos.
Fallézcame, pues, la gloria
que tengo de mi mal fiero,
si contento alguno espero
que no sea en tu memoria.
Aunque tú eres mi señora,
sola tú, señora mía,
la que destruye en un hora
los años de mi alegría.
¡Oh, si alguna vez volvieses
esos tus ojos hermosos
a mis males lastimosos
porque de mí te dolieses!
¡Mas yo, triste y cautivo,
de gloria y de bien desierto,
estoy en tu olvido vivo
pero en tu memoria muerto!
¿No es pequeña presunción
pensar que debe caber
tan estrecho merecer
con tan grande perfección?
Mas yo esperando templar
la pasión de mi deseo,
no me sé desengañar
de tan ciego devaneo.
Culpa de mi desventura
que en mi daño se concierta,
y nunca al remedio acierta
el error de mi ventura.
Que pretendiendo sanarme
me puso la mano Amor,
pero no pudo librarme
de la llaga del dolor.
Porque el golpe de tu mano
es la causa de mi muerte,
y al triste que pudo verte
espera salud en vano.

22. Pues no puedo sostener

Pues no puedo sostener
la vejez de mi dolencia,
quiero en público traer
las lástimas de mi ausencia.
Bien holgara yo encubrir
mi mal, mas Amor me obliga
que de mi tormento diga
lo que más temo decir.
La voz salir no se atreve
del pecho que miedo enfrena,
porque sabe que cual debe
no puede decir su pena.
Mas yo pienso aventurarme
por los bienes que perdí,
que aunque hable más por mí,
ninguno podrá culparme.
El dolor que me maltrata
dé lugar para decir
la culpa de quien me mata,
si lo puede consentir.
Que a manifestar mi ofensa
me atrevo muy cortamente,
porque consigo se afrente
quien de mí tan poco piensa,
¡Oh tú, enemigo mortal
de mi esperanza perdida,
da tanta vida a mi mal
cuanto mal diste a mi vida!
Porque me queda en descuento,
como una sombra de gloria,
esta pequeña memoria
de los bienes que lamento.
Mas si en mis penas mortales
tan poca membranza tienes,
la muerte, fin de mis males,
dará principio a mis bienes.
Que ya estoy en tal sazón
por lo que vengo a decir,
que temo menos morir
que sufrir tu condición.
Yo soy triste a quien sobró
ventura en el pensamiento,
y a quien siempre le faltó
la esperanza del tormento.
Supe sentir y entender
cuánto se gana en mirar,
para más desesperar
y siempre desmerecer.
Mi casa es aqueste yermo
lleno de espinas y abrojos,
el lecho, do nunca duermo,
riegan en llanto mis ojos.
En las tinieblas de olvido
vivo de bienes desierto;
menos mal fuera ser muerto
que padecer tan perdido.
No me duelen, pues, mis males,
que me duelen sin cesar,
sino que siendo mortales
no me acaben de matar.
Y lo que más me condena
es el bien de la memoria,
que quien más sabe de gloria
sabe más sentir de pena.
Todo me ofende también,
porque mi suerte fue tal,
que elegí por mayor bien
lo que es para mayor mal.
Derriba ya mi flaqueza
el error en que porfío;
prosigo mi desvarío
siempre lleno de tristeza.
Déjanme solo en temor
en los fines de mi daño,
¿quién mereció tal dolor
que un amor tan sin engaño?
¿Quién tendrá, pues, sufrimiento,
do el mal siempre mayor crece,
que si la edad desfallece
no fallece mi tormento?
¿Cómo puede ya sufrir
tantas muertes una vida?
¿Cómo se podrá sentir
un mal que nunca se olvida?
Tal estoy, que ya no espero
remedio a mi mal esquivo,
no vivo ya, porque vivo,
y muero porque no muero.

23. Busqué en mi muerte la vida

Busqué en mi muerte la vida,
y hallé en la vida mi muerte,
la muerte no me fue vida,
y la vida me fue muerte.
Nacieron de aqueste error
males de tal desconcierto,
que cuando me tienen muerto
me avivan para el dolor.
Cuando el pensamiento mío
bien alguno me promete,
el error del desvarío
en mil peligros me mete.
Yo sé que es bien conocido
el amor por quien padezco,
y que galardón merezco
porque también me he perdido.
Mas pagan con desengaño
los daños de aquesta cuenta,
pero no deja el engaño
lugar por donde los sienta.
Así vuelvo el pensamiento,
pensando mudar ventura;
mas poco vale cordura,
que al fin torno a mi tormento.
Mejor es llorar mis daños
y entender lo que perdí,
que sufrir más los engaños
que tanto siempre temí.
Mas ¿quién puede comportar
desengaño tan dañoso,
y por vivir en reposo
perder la gloria de amar?
Conoce de mí muy poco,
y menos de lo que siento,
quien por las penas que toco
piensa alcanzar mi tormento.
Mucho callo, y poco digo,
antes no dejan que abra
la boca a decir palabra,
porque se muera conmigo.
Voluntad desempeñada,
ingrato y altivo pecho
contra una vida cansada
se embravecen sin provecho.
Vil efecto de crudeza
vengarse en hombre rendido:
¿qué puede haber merecido
quien padece por firmeza?
Desengáñese quien piensa
que es de error este castigo,
porque sin hacer ofensa
me tratan como a enemigo.
Si es error querer amar,
yo cometí gran error,
de mi error es causa amor,
si de amor nasce el errar.
Mas del dolor que padezco
a mí solo culparé,
porque todo mal merezco
por los males que busqué.
Pero quien tuvo en ventura
tan honrado pensamiento,
¿qué más quiere que el tormento
con que a tanto se aventura?
El remedio que yo espero
no lo espera el más perdido,
y contino desespero
del galardón merecido.
Tanto merecí en osar,
que pude esperar en quien
no sabe pagar con bien,
lo que se pierde en amar.
¡Oh, quién fuera tan dichoso
que olvidara el pensamiento!
¡Quién no se viera medroso
en las ansias del tormento!
¿Cómo vivo, pues deseo?
Porque en suerte tan perdida,
poco desea la vida
el que vive con deseo.

24. Podrá con tal pena quién

¿Podrá con tal pena quién?
¿Quién podrá con pena tal?
Si alguna vez cansa el bien,
¿qué hará un contino mal?
Mas nunca adonde entró Amor
salió de allí la tristeza,
y al que vence su crudeza
jamás se vio vencedor.
¿Qué mal me puede venir
que no tenga merecido?
¿Quién puede en vida sufrir
el mal de tan grande olvido?
¡Ay!, qué tan triste memoria...
Mas, ¡ay!, qué tan grave error...
¿Que viva con tal dolor
quien perdió toda su gloria?
No hallo tan gran placer
con quien descanse mi pena,
que a quien se viene a perder
ninguna fortuna es buena.
Y porque mejor yo pueda
quejarme de estas mudanzas,
de tan ricas esperanzas
el desengaño me queda.
Estas esperanzas mías
me dieron por lastimarme;
porque mil vanas porfías
me afligen sin acabarme.
Y porque si las perdiese
hiciese experiencia yo,
como el que en más bien se vio,
cuanto el mal más me doliese.
Forzado del sufrimiento,
viviendo en confusa suerte,
de miedo de mi tormento,
pierdo el miedo de la muerte.
Y en este extremo dudoso
conozco ya, pero tarde,
que fui vencedor cobarde
y soy vencido animoso.
En mis congojas mortales
no me puedo defender,
que no me vencen mis males
ni los puedo yo vencer.
Ni puedo, porque ellos pueden
fácilmente derribarme;
para mejor acabarme
unos a otros suceden.
Ya mis antiguas tristezas
se cansan en su venganza,
y las usadas crudezas
tornan a hacer mudanza.
Aquejado del dolor
me suspendo en un cuidado;
mas de tanto amor cansado
tanto quedo del amor.
Grande fue la presunción
que cobré con osadía;
mas fue mayor la pasión,
fue mayor la pena mía.
No basta mi sufrimiento,
mas mi desdicha resiste:
que alarga mi vida triste,
por alargar el tormento.
Alguna vez que me deja
el dolor abrir los ojos,
doy principio a nueva queja,
y fin a viejos enojos.
No hallo males que comienzan
a renovarme la guerra;
yo luego pierdo la tierra,
no esperando que me venzan.
Estoy tan sujeto al miedo,
tan rendido a la flaqueza,
que defenderme no puedo
ni huir de mi tristeza.
En otro tiempo solía
no temer y ser osado,
¿mas qué puede un desdichado
ausente y sin alegría?
Nadie piense que yo tengo
mal igual al de otra gente,
porque lo sufro y sostengo
con ánimo tan paciente.
Pues la causa que me fuerza
es mayor que cuantas fueron,
y jamás otros tuvieron
ocasiones de esta fuerza.
No siento ya confianza
que me pueda defender,
que debajo de la lanza
del dolor vengo a caer.
Mil males he procurado
pensando acabar mi mal;
no he hallado alguno tal,
mas ellos bien me han hallado.
Si me quiero desatar
de esta engañosa pasión,
no puedo, triste, acabar
el furor con la razón.
De las finezas alcanza
que hay en el amor muy poco,
¿quién ama si no está loco,
con muy pequeña esperanza?
Esperanza y seso pierdo,
porque amando desespero;
nunca me hallo más cuerdo
que cuando menos la quiero.
Peno siempre y no descanso,
descanso cuando más peno,
nunca tengo tiempo bueno
sino cuando más me canso.
El dolor de mi gemido
no me duele en padecer,
sino porque va perdido
donde se estima el perder.
Pequeño dolor padece
a quien la culpa condena,
mas solo siente la pena
aquel que no la merece.
No creí que el mal que pudo
llegarme a la última suerte,
pudiera a un cuerpo desnudo
volver a darle la muerte.
Mas hace el amor esquivo
en mí tan gran desconcierto,
que me ocluida como a muerto,
y atormenta como a vivo.
Tan ajeno y tan suspenso
me hallo, y tan apartado,
que de mí me olvido, y pienso
que se me ocluida el cuidado.
Traspórtome desde el suelo,
mas cuando miro la lumbre,
antes de tocar la cumbre
las alas faltan al vuelo.
Pensar que pueda decir
como debo el dolor mío,
ni amor lo querrá sufrir
ni en mí hay tal desvarío.
Quédese en este destierro
entre mi gemido y llanto,
porque no se ofenda tanto
quien es culpa de mi yerro.

25. Ufano muero en mis males

Ufano muero en mis males
porque sois ocasión de ellos,
y no valgo a merecellos:
que no son mis fuerzas tales
que pudiesen sostenellos.
Pero en mi fe los merezco;
pues a sufrillos me ofrezco
digo en medio del dolor:
"Loado seas, Amor,
por cuantas penas padezco."
Pero mal puedo sentir
lo que más debo huir,
porque en las penas mayores,
livianos son los dolores
que el seso puede encubrir.
Sufrí siempre el mal que siento
sin pretender galardón,
que es ingrato el corazón
que os pide más que el tormento
de tan dichosa pasión.
Y con la gloria que vi
cuando viéndoos me perdí,
en mi grave pena digo:
"No sé por qué me fatigo,
pues con razón me vencí."
Con el grande bien que veo
en hallarme tan perdido,
mi muerte pongo en olvido
por la honra que poseo
de ser yo vuestro vencido.
Y siempre mi pensamiento
dice en medio del tormento,
alegre de su pasión:
"Justa fue mi perdición,
de mis males soy contento."
Mas poco dura esta gloria
a quien teme la partida,
porque por partir la vida
y quedar con la memoria
es pena que no se ocluida.
Y así el dolor que consiento
en aqueste apartamiento
no puede acabar mi mal;
ved que tanto es más mortal
que la muerte mi tormento.
De la Esperanza desierto,
del Deseo acompañado,
voy en un mortal cuidado
en mi triste vida muerto,
en mi muerte no acabado.
Y pues voy siempre conmigo
en discordia, y enemigo,
y de salud desespero,
no tardes, Muerte, que muero;
ven, porque viva contigo.
Porque yo no puedo tanto
que resista a mi dolor;
basta que me tenga Amor
contino deshecho en llanto,
y el alma siempre en temor.
Mas porque yo soy testigo
de esto que solo te digo,
sin que lo sepa la vida,
ven, Muerte, tan escondida
que no te sienta conmigo.
Porque yo sé que esta gloria
no cabe en mi pensamiento,
que aunque sufra más tormento,
no contaré por victoria
morir del mal que consiento.
Y pues queréis que mi mal
me tenga en vida mortal,
porque más dolor sintiese,
¡oh, si yo nunca muriese
ni mi pena desigual!
Mas quedéme satisfecho
de mi voluntad rendida,
que si sostengo la vida
es por el bien que me ha hecho
con pena tan merecida.
No neguéis a mi pasión
tan honrada presunción
de perderme en contemplaros,
pues que jamás olvidaros
no puede mi corazón.
Bien sé que el mal que padezco
a mayor mal me condena,
que en causa tan justa y buena
si alguna cosa merezco
es en honra de mi pena.
Mas tal es la suerte fiera
de mi pena lastimera,
que digo desesperado:
"Si no os hubiera yo amado,
pluguiera a Dios que no os viera."
Tal voy ausente y perdido,
que el menor mal que yo siento
es el más grave tormento
que jamás ha padecido
amoroso pensamiento.
Aunque estéis de ello ofendida,
descansara en mi partida,
temeroso de perderos,
si como partí de veros
me partiera de la vida.
Mas ya que el Amor consiente
esta nuestra división,
yo os dejo mi corazón,
porque veáis lo que siente
en la ausencia mi pasión.
Y en el mal de mi porfía
ya que se me acaba el día,
digo lleno de deseo:
"¿Dónde estás que no te veo?
¿Qué es de ti, esperanza mía?"

26. La gloria que en mi mal siento

La gloria que en mi mal siento,
es que para merecer
ha de igualar mi tormento,
cuanto más pueda crecer,
con mi alto pensamiento.
Con esto espero tendré
cuanto merece mi fe
si el Amor, juzgo, me vale,
pues sé claramente que
no hay mal que a mi mal se iguale.
No hay tormento igual al mío,
ni tan grande presunción
que ose lo que yo porfío;
que nunca en mi corazón
no cabe tal desvarío.
Y en haciendo mi victoria
de tan honrada memoria,
a la estima de mi mal
no puede hallarse igual,
ni bien tal.
En el mal a que me ofrezco,
contento de ser perdido
gozo el bien, porque merezco
lo que nadie ha merecido
por el dolor que padezco.
Y nunca más pena siento
que cuando cesa el tormento,
porque en mi pasión mortal
no hallo ajeno contento
por quien trocase mi mal.

27. CANCIÓN AL BIENAVENTURADO REY SAN HERMENEGILDO, MÁRTIR, QUE RECIUIÓ LA CORONA DEL MARTIRIO, SÁBADO SANTO, EN LA NOCHE, POR MANDADO DEL REY LEUVIGILDO, SU PADRE, HEREGE ARRIANO

No sublimes columnas, do esculpía
Roma de sus tiranos las hazañas,
ni despojos del Bárbaro vencido
honran, o nuestro Rey, tu sacro día,
mas el humilde pecho y las entrañas
de aqueste ayuntamiento esclarecido
a tus aras rendido;
y no te da el de Augusto piadoso
y vencedor dichoso,
que a tu valor pequeño es precio tanto,
sino el más glorioso
nombre de Mártir, y su amparo santo,
y tu insigne memoria ensalza España
por cuanto cerca el sol y el Ponto baña.
Celebró los osados corazones
Grecia, y Enotria en armas generosa
el amor de virtud y la firmeza
de ínclitos varones,
y en su gloria la fama no reposa.
Pero de tantas suyas. ¿ cuál proeza
iguala a la grandeza
de tu excelso valor? ¿el pecho ardiente
a la fe floreciente?
¿Quién a tanto se puso aventurado?
¿Quién ofreció presente
tanto, y perdió, y cobró tan alto estado?
Tú entre los hombres, y entre Reyes fuiste
el que vencer a todos mereciste.
Ni el dudoso peligro de la muerte,
del impío padre ni el furor terrible,
ni la terneza del afecto hermano
que derriba el robusto pecho fuerte,
quebrantaron tu ánimo invencible
o movieron tu pecho soberano;
todo engaño fue en vano,
halago o crueldad no tuvo parte,
o con fuerza o con arte
para alcanzar de tu virtud victoria;
pudieron bien quitarte
la vida, y tú gozar eterna gloria;
y mueres cuando, ¡oh caso nunca visto!,
resurge el Redentor del mundo, Cristo.
Mas el cruel, de fe y de amor ajeno,
que a tan fiera hazaña se dispuso,
y pudo osar en su maldad seguro,
¿qué Istro, o Nilo con el curso lleno
podrá limpiar la culpa en que se puso?
Tema mirar la luz del cielo puro,
huya al profundo obscuro;
no espere, no, el fragor del rayo airado
que rompe arrebatado:
que el Olimpo, el viento y mar sañudo
contra él han conjurado,
y mal su error le puede ser escudo.
que cuanto se dilata la venganza
recompensa el tormento la tardanza.
Tu afortunada patria a quien el cielo
entre todas ha hecho tan gloriosa
(no tanto por ser joya más preciada,
de España honra, y esplendor del suelo
y reina del Océano dichosa,
cuanto por ser querida y estimada
y en la sangre bañada
del sacro Hermenegildo) muestra ufana
con piedad cristiana
en mayor excelencia tu grandeza;
pues es tu soberana
guarda y tu incomparable fortaleza,
y da principio en este santo día
a tus glorias, y bienes y alegría.

28. CANCIÓN. Al varón firme y justo

Al varón firme y justo
no el culpado gobierno y la fiereza,
no el tirano robusto,
y toda su dureza,
muda de la segura fortaleza.
Nunca peligro alguno
le turba, ni el desnudo hierro alzado,
ni el piélago importuno,
ni del Tonante airado
el rayo de tres puntas arrojado.
La terrible ruina
que al corazón más áspero quebranta,
de su valor no es digna, que osado en furia tanta,
el libre cuello sin temor levanta.
De esta suerte el ardiente
pecho del gran Pelayo abrió camino
a su vencida gente,
y de llanto contino
bañó la faz del vencedor indigno.
Tal el insigne y fuerte
Conde, y el Cid en armas generoso,
no dudando la muerte,
al Árabe animoso
domaron, y su orgullo temeroso.
Y aquel gran caballero
que contra el caro hijo rindió el hierro,
y movió al Señor fiero con el impío destierro
a proseguir airado el crudo yerro.
Por esta mesma vía
el noble pecho y corazón constante
y la fe que debía,
mostró en igual semblante
al Rey dudoso el Cordobés pujante.

29. SONETO. Diestra heroica de Carlos, que igual mira

Diestra heroica de Carlos, que igual mira
del cielo vivo en vos vuestra vitoria,
seguid, que ya el valor de toda historia
rendido al vuestro, con dolor suspira.
Domad del alto piélago la ira,
que es la tierra pequeña a vuestra Gloria,
donde el Imperio a España, y la memoria
que por vos contra el Asia sola aspira.
No puede ser mayor la gloria vuestra
aunque es menor que vos, y vuestra Fama
la grandeza del cielo abraza y cierra.
Podéis cumplir esta esperanza nuestra,
que para ella Europa toda os llama,
pues sois Neptuno en mar, Marte en la tierra.

30. A UNA OBRA ESPIRITUAL QUE ESCRIVIÓ DON LUIS PONCE DE LEON, HIZO FERNANDO DE HERRERA ESTE SONETO

Vuestro canto y aliento excelso y pío,
con armonía dulce así resuena,
que se le rinde el cisne cuando suena
en el corriente vaso del gran río.
Dichoso vos, a quien no seca el frío,
mas puro fuego de virtud serena,
y yo, pues vuestro noble canto ordena
vida inmortal al nombre humilde mío.
Ya veo transferirse de Helicona
la cumbre y de Parnaso la ribera
al asiento de Náyades ondoso;
y que del lauro verde la corona
os da Betis, oh gloria de Ribera,
y del León más fuerte y generoso.

31. A LA MUERTE DE DON LUIS PONCE DE LEÓN, DEL MISMO AUTOR. SONETO

Aquí donde tú yaces sepultado,
oh gloria del León más excelente,
el valor todo yace de Occidente
con envidia de Marte derribado.
No culpes la dureza de tu Hado
que en tierra ajena tu dolor consiente,
pues cuanto ves del Austro al Oriente
es sepulcro a los fuertes consagrado.
Será eterna en nosotros tu memoria,
y puesto en el dorado y alto asiento
defenderás mejor tu patrio suelo.
No queda ya a la muerte mayor gloria,
pero queda igualado el sentimiento,
tristeza a España y alegría al cielo.

32. ELEGÍA DE FERNANDO DE HERRERA A LA MUERTE DEL MAESTRO JUAN DE MALARA

No se entristece tanto cuando pierde
desnudo, el ramo fértil y florido
ya sin vigor cortado, el árbol verde,
cuanto yo viendo suelto y dividido
de la alma el lazo estrecho, con la muerte
que velo no podrá cubrir de olvido.
¡Oh duro corazón que en mal tan fuerte
no rompes!, ¿cuándo esperas ablandarte
después de esta terrible y grave suerte?
De mi alma murió la mayor parte
y el cielo, que en mi llanto es buen testigo,
ve que nunca el dolor de mí se parte.
¡Oh ejemplo de virtud!, ¡oh caro amigo!,
que en mis entrañas vivas juntamente
lo mismo que ya fuiste eres conmigo.
Que la fe del amor jamás consiente
que la muerte consuma con tu vida
la llama que mi pecho ardiendo siente.
Cortóse el paso a la amistad crecida,
que nuestro dulce trato es acabado
y el corazón de amarte no se olvida.
Pensaba yo que el cuerpo desatado
de los nudos de la alma, antes viviera,
que yo sin ti esperar solo, apartado.
Al fin pasé esta vida lastimera,
y la sufrí. ¿Qué aguardo? ¿Por qué al cielo
no te muestras mi guía verdadera?
Cansado ya procuro alzar el vuelo
al lugar glorioso y soberano,
que al ánimo es pequeño asiento el suelo.
Amor terreno, y un deseo vano,
cuidado y engañosa la esperanza,
no me dejan un punto de la mano.
¿Cuándo pondré en mi estado tal mudanza
que solo amor celeste en mí respire,
con segura firmeza y confianza?
Divino celo al corazón inspire,
y le dé tal virtud que solo sienta
el alto bien que a mortal pecho admire.
No me deje caer en esta afrenta
donde me veo en confusión perdido,
donde el mal que conozco me atormenta.
Tú, que en el cielo estás esclarecido,
ruega por mí al Señor de cielo y tierra,
porque no muera en sombra del olvido.
Valga la peligrosa y larga guerra
que en mi alma se traba noche y día,
con quien el paso a bien obrar me cierra.
Después que llevó muerte oscura y fría
de tu mortal cuidado los despojos,
huyó de mí el contento y alegría.
Lágrimas abundaron en mis ojos,
y por tu arrebatado apartamiento
en mí se renovaron los enojos.
El inmortal y claro ayuntamiento
celebró los trofeos de tu gloria,
y gimió Betis lleno de lamento.
Sonó una voz llorosa en tu memoria,
el ingenio y bondad junto acabaron,
cuando el Hado gozó de tu vitoria.
El valle y alto monte suspiraron,
y a Híspalis vestida en negro manto
pluvias y ciegas nubes ocuparon.
Contigo pereció el alegre canto,
y en reliquias del daño doloroso
quedó grave y quejoso y triste llanto.
Betis, que al sacro Océano espumoso
llevaba el son de tu dorada lira
altivo, y con grandeza glorioso,
mudo en su gruta oscura se retira,
y en el profundo vaso con gemido
las tardas ondas discurriendo mira.
De tu canto quedaba suspendido
el español osado, y el romano,
y el francés orgulloso y atrevido.
Por ti, el ilustre príncipe tebano
es más famoso, y vive su memoria,
que por vencer al bárbaro africano.
Aunque se estime con eterna gloria
por la fiera de Arcadia embravecida,
más valor le dará tu noble historia.
Era trueno tu voz, pero tu vida
claro rayo, que puro resplandece,
con llama presurosa y encendida.
Que tu virtud y nombre reflorece
con perpetua memoria, y sube al cielo
la fama, que con honra tuya crece.
Aunque tú me dejaste en este suelo,
queda con Dios, ¡oh alma venturosa!,
cubierta de purpúreo y rico velo.
Que, si mi pena grave y dolorosa
me da lugar en la pasión que siento,
yo cantaré tu gloria generosa.
En tanto, lo que sufre mi lamento,
permite este lloroso verso mío,
triste muestra de duro sentimiento.
Aquí yace sin vida el cuerpo frío
de Malara, que roto el mortal nudo
donde a Vandalia riega el grande río
voló al cielo su espíritu desnudo.

33. FERNANDO DE HERRERA

Con pena eterna y con dolor crecido,
por alto mar, por el desierto suelo,
Psyche mísera busca sin consuelo
al dulce esposo, al bello amor perdido.
Cuando el Amor, de propio amor herido,
sus flechas toma y deja el alto cielo,
cubierto en amoroso y claro velo,
y a Malara hirió ya del vencido.
El cual tocando la dorada lira
a Psyche alegre canta, Amor hallado,
y sus afectos resonó en el canto.
Dichoso a quien Amor su aliento inspira
que puede revolver nuestro cuidado,
en esperanza, en miedo, en risa, en llanto.

34. TRASLACIÓN DE LA PSYCHE DE HIERÓNYMO FRACASTORIO, POR FERNANDO DE HERRERA

Ven, dulce Amor, o ven, dulce Cupido,
a ti, hermoso Amor, Psyche hermosa
te busca ardiendo en fuego no vencido.
Y a ti te pide dios, ella diosa,
a ti niño, ella niña blandamente
con voluntad suave y amorosa.
O si te ama y te desea presente
tan semejante a ti, di ¿por ventura,
Amor, no la amarás ardientemente?
Cupido, su belleza y su hermosura
¿no la codiciarás? Ambos tenemos
una patria, una origen de la altura.
De Júpiter entrambos procedemos,
entrambos juntamente en tierra estamos,
juntamente en el cielo ambos nos vemos.
Y los dones mezclados empleamos,
entrambos juntamente en los mortales,
y nuestros beneficios dilatamos.
El bien y hermosura celestiales,
con modos pongo yo maravillosos
tiernamente en los pechos terrenales.
Tú hieres corazones amorosos,
y traes fuegos escondidamente,
y en nuevo amor enciendes presurosos.
De donde se concibe y juntamente
crece, juntando en dulce casamiento
de animales el género excelente.
Ay me, mísera, sufro yo tormento
usando de mis artes con mi daño,
y padezco esta pena y sentimiento.
Ay, muy tierna y muy apta al crudo engaño,
para de ti, hermoso, ser movida
al fuego que en mi blando pecho extraño.
¿Cómo te vi, ay cuitada, ay me, perdida?
¿Cómo te conocí, o el más hermoso
de cuantos en el mundo tienen vida?
Ardí luego en tu fuego presuroso,
y en amor de tu amor, y esto me agrada
si en igual fuego tú ardes amoroso.
Quita, niño, las vendas de la amada
vista, y vuelve los ojos y luz pura
a mí, que en amor tuyo estoy inflamada.
Porque amarás, Amor, mi hermosura,
codiciarás, Cupido, mi belleza,
y no te apartarás de mi figura.
Yo te labro con arte y sutileza
una delgada venda entretejida
con blanda seda y oro con pureza;
con que ciñas la frente, do torcida
la pintura se muestra con mil flores
y rosas y jacintos esparcida.
Aquí te finjo yo, con los Amores
que te sirven y van acompañando
con la dorada aljaba y pasadores.
Las anchas tierras todas traspasando,
y los altos nublados con el vuelo,
y el mar mojado y húmedo cortando.
A las aves pintadas del gran cielo,
a los monstruos del mar, los animales
a cuanto cría el abundoso suelo
sujetando con fuerzas desiguales
a tu sublime imperio, y consagrado,
y no perdonas a los celestiales.
En carro de oro Júpiter llevado,
se muestra por tu fuerza poderosa,
los pies y manos con el hierro atado.
Entre los cuales va tu Psyche hermosa,
también triste y atada con cadena,
y sigue tus triunfos dolorosa
padeciendo cautiva larga pena.

35. FERNANDO DE HERRERA

Velleio, si mi canto
rinde al olvido ciego la victoria,
yo no presumo tanto
que vuestra insigne gloria
ose ofrecer a la inmortal memoria.
Mas el amor debido
a vuestro claro nombre y alabanza
me aventura atrevido,
aunque sin confianza,
para seguir el fin de esta esperanza.
Porque en tanta riqueza
y nobles dones de la gran Sofía,
podría mi rudeza,
no como se devría,
algo alabar do tanto se ofrecía.
La memoria perdida
de los convites que vio Roma ufana
cuando cayó vencida
la soberbia Atiana,
que de sus vencedores fue tirana,
las cenas abundantes
que vuestro culto estilo orna y colora,
cuales nunca vio antes
ni después vio la aurora,
alaba mi pequeña musa agora.
¡Oh vos afortunados,
Lucullo, Antonio, Reina generosa!,
que, yaciendo olvidados
con muerte rigurosa,
volvéis a luenga vida y venturosa.
Los coliseos famosos,
pirámides de inmensa pesadumbre
y arcos espantosos
que, con sublime cumbre,
amenazaran la celeste lumbre,
atierra el tiempo airado
y dio tributo Roma de esta gloria
al enemigo hado
con tan grande victoria
cuanto fueron sus honras y memoria.
Mas lo que en esta cena
vos celebráis, Velleio esclarecido,
irá de suerte ajena,
ni el fuego enfurecido
podrá entregar jamás al hondo olvido.

36. SONETO DE HERNANDO DE HERRERA

De estas doradas hebras fue tejida
la red en que fui preso y enlazado;
fue blanda y dulce en mi primer estado,
luego en dura y amarga convertida.
Por la ocasión antigua fue sufrida
la pena en que aborrezco lastimado,
y en tal tormento adora mi cuidado
la causa de mi muerte, y de mi vida.
Y de estos ojos fue herido el pecho
con hierro, y fuego, y cada día crece
con el golpe mortal el amor mío.
Crece mi ardor y crece vuestro frío,
la red me aprieta, el ánimo fallece,
y está dudoso Amor en mi provecho.

37. ELEGÍA DE HERNANDO DE HERRERA

Tan alta majestad, tanta grandeza
mostráis con vuestra luz, mis dulces ojos,
que aun yo temo mirar vuestra belleza.
Lleváis de tantas almas los despojos
que muero con envidia; mas la gloria es mía,
pues yo sufro los enojos.
Ojos do siempre vivo, si memoria
tenéis de mí, dichoso mi tormento,
que esto recibirá por su victoria.
No puede haber en mí merecimiento,
si el mal que yo padezco no lo alcanza
en honra de mi afán, y sufrimiento.
Ojos, que me quitáis la confianza
cuando estoy más seguro, y bien tratado,
y no cortáis el vuelo a la esperanza,
tan lleno de vos pongo mi cuidado
que lo que no sois vos tengo en olvido,
y en vos estoy atento, y no cansado.
Aunque no vea el bien de ser vencido
de vuestra soberana hermosura,
válgame que jamás os he ofendido.
El día que no os veo es noche oscura,
la noche que yo os veo es claro día,
y el cielo se abre a vuestra lumbre pura.
Pierdo tanto el valor, y la osadía,
mis ojos, cuando alegre considero
la varia historia de la suerte mía.
Amor que ......... en vos está, y severo,
me turba, pero al fin vuestra grandeza
me alienta ...... y solo espero.
Humilde es mi fortuna a vuestra alteza
y todo el ser humano os viene falto:
mas si ... veis, lucero de belleza,
podré solo subir a un bien tan alto.

38. SONETO DEL MESMO

El oro crespo al aura desparcido,
y el resplandor de bella luz hermoso,
el semblante suave, y amoroso
del tierno rostro, aunque descolorido;
la dulce risa a quien estoy rendido,
la blanca mano, el trato generoso,
la gracia, la cordura y el reposo
y el excelso valor esclarecido
pudieron quebrantarme la dureza,
y entregarme al Amor con nuevo engaño,
y ser causa y efecto de mi muerte.
Mas defender que ame la belleza
que me dio tanto bien, aunque a mi daño,
ni vos podréis, ni Amor podrá en mi suerte.

39. SONETO

De los rayos del sol por quien me guío
llega la luz al alma, que la enciende,
y las delgadas venas, brava, ofende
y del presto calor destierra el frío.
Miro la pura imagen del bien mío
con aquella verdad que la alma entiende,
y cuanto más la miro en mí se emprende
la cierta luz que al corazón envío.
Presente queda y vive en mi memoria,
entrando por mis ojos de sus ojos,
en los cuales Amor tiene más gloria.
Por ellos bebe el bien y los enojos,
que Amor dio a su belleza la victoria,
como a causa mayor de sus despojos.

40. SONETO

"Presa soy de vos solo, y por vos muero
(mi bella Luz me dijo dulcemente),
y en este dulce error y bien presente,
por vuestra causa sufro el dolor fiero.
"Regalo y amor mío, a quien más quiero,
si muriéramos ambos juntamente,
poco dolor tuviera, pues ausente
no estaría de vos, como ya espero."
Yo, que tan tierno engaño oí, cuitado,
abrí todas las puertas al deseo,
por no quedar ingrato al amor mío.
Ahora entiendo el mal, y que engañado
fui de mi Luz, y tarde el daño veo,
sujeto a voluntad de su albedrío.

41. SONETO

Esta belleza, que del largo cielo
contiene en sí la más felice parte,
a do con clara luz su luz reparte,
sereno deja el aire, alegre el suelo.
Amor en torno va con puro velo,
y de sus bellos ojos no se parte,
que allí descubre su destreza y arte
y en la causa del mal pone el consuelo.
Dichosa la alma puesta en tal tormento,
que espera descansar en dulce gloria;
dichoso más quien es favorecido;
yo, que también que de ello alcanzo aliento
para cantar su nombre y su memoria,
que no podrá temer favor de olvido.

42. SONETO. A JUAN SANCHES ÇUMETA

Zumeta, vuestra noble y dulce lira,
a quien dará ventaja la de Orfeo,
de nuestro Duque cantará el trofeo
y la virtud que Marte en él inspira.
Porque la mía débil aún no espira
en gloria del amor como deseo,
y en él consumo el tiempo yo y no veo
más blando su desdén, menor su ira.
El nombre que me da el soberbio canto
convertid en vos mismo, y los despojos
cantad, y las hazañas y memoria.
Que yo tengo la lira hecha al llanto
y solo suena en honra de los ojos
y del cabello que robó su gloria.

43. SONETO

Aquí, en el gran Océano, apartado
de mi Lucero, estoy en esperanza;
ya pierdo y cobro varia confianza
y renuevo mi lástima y cuidado.
Tal vez mirando el piélago indignado,
turba mi olvido tarde la mudanza,
y esperando en mis males la mudanza,
soy de nueva fortuna salteado.
Y mientras de mi Luz conmigo trato,
el amor vuelve quieto y la dureza
de ella, siempre alterada en mi memoria,
ya me aparto y enojo y me maltrato,
mas cuando considero su belleza,
hallo que el mal por ella es alta gloria.

44. SONETO

En esas trenzas de oro Amor ordena
el lazo fuerte, que jamás deshecho
podrá ser de quien puesto en tal estrecho
tiene igual a su gloria eterna pena.
Y de los rayos de esa Luz serena
el fuego temo con que abraza el pecho,
y siente de su fuerza satisfecho
la llama el pecho, al cuello la cadena.
De esa hermosa boca en quien espira
las suaves razones y el engaño,
la dulce cortesía y blando trato;
y en ellas prende al triste que suspira,
esperando la gloria de su daño,
sujeto al yugo del Amor ingrato.

45. SONETO

¡Ay de mí! ¡Ay qué lágrimas derrama
amor con dolor nuevo! ¡Ay, oh sagrada
pluvia, tú en la alma mía lastimada
cae, templando el fuego que la inflama!
Alienta al corazón, ya hecho llama,
aunque por culpa ajena derramada;
que tú en su mejor parte conservada
serás cierto remedio de quien ama.
Como la bella, tierna y fresca rosa
que la púrpura y nieve del rocío
tocando muestra más su hermosura,
con esta pluvia así, de oro hermosa,
más bello se descubre el amor mío
con rayos claros de su lumbre pura.

46. SONETO

Los ojos bellos y las varias flores,
el oro crespo y terso y frescas rosas,
que tiemplan nieve y púrpuras dichosas,
la boca dulce, asiento a los Amores;
la blanca mano, larga a mis dolores,
las palabras suaves y amorosas,
la risa y gracia y todas vuestras cosas
no causan a mi alma estos temores.
Que bien puede librarse el que es sujeto
y quebrantar el lazo inexplicado,
si quiere su remedio en mal tan fuerte;
mas porque es justo y glorioso efeto
que os ame quien os vio, cual yo he mirado,
mi vida ofrezco al yerro de la muerte.

47. ESTANCIAS

Abrasa mis entrañas un templado
y suave calor, que de centella
mansa y blanda procede sosegado,
y las consume poco a poco en ella.
Del bello rostro el resplandor rosado
abraza al pecho con la fuerza de ella;
cabellos, manos, ojos, cuello y frente,
abrásanme en su fuego dulcemente.
A una y otra parte Amor me lleva
y me inflama en la Luz de que estoy ciego,
aunque según yo veo en mí la prueba,
no debe ser amor, sino algún fuego.
Abrasa al corazón con fuerza nueva
y dale aliento para el daño luego,
enciéndelo, y, después de fuego hecho,
más gloria siente el abrasado pecho.
Entonces hallo en vuestros dulces ojos
un cuidado, un dolor, un sentimiento,
que vuelve sus trabajos, sus enojos,
en amoroso premio y en contento.
Entrégaos de su alma los despojos,
por ver también cautivo el pensamiento,
y con la honra que en su fuego espera,
arde y torna a nacer sin que en él muera.
Purpúreo fénix que la Arabia cría,
en quien no goza Muerte la victoria,
en las llamas que enciende con porfía,
quemándose no alcanza tanta gloria.
Que el fuego que el Amor al pecho envía,
como a holocausto digno de memoria,
nace en más alta parte y es su efecto
mejor y de más precio en el sujeto.

48. AL CONDE DE GELUES. CANCIÓN

Ilustre Conde mío,
honor sagrado y gloria generosa
del navegable río,
que con ribera undosa
levanta la cabeza venturosa;
aunque con débil canto
mi simple musa y mal ejercitada
no pueda subir tanto
que sea comparada
con la de Tajo insigne y consagrada;
y aunque por culpa mía
no resplandezca Betis glorioso
igual a la onda fría
de Pisuerga dichoso,
por quien Tajo dorado está dudoso,
no penséis que el olvido
pondrá en oscuridad mi nombre y fama,
por el tiempo traído,
porque Febo me llama
y de su aliento el rudo pecho inflama.
Entre las ondas de oro
que Tajo lleva al mar acanalado,
do su rubio tesoro,
teñido en colorado,
espacioso pasa y derramado;
y entre Pisuerga y Tormes,
y Turia con las flores oloroso,
con mi canto conformes,
Betis victorioso
sus Ondas claras mezclará espumoso;
y en toda su ribera
los cisnes numerosos y sagrados,
con voz no lastimera
sonarán sosegados
y de favonios mansos halagados.
No os pese que en mi canto
vuestro valor se vea entretejido,
aunque no sea tanto
que haya merecido
celebrar vuestro nombre esclarecido.
Que en él os he compuesto
un inmortal y sacro monumento,
adonde está dispuesto
a daros nuevo aliento
después del trance y último tormento.
No bastará la furia
del Aquilón airado y mar y fuego
a haceros injuria,
ni el tiempo sin sosiego,
ni envidia ni ambición del odio ciego.
Sujetarase el hado,
la rabia de la guerra sin memoria,
y del cielo estrellado
desciende la victoria:
que consagro a las musas vuestra gloria.
Aquel es venturoso
a quien algún ingenio peregrino,
con aliento dichoso,
se le mostró benino
y de mortal lo hace ser divino.
La levantada cumbre,
el grande anfiteatro, el muro fuerte,
por no mudar costumbre,
haciendo igual la suerte,
allana la indignada altiva muerte.
La soberbia de imperio,
los hechos de españoles valerosos
son triste vituperio
de días presurosos,
que en largo olvido quedan tenebrosos.
solo puede Talía
vivir, que con el tiempo nunca muere,
y quien por esta vía
seguir sus pasos quiere
y quien loado de poetas fuere.

49. SONETO

Alégrate, Danubio impetuoso,
de quien huyó el tirano de Oriente;
tú, Alfeo sacro y Ebro caudaloso,
sujetos a esa bárbara y vil gente;
que la presa con lazo riguroso,
que enfrena el curso a vuestra gran corriente,
Betis quebrantará victorioso
y vuestro imperio juntará a Occidente.
Veréis al fiero y áspero tirano
dejar del largo Éufrates esta parte,
por fuerza y sangre y hierro y fuego y muerte.
Y cerradas las puertas del dios Jano,
sosegará, domesticado, Marte,
con vuestra diestra y gloriosa suerte.

50. SONETO. A JUAN DE MALARA

Mientras, Malara, a Alcides valeroso
haces eterno con sagrada lira,
y el mismo Febo en vos su aliento inspira
y divino furor ingenioso,
Amor, a mis entrañas, temeroso,
las flechas de oro crudamente tira,
y pensando aplacar su cruel ira,
dejo el canto de Marte sonoroso.
Las blandas musas sigo con cuidado
y amor solo en mis números resuena
y aquella Lumbre de inmortal belleza.
No puedo defenderme en tal estado,
que a eterno y duro yugo me condena:
ved cuánto pudo Amor en mi aspereza.

51. SONETO

Si el tierno canto y blando movimiento
de esta cítara triste, que solía
en fortuna mejor con mi alegría
causar en vos un nuevo sentimiento,
no puede enternecer el duro intento
y el crudo rigor vuestro que porfía
llevar a muerte la esperanza mía
y deshacer de Amor el fundamento,
diré que no hay amor en vuestro pecho,
que el amor que mostrasteis fue un engaño,
que sois ingrata, indina de memoria.
Serame aquesta afrenta satisfecho
y algún breve reparo a tanto daño,
aunque es pequeño mal a tanta gloria.

52. SONETO

La incauta y descuidada mariposa,
de la belleza de la luz rendida,
en torno de ella vuela y, encendida,
pierde en ella la vida presurosa.
Mas yo en aquella Lumbre gloriosa
corro a sacrificar mi triste vida,
que de su bello y puro ardor vencida,
perderse quiere en suerte tan dichosa.
Amor, que en mí pretende nuevo efeto,
dame vida por darme dura muerte
y en la luz y en el oro me detiene.
En torno de ellos voy con mal secreto
y en ellos pierdo y cobro nueva suerte,
y todo para daño mayor viene.

53. A FRANCISCO PACHECO. SONETO

De flores ciñe, Betis, tu corriente,
más fresco y deleitoso que Peneo,
pues en tu gloria canta un nuevo Orfeo
y a tu honra inclina el Tebro la alta frente.
Oirá tu nombre el lúcido Oriente
y el esparcido piélago Eritreo;
perlas el Indo, olores el Sabeo
darán en tu memoria al Occidente.
La urna de cristal, con letras de oro,
descubre en tu perpetua y clara gloria,
murmurando en sus ondas extendido:
"Mis aguas, dice, olivas y tesoro
el tiempo sepultara en el olvido
a no ilustrar Pacheco mi memoria."

54. SONETO

"¿Qué espero adonde tengo el sufrimiento?
¿Qué fruto he de coger de aquestas flores?
Basten ya las afrentas y dolores,
causadas de amoroso sentimiento.
"Mi altivez, mi juicio y pensamiento,
rendidos, ¡cómo están de estos temores!
¡Oh mísera esperanza, en mis amores
cuánto trabajo alcanzas y tormento!
"Razón será que se convierta el pecho
al alto y noble intento a que es criado,
y desconfíe y tema de lo incierto."
Cuán bien habló después del daño hecho,
como si yo no fuese el más culpado
y no aquella belleza que me ha muerto.

55. SONETO

Ardiente llama en abrazado pecho
hace de su valor la mayor prueba
con ocasión incierta y causa nueva
para doblar el mal y crudo hecho.
de este fuego yo estoy tan satisfecho,
que vuelvo a arder en él cuando Amor prueba
sus fuerzas en mi alma, que la lleva
al duro trance y peligroso estrecho.
En mis entrañas vive y las consume
su fuego, sin remedio de la vida,
que a su templo devoto la consagro.
Amor efecto nuevo en mi presume,
mas la llama en que ardo embravecida
descubre que soy otro Meleagro.

56. SONETO

Amor con tal engaño me ha traído,
que derriba la fuerza del cuidado
cuando me ve más bien afortunado,
y anégame en las ondas del olvido.
Cuando estoy condenado ya y caído,
dame aliento a subir al bien pasado,
mas es en el favor tan limitado,
que temo siempre verme más perdido.
Quisiera que el favor, o fuera frío
para desesperar la confianza,
o, para tomar vida, más caliente;
porque tanta tibieza al dolor mío
ni da vida ni muerte a la esperanza,
mas tiéneme con pena diferente.

57. SONETO

Este tormento mío causó aquella
bella, dulce y cruel señora mía;
no sé si más cruel se vio algún día,
ni si se vio más dulce o vio más bella.
Muestra de piedad jamás vi en ella,
y ella fue siempre dulce a mi porfía,
y es siempre bella, y de la luz que envía
su vista vence a la más clara estrella.
Ya que es bella y cruel por dolor mío,
sea, pues fue, ya dulce a mi tormento,
y escuche atenta el mal de que yo muero.
Que de mi grande y cierto amor espero
mudar con tierno y lastimoso acento
en fuego el hielo de su pecho frío.

58. A PEDRO MOXCOSO DE MOXQUERA SONETO. Ms B

Vuestro suave y tierno y noble canto,
el espíritu excelso y armonía,
a mi pecho virtud celeste envía
y mueve en él furor divino y santo.
Y si el Amor, cansado de mi llanto,
diese espacio a la grave pena mía,
en vuestra honra la cítara alzaría,
Moxcoso, aunque no igual la voz levanto.
Mas vos hacéis eterno el nombre vuestro,
estampado en el rico manto de oro
que Atenas consagró a su gran Minerva.
Dichoso vos a quien el cielo diestro
lo mejor entregó de su tesoro
y la gloria que dio con vos reserva.

58a. A PEDRO MOXCOSO DE MOXQUERA SONETO. Ms B

¿Cuál espíritu excelso y noble canto
puede encenderme más en su armonía
que vuestro grave estudio, que la vía
enseña de virtud y de amor santo?
¡Cuántas veces, cansado de mi llanto,
procuro terminar la pena mía,
Moxcoso, y celebrar como devría
vuestra honra, a do el vuelo no levanto!
Mas voz hacéis eterno el nombre vuestro,
estampado en el rico manto de oro
que Atenas consagró a su gran Minerva.
Dichoso vos, a quien el cielo diestro
lo mejor entregó de su tesoro,
y la gloria que os dio con vos reserva.

59. SONETO

Yo ardo, Lumbre mía, en la belleza
de vuestro oro sutil y dulces ojos,
do Amor, flaco y enfermo, los despojos
lleva a mi alma, llena de terneza.
¡Qué celeste vigor y qué grandeza
de Amor, que causa todos mis enojos:
la débil flor en ásperos abrojos
convierte por mi daño y mi tristeza!
¡Ay, mi sagrada Luz, si al dolor mío
vuestra dolencia ha acrecentado el fuego
y con mayor rigor la antigua pena!,
¿por qué me abrazo en vuestro hielo frío
y en mi llama os heláis? ¿Por qué Amor ciego
me prende y a vos suelta en la cadena?

60. SONETO

¡Que muera yo en el mal de mi tormento
de vuestros bellos rayos abrazado!
No merezco, mi Lumbre, ser culpado,
pues ellos causan el dolor que siento.
Que vos no padezcáis el sentimiento
de mi pena y la fuerza del cuidado,
justo es: que vuestro grave y alto estado
no sufre desigual merecimiento.
Que arda yo sin premio de esperanza
y que el deseo me consuma en vano,
gloria es de Amor, que atravesó mi pecho.
Que vos deis al dolor de mí venganza,
que estéis ingrata al mal de Amor tirano,
es culpa y vuestra, y mío el daño hecho.

61. A DON PEDRO DE ÇÚÑIGA. SONETO

Las estatuas, las tablas en que muestra
que contiende la industria con el cielo
y a los ojos engaña con el velo
de la sutil y ingeniosa diestra,
no pueden dar, señor, tan clara muestra
de la luz que os inspira el Rey del cielo,
y del tiempo el perpetuo y leve vuelo
las oscurece, y la memoria vuestra.
Consagrad a las musas vuestra gloria
si queréis vida ilustre, y en su canto
veréis vuestro valor representado.
Eternas son y eterna en su memoria,
y el nombre que celebran vive tanto,
que en la inmortalidad es colocado.

62. SONETO

Amor, para remedio de mi vida,
hízome en mis tormentos elocuente;
valióme un tiempo, agora no consiente
que me valga en fortuna aborrecida.
Mi bella Lumbre de mi mal se olvida,
ya que, cual buey cansado, voy paciente
a sujetarme al yugo , obediente
a su esquiveza, siempre endurecida.
solo hallo un remedio en tanto daño,
que es, callando, sufrir mi dura suerte,
formando piedad en su aspereza.
Que por ventura, en este largo engaño,
ella se mudará, o vendrá la muerte
que me pueda librar de su dureza.

63. CANCIÓN

En caduca sazón de invierno frío
cuando suena con pluvia el bravo viento,
Amor sembró las flores del verano
en el huerto labrado en daño mío,
y el sol favoreció con blando aliento
y espiró la aura fresca , aunque temprano;
y el Amor, de su mano,
las plantas trasponía
con estudio y porfía;
reverdecen las plantas, nacen flores,
y nacieron con ellas mis dolores,
porque después el cielo quemó el huerto
y esparció mis amores
estériles en tierra, sin concierto.
Con el templado tiempo se vestían
las flores del color de mi esperanza,
y pensaba gozar desvanecido
el fruto que los árboles traían.
Creció siempre segura confianza,
y las flores siguiendo yo, perdido,
solo fue concedido
que el verde color viese
y el dulce olor sintiese.
Miré y traté y probé de su belleza,
a tiempo que el estío con braveza
se encendía indignado, no entendiendo
bajar a la tristeza
en que me veo ahora estar muriendo.
Luego, una pluvia, en tempestad cubierta,
los árboles deshoja con mi daño,
las flores quemó el cielo y queda el huerto
destruido, la industria de Amor muerta,
y conozco yo tarde el crudo engaño
de bien, viéndome solo en tiempo incierto;
y en grande desconcierto,
con súbita mudanza,
olvido la esperanza;
y aún no la olvido, que al Favonio espero
que renueve mi huerto cual primero.
Y con este cuidado y pensamiento,
a cada paso muero
y no muere conmigo mi tormento.
Canción, en frío tiempo
y en el huerto nacida,
con fortuna caída,
si no quieres perderte en tal estado,
espera que a ti vuelva el bien pasado,
que tendrás, por ventura, mejor suerte
y el daño remediado,
si no será a los dos igual la muerte.

64. EGLOGA

Este es el fresco puesto, esta la fuente
donde se recogía la hermosa
Leucotea, del prado y bosque gloria.
De aquí se parte a la ribera umbrosa
de Pisuerga, que corre blandamente,
y goza con su vuelta la victoria;
y cubre la memoria
de Betis cristalino,
que al mar lleva el camino.
Pierde el campo su bien en su partida
y nace en mí la pena sin medida.
Mas pues el llanto crece en noche y día
y al dolor me convida,
versos de Betis suena , avena mía.
Betis murmura en su ribera y prado
y los pinos responden a su canto;
siempre escucha el amor de los pastores
y a Pan que esparce el doloroso llanto,
en amorosos fuegos inflamado.
Betis siente las quejas y dolores
de tiernos amadores.
Betis sabe qué sea
amar a Galatea.
Será testigo el levantado pino,
el prado verde, el bosque sin camino,
la selva con oscura sombra fría,
que al sol cierra el camino.
Versos de Betis suena, avena mía.
¿A do llevas, pastora, tu ganado?
¿A qué pasto, a qué río caudaloso
con oro y plata? ¿A qué hermosa fuente?
¿A qué bosque encubierto y sonoroso?
¿A qué selva, arboleda y a qué prado?
¿Qué dura voluntad te lleva ausente
de este puesto presente?
¿Quién lleva en tu partida
nuestra gloria y la vida?
¿Cómo podrán vivir sin ti pastores?
¿Cómo podrás vivir sin tus pastores?
¿Por qué niegas, pastora, la alegría
al campo y a las flores?
Versos de Betis suena , avena mía.
Si ya de hoy más en cuanto Betis baña
con turbio cielo, el tempestuoso viento
derribare los árboles hojosos
y al ganado dañare el grave aliento,
y si huyeren ya de la campaña
con temor los pastores dolorosos,
tristes y congojosos,
no turbe a quien lo vea,
pues se va Leucotea.
Partiendo, Leucotea, los collados
mirabas y los bosques consagrados,
deseosa de ver la selva fría
de Pisuerga y sus prados.
Versos de Betis suena, avena mía.
Admirados se muestran los pastores
y de la selva mírante llorando,
que dejas de Vandalia el rico puesto
y de Betis dorado el fértil bando
por Pisuerga, y olvidas sus dolores.
Pastora, quien tu ausencia ve suspira, y así, espantado, mira
cuán dulce y fresco asiento
dejas por tu contento;
y viendo la ribera y bosque y prado,
vuelve contra Pisuerga congojado,
y dice sin consuelo y alegría: "Ya todo está trocado."
Versos de Betis suena, avena mía.
Jamás veré la fuente, el prado, el río
que llorando no diga: "Aquí yo vide
a Leucotea, altiva, con Albano,
y agora de esta fuente se despide."
¿Cómo podré mirar sin dolor mío
en su ausencia la selva y bosque y llano?
Aquí con blanca mano
la vi despojar flores,
mirando los pastores
su hermosura, y con mi pena veo
que está apartada más que yo deseo.
Pisuerga ve lo que mi Betis vía
y goza su deseo.
Versos de Betis suena , avena mía.
Cualquier pastor que pasa, sola viendo
sin ti esta selva triste, que hermosa
era contigo, y es ya sola y fea,
dice: "Con Leucotea era dichosa
esta selva, sus árboles creciendo,
y desdichada es ya sin Leucotea."
Sola, sin Leucotea,
aquel día que Albano
trocó el florido llano
por Pisuerga, huyeron con espanto,
turbadas de su daño y de mi llanto,
las ovejas. Mas triste, con porfía
y con lloroso canto,
versos de Betis suena, avena mía.
No pacieron las tristes lamentándose
y la agua rehuyeron de esta fuente;
los bueyes en la noche no llegaron
al heno, y las cabrillas tardamente
vuelven del alto monte querellándose.
Los pastores, confusos, se espantaron
y tu ausencia lloraron;
pero yo, aborrecido, así dije perdido:
"No descienda a la hierba y al rocío,
pues Leucotea va a Pisuerga frío
y a su estéril ribera y selva fría
y deja al Betis mío.
Versos de Betis suena, avena mía."
Hermoso valle y abundosa fuente,
alegre prado, de árboles ornada
sombría selva, cuando con terneza
os vía Leucotea coronada
de rojas flores la dorada frente,
¡cuál estaréis, no viendo su belleza,
con perpetua tristeza!
Valle, la hermosura
y la corriente pura
perderás, fuente; tornaraste, prado,
con las espinas duras erizado;
los ramos secarás, selva sombría,
del árbol despojado.
Versos de Betis suena, avena mía.
Y es justo que olvidéis, valle hermoso,
la belleza, y las ondas, limpia fuente,
y la alegría, prado; y tú, adornada
selva espesa, los árboles, doliente;
pues la gloria del campo deleitoso,
oh valle, fuente, prado, selva amada,
os deja, y no le agrada
la purpúrea ribera,
adonde honrada fuera.
De los árboles altos no se acuerde
la selva, y de la flor el prado verde,
y tú, fuente, la vena estanza fría;
valle, lo bello pierde.
Versos de Betis suena, avena mía.
Betis triste, cuánto a que yo te vide
sereno y argentado espacioso;
ahora torna turbio con tristeza
y el curso inclina alzado y espumoso
y las tendidas ondas ya despide.
Cuántos ríos, temiendo tu grandeza,
te daban la nobleza,
y Tajo, igual primero,
mostrábase postrero,
lugar te concedía , aunque presente
cantase a Elisa su pastor doliente;
mas ya que Leucotea se desvía,
primero alza la frente.
Versos de Betis suena, avena mía.
Betis, que altivo de tu hermosura,
Tajo te dio y Pisuerga la ventaja,
pues se va Leucotea con tu gloria,
da al Tajo y a Pisuerga la ventaja,
y al fondo mete la cabeza oscura.
Con tu daño levanta y con victoria
Pisuerga su memoria
y el vaso de ovas lleno hinche en su curso ameno;
con flores y con violas dichosas
sus aves la resuenan amorosas
y al numeroso canto y armonía
se extienden deleitosas.
Versos de Betis suena, avena mía.
Venturoso quien viere sin trabajo
su gracia, su sosiego y su belleza;
dichosos, ¡oh dichosos!, los pastores
que tienen tal beldad en la aspereza
de Pisuerga, ¡oh pastores!, y de Tajo.
A cuyo son siguiendo sus amores
los faunos amadores,
de las grutas callando,
se quedan admirando.
Vos, oh pastores, gloria de la avena
que iguala Tajo cuando el curso suena,
con el canto que Betis alto envía resonad con voz llena.
Versos de Betis suena, avena mía.
Irás, pastora , a tu querido Albano,
y los abrazos tiernos y amorosos
le darás; él pondrá las variadas
guirnaldas en tus rubios y hermosos
cabellos, escogiendo con su mano
las frutas en los árboles colgadas,
con oro señaladas.
Iréis ambos trabados
con abrazos mesclados:
con tu pastor, pastora venturosa,
con tu pastor, pastora más hermosa.
El cielo siempre os abra un nuevo día
con luz pura y dichosa.
Versos de Betis suena, avena mía.
Albano, del sagrado Betis gloria,
¿mitigó Leucotea tu esquiveza?
El suspiro primero, él te ha causado;
por él precias, pastora, tu belleza,
por él con ella ganas la victoria.
Los dos ha en dulces nudos enlazado,
viendo vuestro cuidado,
el Amor tiernamente,
favorable y presente,
al blando yugo puesto por su mano.
¡Dichosa Leucotea con Albano,
que gemiste por él con agonía!,
triste es nuestro llano.
Versos de Betis suena, avena mía.
De selvas gloria y honra, Leucotea,
domar la fuerza y el rigor pudiste
del lozano pastor, dichoso Albano;
el suspiro primero a ti dio triste.
Dichoso Albano con tu Leucotea,
dichosa Leucotea con tu Albano.
Tú le das con tu mano,
en medio tus amores,
frescas y bellas flores;
él te da con su mano las hermosas
violas y purpúreas nuevas rosas,
que el sol templado abiertas esparcía
sus hojas olorosas.
Versos de Betis suena, avena mía.
Dichoso Albano, Leucotea bella
contigo arde en amor y está contigo;
tus versos cantáis ambos juntamente,
los versos de quien Betis es testigo
que sonando su canto y su querella
se espanta Filomela, y, dulcemente,
os responde presente.
Contigo Leucotea
el sueño, el día emplea.
Agora que contigo está, a ti mira
segura , a ti contempla , a ti suspira,
por ti muestra los ojos de alegría,
sin tristeza y sin ira.
Versos de Betis suena, avena mía.
A ti concede, Albano venturoso,
la tierra hierba, el prado varias flores;
a tu canto serena todo el cielo.
Dichoso tú, que en medio los pastores
de Pisuerga, con árboles hermoso,
alegre cantas sin tener recelo.
Contigo tu consuelo,
contigo Leucotea
coge el fresco y marea,
y entre la verde grama recostado
tu amor le muestras, y ella su cuidado,
y cuenta las querellas que decía
a este bosque apartado.
Versos de Betis suena, avena mía.
Mas ya el dolor que al llanto te ha llevado,
Jolas, cese con tan larga pena,
pues dura del tormento la aspereza
hasta que vea en la ribera, llena
de ninfas y pastores y ganado,
a Leucotea, altiva en su belleza,
y entonces la tristeza
fallezca, y venga junto
Albano, al mismo punto.
Venid los dos, que en tanto que el rocío
ame la abeja, el bosque alto y sombrío
el jabalí, los cisnes la onda fría,
sois ambos amor mío.
Versos de Betis deja, avena mía.

65. ESTANCIAS

Dichoso sea el tiempo y sea el día
y el lugar soberano y venturoso
en que ardí en vuestro ardor, oh Lumbre mía,
y el fuego me abrazó más glorioso.
Dichoso yo, y mis ojos que son guía
a mi bien, y mi pecho el más dichoso,
que está lleno de amor, y venturosos
los suspiros que envío, a vos llorosos.
Como la rosa extiende los colores
y los colores se abren en la rosa,
así mudáis el rostro en los colores
de limpia nieve y de encendida rosa.
Cuando los blancos lirios, rojas flores
veo resplandecer con luz hermosa,
compárolos a vos en la belleza,
pero menores son a vuestra alteza.
Mi fuego veo en vos, mis bellos ojos,
y el lazo en tersas y doradas hebras;
y cuanto me encendéis, divinos ojos,
me prenden tanto las sagradas hebras.
Si el pecho me abrazáis, ardientes ojos,
el cuello anudan las compuestas hebras;
sois mi prisión y muerte, nudo y llama,
y así, enlazado, vivo y muero en llama.
Sois estrellas, mis ojos; frescas rosas,
hermoso rostro; y blanca nieve, cuello;
estrellas sois y nieve, frescas rosas,
y no sois ojos, dulce rostro y cuello;
hebras del oro puro, sois hermosas,
y no doradas hebras del cabello:
no sois oro ni rosas, nieve o estrellas,
que más valor tenéis y sois más bellas.
La llama, el lazo, la prisión, el dardo
que el pecho arde y anuda y ata y hiere,
sois ojos, hebras; vos, mirar gallardo,
causa porque, esperando, desespere.
Veloz al daño y al remedio tardo
fui por donde el Amor mi afrenta quiere:
trenza, flecha , armonía y la luz alma,
enlaza, llaga y prende, abraza al alma.
Yo sufro el lazo, flecha, ardiente llama,
y pésame que tengo solo un pecho
para llevar el mal, pero bien ama
quien procura tornar a ser deshecho.
Cuanto Amor me persigue, hiere, inflama
tanto está de mi fe más satisfecho.
¿Qué puedo yo a mi bien dar por mi gloria
si no muero? Mas muerte es mi victoria.
La vida me dio Amor para la pena,
con ella satisfago el mal que siento,
y el descanso en la muerte a la alma ordena,
pero yo vivo alegre en mi tormento.
Amor, quien a tus males se condena,
merece que le des algún contento;
mas bien pagado está de tu grandeza
quien arde en fuego eterno de belleza.

66. ELEGÍA

Ardo en el resplandor y en la pureza
que da valor y gloria al alma mía
de inmortal luz y celestial belleza.
A mi pecho el Amor por ella envía
sus rayos, que, hiriendo por mis ojos,
un deseo amoroso y alto cría.
Dulces suspiros son y sus enojos,
que en un regalo dulce trasportado,
me muestra la que lleva mis despojos.
Alégrome, que estoy de mí apartado
y junto de la bella Luz serena,
do siento el corazón más inflamado.
Nunca me satisfago de mi pena,
que siempre miro en ella y allí tengo
el fin de todo el bien que Amor ordena.
Con la belleza ajena a formar vengo
la suya soberana, y me levanto
con ella adonde apena me sostengo.
El rico y el dorado puro manto
que teje en lazos bellos, y el rosado
color, las luces que celebro y canto;
la dulce habla, el trato sosegado,
la gracia, la humildad y cortesía
me tienen en sus llamas abrazado.
El deseo conmueve a la alma mía
y al resplandor de su pureza lleva
y ofrece la esperanza de alegría.
Allí hace mi espíritu que mueva
las alas a la luz del alto cielo
y halle su belleza siempre nueva.
Nunca bajo los ojos en el suelo,
que la alma, de sus nudos desatada,
rompe la oscuridad del mortal velo.
Conoce el bien que tiene, y admirada
en aquel claro sol de hermosura,
alcanza su virtud toda inflamada.
Dichoso yo, que tuve tal ventura,
que la perfecta luz busqué encendido,
no engañado en fingida compostura.
Y el canto de sirenas esparcido
huí, sin que de circes el veneno
me tuviese de mí puesto en olvido,
de vicio y confusión y de horror lleno.

67. SONETO

Traspasó de esa Luz el tierno pecho
el amoroso fuego y la belleza,
dura ocasión de toda mi tristeza,
y pusieron mi vida en grave estrecho.
Yo sufrí, confiando, el daño hecho,
porque en vos esperaba más terneza;
mas ahora que sé vuestra dureza,
suspiro y temo, y busco mi provecho.
Mas ya que me obligáis al dolor mío,
por esos bellos ojos en quien siento
la fuerza que a mi alma del mal viene,
admitid los suspiros que os envío;
que no os pido remedio a mi tormento,
sino que consintáis que por vos pene.

68. EGLOGA

Paced, mis vacas, junto al claro río.
mientras yo, en su ribera recostado,
ahora que el suave y blando aliento
del Céfiro se mueve sosegado,
canto la gloria y bien del amor mío,
con amoroso y lastimado acento.
Sabrá mi pensamiento
Betis, cual supo Tormes,
y ambos serán conformes
resonando mi gloria y bien, y en tanto
las ondas paren a mi alegre canto;
pues solo glorias cantaré y despojos,
por no acabar en llanto
estos mis tristes y cansados ojos.
¡Oh dulces sombras, olorosas flores
de verdes prados! ¡Oh marea fresca!
¡Oh árboles! ¡Oh hierba deleitosa,
que en mi memoria siempre se refresca!
¡Oh bella Nais, presente a mis amores,
cuando con mi pastora más hermosa,
en la fuente dichosa,
gocé de mi sosiego,
ardiendo en tierno fuego,
y ella con varias rosas me adornaba,
y yo con mis abrazos la estribaba,
el dorado cabello dando al viento,
que al sol su lustre daba,
y a mí la gloria y bien y oro el contento!
¡Oh dulce resonar del viento blando,
cuando cantaba yo y me respondía
Filomela suave tiernamente,
y celebrabas, bella Cintia mía,
nuestros amores tiernos suspirando,
y al canto murmuraba aquella fuente,
adonde Amor presente
se mostró laborable!
Tanto no es agradable
a seca tierra pluvia, a estéril prado
verde grama, en verano deseado,
tanto tu voz en mí, que en mi memoria
el Amor ha formado,
que no me olvidaré de aquesta gloria.
En tanto que la vid ciña hermosa
el olmo espeso, y que levante el pino
su corona extendida en la ribera
de Betis, siempre te amaré con tino,
aunque tú dura seas o amorosa.
Cuanto es más grata dulce primavera
que la aspereza fiera
del invierno terrible,
cuanto es más apacible
la Aurora que la noche oscura y fría,
tanto te quiero más, pastora mía.
Testigo es este pino, a do cortado
está; primero el día
será sin luz que olvide a mi cuidado.
¿Estás, pastora mía, por ventura,
en el cerrado bosque y mismo puesto
adonde yo te vi la vez primera,
donde Amor en tus ojos se vio puesto
y donde me venció tu hermosura
del río deleitoso en la ribera?
¿Dónde mi suerte fiera
me llevó por mi daño,
para mayor engaño,
por ventura suspírasme apartado,
triste, solo, y a ausencia condenado,
a las selvas de Betis conducido,
llorando mi cuidado,
entre árboles desnudos escondido?
Dadme flores, oh ninfas, dadme rosas
que envíe a mi pastora, a quien si veo,
Amor me da temor y el pecho enciende.
Dad a vuestro querido Meliseo
los lirios y violas amorosas,
ninfas, si hay alguna a quien ofende
Amor, que en mí pretende
nuevo mal mi pastora.
Decid si espera ahora
mi vuelta, así yo vea coronado
vuestro crespo cabello y de oro ornado;
si habéis visto en pastora más belleza
en todo el bosque y prado;
si habéis visto en pastora más terneza.
A espigas rojas, que del sol ardiente
tocadas muestran resplandor del oro,
vencen las hebras tuyas, que esparcidas
descubren el valor de su tesoro,
a quien el viento mueve mansamente
como ondas de oro, de quien vi perdidas
de mil pastores vidas.
Cual parece Diana con beldad soberana
suelto el cabello, en oro convertido,
habiendo al fiero jabalí seguido,
de cazadoras ninfas rodeada,
tal, Cintia, has parecido
de pastoral escuadra acompañada.
Cuanta ventaja al mirto deleitoso
da la humilde gemista, al fuerte pino,
al lento sauce, y cuanta da la fuente
a las ondas de Tormes cristalino,
cuanta el carnero al toro generoso,
tanta, Cintia, en belleza refulgente
te dan humildemente
las pastoras hermosas
y ninfas amorosas.
Los sátiros lascivos, admirados,
su pena declaraban y cuidados;
mas tú, los ojos de tu Meliseo
en los tuyos trocados,
hacías vanos de ellos el deseo.
Esta dorada trenza recogida,
en color roja y en azul mezclado,
de quien tu bella frente despojaste,
tan preso acá me tiene y enlazado
y tan sujeta de su ardor mi vida,
cuanto allá, Cintia mía, me anudaste.
No hay llanto que baste,
viendo ante mis ojos
estos bellos despojos,
y que tan lejos de ese bosque ausente
estoy, Cintia, abrazado en fuego ardiente,
aunque es algún consuelo ver que tengo
una parte presente
de ti, con quien mis males entretengo.
Juro por esos ojos, Cintia mía,
que son fuego en que está abrazado el pecho,
que no gozo sin ti de alguna gloria,
ni estoy de cosa alguna satisfecho.
Tú sola eres regalo y mi alegría,
tú sola eres eterna en mi memoria;
por ti llevó victoria
de mí el Amor primero,
que me será postrero;
por ti mi mal y mi gemido envío
y responde a mi llanto triste el río.
Suspiro amargamente y llamo: “¡Cintia!"
Resuena al canto mío
el monte y prado y bosque atento: "¡Cintia!"
Acuérdate, pastora, cuando al cuello
anudaste tus brazos amorosa,
callando, y de temor y amor turbada,
mesclando los abrazos vergonzosa,
en mí esparciendo tu sutil cabello,
y que dijiste, abriendo la rosada
boca, en voz alterada:
"Goza la gloria mía,
mi luz y mi alegría,
mi bien, mi dulce amor; no quiera el cielo
que yo ame otro, ni que vea el suelo
igual amor, y toma del tormento
premio justo, en consuelo,
y sea alegre ya tu pensamiento."
dejome entonces tu suave boca,
con el dichoso aliento recibido,
casi sin vida; el tierno Amor, muriendo,
volvió el camino luego, arrepentido,
y a perderse en tus labios se provoca;
de abejas el rocío recogiendo,
sus gozos confundiendo,
mil veces ya callando, en ti ya suspirando.
Dichoso yo, que merecí esta gloria
presente, y siempre viva en mi memoria
alegre tiempo, y bien y dulce aliento
que me dio tal victoria,
blando el dolor y grato mi tormento.
¡Ay tiernos hurtos de la noche oscura,
en el secreto y solo apartamiento!
¡Ay bien perdido y ay perdida gloria!,
¿cuándo veré ese puesto y fresco asiento
y la luz de mi dulce hermosura,
y esta gloria que lloro mal perdida?
¡Ay suerte aborrecida!,
por ti solo me veo
lejos de mi deseo,
suspirando, gimiendo, lamentando,
sin ver el tiempo deseado, cuando,
sin pena alguna y lleno de alegría,
estos bosques dejando,
en tus brazos me halle, Cintia mía.

69. ELEGÍA

Si puede dar lugar a mi tormento,
llena de Cintia bella tu memoria,
Moxquera, cantaré el dolor que siento.
Y en tu dichosa y bien tratada historia
tendrá vida el amor de mi cuidado,
que un tiempo fue que mereció más gloria.
Tú, aunque del frío Tormes apartado,
gozas de tu trofeo los despojos
y vas altivo de ellos y adornado;
mas yo, por mis crueles bellos ojos,
padezco, y mayor daño siempre espero,
que Amor me obliga a todos sus antojos.
¡Dolor terrible, dolor crudo y fiero,
que solo en mí se pruebe la crudeza
de quien mi vista le agradó primero!
Cintia, con piedad y con terneza,
llena de amor, regálase contigo,
y muestra en larga ausencia gran firmeza.
Mas yo, que de mi mal solo testigo
puedo ser, diré bien en tal estado,
que me trata mi Luz como a enemigo.
Y de sus dulces ojos desviado
estoy, como en ausencia allí presente,
pues un tierno mirar aún me es negado.
Extiende el rojo sol su nueva frente
a todos agradable, y las estrellas
tiemblan con claridad resplandeciente;
pero mi bien sus puras luces bellas
a mí solo da graves y enojosas
y me abraza el ardor de sus centellas.
Cintia te escribe las antiguas cosas,
memoria leda del amor dichoso,
que agora en referir son deleitosas;
aquel temor confuso y piadoso,
el recelo, esperanza confundida,
y al fin, con quietud vuestro reposo;
pero yo en mi fortuna aborrecida
veo eterno dolor y grave suerte
y la esperanza rota y abatida,
asaltos crudos de terrible muerte;
que muero en el temor de su braveza
y no tengo valor al rigor fuerte.
Infausta fue a mi vista su belleza,
que a mi vida y mi alma fue tan cara,
cuanto triste lo muestro en mi flaqueza.
Si por alguna vía yo esperara
tanto mal, según de él con daño entiendo,
el mar de Amor incierto no surcara.
Mas ¡ay! que con mis males más me ofendo
y la razón que hallo en mi fatiga
descubro a mi dolor cuando me enciendo.
Esta mi cruda y dulce mi enemiga
sujeto a su deseo me condena,
y a más que padecer mi mal me obliga.
Cintia sufre contigo igual la pena,
que la gloria es de Amor más verdadera
cuando el amante, con quien ama, pena.
Si Amor solo este bien me concediera,
yo fuera entre amadores venturoso
y en su loor mis años consumiera,
¿qué templo hubiera insigne y suntuoso
a Júpiter sagrado o a Diana
igual al nombre suyo glorioso?
Siempre la honra ilustre y soberana
de mi fulgente Luz le diera parte
con verso y armonía más que humana.
Cintia es la muestra de tu ingenio y arte,
y esclarecida con tu noble canto,
su fama vuela en una y otra parte.
¿A quién su bella luz, el rico manto
del enlazado resplandor del oro
no pone de ti envidia y causa espanto?
Dichoso amante , a quien el alto coro
de Febo y sus bellísimas doncellas
da su riqueza y su mayor tesoro,
Cintia más clara es ya que las estrellas,
y tú gozas por Cintia de la gloria
cuando con amor tierno te querellas.
Ella tendrá la honra y la victoria
entre cuantas exalta la edad nuestra,
sin que ofenda el olvido su memoria.
Hieres la dulce lira con la diestra,
y Amor, que cantas en su honor, se mueve
alegre al canto y la voz tuya adiestra.
Entonces de los bellos ojos llueve
de Cintia pluvia mansa y amorosa
y Amor de ellos contigo el humor bebe,
cual ave puesta en fértil y olorosa
planta que coge con la boca abierta
el rocío en su rama deleitosa.
Varios efectos del dolor concierta
piadoso el Amor, y dulcemente
la ocasión os presenta llana y cierta.
Yo, con mísero canto y voz doliente,
celebro de mi Luz la hermosura,
la crespa y sutil trenza de oro ardiente.
Para tan gran sujeto y tal ventura
corto ingenio, mas digno de tal canto
por el amor, por mi firmeza pura.
Pero si su memoria no levanto
al purpúreo Oriente desde Atlante,
y si mi verso siempre suena en llanto,
es por su pecho, en mi dolor constante,
que me trae rendido a su crudeza,
más dura que el perpetuo diamante.
Porque el valor de su inmortal belleza
mi espíritu en sus honras enriquece
y de Helicón iguala con la alteza.
Que con el fuego que en mi alma crece
me mueve un generoso y alto brío
para la gloria que en su nombre ofrece.
Mas aunque el furor noble al canto mío
incita, por mi mal ella pretende
que muera de su helado, estéril frío;
y así el bien que mi Luz me da me ofende.

70. CANCIÓN

Jamás alzo las alas alto al cielo,
de rosados colores adornado,
mi tierno y amoroso pensamiento,
que de vos, ¡oh Luz mía!, no olvidado,
temiese nombre dar al ancho suelo,
del cerúleo Neptuno hondo asiento,
como ahora que el blando y dulce aliento
del manso Amor, que favorable espira,
temo para cantar la gloria vuestra,
si a la alma no me inspira
la lumbre que a subir al cielo adiestra;
porque para estimar tanta belleza,
no hay espíritu igual a su grandeza.
Vos, a quien el ardiente pecho mío
en vuestras aras se consagra puesto,
con el olor suave desparcido,
aunque tengáis el corazón honesto
armado contra mí de hielo frío,
guiad mi plectro, en vuestro amor herido,
porque de vos merezca ser oído;
y sea mi dichoso y noble canto
muestra de la divina hermosura
que nueueco y solo espanto;
será admirado de la edad futura,
que se puede quejar del tiempo injusto,
pues en vos le negó un milagro augusto.
Hermosos nudos, crespas trenzas de oro,
en coronas lucientes sustentadas,
que enriquecéis la blanca y roja frente,
llena de puras perlas y lazadas,
del propio, rico y celestial tesoro,
odores esparciendo de Oriente,
al rubio sol, cuando en León ardiente
los rayos altos tiende a nuestro suelo,
vuestros cercos rebatan, y, rendido,
huye del azul cielo,
que vuestro resplandor esclarecido
a tierra y mar y aire alumbra, y muestra
cuánto es mayor la ilustre lumbre vuestra.
Claros zafiros, esmeraldas bellas,
dulcemente mezcladas, en quien tiene
Amor su llama y el dolor mi pecho,
de quien mi muerte al corazón proviene;
del alma luces y del cielo estrellas,
que alegre me tenéis del daño hecho,
del mal cuanto de gloria satisfecho,
vuestra llama envió dulce a mis ojos
el ardor que me abraza, y la centella
se alienta en los despojos
que restan de mi alma , ardiendo en ella
vuestra luz. Si me hiere Amor, me sana
con vuestra virtud alta y soberana.
Coral lustroso, antes rubí encendido,
donde el risueño Amor alegre espira,
que cubrís de las piedras la blancura
que el rojo mar en su corriente mira;
espíritu celeste y recogido,
principio dulce a toda mi ventura,
deseo eterno de mi gloria pura,
grato parlar y tierno acogimiento,
respuesta humilde y piadosa vista,
causa de mi tormento,
que me lastima, prende y me conquista,
de vos me viene el bien, de vos procede
todo el favor que el blando Amor dar puede.
Rosada, tierna y bien compuesta mano,
de las perlas de Idaspes reluciente,
llena de mil victorias con trofeo;
puras plantas, en quien perder consiente
la nieve el color vivo; altivo y llano
y mesurado paso, por quien veo
colgado arder en llama mi deseo,
que el purpúreo coturno, en lazos de oro,
por vos soberbio, cierra con grandeza
el dichoso tesoro
de la divina y celestial belleza,
vos causáis mi dolor y pena fuerte;
vos, mano y plantas, me buscáis la muerte.
Hermoso blanco pecho, enhiesto cuello,
limpio marfil de acerbas pomas bellas,
que dulcemente muestra el sutil velo,
los ojos de oro y luz de las estrellas
y de Febo el ardor luciente y bello
no ven en cuanto cubre el ancho cielo
belleza tal en el terreno suelo;
vos sois mi mal, y junto sois mi gloria,
aunque ingratos y crudos en mi pena;
no tenéis ya memoria,
después que me enlazasteis la cadena
que no podrá romper desdén y olvido,
ni el dolor de mi tiempo mal perdido.
Gracia, valor, ingenio, entendimiento
no visto en nuestra humana compostura,
humilde brío llano y gran reposo
que esmaltáis la sagrada hermosura,
digna de soberano y claro asiento;
semblante tierno, grave y amoroso,
alegre risa, trato generoso,
que la gloria lleváis a la belleza,
llevándoos la belleza y a la gloria,
dais gloria a la belleza,
y la belleza os da valor y gloria,
como el sol, que da al orbe eterna lumbre
y tiene en sí los lustres de su lumbre.
En el alto y divino simulacro
que en mis entrañas vuestra lumbre forma,
por los ojos rompiendo el paso, lleva
ardiente fuego de la ardiente forma
del semblante real, hermoso y sacro;
y siempre en la presencia se renueva
para abrazarme en amorosa prueba,
y tan firme se muestra cuando ausente,
cuan cierta y bella en propia fuerza ofrece.
Aquesa Luz presente
Amor de sus efectos engrandece,
que no puede crecer más la belleza
ni verse más constante mi firmeza.
Los rayos que esparció Amor en mi vista
con la ardiente virtud de vuestros ojos
abrazan en su fuego el pecho mío
y, en él quemando, dejan los despojos,
sin que mi alma a su valor resista;
que no hallo en mi fuerza tanto brío
y fuera contrastalle desvarío.
Herido el corazón, temió su pena
en la sangre alterada al hecho extraño,
y aquella sangre ajena
mi cuerpo inficionó con nuevo daño,
tal que enfermo padece en su veneno,
que porque vive en él lo da por bueno.
Tiempla el ardor que siento la armonía
del amoroso verso y dulce llanto
y con doradas alas subo al cielo,
imitando al sublime y grave canto
que sigue vuestra luz, Estrella mía;
y la frágil corteza dejo al suelo,
que impide con su peso el leve vuelo;
y contemplo por vos la suma alteza,
el celestial espíritu y la gloria
de la inmortal belleza,
y a vos os debo aquesta gran victoria,
pues me prestáis el soberano aliento
con alto y generoso atrevimiento.
¿Qué debo, pues, hermosas bandas de oro,
rayos y bellas piedras y corales,
blanca mano, rosadas plantas, pecho
gallardo, apuesto cuello y celestiales
pomas, y marfil terso a quien honoro,
dar igual al valor de tan gran hecho
que pueda ser en parte satisfecho,
sino es que yo me abrace siempre en fuego,
y ardiendo pueda ver la edad futura?
Que de esos rayos ciego
conté vuestra grandeza y hermosura
y vi con vuestros ojos tanta gloria,
que hice eterna mi ínclita memoria.
Canción, queda conmigo en testimonio
del bien de mi dolor, si no te agrada
llegar ante las luces de mi Estrella,
y arder como yo en llama consagrada,
que sola una centella
de ella puede abrazar con fuego ardiente
cuanto el sol ve del Euro al Occidente.

SONETO XXVII

Las luces, do el Amor su fuerza apura,
con el sereno ardor de sus centellas,
el Oro crespo en mil sortijas bellas
de rayos coronado, y llama pura;
Las palabras vestidas de dulzura,
(que la armonía celestial en ellas
parece) el pecho duro a mis querellas,
la mano que a la Nieve vuelve oscura,
Son causa del tormento y dolor mío,
con muchas que callando siento y veo;
y no me valen en mi esquiva suerte.
En su dureza solo el bien confío,
porque a vana esperanza y gran deseo
no se debe pedir sino la muerte.

71. ELEGÍA

Deboos, mi Luz, tan poco de mi gloria
y tanto sois en cargo a mi tormento,
que no oso confiallo a mi memoria;
porque no habrá valor de sufrimiento
que pueda sostener tanta dureza,
ni permite el dolor más sentimiento.
Veo el mal que temí y mayor crudeza,
porque para mi pena siempre crece
ocasión de recelos y tristeza.
Nunca Amor en sosiego permanece,
que hiere con las flechas de mudanza
a quien de sus servicios más merece.
Si desviar pudiese esta esperanza
del bien que yo no tengo ni lo quiero,
no daría a mis lástimas venganza.
Podéis creer, mi Luz, que si no muero
es porque no sufrís que mis enojos
se valgan de este bien que en vano espero;
y pues que yo os miré con estos ojos,
para dolor del alma, no sería
justo que diese a muerte mis despojos.
Matáisme dando vida, que la mía
es merecer por vos quedar desierto
mi cuerpo en esta tierra estéril, fría.
Acabaráse todo el desconcierto
de mis grandes afanes, y gozara
la gloria, que por vos soy de vos muerto;
mas vos, Luz mía, la vendéis tan cara,
que no la hallo precio, y así quedo
culpando mi temor, mi suerte avara.
Un espacio pequeño me concedo
de reposo al dolor, y es la memoria
del tiempo ya pasado en que fui ledo.
Y como veo esta mi nueva historia
cercada de tristezas y suspiros,
doy principio a mi llanto con mi gloria.
Tal estoy, Lumbre mía, por serviros,
que siento más la pena que la muerte,
y no oso algún remedio al mal pediros.
Mas ¿cuál no puede ser más buena suerte,
si yo muero por vos y no en ausencia,
duro hielo a mi fuego inmenso y fuerte?
Amor me dio y Fortuna esta sentencia:
que cuando más amase lastimado,
huyese de mirar vuestra presencia.
Y vos, como si fuese yo culpado,
me condenáis a muerte del olvido,
que poco os pareció verme apartado.
Pero el mal que padezco en ser perdido
por vuestra hermosura soberana,
estimo en más que el bien más escogido.
Desde la oscura noche a la mañana
y desde que el sol pinta el Oriente
hasta que da la blanca luz su hermana,
os llamo, ¡oh Estrella mía! , en voz doliente,
y llevo vuestra efigie en mis entrañas,
que más daño me hace estando ausente.
En esta selva y soledad extrañas,
voy contando mi gloria y dolor mío,
y de Amor el valor y sus hazañas.
Si la tierra calienta el seco estío,
el fuego de mi pecho presuroso
la quema, y arde juntamente el río.
De mí todo me olvido sin reposo,
por acordarme el mal que me habéis hecho,
y huélgome de verme doloroso.
Agradezco mi lástima a mi pecho,
que tuvo sufrimiento en tanta pena,
y dejo a mi enemigo satisfecho.
Mas ya que estoy sin vos en tierra ajena,
do el sol no tiende rayos de alegría,
que toda yace en vuestra luz serena,
y tuve algún valor en mi osadía,
para osar levantar el pensamiento
donde no mereció la suerte mía;
pues deseáis que crezca mi tormento
para hacerme mal, tened memoria,
y acordad renovar mi sentimiento.
Porque yo estimaré de tanta gloria
que de mi mal tenéis, aquella parte
que me dará de este acordar victoria.
Y en tanto, pues, que vos por esta parte
do todo el bien me huye, la esperanza
irá de mi dolor adonde parte
quien causó a su memoria esta mudanza.

72. AMARILIS EGLOGA

A la muerta Amarilis lamentaba
Delfis, amor de musas, y la fuente,
el sacro río y ninfas amorosas
consolaban su mal; que en voz doliente
en la ribera sola se quejaba
a las ondas airadas y espumosas
con ansias dolorosas,
y sin tomar consuelo
así decía al cielo:
"Vos dríades, napeas, ninfas bellas,
que el canto lamentable y las querellas
oísteis del pastor enamorado,
referid todas ellas
a quien canta su lástima y cuidado.
"Este pino contiene las señales
del dolor de Amarilis y su muerte;
montes, vos sois testigos de mi llanto;
vos escuchasteis con llorosa suerte
mis lágrimas y quejas desiguales,
y en lamento aullasteis a mi canto,
doblando mi quebranto.
¡Qué dolor, qué tristeza
os tendrá en aspereza,
oh valle, sierra, breña, cueva y prado!
Y con qué llanto, todo congojado,
triste se mostrará con el exceso
del miserable hado
de mi pastora y su cruel suceso.
"Aun creo ahora que en el campo abierto
que nace en vez de fértil sementera
(según la suerte a todo mal se esfuerza)
el cardo áspero, espina hórrida y fiera;
y que está el bosque estéril y desierto
y que las ondas corren ya por fuerza
.....................erza
del puro movimiento,
que va quieto y lento.
Ni trae su ganado al pasto, al río,
cantando Jolas por el llanto mío,
ni muestra el vivo Téstilis humoso
en el ardiente estío
al labrador cansado y caluroso.
"Fértil prado y hermosa fuente clara,
sombría gruta y árboles ramosos,
mientras mi dulce amor aquí vivía;
fértil, clara, sombría voz, ramosos,
ahora que muriéndoos desampara,
desnudos, turbia, estéril, no sombría,
ajenos de alegría,
¡cuál quedaréis, cuitados,
tristes y congojados,
con la partida suya y mi lamento,
como yo quedo agora descontento,
viéndome de mi bien arrebatado,
con eterno tormento,
hasta que llegue el tiempo deseado!
"Oh hermosa Amarilis, mayor parte
de mi alma, no habrá jamás olvido
que pueda de mi pecho enamorado
borrarte, ni aún habiendo fenecido
la vida, y siempre duraré en amarte.
Mientras el tomillo verde su cuidado
la abeja hubiere amado,
la cigarra el rocío,
serás tú dolor mío;
y cuanto me contentan dulcemente
las cabras, gloria mía ; así al presente
tan triste mes aquella dura muerte,
que te me llevó ausente.
¡Ay cómo fui engendrado en triste suerte!
"Tu muerte ya las ninfas la lloraron.
Vosotros, pino, sois testigo, y río.
Las vacas aquel tiempo no pacieron;
espantadas de oír el llanto mío,
la grama y la agua clara no tocaron.
Tu muerte aún crudas fieras la gimieron
con dolor que tuvieron.
Los montes resonando
responden suspirando.
Están los campos secos y sin gloria,
viendo que muerte ensalza su victoria;
las selvas gimen y peñascos fríos
tu llorosa memoria,
y las montosas cumbres y los ríos.
"Vengan las fieras tristes a mi llanto,
sus quejas crezcan, suspirando suenen
los árboles, y hieran con lamento
las peñas impelidas, que resuenen
con un largo clamor que ponga espanto,
el nombre de Amarilis por el viento,
doblando el movimiento;
esparcido contino,
y por mi mal, mezquino,
desvanezca el rocío, y juntamente
niegue la miel la abeja diligente,
los árboles la fruta conocida;
séquese el prado y fuente,
y todo falte a quien faltó la vida.
"Aymé mísero, veo yo cargada
la vid, con verdes pámpanos hermosa,
al olmo maridable sustentarse,
y en la haya que crece ambiciosa,
las palomas contemplo en paz amada,
con dulces juegos dulces arrullarse,
porque pueda inflamarse,
creciendo en ellas luego
el amoroso fuego;
y yo, cuitado en culpa de fortuna,
sin luz, sin bien, sin esperanza alguna,
que es lo que menos (triste) ya presumo,
por la suerte importuna,
viviendo solitario, me consumo.
"¿Por qué, muerta Amarilis, estos ojos
desearán mirar la luz del cielo?
Oh ¿para qué, mi lumbre escurecida,
debo esperar (¡ay Laso!) algún consuelo?
¿Por qué no entrego a muerte mis despojos
y sigo con el vuelo aquella vida
que tanto fue querida
de mí, que la estimaba
y como dea honraba?
¿A qué me tardo? ¿Para qué, tendido
en la tierra cruel, do está escondido
mi bien, lloro la muda sepultura,
fatigando perdido?
Murió la luz, nació la sombra oscura.
"Venid conmigo, dríades, al llanto,
y náyades que en corros os juntaba
mi pastora suave y amorosa
y con vos en las ondas se bañaba.
Venid ahora, Oreas, a mi canto,
Hamadrias, Napea lastimosa,
que en la ribera umbrosa
del río derramado
y en el herboso prado
os acordáis de corros concertados,
hechos allá en los montes levantados;
los lamentos doblad en la espesura,
que suenen congojados.
Murió la luz, nació la sombra oscura.
"Ya no caiga el rocío deleitoso,
ni amiga pluvia; caían el rocío
y pluvia en tristes lágrimas mudados,
de donde corra un querelloso río
con ribera y concurso doloroso;
y los mismos murmureos redoblados,
confusos y mezclados,
resuenen suspirando,
su muerte lamentando;
la arena crezca en lágrimas bañada,
do la urna en cristales sustentada
tiene Betis, y triste , en su hondura,
hiera la voz cansada.
Murió la luz, nació la sombra oscura.
"Los robles van los ramos despidiendo;
vos, mirto, y lauro, vos, romped ahora
vuestras cabezas, con los ramos sueltos,
mientras se mezclan juntos en un hora,
con un confuso y esparcido estruendo,
por las mareas blandas casi envueltos,
a todas partes vueltos, y sopla con aliento
el sacudido viento.
El aire, ramos, hojas, impelidos
con el ruido, suenen conmovidos,
y resuelta con número lloroso
tu nombre a mis oídos,
porque acreciente el llanto doloroso.
"¿Quién te me arrebató, Amarilis mía,
Amarilis, dulcísima y hermosa,
en un tiempo que quiso el alto cielo
que gozases de vida deleitosa,
de mi vida descanso y alegría?
Dolor eterno ahora y desconsuelo,
mientras fuere en el suelo,
mísero y desdichado,
ciego, sin bien, cuitado,
pues no pude gozar con Himeneo
próspero y largo cuanto mi deseo
quisiera, siendo justo, concedido.
Más eres según veo.
Ya sombra es esta piedra con olvido.
"Por ti el campo y ganado me alegraba,
ahora de él me aparto y lo aborrezco
con dolor que del alma no está ausente;
pues veo mayor pena que merezco,
y, lo que yo jamás nunca esperaba.
Aquí viere sonar alegremente,
estando tú presente
con las ninfas hermosas,
coronada de rosas,
sus versos, aunque rústicos, pastores,
llenos de blandos celos y de amores.
Ahora calla el campo y el ganado,
y viendo mis dolores,
dejó contigo su deleite el prado.
"Tú estando aquí, las ninfas amorosas
hacían corro, allí también viniendo
los faunos, temor suyo; tú faltando,
ellas faltan, los faunos no acudiendo.
Estas selvas contigo eran hermosas,
sin ti feas, y van desamparando,
las estrellas dejando;
que no le basta al prado
rocío deseado.
Apena llevo yo con paso incierto
el mísero ganado sin concierto,
apacentando triste en la maleza
de este campo desierto,
con bravas zarzas llenas de aspereza.
"Quiero huir ya el trato de la gente,
mezclado con las fieras espantosas,
y allí gastar la vida lamentable
en tristezas, con ansias congojosas;
que pues me dejas, yo iré al sol ardiente,
triste, solo, lloroso y miserable,
o al frío incomportable,
o a morir ahogado
aquel río nombrado,
donde dicen que hay los espantosos
mostros, y que enriquece sus dichosos
campos. Adiós, quedad, triste ganado
y árboles hermosos;
adiós, pastora mía, y mi cuidado.
"Mas primero recibe tú estas flores
y guirnaldas, que he puesto a tu memoria
en el sepulcro, y este mirto crezca,
que haga sombra y cubra aquí mi gloria;
pues no me quedan ya sino dolores,
con que el cuidado triste se refresca.
Y aunque animal se ofrezca
algún impedimento,
adonde descontento
estuviere, pondré con presta mano
tres altares en medio del verano,
derribando tres toros poderosos
en el tendido llano,
con guirnaldas de lirios olorosos.
"A ti te dará Apolo a ruego mío
su lauro siempre verde y consagrado;
darán faunos las vides adornadas
de ramos y cloro entremezclado;
dará sus piedras el ondoso río
y Pales cuantas frutas variadas
tiene en tierras labradas;
y coronas de flores, gimiendo mis dolores,
las ninfas, con los vasos espumosos
de blanca leche; y versos numerosos
yo te doy con las musas; yo los canto
tristes y lastimosos
y de su boca espiran en mi llanto.
"A ti susurran tierna y blandamente
los árboles cercanos, que, moviéndose,
baten en la Aura mansa y regalada,
con las hojas delgadas rebulléndose
al suave sonido de Occidente,
que halaga la tierra coronada,
con la fuerza templada,
resonando en mi canto
doliente; y todo cuanto
las selvas gimen, árboles, ganado,
es Amarilis de su propio grado;
y antes se verá el día tenebroso
que no sea cantado
tu nombre de mi verso numeroso.
"Vendrán tristes: Espío, la hermosa
de Betis hija; Espío, que los bellos
campos tiene de flores despojadas;
Talía, desatada los cabellos,
y la mayor Betisa y la amorosa
Egle, guarda del campo y mis ganados;
y en coros concertados,
consolando mi llanto,
dirán el tierno canto,
el que les enseñó fauno benino
a las dríades, cuando al peregrino
Nemoroso el suceso consolaron,
de su pastora indino,
y a las náyades ellas lo enseñaron.
"Y me darán consuelo glorioso
dando a mi canto en honra tuya vida;
que no se tardará afirmando el día
que en esa sepultura ennoblecida
no se junte este cuerpo venturoso
con el tuyo, olvidando esta alegría
la desventura mía.
Y eras dina, pastora,
que en avena sonora
Títiro te cantara levantada,
y que ya Galatea, despreciada,
los cantos de Sicilia, que se oyeran en tu gloria extremada,
y si en su tiempo fueras, lo hicieran.
"Mas tú, o estés con Venus en el cielo,
o en los Elíseos campos venturosos,
escojas varias flores del verano,
jacintos y narcisos amorosos,
verde amaranto en el herboso suelo,
que baña el río deleitoso y llano;
y juntes con tu mano
las rosas coloradas
con violas mezcladas
y con las flores blancas, y en tu frente
hermosa las adornes; tiernamente
me mira; que serás nuevo cuidado
a la silvestre gente,
y cual Pales honrada en todo el prado.
"Así vengan las ninfas en mi llanto
juntas a visitar tu sepultura,
celebrando en su coro no cansado
tu gracia, piedad y hermosura;
y tú recibe blandamente en tanto
en tu grande sepulcro levantado,
de negro señalado,
este verso postrero,
que aquí ponerte quiero,
el cual lo lea el que en el estío
aquí llegare o que llevare al río
o al pasto su ganado, y descontento
de ver el dolor mío,
suspirando lamente mi tormento:
"En la dichosa selva está durmiendo,
acompañada del hermoso coro,
dejando el prado de su vista indino,
pues jamás conoció tan gran tesoro
hasta que lo perdió, su bien perdiendo,
Amarilis, que hace ser tan dino
a Betis cristalino,
que tiene en la hondura
su sacra sepultura,
cuanto el sepulcro insigne y venturoso
de Elisa, que le puso Nemoroso,
hace nobles los líquidos cristales
del Tajo espacioso
y ambos en este precio son iguales."
Así cantaba, mientras Filomela
las usadas querellas repetía,
acompañando el canto miserable
aquella pena que en su pecho cría,
que la memoria triste la desvela
y al cielo sube el canto lamentable.
Con la voz admirable
sonaban su lamento
la selva y campo atento,
la lástima y miseria redoblando,
con la fuerza del canto resonando.
Callando el triste, el campo resonante,
del llanto respirando,
y la selva callaron al instante.

73. SONETO

Rosas de nieve y púrpura vestidas,
coral rojo en marfil resplandeciente,
estrellas que ilustráis la pura frente,
en oro fino hebras esparcidas,
pues mi dolor y penas encendidas
el duro pecho vuestro no consiente,
o él es de humana suerte diferente,
o estáis en blanca piedra convertidas.
Y aunque ensalzado está en divina alteza,
premio de vuestra eterna hermosura,
por vos está obligado a más terneza;
si no seréis de Cipro la figura,
que en la perdida muestra de belleza
encubría la piedra ingrata y dura.

74. SONETO

En tanto que en el rico hesperio suelo
alzas cual puro cisne el noble canto,
Fernando, mi dolor solo levanto,
y ausente y triste me lamento al cielo.
Mi llama ardiente tiempla el frío hielo
de mi enemiga, en cuya gloria canto;
la voz quejosa impide el grave llanto,
que esparce en mis entrañas crudo celo.
Si ya el tierno, amoroso y dulce aliento
en sacro verso diste a la memoria,
consolando tu afán y larga pena,
procura algún consuelo al mal que siento;
así tu amor te dé toda la gloria
de quien mi Luz a ausencia me condena.

75. SONETO

Ahora que siguiendo el fiero Marte
de la fértil Calabria el rico llano
guardáis con valerosa armada mano
en la florida edad con fuerza y arte,
yo, sujeto a dolor, el estandarte
siguiendo voy del crudo Amor tirano
por do no se estampó el paso humano,
donde tristeza y soledad no parte.
Vuestro animoso pecho alzar un templo
espera al duro Marte y el trofeo
ilustre componer de los despojos;
yo en mi fortuna espero ser ejemplo
de tormento, y temiendo mi deseo,
morir solo, sin ver mis bellos ojos.

76. EGLOGA

El lastimoso canto y el lamento
de los tristes pastores
Olimpio y Tirsi, a quien oyó cantando
la ovejuela, olvidada sus dolores,
y las linces, callando,
se espantaron, oyendo el dulce acento,
y los ríos sus cursos alterados
pararon refrenados,
diré, de Olimpio y Tirsi el triste canto,
ahora tú en las armas, oh dichoso
príncipe y valeroso,
al abuelo que a Francia puso espanto,
imites con la fuerte y diestra mano,
con fortuna y prudencia esclarecida,
o en estudio de musas soberano,
do Febo te convida.
¿Cuándo será que cante yo tu gloria?
¿Cuándo será que ensalce tu victoria
con alto estilo y dé al horror de Marte
la rudeza del campo alguna parte?
Esta musa recibe ahora en tanto,
aunque silvestre suena,
y admite de pastores el lamento,
pues tú amaste, y con voz suave y llena,
al resonar del viento,
día y noche esparciste el tierno canto,
buscando a tu pastora y la llamaste,
y los pinos amaste,
donde ella, recostándose, dormía.
Sentarte en ellos no te pese ahora,
como si tu pastora
se te mostrase en ellos cual solía.
En tanto que descubro su cuidado,
escúchame, y al canto ven tú, río,
que de esta gloria, Betis, te ha alcanzado.
Con el primer rocío
la Aurora se mostraba cuando a un pino
recostándose Olimpio, con indino
dolor y con gemido largo habiendo
suspirado, comienza así diciendo:
"Calla en las ondas Betis ya quieto
y deja el grave viento
su rabia, con la sombra acrecentada,
y no calla ni amansa su tormento
la llaga renovada
de mi pecho, do el fuego está secreto,
mas en ella me abraso bravamente.
Con el dolor presente
el duro Amor en mis entrañas prueba
su fuerza y se enfurece en mi partida.
¿Qué suerte aborrecida
al mar airado con dolor me lleva?
¿Quién me aparta de verte, Galatea?
¿Qué río con mi llanto no ha crecido?
No hay quien mi dolor no entienda y vea:
han visto mi gemido,
han visto mi lamento el nuevo día,
y sin sueño la noche más tardía;
quejándome a los campos sin concierto,
responde a mi dolor todo el desierto.
"Ya, mísero, no tengo yo cuidado
que el lucero tardío
el cielo cierre, o que a la roja Aurora
destiña el claro sol, que el dolor mío
aun no me deja un hora
libre de mi tormento; mas, cuitado,
suspiro de lo hondo de mi pecho
y llamo en tal estrecho
a mi cruda y querida Galatea.
La voz me vuelve, y suena en dulce acento
el quebrantado viento,
y las ondas murmuran "Galatea".
Ya no guío el ganado a la alta fuente,
ni al puro río en la corriente fría,
ni corono de flores ya mi frente.
Pasada es mi alegría
en este duro y largo apartamiento,
y en su lugar tristezas y tormento
entraron en mi alma, y por mezquino,
siguiendo solo el áspero camino.
"Ahora me recuerdo, Galatea,
del lugar por mi daño
donde vieron mis ojos tu belleza,
que me enlazó con amoroso engaño.
Yo entonces con simpleza
no sabía de Amor, aunque Nerea
conmigo estaba en dulce compañía
desde la noche al día.
Acuérdome que siendo niño tierno,
que aun apena llevaba mi ganado,
en un hermoso prado,
deshelando ya el suelo el duro invierno,
engañando las aves junto al río,
en un ciclamor alto a Amor vi puesto,
como lo vi por grave dolor mío,
de sus plumas compuesto.
Junté alegre las varas enligadas
para trabar sus alas variadas,
y con callado paso me acercaba,
si me sentía atento o si miraba."
"Deja, niño, esa caza peligrosa,
díjome Melibeo
(riendo de mi engaño y mi rudeza);
deja, niño, ese ciego devaneo,
y huye con presteza,
que es cruel ave la que ves hermosa,
y tú serás, Olimpio, venturoso,
si en quieto reposo
vivieres libre de ella y de su engaño;
mas cuando en la edad verde y floreciente
estuvieres presente,
hallarás al Amor por mayor daño,
que pondrá al cuello tuyo la cadena
que te traerá sujeto y condenado."
"Ya sé que es el Amor; ya sé su pena
habiéndote mirado.
Nació en ásperas peñas del desierto
y vive de mi mal y desconcierto.
Ya sé que es el Amor en mi partida,
que se muestra sediento de mi vida.
"Ya voy al mar dudoso, a la ribera
importuna, buscando
los pastos peregrinos, y ya dejo
del llano Betis el hermoso bando,
y de mi bien me alejo,
adonde solo y sin memoria muera.
Oh Galatea, mi suspiro y llanto,
si Amor pudiese tanto,
que te hallase aquí en la vuelta mía,
el mal sería breve, mas ya temo, por mi dolor supremo,
que desampares esta selva fría.
Ya me despido de esta selva y prado,
de esta arboleda y río, mas primero
iré triste aquel monte levantado,
y veré por entero
el lugar donde estabas y la fuente,
do la siesta tuvimos juntamente.
El dolor moverá los tristes ojos,
viendo perdidos todos mis despojos.
"Quedad, adiós, hermoso prado mío;
adiós, oh Galatea,
más que él hermosa, y tú, dichosa fuente.
Adiós, oh prado, fuente y Galatea.
Volved ya tardamente,
ovejas tristes, y huid el río
y el conocido pasto. Adiós, oh selva,
a do mi bien se enselva.
Envidioos, selva umbrosa y fértil prado;
más umbrosa y más fértil, pues mi gloria
y mi sola memoria
en vos sufre el calor del sol airado,
y callando suspira el amor nuestro.
Ahora os mira ella y habla ahora
y se huelga en el verde sitio vuestro,
y con la voz sonora
mis dulces versos, meditando, suena;
o con la deleitosa y blanda avena
canta, cual ya cantaba en mis amores,
los celos de mi alma y los dolores.
"Envidioos selva umbrosa y fértil prado,
ambos muy venturosos,
ambos dignos de nombre soberano,
en quien ella pondrá los pies hermosos
y con su blanca mano
cogerá verdes flores; y el dorado
cabello, recogiendo entre las rosas
las luces gloriosas,
encubrirá, sus miembros reclinando,
y doblará la hierba tierna y fría;
y de la gloria mía
el bien pasado son ahora cantando,
gozaranse los valles, cueva y fuente
y callarán las aves, retardándose
las reparadas ondas lentamente,
que bajan deslizándose,
mientras con voz cantaré deleitosa
mis quejas blandas y pasión llorosa.
Envidioos, selva y prado, pues es vuestra
la que ha sido alegría y gloria nuestra.
"Mas ya con el dolor del mal que siento
la fuerza se entorpece
y el calor de mi cuerpo con el frío
de la muerte se aparta y desfallece,
pues que veo el bien mío
de mí alejado y voy al hondo asiento
de Neptuno sin él, mirando alzarse
las ondas y bajarse.
Tú, carnero mayor de mi ganado,
jamás tu amor se esconde ni se aleja,
ni que bales te deja
en el bosque desierto y apartado,
solo y triste; mas antes va siguiendo
tu pasto, al valle, al río, y va contigo.
¿Por qué yo, mi pastora , al mar partiendo,
no te llevo conmigo?
Tú, clara Luna, que con luz dudosa
vuelves a tu pastor, tú, piadosa,
pues sabes el dolor de amor qué sea,
ten dolor de mi mal sin Galatea."
Esto cantó el pastor, y, suspirando,
calló con gran gemido.
El prado y valle y gruta y río y fuente
responden a su canto entristecido,
con acento doliente,
de Galatea el nombre resonando,
tristes de su dolor y grave pena
que la ausencia le ordena.
Tú, lo que siguió Tirsi lamentando,
refiere con el dulce verso, Febo,
que los versos a Febo
convienen, que en la hierba recostado
comenzó con voz tierna el blando canto,
de su intenso dolor tristes despojos,
deshaciendo en contino y largo llanto
los fatigados ojos,
porque Leucipe mire su lamento
y escuche de su amor el sentimiento;
que lo tiene en temor y en llanto eterno,
pues no viste de roble el pecho tierno.
"Si no hay quien escuche mi lamento
en este solo prado
y a las ninfas ofende mi gemido,
a este monte, a este río arrebatado,
a este pino extendido
mis versos cantaré con triste acento.
Oídme, montes, ríos, selvas mías,
pinos y peñas frías,
pues Leucipe, a mi llanto endurecida,
es sorda y huye . Arded en fuego, montes;
arded conmigo, montes;
arded, selva y ribera desparcida,
pues Leucipe me deja en bravo fuego
encendido y a muerte me condena
por un vano furor, que mi sosiego
trocó en perpetua pena.
¿Quién pudiera pensar que hubiera día
que la bella y cruel pastora mía
mi avena y dulce canto no escuchara
y del favor pasado se olvidara?
"¿Por ventura te di, Leucipe, en vano
los jacintos y rosas,
los amarantos y agradables flores,
y te puse guirnaldas amorosas,
de mis tristes dolores
memoria y triste don de Amor tirano?
Cruel Leucipe , escucha estas mis quejas,
pues a Tirsis ya dejas
y de tu pecho a Tirsis has huido.
Si no tienes amor, ten ya memoria,
que se ofende tu gloria,
ingrata a quien te adora tan perdido.
Mira la amarillez de mi semblante
y los hondos suspiros y lamento
y la flaqueza del vencido amante,
y muévate el tormento.
Estos ojos que fueron gloria tuya
no ven, que los dejó la lumbre suya;
ni llevo al pasto ni al hermoso río
mis ovejas, llorando el dolor mío.
"No desprecies, Leucipe , el tierno canto
que resonó en tu gloria
y puso admiración a nuestro Jolas,
que me ciñó la yedra en mi victoria,
las rosas y violas,
amorosos despojos de mi llanto,
cuando vencí en la selva Alfesibeo
y el viejo Melibeo,
cuya memoria y pastoral avena
engrandece de Betis la ribera;
mas la mía primera
con ventaja mayor y nombre suena,
y Fauno, que escuchó mi canto atento,
quedó del armonía suspendido;
paró Betis su curso, calló el viento,
cesando su ruido.
La bella Libia díjome, herida
de amor, que era su luz, que era su vida.
No me pudo vencer con su belleza,
llena de piedad y de terneza.
"¡Oh amada de mí más que mi vida! ,
el deleitoso prado ,
el verde bosque, el caudaloso río
que el alto curso tiende al mar hinchado,
sin ti son dolor mío,
sin ti mi quietud está perdida,
sin ti todo me cansa y desagrada;
por ti tengo olvidada
la fría fuente, ninfas y ganados.
Por tu belleza y ojos amorosos,
los pastos abundosos,
por ti, Leucipe, son, por ti olvidados.
Ven ya, pues, mi Leucipe, a esta ribera
y a este abierto y levantado pino,
testigo de la pena lastimera
de tu Tirsis mezquino.
Descansaré contigo del tormento,
contigo estará el campo más contento;
verase el llano verde, el río puro,
que parece sin ti seco y oscuro.
"No confíes, Leucipe , en tu belleza,
que no siempre hermosa
serás, que el lirio las colores pierde.
Pierde el olor y la beldad la rosa,
la flor el árbol verde;
huye la edad y corre con presteza,
que dura poco su verano tierno,
vencido del invierno.
Vendrá algún tiempo que amarás, pastora,
herida del amor que yo padezco,
y este bien que te ofrezco
llorarás, lamentando en algún hora
este perdido bien, esta victoria.
Cuando perdieres el color hermoso
y de la luz la deseada gloria
y el semblante amoroso,
sabrás entonces el dolor, la pena
con que el olvido y el desdén condena,
y de tu Tirsis muerto y olvidado
lástima te hará tu triste estado.
"Ven ya, Leucipe; mira el fresco viento
que espira mansamente
por toda esta ribera sosegada;
el río, que las ondas mansamente
va volviendo callando
y suena de las aves el concento.
Ahora ríe el prado y se levanta
toda hermosa planta
alegre con tu nombre, y ya las flores
guardan y, en nueva luz, las frescas rosas
y violas dichosas
con tu gloria su lustre y los olores.
Yo cogeré, Leucipe, con mi mano
las castañas del árbol extendido
y los dorados frutos del manzano,
de Aretusa querido;
y en la alta peña, al blando viento puesto,
esperaré que vengas a este puesto.
Ven ya, Leucipe, ven, pastora mía;
aquí, ondas; aquí, Aura y sombría fría.
"Aquí resonará el pasado canto
y tu dichosa gloria
y mis antiguos ásperos dolores,
presente muestra de mi triste historia.
Tú enlazarás de flores
mi frente, y romperás tal vez en tanto
la voz, hurtando el amoroso aliento,
y con suave acento
conmigo cantarás, Leucipe mía,
nuestro amor, mi dolor y tus enojos,
y volverás los ojos
blandos, que mi tristeza en alegría
trocarán. Ven, pues, ya; ven a este pino.
Así halles buen pasto a tu ganado,
y siempre el curso de ondas cristalino
quieto y sosegado.
¿Qué gusto puede darte en la aspereza
de aquesa soledad y su tristeza?
¿Qué gusto puede darte que yo muera,
solo, sin luz, tendido en la ribera?"
Aquí Tirsis paró y sonó un gemido,
testigo del tormento
que padecía su cansado pecho.
El río respondió con ronco acento,
de tristes ondas hecho;
el pino, de su daño enternecido,
las ramas estremece suspirando;
los pastores, alzando
los fatigados cuerpos, el ganado
llevan con tardo paso, que ya el cielo
mostraba , abriendo al suelo,
el sol, de puros rayos coronado,
y con las cañas juntas, dulcemente,
provocan su dolor con nuevo llanto.
Uno siguiendo al otro en diferente
número y triste canto,
Leucipe resonaba y Galatea.
Blandamente suave a la marea,
Olimpio al fin al mar torció el camino,
y Tirsis vuelve solo y triste al pino.

77. SONETO

Con largo paso el áspero camino
de este perjuro Amor seguí cuitado,
de mil vanos temores maltratado
y siempre me hallé de bien indino.
Ahora que descubro el mal contino,
de desdén y de olvido reforzado,
condeno mi deseo y mi cuidado,
la dura inclinación de mi destino.
Que bien fuera razón alzar el vuelo
con alto pensamiento y noble pecho
de la abatida suerte que he sufrido;
y no esperar que tierra y mar y cielo
supieran cuanto mal Amor me ha hecho
para quedar más preso y despedido.

78. SONETO

Por altos bosques voy con paso incierto;
iba arrastrando el hierro al cuello impuesto;
grave es, y el son que hace me es molesto,
que me recuerda el daño y dolor cierto.
Los ojos alzo y veo un gran desierto
lleno de horror, de espinos mal compuesto;
desmayo en un intenso dolor puesto
y a mi salud no hallo paso abierto.
Esperanza desnuda me sustenta,
deseo ardiente y Aura breve y fría,
y mis suspiros rompo en triste llanto.
Y cuando la razón del mal me afrenta,
en medio del trabajo y pena mía,
de mi enemiga la belleza canto.

79. OTRO, DEL MISMO

Dulce y vello despojo de la boca,
en quien Amor se anida tan gozoso,
¿es posible que soy tan venturoso
que la victoria de este bien me toca?
Mi gloria en la vuestra se provoca,
y vuestro es ya el espíritu dichoso.
Por un premio tan alto y generoso
fue mi trabajo poco y pena poca.
Si en aquel dulce espacio de mi gloria
nos llevara el furor del duro hado,
fuera sola en nosotros una suerte,
y de ambos fuera solo una memoria,
y el sepulcro fuera así entallado:
"Una vida fue de estos y una muerte".

80.SONETO DE FERNANDO DE HERRERA

Cese, que tiempo es ya, el lamento mío
con el cual creció, Betis, tu corriente;
que mi dolor inmenso no consiente
perpetuo estado a tanto desvarío.
Este fuego en quien ardo acabe el frío,
rompa el estrecho yugo ya mi frente,
y Amor por su enemigo ya me cuente,
que de él, a grandes pasos, me desvío.
No me tendrá confuso más su olvido,
su desdén, su rigor y su tormento,
que tanto se probaron en mi pena.
Mas yo ¿qué digo, ausente y ofendido,
si Amor me ofrece siempre al pensamiento
la pura luz de mi inmortal Sirena?

81. No bastó al fin aquel estrago fiero

No bastó al fin aquel estrago fiero
del fuerte muro y del Sidonio techo
y haber traído al cautiverio estrecho
a quien a Italia quebrantó primero;
Sino a un infame Dárdano extranjero
(a quien oh Roma padre tuyo has hecho)
decir, que di rendida el limpio pecho,
y pagué al limpio Amor injusto fuero.
Tanto pudo la envidia, pudo tanto
la Musa de Virgilio mentirosa;
que osó manchar mi nombre esclarecido.
Mas la verdad, mayor que su alto canto,
dirá; que menos casta y generosa
Lucrecia fue, que la Fenisa Dido.

82. Después q. Mitradates rindió al hado

Después que Mitradates rindió al hado
el fiero pecho, y Asia sacudida
cayó rota, y la tierra al fin vencida
vio el mar de los Piratas despojado;
Lo que no pudo el Medo, el Parto osado,
y de Sertorio la virtud crecida,
una vil, flaca diestra la temida
cabeza, oh gran Pompeyo, te ha cortado.
Y el Cuerpo, mal cubierto de la arena,
mísero ejemplo de la humana gloria,
desierto yace. oh cuanto en ti la dura
Suerte discorde se mostró y ajena;
pues falleciendo tierra a tu victoria,
la tierra falleció a tu sepultura.

83. DE FERNANDO DE HERRERA

Bien debe coronarte Febo Ideo,
Casas, la ingeniosa y docta frente
con las hermosas hojas de Peneo:
Pues tú primero diste a la corriente
del rey de ríos Betis generoso
las perlas, que Arno, y Po en sus ondas siente.
Ya el casto amor, y fuego deleitoso
de aquel, por quien va Laura con victoria,
premio justo de ardor maravilloso,
Y quien dio a Mergilina insigne gloria,
y aquel grave escritor de Marte airado,
que de Rugier celebra la memoria,
y todo el coro a Cintio consagrado,
que la rica Toscana ha producido,
igual de Augusto al tiempo afortunado.
Roto el velo de error oscurecido,
con la luz que les das, al claro día
salen de las tinieblas del olvido.
grande, pero dichosa tu osadía,
que consiguió este fin de una esperanza,
que solo en noble corazón se cría.
Ahora nueva vida Laura alcanza,
y a ti debe lo mismo, que al Toscano,
pues reparas del tiempo la mudanza.
En tanto que hiriere amor tirano
a su rendida escuadra, y en los ojos
se viere de quien aman inhumano:
Y por un breve bien largos enojos
diere a quien mas espera en su crudeza,
trocando y renovando sus despojos:
de este trabajo tuyo la grandeza
celebrarase con eterna vida:
que no sienta del tiempo la dureza.
Y España a tu memoria agradecida
tu nombre cantará perpetuamente
entre los que la hacen conocida.
Betis levantará la altiva frente,
de esmeraldas lucientes adornado,
tu gloria murmurando en su corriente.
Y llevando su curso al mar sagrado,
Casas resonará en el seno Mauro,
y de allí al Indo extremo dilatado
irá el nombre, en que Delio ilustra el lauro.

84. CANCION EN ALABANZA DE LA DIUINA MAGESTAD, POR LA VITORIA DEL SEÑOR DON IUAN

Cantemos al señor, que en la llanura
venció del mar al enemigo fiero.
Tú Dios de las batallas, tú eres diestra,
salud, y gloria nuestra.
Tú rompiste las fuerzas, y la dura
frente de Faraón feroz guerrero.
Sus escogidos príncipes cubrieron
los avisos del mar, y descendieron
cual piedra en el profundo, y tu ira luego
los tragó, como arista seca el fuego.
El soberbio tirano confiado
en el grande aparato de sus naves,
que de los nuestros la cerviz cautiva,
y las manos aviva
al ministerio de su duro estado:
derribó con los brazos suyos graves
los Cedros más excelsos de la Cima
y el árbol que más yerto se sublima,
bebiendo ajenas aguas, y pisando
el más cerrado y apartado bando.
Temblaron los pequeños, confundidos
del impío furor suyo, alzó la frente
contra ti, señor Dios, y enfurecido
ya contra ti se vido
con los armados brazos extendidos
el arrogante cuello del potente.
Cercó su corazón de ardiente saña
contra las dos hesperias, que el mar baña.
porque en ti confiadas le resisten,
y de armas de tu fe, y amor se visten.
Dijo aquel insolente, y desdeñoso,
no conocen mis iras estas tierras,
y de mis padres los ilustres hechos?
O valieron sus pechos
contra ellos con el Húngaro dudoso,
y de Dalmacia y Rodas en las guerras?
pudo su Dios librallos de sus manos?
que Dios salvó a los de Austria, y los Germanos?
por ventura podrá su Dios ahora
guardallos de mi diestra vencedora?
Su Roma temerosa y humillada
sus canciones en lágrimas convierte.
Ella y sus hijos mi furor esperan,
cuando vencidos mueran.
Francia está con discordia quebrantada,
y en España amenaza horrible muerte
quien honra de la luna las banderas.
Y aquellas gentes en la guerra fieras
ocupadas están en su defensa,
y aunque no, quien podrá hacerme ofensa?
Los poderosos pueblos me obedecen,
y con su daño el yugo han consentido,
y me dan por salvarse ya la mano.
Y su valor es vano,
que sus luces muriendo se escurecen.
Sus fuertes en batalla han perecido,
sus Vírgenes están en cautiverio,
su gloria ha vuelto al cetro de mi imperio.
Del Nilo a Éufrates y al Danubio frío
cuanto el sol alto mira: todo es mío.
Tú señor, que no sufres que tu gloria
usurpe quien confía en su grandeza,
prevaleciendo en vanidad y en ira:
a este soberbio mira.
que tus templos afea en su victoria,
..........................................eza
y en sus cuerpos las fieras bravas ceba,
y en su esparcida sangre el odio prueba,
y hecho ya su oprobrio, dice: dónde
el Dios de estos está? de quién se esconde?
Por la gloria debida de tu nombre,
por la venganza de tu muerta gente,
y de los presos por aquel gemido,
vuelve el brazo tendido
contra aquel, que aborrece ya ser hombre,
y las honras que a ti se dan, consiente,
y tres y cuatro veces su castigo
dobla con fortaleza al enemigo
y la injuria a tu nombre cometida,
sea el duro cuchillo de su vida.
Levantó la cabeza el poderoso,
que tanto odio te tiene en nuestro estrago
junto el concilio, y contra nos pensaron,
los que en él se hallaron.
Venid dijeron: y en el mar undoso
hagamos de su sangre un grande lago.
Deshagamos a estos de la gente.
y el nombre de su Cristo juntamente.
Y dividiendo de ellos los despojos:
hártense en muerte suya nuestros ojos.
Vinieron de Asia, y de la antigua Egito,
Los Árabes, y fieros Africanos,
y los que Grecia junta mal con ellos,
con levantados cuellos,
con gran potencia y número infinito.
Y prometieron con sus duras manos
encender nuestros fines, y dar muerte
con hierro a nuestra juventud más fuerte,
nuestros niños prender, y las doncellas,
y la gloria ofender, y la luz de ellas.
Ocuparon del mar los largos senos,
en silencio y temor puesta la tierra,
y nuestros fuertes súbito cesaron,
y medrosos callaron,
hasta que a los feroces Agarenos
el señor eligiendo nueva guerra,
se opuso el joven de Austria valeroso
con el claro Español y belicoso.
que Dios no sufre en Babilonia viva
su querida Sion siempre cautiva.
Cual león a la presa apercibido,
esperaban los impíos confiados
a los que tú señor eras escudo,
que el corazón desnudo
de temor, y de fe todo vestido,
de tu espíritu estaban confortados.
Sus manos a la guerra compusiste,
y a sus brazos fortísimos pusiste
como el arco acerado, y con la espada
mostraste en su favor la diestra armada.
Turbáronse los grandes, los robustos
rindiéronse temblando, y desmayaron.
y tú pusiste Dios, como la rueda,
como la arista queda
al ímpetu del viento, a estos injustos,
que mil huyendo de uno se pasmaron.
Cual fuego abrasa selvas, y cual llama,
que en las espesas cumbres se derrama,
tal en tu ira y tempestad seguiste,
y su faz de ignominia confundiste.
Quebrantaste al dragón fiero, cortando
las alas de su cuerpo temerosas,
y sus brazos terribles no vencidos.
que con hondos gemidos
se retira a su cueva silbos dando,
y tiembla con sus sierpes venenosas,
lleno de miedo torpe sus entrañas,
de tu león temiendo las hazañas.
Que saliendo de España, dio un rugido,
que con espanto lo dejó aturdido.
Oí los ojos se vieron humillados
del sublime varón y su grandeza,
y tú solo, señor, fuiste exaltado.
Que tu día es llegado,
señor de los ejércitos armados,
sobre la alta cerviz, y su dureza,
sobre derechos cedros y extendidos,
sobre empinados montes y crecidos,
sobre torres, y muros, y las naves
de Tiro, que a los tuyos fueron graves.
Babilonia y Egipto amedrentada,
del fuego y hasta temblará sangrienta,
y el humo subirá a la luz del cielo,
y faltos de consuelo,
con rostro oscuro y soledad turbada
tus enemigos llorarán su afrenta.
Y tú Grecia, concorde a la esperanza
de Egipto, y gloria de su confianza.
Triste, que a ellas pareces, no temiendo
a Dios y en tu remedio no atendiendo.
Porque ingrata tus hijas adornaste
en adulterio con tan impía gente,
que deseaba profanar tus frutos,
y con ojos enjutos
sus odiosos pasos imitaste,
su aborrecible vida, y mal presente?
por eso Dios se vengará en tu muerte,
que llega a tu cerviz su diestra fuerte
la aguda espada. Quién será que pueda
tener su mano poderosa queda?
Mas tú fuerza del mar, tú excelsa Tiro,
que en tus naves estabas gloriosa,
y el término espantabas de la tierra:
y si hacías guerra,
de temor la cubrías con suspiro,
como acabaste fiera y orgullosa?
quien pensó a tu cabeza daño tanto?
Dios, para convertir tu gloria en llanto,
y derribar tus ínclitos y fuertes:
te hizo perecer con tantas muertes.
Llorad naves del mar, que es destruida
toda vuestra soberbia y fortaleza.
quien ya tendrá de ti lástima alguna,
tú que sigues la luna,
Asia adúltera en vicios sumergida?
Quién mostrará por ti alguna tristeza?
Quién rogará por ti? Que Dios entiende
tu ira, y la soberbia que te ofende.
y tus antiguas culpas y mudanza
han vuelto contra ti a pedir venganza.
Los que vieren tus brazos quebrantados,
y de tus pinos ir el mar desnudo,
que sus ondas turbaron, y llanura,
viendo tu muerte oscura,
dirán, de tus estragos espantados:
quién contra la espantosa tanto pudo!
el señor que mostró su fuerte mano
por la fe de su príncipe Cristiano,
y por el nombre santo de su gloria:
a España le concede esta victoria.
Bendita señor, sea tu grandeza,
que después de los daños padecidos,
después de nuestras culpas y castigo:
rompiste al enemigo
de la antigua soberbia la dureza.
adórente, señor, tus escogidos.
Confiese, cuanto cerca el ancho cielo,
tu nombre, oh nuestro Dios, nuestro consuelo,
y la cerviz rebelde, condenada,
padezca en bravas llamas abrasada.
A ti solo la gloria
por siglos de los siglos, a ti damos
la honra, y humillados te adoramos.

85. DE HERRERA EN RESPUESTA. SONETO

Si de la bella y dulce lumbre mía
cuando sus hebras de Oro esparce al viento,
Amor, los rayos de divino aliento
a vuestro pecho, aunque rebelde, envía.
Yo espero ver en vos tanta osadía
que cantéis el dolor y sentimiento
que el blanco Cisne, en el herboso asiento
con clara y suavísima armonía.
Mas temo yo señor, que la belleza
de mi luz soberana, por mi daño
en vos hará, lo que en el pecho mío.
No quiera amor, que pueda en mi tristeza
este dolor cruel y puro engaño
básteme el fuego, sin el celo frío.

86. CANCIÓN DE FERNANDO DE HERRERA

Alza del hondo seno
con ramosos corales enlazada
la venerable frente,
y en el curso sereno
ilustra tu ribera celebrada,
sagrado río Hesperio:
a quien las claras aguas de Occidente
reconocen imperio,
y con ledo semblante
Tarteso del olvido se levante.
Tarteso engendradora
de ligeros caballos, que vencían
el ímpetu del viento
con furia voladora,
y las alas del rayo entorpecían:
pues con eterna gloria
su linaje, destreza, enseñamiento
renueva a la memoria;
y junta en esta parte
el claro Andrada la experiencia el arte.
Ya el Argeo no estime
sus osados caballos belicosos,
con que el Cita guerrero
las campañas oprime
de los incautos vénetos medrosos:
donde el Lisonzo frío
no sufriendo en su vaso el horror fiero
de la sangre sin brío
embebió en las arenas
el ímpetu y corriente de sus venas.
El pegaso famoso,
que entre sus astros tiene el ancho cielo
no merece igualarse
con aquel generoso,
que este enseña, y lo engendra nuestro suelo:
el Domador Latino,
y el que pudo entre Griegos señalarse
por un igual camino
tanto le son menores,
cuanto en la fama y en la edad mayores.
Tú Betis pues ufano
de haber criado en tu corriente ondosa
tal hijo la corona
le teje de tu mano
con inmortal labor artificiosa:
y del cerco encendido
hasta la una, y otra helada zona
el nombre esclarecido
florezca de tal suerte,
que no lo gaste el tiempo con la muerte.

87. Musa, esparce purpúreas frescas flores

Musa, esparce purpúreas frescas flores
al túmulo del sacro Laso muerto;
los lazos de oro suelte sin concierto
Venus; lloren su muerte los Amores.
Arda la rota aljaba y pasadores,
la mirra y casia; y cuanto el encubierto
Fénix quema; y con verso grave y cierto
cante su gloria Febo y tus dolores.
Laso, por quien el Tajo al rico Tebro
y excede al Arno puro, sepultado
yace entre verdes hojas de amaranto.
Incline al nombre claro, que celebró
sus coronas Parnaso; y admirado
venere el alto y noble y tierno canto.

88. SALICIO, EGLOGA

Entre los verdes árboles, do suena
Betis con altas ondas extendido,
llevando al mar la frente de ovas llena;
Alcón y Tirsis tristes con gemido
lloraban de Salicio tiernamente
el miserable caso sucedido.
Cual simple tortolilla gime y siente
el caro esposo, que perdió muriendo,
y su dolor descubre en son doliente.
Violos llorar el rubio Sol naciendo,
del bosque al uno y otro descuidado,
violos llorar la luna apareciendo.
Alcón sobre el un brazo recostado,
Salicio, dijo, del ganado fuerte
un tiemplo gloria y su mayor cuidado;
Dolor cruel ahora y dura suerte,
entre nosotros siempre aborrecida;
quién te llevó con rigurosa muerte?
Contigo el dulce amor perdió la vida;
no resuena tu canto en la aspereza
al tierno son de la aura desparcida.
Cual Febo, cuando oía su tristeza
y suspiros de amor y afán penoso
de Anfriso la corriente ligereza.
Cubra el cielo el color claro y hermoso;
llorad vos Ninfas del sonante río
multiplicando el curso doloroso.
Llorad lauros y plátano sombrío,
y tú Fauno en el suelo reclinado,
y contad en su muerte el dolor mío.
Valles, crezca el suspiro apresurado
por una y otra parte; y no cesando
suene en llanto confuso todo el prado.
Decid hijas de Betis suspirando;
y el cisne entre sus ondas espumosas
alce el lloroso cuello lamentando.
ay ay pinta Jacinto en tus hermosas
y tristes letras con el mal presente,
y derrama mil quejas lastimosas.
Oh Febo, Febo, ahora en el corriente
Janto, o en Delo estés, ven ya ceñido
de funesto ciprés la triste frente;
Quebranta el arco de oro guarnecido,
despedaza los duros pasadores;
pues tu gloria y cuidado es ya perdido.
Ven, no esparciendo al aire tus olores
Citerea, ni en mirto coronada,
ni mezclando las rosas a las flores;
Mas con cerúlea veste congojada,
y en triste hábito venga la alegría
con negras hachas y con luz turbada;
Y tú lloroso Amor en compañía
rotas flechas y aljaba y arco, alzando
con las gracias del llanto la armonía.
Traed valles suspiros vos llorando;
y el lamentable acento vaya luego
por campo y selva y bosque resonando.
oh crudas Parcas, duro hado ciego,
correrá el río con perpetua fuente,
vivirán estas peñas en sosiego?
Salicio, honor de la silvestre gente,
no se verá en la selva, en este cielo
nunca se verá más estar presente?
Como la flor purpúrea, a quien el hielo
del penetrable invierno y rigor frío;
o dañó el rojo Sirio el tierno velo.
Corred ya largas ondas del gran río,
durad vos peñas, alargad la vida;
que a vos el hado es amoroso y pío.
Mas ya en otro Salicio en la escondida
selva, ni alto monte, y valle abierto
sonará su zampoña conocida.
Gimen los montes mudos y el desierto,
y las matosas peñas inclinadas,
do el aire hiere; ya Salicio es muerto.
Sus ondas Tajo en lágrimas trocadas,
bañó la gruta oscura en tristes sones,
y las montosas vueltas y apartadas.
La vana imagen busca tus razones
por las selvas callada; que no siente
el blando y tierno son de tus canciones;
Que ya no te responde dulcemente,
y no imita tus labios,
y se esconde Filomela con mustia voz doliente.
Y al canto de palomas ya responde
el llanto con murmurio suspirando,
que al dolor de tu muerte corresponde.
Y nosotros los versos resonando
con simple avena alzamos tus loores?
decid Náyades tristes lamentando.
Quién sonará entre rústicos pastores
la zampoña, que al mismo Febo espanta,
y aun espira tu canto y tus amores?
Llora, y los versos Galatea canta,
que te oía, aunque dura, helada y fiera,
y con su voz al cielo los levanta;
Y no los del Cíclope en la ribera,
cuyo nombre en el canto celebrado
de mi memoria está del todo fuera.
A ti de verde hiedra coronado
todos nuestros pastores rodearon,
y te dieron la gloria en todo el prado.
Oyendo tus canciones se admiraron
las Dríades, los Faunos su aposento
por oírte cantar desampararon.
Llorote, pastor sacro, el frío asiento
del claro Tormes y ribera umbrosa
con más dolor y con mayor lamento,
Que a sus pastores dos con voz quejosa
Sicilia, y a Sincero y Meliseo
Sebeto con corriente no abundosa.
Nunca sintió, mezclada con Alfeo
Aretusa, en sus ondas tal gemido,
ni el Ebro por la muerte de su Orfeo.
Yo te lloro, Salicio, enternecido;
tú el canto, que engendró el dolor, consiente;
pues más de amor, que de arte va vestido;
Que si algún tiempo el rudo son doliente
de Betis pasa la ribera llena,
que mete en el gran mar la altiva frente;
Tú verás en el verso, que resuena
tu memoria y tu nombre glorioso,
do el puro Tebro y donde el Arno suena.
Aquí el pastor con llanto lastimoso
paró; y al triste canto dio un gemido
del hondo río el curso presuroso.
TIRSIS luego siguió el son esparcido,
y atentas a su voz fueron cesando
las ondas en el vaso recogido.
No resonéis ya Ninfas lamentando;
dejad vos montes y peñascos fríos
las quejas, que extendisteis suspirando.
Ahora derramad pastores míos
en la pintada tierra frescas flores;
traed sombra a las fuentes y a los ríos.
Venid vosotros Faunos amadores,
a las Dríades bellas descubriendo
vuestro amor, vuestros celos y dolores,
Porque Salicio al cielo alto subiendo
así lo quiere; y llenos de alegría
alzad el canto, versos componiendo.
Y junto aquella pura fuente fría
este verso cortad en el sagrado
lauro, que de sus hojas lo ceñía;
Porque si algún pastor allí cansado
llegare, pueda vello; y dar memoria
del túmulo, que cerca está labrado.
Salicio, al campo y a pastores gloria,
en brazos de las Musas muere puesto;
y en el cielo está vivo con victoria.
Yo te pondré Salicio después de esto
dos consagradas aras, levantando
una a ti y otra a Febo en este puesto;
Pues le igualas en canto dulce y blando;
y aquí pondré dos vasos espumosos
ambos con leche nueva rebosando.
Vendrán aquí pastores venturosos,
Menalca, Olimpio y Epolo, que en danza
imitará los Sátiros vellosos.
Y cuando honrare con antigua usanza
tu sepulcro esparciendo el dulce vino,
serás de los pastores esperanza;
Y pediremos tu favor divino
para guardar el pasto y campo lleno
contra el rigor del duro cielo indino.
Tu túmulo adornando el verde seno
de Flora cubrirá; que al fresco prado
las rosas quitará y color ameno.
Aquí vendrán en coro concertado
Faunos, Sátiros, Pan, Cintio hermoso,
las Náyades de Betis venerado;
Las Ninfas del monte alto y confragoso,
las de árboles y selvas; consagrando
en honra tuya el canto numeroso.
Aquí soplará manso el viento blando
del templado Favonio, habrá contino
verano nuevo y Cloris con su bando.
Palma, plátano, pobo, álamo y pino,
el grande ciclamor, el lauro verde,
que a tu divina frente bien convino;
Extenderán con son, que nos acuerde
de ti, las hojas; y con rico manto
mostrará el prado, que el color no pierde.
Nacerá siempre eterno el amaranto,
Narciso y helicriso deleitoso
y suave Jacinto y tierno acanto.
Torcerá el curso el río no espumoso
con blandas ondas largo y extendido,
para regar el campo espacioso.
Cantar te han con dulcísimo sonido
las selvas y los bosques altamente
en verso noble y canto esclarecido.
Árbol no habrá, que a Febo más contente,
que el que tu nombre escrito en sí tuviere,
tu nombre entre pastores excelente.
Y cuando el viento de través hiriere;
resonará en el aire con tu gloria
el árbol, que sus hojas conmoviere.
Por ti al Tajo dará el nombre y victoria
el puro Eurotas y el nevoso Ebro,
que refiere de Orfeo la memoria;
Y el mismo grande y caudaloso Tebro
inclinará sus ondas, admirado
del canto y de la avena, que celebro.
En tanto que en el monte levantado
el jabalí espumoso tenga asiento,
y cayere el rocío al verde prado;
En todo el pastoral ayuntamiento
será tu nombre eterno, y la dulzura
y tierna voz del amoroso acento.
Calló Tirsi; y del bosque la espesura
hirió el viento en señal de su grandeza,
y resonó Salicio con voz pura
el río y de los montes la aspereza.

89. Betis, que en este tiempo solo y frio. Versión de las Anotaciones

Betis, que en este tiempo solo y frío
escuchas mi dolor; del hondo asiento
acoge en tu callado movimiento
los últimos suspiros; que yo envío.
Y si tiene valor tu sacro río;
dame que en árbol verde mi tormento
lamente trasformado; que ya siento
cual Cisne débil voz al canto mío.
Porque con nuevas ramas tu corriente
cercaré coronando, y destilado iré en
tu curso largo y extendido.
Que mi luz ceñirá su bella frente
de mis hojas; o en llanto desatado
seré en sus blancas manos recogido.

89a. Betis, que en este tiempo solo y frio. Versión de B

Betis, que en este tiempo solo y frío
escuchas mi dolor; del hondo asiento
acoge en tu quieto movimiento
los últimos suspiros; que yo envío.
Y si tiene valor tu sacro río;
dame que en árbol verde mi tormento
lamente trasformado; que ya siento
cual Cisne débil voz al canto mío.
Porque con nuevas ramas tu corriente
cercaré coronando, y destilado iré en
tu curso largo y extendido.
Que mi luz ceñirá su bella frente
de mis hojas; o en llanto desatado
seré en sus blancas manos recogido.

90. Dichoso fue el ardor, dichoso el vuelo

Dichoso fue el ardor, dichoso el vuelo,
con que desamparado de la vida,
dio nombre a su memoria esclarecida
Ícaro en el salado y hondo suelo.
Y quien el rayo derribó del cielo,
culpa de la carrera mal regida,
que Lampecie llorosa y afligida
lamenta en el hojoso y duro velo;
Pues de uno y otro eterna es la osadía
y el generoso intento, que a la muerte
negaron el valor de sus despojos;
Yo más dichoso en la fortuna mía,
pues al cielo llegué con nueva suerte,
y ardí vivo en la luz de vuestros ojos.

91. Desterrado el invierno frio y cano

Desterrado el invierno frío y cano,
la tierra se vestía en mil colores
con vivo lustre y fuerza del verano;
Y esparcidas las Rosas y las flores,
con aura fresca espiran dulcemente
en el aire tendido sus olores;
Cuando la alba salía de Oriente,
cubierta de oro y púrpura hermosa
el variado manto refulgente;
Y alegrando a la tierra deleitosa,
con rociadas gotas regalaba
a la hierba florida y abundosa.
Yo entonces en el campo me hallaba
cogiendo el fresco del templado aliento,
que blandamente entre arboles sonaba.
Traía la marea un movimiento
suave y tierno, en torno desparcido
que hería con dulce sentimiento.
Vi el campo en flores varias revestido,
que del rocío estaban esmaltadas,
con que más su belleza ha florecido.
Vi las húmedas Rosas, levantadas
abrir la hojas bellas, que primero
tenían todas juntas y cerradas;
Y alegres con la vuelta del Lucero,
mostraban su color entremezclado,
más hermoso que nunca y más entero.
No sé si la Alba había a Rosas dado,
o tomado el color, y si a las flores
había el día nuevo retocado.
Uno el rocío, y unos los colores,
uno el día, y de Venus amorosa
ambos, y por ventura unos olores.
Mas aquel con más fuerza poderosa
por el aire se tiende en grande alteza,
acá más cerca espira el de la rosa.
La reina de las gracias y belleza.
en su flor misma y astro reluciente
pinta del puro rojo la fineza.
Las flores ya extendían juntamente,
con hermosas figuras reluciendo,
su color y postura diferente.
Unas en punta suben, esparciendo
sus tiernas hojas al abierto cielo,
otras una corona van tejiendo.
Otras se tuercen en herboso suelo,
de verde, azul y jalde señaladas,
con violado, o con purpúreo velo.
Y casi unas con otras enlazadas,
heridos los colores van mudando;
y a los ojos engañan ayuntadas.
Esto miraba atónito yo, cuando
vi toda su belleza ir de caída,
el resplandor y olores olvidando.
Maravilleme, viendo así perdida
la beldad y la edad de tantas flores,
y muerta ya la Rosa aun no nacida.
Tanta belleza y varios resplandores
un día mismo adorna y descompone,
ofreciendo y robando sus colores.
Nosotros nos quejamos, porque pone
naturaleza con avara mano
tan breve gracia en flores, que compone;
Aun no salen los dones del verano;
cuando ella los derriba con la muerte,
dejando al tiempo del despojo ufano.
Cuan largo el día, es tan larga suerte
de las Rosas, que junto en un momento
su juventud en senectud convierte.
La que ya vio nacer el blando aliento
del nuevo Sol; morir aquesta vido,
cuando del mar bajaba al hondo asiento.
Más bien les ha la suerte concedido,
si así mueren tan presto; que naciendo
sucedan a su término cumplido.
Coged las Rosas vos, que vais perdiendo,
mientras la flor y edad Señora es nueva;
y acordaos, que va desfalleciendo
vuestro tiempo, y que nunca se renueva.

92. O soberbia y cruel en tu belleza

Oh soberbia y cruel en tu belleza,
cuando la no esperada edad forzosa
del oro, que aura mueve deleitosa
mude en la blanca plata la fineza;
y tiña el rojo lustre con flaqueza
en la amarilla viola la rosa,
y el dulce resplandor de luz hermosa
pierda la viva llama y su pureza;
dirás (mirando en el cristal luciente
otra la imagen tuya) : "Este deseo
¿por qué no fue en la flor primera mía?
"¿Por qué, ya que conozco el mal presente.
con esta voluntad con que me veo,
no vuelve la belleza que solía?"

92. SONETO. Versión de B

Oh soberbia y cruel en tu belleza
y con su verde flor victoriosa,
cuando la edad trocare presurosa
del oro crespo en plata la fineza;
y al color encendido con flaqueza
destiñere en la viola la rosa,
y el dulce resplandor de luz hermosa
perdiere el vivo fuego y su pureza,
dirás entonces, viendo tanto daño
en el cristal luciente: "Este deseo
¿por qué no fue en la edad primera mía?
"¿Por qué, ya que conozco el mal extraño,
con esta voluntad que yo poseo
no vuelve la belleza que solía?"

93. Cuando el osado Leandro

Cuando el osado Leandro,
olvidado de temor,
iba por el mar estrecho
a gozar su dulce amor;
cansado y puesto en peligro
del mar lleno de furor,
ya que las hinchadas aguas
causaban su perdición;
a las ondas que lo siguen
dijo así el triste amador
(como si jamás las ondas
le muevan a compasión)
perdonadme mientras llego,
a do dejé el corazón,
y mostrad en mí a la vuelta
vuestro ímpetu y furor.

94. Tu que en el crespo piélago llevada

Tú que en el crespo piélago llevada
con la concha de perlas de Oriente
y de rojos cabellos esmaltada,
guiaste en sombra oscura el pecho ardiente
por la canal tendida, que alterada
con furor resonaba; a do presente
la virgen temió el ponto, y el cortando,
dejó el náufrago claustro atrás bramando.
Tendió los brazos luego, alzó la mano
tres veces a la imagen fugitiva,
tres veces abrazando el aire en vano;
probó abrazar aquella sombra esquiva.
Y el oro que en la frente relucía
la purpúrea mejilla aun no vestía.
Hasta este tiempo contra el padre mío
declina el yugo que me impone el cielo.

95. Nací yo por ventura destinado

Nací yo por ventura destinado
al amoroso fuego, y que ofrecido
me vea a desdén grave, a duro olvido,
sujeto siempre a miserable estado?
Rompa la aguda espada el implicado
nudo, pues de mi industria nunca ha sido
suelto por mi dolor; que en mal perdido
el remedio cruel es acertado.
Cuelguen de este alto roble los despojos
de mi engañado amor, y la esperanza
muera, que un tiempo me sostuvo incierto.
Que ya no doy lugar a bellos ojos,
ni a la falsa risa y vana confianza,
y en él se escriba; Amor quedó aquí muerto.

96. Dime te ruego Lidia

Dime te ruego Lidia,
di por todos los dioses, por qué a Sibaris
Quieres perder amándote?
di, por qué ha aborrecido el campo Marcio,
Pues tiene fuerza, y ánimo,
para sufrir el polvo y el sol cálido?
Por qué entre iguales jóvenes
a caballo no prueba la milicia;
Ni rige con freno áspero
la dura boca del bridón de Francia?
Por qué se muestra tímido,
y no toca del Tebro el vaso líquido?
Por qué la lucha rígida
huye más que la sangre de la víbora?
Y no descubre cárdenos
los fuertes brazos con las armas hórridas;
Llevando la victoria
con disco, y dardo, que traspase el término?
Por qué en grave silencio
se esconde, como el animoso Tessalo,
Poco antes que en Asia,
se destruyese el Ilión de Dárdano
Porque en varonil hábito
no fuese a muerte del Troyano ejército?

97. Aunque en el caso yo de tal amigo

Aunque en el caso yo de tal amigo
herido gravemente y lastimado
codiciase a mis lágrimas consuelo,
porque mis lumbres en perpetuo llanto
no manasen, ni este dolor tan grande
a quemarme los pechos comenzase,
pero, luego que aquesto concederme
de mi ánimo pudo la amargura,
acabé para ti estos mustios versos;
con que te consolasen mis Camenas,
si algo puede aliviar la Musa un mísero.
porque tú todo poco a poco en lágrimas
no te fueses, cual hielo se desata
tocado con el Noto pluvioso.
pues es rumor que en última tristeza
vives con el acervo y duro hado
del caro hermano, y que gozar no puedes
del reposo los gustos, y del sueño;
mas que cuando se aparta, y vuelve el día
te quejas, y que buscas al perdido
triste, y vago, y con llanto torpe el rostro,
por todas las riberas, de la suerte
que anduvo errando por las bandas todas
de Erídano Lampecie congojada
con la fraterna muerte, la cual dicen
que siete noches sin el don del sueño,
y ayuna continuó otros siete días.
y, cuando con el largo error cansada
del viaje, cayó en la gran ribera
del Erídano umbroso; dando voces
a las ondas decía, vos volvedme
mi Faetón, ay oh cualquiera sea
la Ninfa, que esconde en este río.
tú pero, si doler a alguno debe
ajena muerte, tienes justa causa
de tan grave dolor. porque tu hermano
hizo perder en su temprana muerte
tus cómodos y a ti mismo y a los tuyos.
perdió tu caro hermano de ti mísero
quitado, a quien amabas más que a otro.
aquel Amor, aquel consuelo dulce
de tu juventud era y esperanza
y reparo y columna de tu casa;
con quien siempre tratar, con quien solías
estar, y los consejos escondidos
de tu ánimo decir, mirando a él solo,
y a todos prefiriendo, en cuya boca
la gracia de la ambrosía parecía.
oh grandemente míseros nosotros,
y linaje afanado y fatigoso,
de cuya suerte no hay peor alguna.
en nos se embraveció la fiera guerra,
que nunca edad alguna vio más dura,
ni la tendrán jamás algunos días.
Sufrimos tristes el cruel servicio,
y los bárbaros mandos, y perdimos
parte las caras casas y la patria.
consumió las reliquias, y los míseros
ciudadanos la peste corrompida,
y aun hoy arde la furia en todas partes.
No habían aun fin puesto los gemidos,
y no habían cesado ya los ojos
del triste llanto con mejillas secas,
cuando tú Marco caes, cuando en tantas
tristezas quebrantados desamparas
a nosotros frustrados en tu crédito.
esto no permitía que esperásemos
tu edad verde y virtud y buenos hechos;
que nosotros a ti joven sin ánimo
y sin alguna habla miserables
en la extranjera tierra sepultásemos;
mas que habías de ser, a quien con fama
la virtud igualase el alto Olimpo,
uno que a muchos pueblos enseñases.
Vos oh entretanto del Benaco padre
cien Ninfas, y tú Sarca, que desciendes
de las Alpinas cumbres, vos oh peñas
de Naco, y vos oh piedras de Briano,
y espesos bosques con umbrosas cimas,
traed, oh traed algún consuelo
a mi Bato, y quitadle de su ánimo
tanta tristeza, a quien la santa ciencia
abrazando no puede dar alivio,
ni puede dar la Musa diligente
con los acostumbrados dulces versos.
mas después Bato que el poeta Tracio
grande tiempo buscó, y lloró gran tiempo
a su perdida Eurídice robada,
con nada consolar más sus cuidados
pudo, que con el blando canto y ciencia.
siempre, o errase de Ródope en las selvas
altas, o en ondas de Estrimón desierto,
la acompañó la Musa, siempre al hombro
pendió la ebúrnea lira, diestra en números.
él siempre contemplaba el orbe inmenso,
y el ornato del orbe y las estrellas
con puras lumbres, y los grandes mares
vastos montes, y ríos sin sosiego,
y todo cuanto al fin pare la tierra.
cuyo tenor con ley cierta advirtiendo,
poco a poco sintió a su cara Eurídice
borrársela en olvido, y en un gozo
mudar la mente triste, tanto puede
la forma de las cosas presentada
ablandar y mover todos los ánimos!
Entre los cuales él tu mismo hermano
reciente de su muerte, mira el cielo
admirado y las casas celestiales,
y el día eterno, y la felice gente
por orden, entre quien recibe gozo
contándose con ellos. con él cerca
las ánimas ilustres, sus abuelos
y su padre en el rostro de su nieto
fijan los ojos, y la bella efigie
conocen, él su estirpe generosa,
y ve el claro linaje, y los conoce
y aprende sus hazañas y sus nombres,
y también cuanto has de habitar en tierra.
oh muy dichoso, a quien fue concedido
antes que la vejez triste llegase,
tender el paso al celestial camino.
La tierra, en tanto que los astros fueren,
y que los mares corran, no olvidada
al cielo llevará tu nombre y hechos.

98. Los sueños que con sombras voladoras

Los sueños que con sombras voladoras
engañan al humano entendimiento,
ni sacros templos, ni en calladas horas
envían dioses del celeste asiento;
mas con falsas visiones formadoras
de las cosas, que ofrece al sentimiento;
cada uno los hace y los figura
en el reposo de la sombra oscura.
Porque cuando los miembros derribados
con hondo sueño están profundamente
perdido su vigor, y desmayados,
en vano juega la quieta mente,
todo lo que en negocios y cuidados
hubo en la claridad del sol luciente,
con el horror y oscurecidas nieblas
lo trata de la noche en las tinieblas.
El que el fuerte lugar bate con guerra,
y con ardientes llamas espantoso
se encruelece en la enemiga tierra,
y el miserable pueblo impetuoso
con duro hierro y bravo fuego atierra,
las armas ve y ejército dudoso,
y las muertes de reyes, y cubiertos
los campos con la sangre de los muertos.
Los que las causas oran, el juzgado
ven y las leyes, y con el rendido
pecho y medroso el tribunal cerrado.
sus riquezas esconde el afligido
avaro, y halla el oro sepultado.
del cazador el bosque es perseguido.
libra su nave, o hace el marinero,
que zozobre con él en el mar fiero.
La deshonesta hembra, enajenada
de sí, escribe regalos a su amante.
Y adúltera da toda enamorada
dones, que el pecho vencen más constante.
la traza de la liebre imaginada
ladra el can, que en los sueños ve delante.
en el espacio de la noche oscura
de la mísera gente el dolor dura.

99. Juntos todos; la tierra atropellada

Juntos todos; la tierra atropellada
con los pies no se ve, ni tanta gente
en multitud confusa amontonada
se podría contar, antes la ardiente
arena sería en Libia numerada.
todos crueles, de ánimo valiente,
mas ruda turba, de soberbia llena,
de razón falta, y de consejo ajena.
Ni desnudar el hierro arremetiendo,
ni en ordenanza saben conservarse,
apriétanse, y apremian confundiendo,
y unos con otros vienen a implicarse.
mas quien atentamente fuese viendo
con orden el ejército mostrarse
del gran Cesar, diría sin recelo
que lo juntó, y dispuso solo el cielo.
Allí estaba de Italia poderosa
la juventud belígera mostrando
el gran valor, la industria belicosa.
sus antiguas hazañas renovando;
y de España en las armas generosa
los capitanes en ilustre bando.
que al cielo alzó sus hechos la victoria,
y dio la tolerancia eterna gloria.
También Rin, los que habitan tu ribera,
a morir, o vencer acostumbrados,
que menos temen a la muerte fiera,
que ser vencidos; todos enseñados
a seguir de Mavorte la bandera,
de relucientes armas adornados
en orden puestos todos, y sujetos
de quien los rige y manda a los preceptos.

100. SONETO DE FERNANDO DE HERRERA

Al Canto de este Cisne, y voz doliente,
que se queja en el sacro Hesperio río,
Betis del arenoso asiento frío
alzó revuelta en Ovas la alta frente.
Tú serás grande gloria de Occidente,
dijo, y eterna fe del honor mío,
y Galatea, y la ascondida Espío
responderá a tu canto dulcemente.
Darame el rubio Tajo la victoria,
Tajo del tierno Laso celebrado,
y al Arno seré igual en la nobleza.
Calló, y las ondas levantó en su gloria,
resuena luego el hondo seno, y vado,
con dulce voz y con mayor pureza.

101. FERNANDO DE HERRERA AL AVTHOR

No bastaba ilustrar con viva Gloria
Los Trofeos? y dar al fiero Marte
Las Coronas y Palmas de Victoria?
Y con nuevo Valor, Industria, y Arte
Vibrar Terrible la Sangrienta Espada,
Y celebrarla en una y otra Parte?
Que en cuanto ve del Sol la Luz Dorada,
Y en cuanto abraza el Mar, y cerca el Cielo,
Va de Inmortales Glorias rodeada?
Si no también con Generoso Vuelo
Y con Fuerzas de Claro Entendimiento
Dejar Perpetua su Memoria al Suelo?
Y en Cartas a quien nunca Fuego y Viento
Y las vueltas del tiempo harán Daño,
Su Virtud descubrir y Fundamento?
Donde roto y deshecho todo Engaño
Su Valor resplandece Esclarecido,
Con rara Muestra y con Intento extraño.
No esconderá ya Nube del Olvido
CARRANZA vuestro nombre Glorioso,
Y el Espíritu excelso y encendido.
Solo vos con Ardor Maravilloso
En el Ingenio igual y en Valentía
Seguís a Febo y Marte Belicoso.
Y con Brío Dichoso y Osadía
A España enriquecéis de aquella Gloria,
Que nunca esperó ver en algún día.
Y si vuestros trabajos con Memoria
Fueren de Claro Artífice esculpidos,
Los Despojos pondrá de la Victoria,
No Flores de Jacintos escogidos,
Ni de Venus las Rosas estimadas,
Mas Yelmos con las Plumas esparcidos,
Rotas Astas, y Escudos, y Doradas
Corazas, Fuertes Grebas, y de Marte
Ardiente Cortadoras las Espadas.
También pondrá con Gloria en otra Parte,
Las Muestras del Ingenio, que levanta
Una Nueva y Difícil, y Útil Arte.
Esta Gloria admirable ensalza y canta
Con mil Alas la Fama no cansada,
Y a la una y otra Hesperia el Hecho espanta.
Obra y Honra Inmortal tan extremada,
Que la Máquina excelsa y la Grandeza
De Egipto vence al Cielo levantada.
Cuanto de hoy más la Fuerza y la Destreza
Tuvieren de Valor, a vos se debe,
Y vos les dais Valor y Fortaleza.
Si alguno hubiere ya, que osado pruebe
Con Armas la Dudosa y Varia Suerte.
Conviene, que de vos la Industria lleve.
No temerá el Peligro de la Muerte,
Que crece en la Destreza la Osadía,
Y al Corazón más Flaco hace Fuerte.
Si a la Ribera Sosegada y Fría
Que Betis orna, y viste, y al Sagrado
Mar de Atlante su llano Curso envía,
Fuere alguno, y mirare el Venerado
Lugar, que le da Gloria, y su excelente
Y Rico Sitio, y siempre afortunado.
Aunque es honra del Último Occidente
Y en el Poder soberbio y la Grandeza
Oscurece y oprime al Oriente.
No tanto admirará de su Riqueza
La Abundancia, y sus Glorias, y su Fama,
Cuanto de vuestro Pecho la Nobleza.
Pues en vos solo el Cielo Alto derrama
Industria, y Fortaleza no vencida,
Y al Amor de Virtud Ilustre os llama.
Oh Dichosos Trabajos de tal vida,
Que cuando los Despojos diere a Muerte,
Vivirá con más Luz esclarecida,
Sin que le ofenda el tiempo y dura Suerte.

107. SONETO II. Versión de B

Voy siguiendo la fuerza de mi hado
por este campo estéril y escondido.
todo calla, y no cesa mi gemido;
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino, y crece mi cuidado;
que nunca mi dolor pone en olvido.
el curso al fin acaba, aunque extendido;
pero no acaba el daño dilatado.
Que vale contra un mal siempre presente
apartarse y huir, si en la memoria
se estampa, y muestra frescas las señales?
Vuela Amor en mi alcance; y no consiente
en mi afrenta, que olvide aquella historia,
que descubierto el paso dio a mis males.

116. SONETO X. Versión de B

Rojo Sol, que con hacha gloriosa
das color al profundo y alto cielo,
hallaste tal belleza en todo el suelo,
que igualase a mi bella Luz dichosa?
Aura suave, blanda y amorosa,
que nos regalas con el fresco vuelo;
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, tocaste trenza más hermosa?
Luna; honor de la noche, ilustre coro
de las errantes formas y fijadas,
consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, Aura, Luna, luces de oro,
oísteis vos mis penas nunca usadas?
visteis Luz más ingrata a mis querellas?

117. SONETO XI. Versión de B

Suspiro, y pruebo con la voz doliente,
que expire en sus dolores la alma mía;
crece el suspiro en vano, y mi agonía,
y el mal renueva siempre su accidente.
Estas peñas, do solo muero ausente,
rompe mi suspirar en noche y día;
y no hiere (oh dolor de mi porfía)
a quien estos suspiros no consiente.
Suspirando no muero, y no deshago
parte de mi pasión, mas vuelvo al llanto;
y cesando las lágrimas, suspiro.
Esfuerza Amor el suspirar, que hago,
y como el cisne muere en dulce canto,
así acabo la vida en el suspiro.

118. SONETO XII. Versión de B

Yo voy por esta solitaria tierra,
de antiguos pensamientos molestado,
dejando el resplandor del Sol dorado,
que de sus puros rayos me destierra.
El paso a la esperanza se me cierra;
de un alta cumbre a un monte voy enriscado,
con mis ojos volviendo al apartado
lugar, solo principio de mi guerra.
Tanto bien refigura la memoria,
y tanto mal encuentra la presencia;
que me desmaya el corazón vencido.
Oh crueles despojos de mi gloria,
desconfianza, olvido, celo, ausencia,
por qué seguís a un mísero rendido?

130. SONETO XXII. Versión de B

Céfiro renovó en mi tierno pecho
floridas ramas de esperanza cierta,
a mansa pluvia, a sol rosado abierta,
y todo se mostraba en mi provecho.
Cuando de hielo un crudo soplo hecho,
de aquella parte de calor desierta,
abate en tierra mi esperanza muerta,
y el trabajo en un punto fue deshecho.
Quedó en el mismo puesto el hielo frío,
que con el fuego en mi dolor contiende;
y vence alguna vez, otra es vencido.
De allí siempre temí en el pecho mío
la nieve, que aunque el fuego me defiende,
dudoso estoy del daño recibido.

137. SONETO. Versión de B

Huye mi pensamiento el horror frío
y la aspereza helada y duro invierno,
y la aura espera de Favonio tierno
para librarse de él y del estío;
pero en la suerte y grave estado mío
el prevenir me ofende, y yo discierno
Céfiro breve y Aquilón eterno
y siempre en mi dolor por mal porfío.
Al fin había de ser que el destemplado
estío acabe en fuego, o en el hielo
rígido invierno mi obstinado pecho.
Que del furor sufrido no cansado,
no se mueve a las vueltas que da el cielo,
ni está en mis estragos satisfecho.

140. SONETO XXXI. Versión de B

El tiempo, que se alarga al mal extraño,
y me muestra mis pasos bien contados;
si término pusiese a mis cuidados,
sería a mi esperanza desengaño.
Que el oro, que me tiene en nuevo engaño,
los ojos dulcemente regalados,
sin valor a mis años mal gastados
el remedio serían de su daño.
Pero si en él se aumenta el dolor mío,
si el oro es y los ojos inmortales,
y es eterno el valor y altivo intento;
Será de amor perpetuo el desvarío;
y en las penas, que a todos son mortales,
renacerá contino mi tormento.

149. SONETO XXXIX. Versión de B

Pura, bella, suave Estrella mía,
que sin que os dañe oscuridad profana,
dais la sagrada luz a la mañana,
y la tierra encendéis helada y fría;
Pues vos, por quien suspiros mil envía
mi alma, cual castísima Diana,
levantáis la bandera soberana
contra Venus y Amor con osadía;
Yo seré, como aquel, que su belleza
con hierro violó; y el casto hecho
más bello lo deseo y con mayor gloria.
Mas si fuérades Luna en la aspereza,
de Ladmo, yo temiera el tierno pecho
del cazador que aún vive su memoria punto.

154. SONETO XLIII. Versión de B

Oh cómo vuela en alto mi deseo,
sin que de su osadía el mal fin tema!
que ya las puntas de sus alas quema,
donde ningún remedio al triste veo.
Qué mal podrá alabarse del trofeo,
subiéndose en la parte más suprema
del fuego ardiente, en esta banda extrema
cae por su culpado devaneo.
Debía en mi fortuna ser ejemplo
Dédalo, no aquel joven atrevido,
que dio al salado seno insigne su nombre.
Mas ya tarde mis lástimas contemplo.
pero si muero, porque osé, perdido,
jamás a igual empresa osó algún hombre.

169. SONETO LVI. Versión de B

Temiendo tu valor y tu ardiente espada,
sublime Carlo, el bárbaro Africano,
y el bravo horror del ímpetu Otomano
la altiva frente humilla quebrantada.
Italia en propia sangre rociada,
el invencible, el áspero Germano,
y el osado Francés con fuerte mano
al yugo la cerviz trae inclinada.
Alce España los arcos en memoria,
títulos en colosos y estandarte
despojos y coronas de victoria;
Que ya en la tierra y mar no queda parte,
que no sea trofeo de tu gloria,
ni le resta más honra al fiero Marte.

CANCION IIII. Versión de B

Esparce en estas flores
pura nieve y rocío
blanca y serena luz de nueva Aurora,
y con varios colores
se vista el bosque frío
de los despojos de la rica Flora;
pues la excelsa Heliodora
ya muestra su belleza,
a do con alta frente
da Betis su corriente,
llevando al mar tendida su grandeza;
y vos, lumbres del cielo,
mirad felices nuestro Hesperio suelo.
Rojo Sol, que el dorado
cerco de tu corona
sacas del hondo piélago, mirando
el Ganges derramado,
al Danubio y la Sona,
y del divino Nilo el fértil bando;
si tu llegares, cuando
esta serena Estrella
alza al rosado cielo,
dando alegría al suelo,
los ojos, do está Venus casta y bella,
de aquellos rayos ciego,
arderás, con tus llamas hecho fuego.
Luna, que resplandeces
sola, fría, argentada
en el callado velo tenebroso;
y tu luz enriqueces
en la hacha inflamada
del Sol con resplandor maravilloso;
si el Lucero hermoso,
do el puro Amor se alienta,
mirares, encendida
en llama esclarecida,
que a limpias almas con virtud sustenta,
correrás por la cumbre
con grande y siempre eterna y clara lumbre.
Junta a inmensa belleza ya está la cortesía,
y suma honestidad y humilde trato
con valor y grandeza,
en el dichoso día
que el largo cielo nos la volvió grato.
vivo y puro retrato
de inmortal hermosura,
rayo de amor sagrado
que al dulce esposo amado
contigo junto en fuego eterno apura;
y si parte le ofende,
es que el cuerpo mortal su bien comprende.
El sacro rey de ríos,
que nuestros campos baña,
al bello aparecer de este Lucero
cubrió los vados fríos
al pie de la montaña,
do vio resplandecer su Luz primero,
del oro, que el Ibero
en las cavernas hondas
procura, y con las flores
compuso en mil colores,
y con perlas el curso de las ondas;
y esclarecía el cielo,
y daba olor suave en torno el suelo.
Las gracias amorosas
con las Ninfas un coro
tejían en el blando, undoso seno;
y de purpúreas rosas
envueltas en el oro
con ámbar oloroso y flores lleno,
dulce despojo ameno
del revestido prado,
las guirnaldas ayuntaban,
y todas coronaban
el cabello sutil, largo y dorado,
que, cual de las estrellas,
por el aire volaron sus centellas.
El alto monte verde,
que de Palas es gloria,
sintiendo en sí los pies de su señora,
su tristeza ya pierde,
y le da la victoria
aquel, do Prometeo gime y llora;
y donde la sonora
lira de Tracia espira;
el sagrado Helicona
con florida corona,
y do Atlante del peso no respira;
pues su alteza sostiene
la belleza, que el cielo en tierra tiene.
Yo entretejer quisiera
su nombre esclarecido
entre la blanca Luna y Sol rosado;
y su gloria pusiera
en el peplo extendido,
que en otra edad Atenas vio estimado;
cuando el tiempo llegado
Minerva es celebrada.
dichoso el año y día;
y es quien ve el año y día.
allí pintado está con asta airada
el áspero Tifeo,
que muerto pierde todo su deseo.
Mas pues que la rudeza
de este mi débil canto,
causado de un deseo simple y vano,
no puede a su belleza
dalle la gloria, cuanto
merece el valor suyo soberano,
y mi intento es vano;
Cisnes, que la corriente
de Betis vais cortando,
el canto vuestro alzando,
su gloria y nombre resonad presente;
y oían céfiro y Flora
su inmensa hermosura con la Aurora.
Canción humilde di a esta pura Estrella:
sufra vuestra belleza
mi rústica simpleza.

175. SONETO LXI. Versión de B

Cual de oro era el cabello variado,
en mil varias lazadas dividido;
y cuanto en más figuras esparcido,
tanto de más centellas ilustrado.
Tal suele de sus hebras coronado,
Febo mostrarse en llamas encendido;
tal discurre en el cielo esclarecido
un ardiente cometa arrebatado.
Debajo el puro y rico y sutil velo
Amor, Gracia, Valor y la belleza
templada en nieve y púrpura se vía.
Pensara, que se abrió esta vez el cielo,
y mostró su poder y su riqueza,
si no fuera la Luz de la alma mía.

178. EGLOGA VENATORIA. Versión de B

De aljaba y arco tu Diana armada,
que por el monte umbroso y extendido
a las fieras fatigas presurosa,
huye del alto Ladmo desdichada,
donde tu cazador duerme escondido;
porque otra cazadora más hermosa
persigue impetuosa
al jabalí espumoso y enojado;
porque otra más hermosa cazadora
al ciervo sigue ahora.
y si la viere Endimión, tu cuidado,
ya corriendo la fiera en la maleza,
te dejará por ella en la aspereza.
Mas a Endimión no dejes tú Diana,
queda con él, no siga al amor mío.
Endimión, amor tuyo, esté contigo.
en la callada noche, en la mañana,
al Sol ardiente, al importuno frío
mi dulce cazadora esté conmigo.
este bosque es testigo,
cuantas veces la llamo y busco en vano.
la Aurora me oye sola sin su amante,
y se ofrece delante,
cuando espera las fieras en el llano.
suspira ella su amor, yo lloro el mío,
si al monte mira , yo a mi bosque y río.
Hermosa cazadora, que has llevado
del frío bosque mi herido pecho
con el cabello de oro suelto al viento,
y de flores y rosas coronado;
eres Napea de este valle estrecho,
que alcanzas con ligero movimiento
al jabalí sediento,
y del ciervo la planta voladora?
que tu paso, y tu voz, y tu belleza
mas que mortal grandeza
descubre a tu Menalio, que te adora.
tal va Cintia con traje soberano,
encendiendo de amores a Silvano.
¿Qué dios, oh Ninfa bella, te ha ofrecido
a mis ojos, corriendo yo una fiera
sin cuidado de Amor; y vista luego
te me llevó, dejándome perdido,
porque en llama inmortal ardiendo muera?
de tus ojos probó el tirano ciego
con mi daño su fuego.
mas tú habites el bosque oscuro y prado,
o la tendida selva de este río,
jamás del pecho mío
se apartará el Amor, que me ha abrasado,
el bosque y prado del amor testigo,
a amarte aprenderá también conmigo.
O la ligera garza levantando
mire al halcón veloz y atrevido,
o espere al jabalí cerdoso y fiero,
o la Aura entre los árboles gozando;
con silencio o voz muda en lo escondido
del pecho solo lloraré primero
el dolor, en que muero.
sin ti el feroz caballo, el rayo ardiente
del imitado trueno, y la sabrosa
caza, me es enojosa,
pues tú me dejas mísero y doliente.
todo me agradará, y será mi gloria,
si vuelves, y de mí tienes memoria.
Porque huyes, y quieres que sin lumbre
en esta selva muera con tormento,
y no miras tu amante, que te llama?
baja de esa fragosa y alta cumbre;
que, según el ruido grave siento,
por entre una y otra espesa rama,
que las hojas derrama,
un feroz jabalí se ha recogido.
con el arco en la blanca y tierna mano
baja antes que al llano
llegues, atravesado, y extendido
de mi venablo, y muerto, la espumosa
cabeza, llevarás victoriosa.
No te confíes, Ninfa, en tu belleza,
que vendrá el día, en que las hebras de oro
mude la edad ligera en blanca plata.
antes muera, que vea tu tristeza.
mas para qué suspiro triste, y lloro
por quien a mis querellas es ingrata?
si tu dureza mata
a quien te sigue, aquel, que te aborrece,
qué pena habrá, que iguale con su culpa?
pero quién no me culpa,
pues sigo solo el mal, que se me ofrece?
suspenso en el amor y en el deseo,
al fin doy en un ciego devaneo.
Mas vos Amores, rojos dulcemente,
dejad las ondas claras de Citera,
y a mi Ninfa herid con vuestra llama;
que su hermosa flor perder no siente
sin fruto inútil en la edad primera.
y tú Diana, pues, Amor te inflama,
cuando el monte te llama
por el dormido amante, y ya el tormento
conoces del Amor; si he venerado
tus aras, y colgado
del jabalí terrible y violento
la alta frente, y del ciervo la ramosa,
muéstrate a mis dolores piadosa.
Si contigo viviera, Ninfa mía,
en esta selva, tu sutil cabello
adornara de rosas, y cogiera
las frutas varias en el nuevo día;
las blancas plumas del pintado cuello
de la garza ofreciendo, y te trajera
de la silvestre fiera
los despojos, contigo recostado,
y en la sombra cantando tu belleza;
y en la verde corteza
de la frondosa encina mi cuidado
extendiendo, conmigo lo leyeras,
y sobre mí las flores esparcieras.
Ah cuantas veces entre aqueste juego
a tu cuello los brazos rodeara!
y en tus ojos mis ojos encendiendo,
cuando mas descuidada de mi fuego,
a tu boca el espíritu hurtara,
mi espíritu en el tuyo convirtiendo,
dulcemente muriendo.
esto preciara más, que ver el vuelo
del halcón, más que dar de un golpe muerte
al jabalí más fuerte,
o alcanzar por el ancho y largo suelo
junto al agua herido y sin aliento
al ciervo que atrás deja el leve viento.
No dudes, ven conmigo, Ninfa mía.
yo no soy feo, aunque la altiva frente
no se muestra a tus hebras semejante.
mas tengo amor, y fuerza y osadía,
y tengo parecer de hombre valiente;
que al cazador conviene este semblante
robusto y arrogante.
iremos a la fuente, al dulce frío,
y en blando sueño puestos al ruido
del murmureo esparcido
de la agua, tú en mis brazos, amor mío,
y yo en los tuyos blancos y hermosos,
a los Faunos haría envidiosos.
Mas si te agrada, y o si te agradase,
ven conmigo a esta sombra, do resuena
la aura en los ciclamoros revestidos
de hiedra, do jamás se vio que entrase
alzado el Sol con luz ardiente y llena.
aquí hay álamos verdes y crecidos,
y los pobos floridos,
y el fresco prado riega la alta fuente
con murmurio suave y sosegado.
aquí el tiempo templado
te convida a huir el Sol caliente.
ven, Ninfa bella, ven ya Ninfa mía,
este prado te llama y fuente fría.

198. SONETO. Versión de B

Sufrí llorando, al crudo Amor rendido,
el dolor congojoso del cuidado;
a celo, a pena, a ausencia condenado,
y a desdén y a asperezas ofrecido.
Amor movió mi canto entristecido
y gobernó mi ingenio descuidado;
él pudo levantarme a tal estado,
que por ventura excederé al olvido.
Quien conociere bien cuanto Amor puede,
que leyere mis versos que compongo,
muéstrese agradecido a mi memoria.
Que él solo entiende cuánto mal excede
al dolor, que en mi canto, Amor, dispongo,
y él sabe si es igual el premio y gloria.

200. SONETO. Versión de B

Pues de este grave mal morir espero
y no hay confianza en tanto daño,
Amor me diese en premio de mi engaño
este remedio solo, aunque postrero:
que en duro bronce y en labrado acero,
estuviese el dolor y el mal extraño,
y la dura ocasión del desengaño,
por quien, con triste suerte, triste muero.
Para quien de mi muerte la memoria
y de la fe que tuve la firmeza
a la futura edad fuese notoria.
Que habría quien llorase mi tristeza
con noble canto, y mi pasada gloria,
despojos de mi bien y mi riqueza.

203a. SONETO. Versión de B

Con el cielo sereno, al mar abierto
mi nave corre, y fresco el viento llega,
y, entrando en golfo, la salud le niega
cielo turbio, aire adverso, mar incierto.
Vuelve, temiendo el mal presente, al puerto;
temor y oscuridad la turba y ciega;
y arrójala, y abierta, que se anega,
libre la tempestad del daño cierto.
Arrebatada va por el mar largo,
sin esperanza alguna de remedio,
y con temor de perdición terrible.
Navegando en el mar de amor amargo,
yo hallo en su peligro el mejor medio
que es desear salud en lo imposible.

203b. SONETO. Versión de B

Al viento y al mar doy la vela y remo;
próspero el viento es, y el mar quieto,
y al fin puerto seguro me prometo
y el voto hago de salud extremo.
Dentro en el golfo airado el daño temo,
con soplo adverso y piélago inquieto,
y el cielo a oscuridad está sujeto:
no hay remedio a mi dolor supremo.
Una Luz muestra clara el Occidente,
que viste el cielo y la esperanza crece,
el viento cae, sosiega el mar incierto.
La prora vuelvo a ella, y juntamente
la tierra en altas puntas aparece,
y nunca llega al deseado puerto.

205. SONETO. Versión de B

¿Qué recio y fuerte lazo me encadena
con hermosura y resplandor sagrado,
que en llama ardiente, mísero, abrasado,
a eterno y grave daño me condena?
El celeste tesoro es, que mi pena
en crespas hebras de oro fue tirado;
por él levanto al cielo mi cuidado;
por él gozo de gloria puesto en pena.
Dichosos nudos del dorado hilo,
que sois dulce consuelo a mi tormento
y sois honra de España y luz del cielo,
si fuese tal mi humilde y simple estilo
que alzase vuestro nombre en alto acento,
¿quién pudiera igualarme en mortal velo?

212. SONETO. Versión de B

La púrpura en la nieve desteñida
sus dulces llamas del Amor perdía,
y en los dorados cercos se veía
Venus desfallecer con vuestra vida.
La fiera muerte, de beldad vestida,
su oscura noche vuelve en claro día,
y en vuestros ojos puesta desconfía
mi alma, que en vos muere partida.
Pero espirando Amor, suave y tierno,
en el bello semblante, la victoria
llevó esperada, y se rindió la suerte.
Ardió con vuestra luz su fuego eterno,
y a la belleza dio de sí la gloria,
que nuevo Amor en vos hizo a la muerte.

213. SONETO. Versión de B

Corta, vana alegría, inútil gloria,
deseos sin efectos mal perdidos,
suspiros tarde en mi dolor nacidos,
despojos tristes de llorosa historia;
para amargo temor de la memoria
os siento en daño mío reducidos;
mas después de mis males pretendidos,
¿qué podéis pretender que os dé victoria?
Conozco ya y entiendo bien mi engaño,
que las heridas que en mi pecho veo
mostraron la experiencia de mi afrenta.
Dejadme, pues huís, mi desengaño:
que ni vuestras promesas ya deseo,
ni el bien de vuestra pena me contenta.

214. SONETO. Versión de B

Veo el placer ajeno y el contento
que ofrece Amor en el humilde estado,
y como estoy doliente y fatigado
procuro algún remedio a mi tormento.
Levanto de la pena al pensamiento
y digo que ya soy afortunado,
y finjo la mudanza en más cuidado
y dame la esperanza sufrimiento.
Huye en vano mil veces mi deseo,
la presa se le va, por quien yo muero,
y se remonta, con desdén, perdido.
Temo que habré de ser cual Salmoneo,
que pretendió mudar el rayo fiero
y fue con rayo cierto confundido.

216. CANCIÓN. Al sueño. Versión de B

Suave sueño, que con tardo vuelo
las alas perezosas blandamente
bates, de adormideras coronado,
por el sereno y adormido cielo,
ven ya al extremo puesto de Occidente,
y del licor sagrado
baña mis ojos; que, de amor cansado,
con las revueltas de mi pensamiento,
no admito algún reposo,
y el dolor desespera al sufrimiento.
¡Oh sueño venturoso,
ven ya, ven dulce amor de Pasitea,
a quien rendirse a tu valor desea!
Divino sueño, gloria de mortales,
descanso alegre al mísero afligido,
sueño amoroso, ven a quien espera
descansar breve tiempo de sus males,
con el humor celeste desparcido.
¿Cómo sufres que muera
libre de tu poder quien tuyo era?
¿No es dureza dejar un solo pecho
en perpetuo tormento
y que no entienda el bien que al mundo has hecho
sin gozar de tu aliento?
Ven, sueño blando, sueño deleitoso,
vuelve a mi alma ya, vuelve el reposo.
Sienta yo en este paso tu grandeza,
baja esparciendo el inmortal rocío,
huía la Alba, que en torno resplandece;
mira mi grave llanto y mi tristeza
y la razón del descontento mío,
y mi frente humedece,
en la sazón en que la lumbre crece.
Vuelve, sabroso sueño, y las hermosas
alas suenen ahora,
y huya con sus alas presurosas
la desabrida Aurora;
Y lo que en mí faltó la noche fría
acabe la cercana luz del día.
Una corona fresca de tus flores,
sueño , ofrezco, y descubre el dulce efeto
en los cansados cercos de mis ojos;
que el aire, lleno en líquidos olores,
ya tiene por qué sea más secreto;
y de estos mis enojos
destierra, manso sueño, los despojos.
Ven ya, pues, blando sueño, ven dichoso,
antes que el Oriente
descubra al sol con fuego presuroso.
Ven ya, sueño presente,
y acabará el dolor: así te vea
en brazos de tu dulce Pasitea.
Canción, si no agradares hecha en sueño,
como yo alcance a ser del sueño oído,
sufre el mal que te diere
quien más cuidado en tu dolor pidiere.

217. SONETO. Versión de B

En este espacio de camino incierto,
armado con los riscos y espantoso,
ay afán largo y paso peligroso,
dudosa la salud y temor cierto.
Entre espinas, huyendo este desierto,
pruebo buscar el paso no dañoso.
Resuena áspero el viento tempestuoso,
el cielo en negra sombra está cubierto.
Ya corro, despeñándome, sin tiento;
ya doy en las espinas con los ojos,
y término no hallo en mi camino.
Cánsase y desespera el sufrimiento,
y no teme ya tanto los abrojos
cuanto ver la ocasión del mal contino.

219. SONETO. Versión de B

Estaba en varios nudos recogido
el cabello dorado a quien adoro;
no cabello dorado, antes el oro,
por quien alegre llevo el mal sufrido.
Estaba el resplandor más encendido
de aquellas luces, del Amor tesoro,
por quien mi gloria, ya perdida, lloro,
pues son causa del daño a que he venido.
La veste negra, la beldad del cielo
era, y la voz de angélica armonía,
el aire y gracia, de divino aliento.
Yo que buscaba, triste, algún consuelo,
viendo el valor de aquesta lumbre mía,
llegué para llevar mayor tormento.

221. SONETO. Versión de B

En tus cristales claros la belleza,
Océano, yo veo figurada
de mi Luz, que, en sus hebras coronada,
muestra su majestad y su grandeza.
Tus ondas resplandecen con la alteza
de los rayos de Febo, y la dorada
frente en ellas contemplo reformada
y de púrpura y nieve la pureza.
Si alzo al cielo los ojos, donde junto
imitas su color, hallo presente
mi Lucero, de llamas esparcido.
Yo, dudoso del bien, al mismo punto
vuelvo a ti, y en tus ondas refulgente
y en el cielo lo miro dividido.

223. SONETO. Versión de B

Tan alto llevó el vuelo mi esperanza,
que mereció perderse en su osadía;
yo bien lo imaginaba y le decía
que no subiese al bien que ella no alcanza.
No me escuchó, y fundose en confianza
incierta, y perdió el bien que poseía;
y puesta en tal extremo y agonía,
conmigo se lamenta en la mudanza.
Y para consolalla de su daño,
de Faetón el rayo le recuerdo
y de su osada empresa la memoria.
Que a mi mal solo vale ya el engaño,
con quien de mi esperanza el premio pierdo,
y aun esto juzgo por más alta gloria.

224. SESTINA I. Versión de B

Un verde Lauro, en mi dichoso tiempo,
solía darme sombra, y con sus hojas
mi frente coronaba junto a Betis:
entonces yo en su gloria alzaba el canto,
y resonaba como blanco Cisne,
la Soledad testigo fue, y el bosque.
Después que al bien me dio principio el bosque,
y en la sombra gocé del dulce tiempo,
y canté como cuando muere el Cisne,
el Lauro me negó sus verdes hojas.
y en triste se trocó el alegre canto,
y se admiró de mi lamento Betis.
Yo busco el Lauro junto al grande Betis,
y está cerrado en el espeso bosque,
do apena llega el lastimoso canto,
que le ofrecí, el pasado alegre tiempo;
mas él huye de darme más sus hojas;
y yo me quejo como suele el Cisne.
Jamás cantó tan triste el dulce Cisne,
en el sonante curso del gran Betis;
como yo, por el Lauro, y verdes hojas,
que me impiden tratar el duro bosque;
y con memoria del suave tiempo,
resuena todo en lástimas mi canto.
Ya no sonaré yo el felice canto,
que puso envidia, en Betis, al gran Cisne;
pues es contrario a mi esperanza el tiempo
tristezas oirá y lágrimas ya Betis,
y al cielo moveré contra aquel bosque,
que del Lauro defiéndeme las hojas.
Pues ya no me corono de las hojas
enmudezca de hoy más el tierno canto;
así vea desnudo al triste bosque,
y llore mi dolor el blanco Cisne,
que tiende el lecho en el soberbio Betis;
pues el Lauro me falta, y deja el tiempo.
Entristéceme el tiempo, el Lauro, y hojas,
el canto no me agrada, el blanco Cisne
lamente en Betis, y arda en fuego el bosque.

225. SONETO XXV. Versión de B

Dulce el fuego es de Amor, dulce la pena,
y dulce de mi daño la memoria,
cuando renueva Amor la antigua historia,
que a su grave tormento me condena.
Mas cuando hallo mi esperanza llena
de bien y de promesas de victoria,
un súbito dolor turba mi gloria,
y todos mis concentos desordena.
Que será esta Luz pura de belleza,
la fe del limpio Amor en poca tierra
muerta, y el fuego muerto; que me inflama.
Oh vano ardor de la mortal flaqueza,
si el fin; que ofrece paz de tanta guerra,
no dejara ceniza de mi llama.

226. SONETO XXVI. Versión de B

A do tenéis la luz, Héspero mío,
la luz, gloria y honor del Occidente?
estás puesto en el cielo reluciente
en importuno tiempo y seco Estío?
Lleva tu resplandor al sacro río,
que tu belleza espera alegremente,
y el céfiro te sea otro Oriente
hecho Lucero, y no Héspero tardío.
Merezca Betis fértil tanta gloria,
que solo el de estas luces ilustrado
a tierra y cielo lleva la victoria.
Que tu belleza, y resplandor sagrado
hará perpetuo, de inmortal memoria,
mientras corriere al mar arrebatado.

230. SONETO. Versión de B

Yo vi que mi Sirena dividía
sus crespas ondas de oro al manso viento,
y en voz tierna y suave movimiento
mi duro corazón enternecía.
Mi rustiqueza ingrata y rebeldía
perdió, vencida , el obstinado intento,
y en blando y regalado sentimiento
trocó mi alma la aspereza mía.
Nunca me vi más preso ni rendido,
y nunca vi en Amor mayor dureza,
ni más grave desdén, ni largo olvido.
Mi bien a tanto extremo y estrecheza
con dolor nuevo, Casas, me ha traído,
que su dureza temo y su belleza.

231. ELEGIA II. Versión de B

Si ya la Luz que causa mi alegría,
su resplandor aparta de mis ojos,
para qué quiero ver la luz del día?
Para ver por ventura mis despojos
en ajeno poder; y mi memoria
muerta; y vueltas las flores en abrojos.
Amor, porque me dio breve victoria
y no entera, con daño de la vida,
que fortuna en sus hechos nueva gloria;
Más grave siente la inmortal herida,
con la fuerza del mal; y triste temo
a la alma a tales ímpetus rendida.
Espero ya llegar a tal extremo,
que a todos ponga lástima mi pena;
y no espero tornar al bien supremo.
Libre quisiera estar de la cadena,
que en los dorados nudos me ha forzado,
a padecer el daño que me ordena.
Adonde la luz vuelvo fatigado
una sombra, un horror, un gran tormento,
se presenta en la fuerza del cuidado.
El prado que solía estar contento,
y el río de mi canto entretenido,
muestran de mi dolor el sentimiento.
Los árboles las ramas han perdido;
la hierba se consume, y se deshace;
el calor en las flores esparcido.
A nadie de mi lástima le place,
sola mi bella Luz (ay dura suerte)
se alegra, y mi dolor le satisface.
A do me volveré con mal tan fuerte,
quien podrá remediar mi desventura,
sino la cruda, y espantosa muerte?
Aquella claridad y hermosura
que ya algún tiempo se llamaba mía,
deshizo mi esperanza y mi ventura.
Pues me deja mi Luz, y mi alegría,
y no deja el dolor; quiere que muera,
porfiando con mísera agonía;
qué vana gloria de mi muerte espera?

232. SONETO XXXII. Versión de B

Largos sutiles lazos esparcidos
por el rosado cuello, y blanca frente;
dorada diadema ardor luciente;
llenos de mis despojos ofrecidos.
Tiernos y bellos ojos encendidos,
rayos de Amor; por quien mi pecho siente
la herida inmortal que llevo ausente;
abrasada mi fuerza y mis sentidos.
Dichoso yo, que merecí cadena
de vuestras ricas hebras; y la llama,
que de vos procedió en estos mis ojos.
Oh si pudiera acrecentar la pena,
y avivar más el fuego que me inflama,
para daros debidos los despojos.

232. SONETO XXXII. Versión de F

Largos sutiles lazos esparcidos
por el rosado cuello, y blanca frente;
dorada diadema ardor luciente;
llenos de mil despojos ofrecidos.
Tiernos y bellos ojos encendidos,
rayos de Amor; por quien mi pecho siente
la herida inmortal que llevo ausente;
abrazando mi fuerza y mis sentidos.
Dichoso yo, que merecí cadena
de vuestras ricas hebras; y la llama,
que de vos procedió en aquestos ojos.
Oh si pudiera acrecentar la pena,
y avivar más el fuego que me inflama,
para daros debidos los despojos.

233. SONETO XXXIII. Versión de B

El duro hierro agudo, que la mano
rica de mis despojos, por vos siente;
y la sangre esparció, que Amor presente
guardó, cual Néctar puro y soberano.
Guiolo Amor; y abrió manso y humano
lugar al dolor vuestro tiernamente;
que el mal que siento grave y vehemente,
blando siente el cruel pecho tirano.
La herida terrible que en mis ojos
de los vuestros entró, y causó mi pena,
venganza toma agora en vuestro yerro;
No es culpa vuestra es gloria a mis despojos;
y así que os hiera, el dulce Amor ordena,
(como a mí vuestros ojos) vuestro hierro.

237. SONETO XXXVII. Versión de B

No es tan duro mi pecho, que no sienta
la fuerza del dolor; que en él desciende;
mas Amor, por más daño, me defiende
que dé muestras algunas de mi afrenta.
Quiere, que calle el mal, y que consienta
la pena que de nuevo al alma ofende;
y en fuego nunca usado ahora enciende
el corazón; que en llama se sustenta.
Si esta grave pasión no perturbara
el pecho; bien pudiera confiado
llegar al dulce fin del Alegría.
Mas ay, cuánto es esta esperanza cara!
y, por mirar su bien, cuánto ha pasado
de dolor y tormento la alma mía!

238. SONETO XXXIIX. Versión de B

Este Lauro, que tiene en su corteza
verde, escrita la honra de mi pena;
y en él, el manso céfiro resuena,
mi mal, su resplandor, y su belleza;
Cuando el Sol elevado en más alteza
se vio, me dio en sus hojas sombra llena.
fue el calor blando, y la congoja buena;
y entonces me alegraba la aspereza.
Ahora oh triste hado, avaro cielo:
que deja el Sol ardiente el paso abierto,
y todo es mal y daño en mi fortuna.
Con llanto eterno, y falto de consuelo.
miro el Lauro; y padezco en el desierto,
por su culpa, el calor queme importuna.

240. ELEGIA III. Versión de B

Oh suspiros; oh lágrimas hermosas,
gloria del alma mía, y mi cuidado,
que de mi pena fuisteis piadosas.
Oh sentimiento de amoroso estado;
oh prendas de mi alma, y mi esperanza;
que reparáis el mal del bien pasado.
Si alguna vez hallare yo mudanza,
y algún desdén, en quien está mi vida,
vos seréis mi reparo y confianza.
No temeré por vos ira encendida,
si el Amor no temiese; vos sois puerto
a la alma, en peligroso mar perdida.
Suspiros míos que me tenéis muerto,
sueño yo aqueste bien? decid, es fingido?
decid, hermosas lágrimas, es cierto?
Oh lágrimas, si hubiera concedido
Amor, que yo os bebiera porque el pecho
regarades, que en fuego está encendido.
No para que pudiera ser deshecho,
mas para que tomara blando aliento,
y fuera este de Amor ilustre hecho.
Y para que tuviera su aposento
propio en el corazón; y relevara
parte de mi dolor, y mi tormento.
No hay Néctar dulce por quien yo os trocara,
ni pluvia de oro, oh lágrimas hermosas,
por quien mi alma su dolor repara.
Tales lágrimas dulces piadosas,
Venus Citerea derramó, dejando
a Adonis en las selvas amorosas.
Y tales fueron los suspiros, cuando
de amor de Marte presa suspiraba,
ardiendo en fuego deleitoso y blando.
Con estas bellas lágrimas bañaba
Diana el rostro blanco tiernamente,
cuando de Endimión triste se apartaba.
Hermosas perlas que del Oriente
nacidas en la concha generosa
se esparcen por el último Occidente,
Tendidas por la púrpura hermosa,
no dan tal resplandor, cual habéis dado;
cayendo en los colores de la rosa.
El rocío del cielo derramado,
y en olorosas flores esculpido
a vuestra gran belleza no ha igualado.
Oh lágrimas dichosas, que el olvido
nunca podrá borrar de mi memoria,
con quien jamás espero ser perdido.
Oh mi vida, mi alma, bien, y gloria;
y vos suspiros de amorosa suerte,
por quien gané vencido la victoria.
Vivid alegres, sin que enojo fuerte
o aspereza revoque esta alegría,
que no podrá romper la dura muerte.
Conmigo faltaréis a un mismo día,
y renovándoos los celestes ojos
lloraréis en la pena y muerte mía;
y seréis del Amor dulces despojos.

240. ELEGIA III. Versión de F

Oh suspiros; oh lágrimas hermosas,
gloria del alma mía, y mi cuidado,
que de mi pena fuiste piadosas.
Oh sentimiento de amoroso estado;
oh prendas de mi alma, y mi esperanza;
que reparáis el mal del bien pasado.
Si alguna vez hallare yo mudanza,
o algún desdén, en quien está mi vida,
vos seréis mi regalo y confianza.
No temeré por vos ira encendida,
si el Amor no temiese; vos sois puerto
a la alma, en peligroso mar perdida.
Suspiros míos que me tenéis muerto,
sueño yo aqueste bien? decid, es fingido?
decid, hermosas lágrimas, es cierto?
Oh lágrimas, si hubiera concedido
Amor, que yo os bebiera porque el pecho
regarades, que en fuego está encendido.
No para que pudiera ser deshecho,
mas para que tomara blando aliento,
y fue este de Amor ilustre hecho.
Y para que tuviera su aposento
propio en mi corazón; y relevara
parte de mi dolor, y mi tormento.
No hay dulce néctar por quien yo os trocara,
ni pluvia de oro, oh lágrimas hermosas,
por quien mi alma su dolor repara.
Tales lágrimas dulces piadosas,
Venus Citerea derramó, dejando
a Adonis en las selvas deliciosas .
Y tales fueron los suspiros, cuando
de amor de Marte presa suspiraba,
ardiendo en fuego deleitoso y blando.
Con esas bellas lágrimas bañaba
Diana el rostro blanco tiernamente,
cuando de Endimión triste se apartaba.
Hermosas perlas que desde el Oriente
nacidas en la concha generosa
se esparcen por el último Occidente,
Tendidas por la púrpura hermosa,
no dais tal resplandor, cual habéis dado;
cayendo en los colores de la rosa.
El rocío del cielo consagrado,
y en las hermosas flores esculpido
a vuestra gran belleza no ha igualado.
Oh lágrimas dichosas, que el olvido
nunca podrá borrar de mi memoria,
con quien jamás espero ser perdido.
Oh mi vida, mi alma, bien, y gloria;
y vos suspiros de amorosa suerte,
por quien gané vencido la victoria.
Vivid alegres, sin que enojo fuerte
o aspereza revoque esta alegría,
que no podrá romper la dura muerte.
Conmigo faltaréis a un mismo día,
y renovándoos los hermosos ojos
lloraréis en la pena y muerte mía;
y seréis del Amor dulces despojos.

246. SONETO XLVII. Versión de B

Lloro solo mi mal, y el hondo río
en sus turbadas ondas lleva el llanto;
ya es tiempo, digo; Amor, en triste canto,
que pongas justo fin al dolor mío;
Que sigo ausente, sin tu desvarío,
y en tu vana esperanza me levanto;
y en este paso desamparas cuanto
de tu promesa y tu valor confío.
Ya es tiempo Amor, que el áspero tormento
acabe; o que mi vida se deshaga,
la esperanza, el deseo; y osadía.
Que en tanto mal ya falta el sufrimiento,
y el crudo golpe de esta acerba llaga
a lo íntimo llegó de la alma mía.

SESTINA II. Versión de B

Al bello resplandor de vuestros ojos
mi pecho abrasó Amor en dulce llama,
y desató el rigor de fría nieve,
que entorpecía el fuego de mi alma;
y en los estrechos Lazos de oro y hebras
sentí preso y sujeto al yugo el cuello.
Cayó mi altiva presunción del cuello,
y en vos vieron su pérdida mis ojos,
luego que me rindieron vuestras hebras;
luego que ardí, Señora, en tierna llama;
pero alegre en su mal vive mi alma,
y no teme la fuerza de la nieve.
Yo en fuego ardo, vos heláis en nieve;
y libre del Amor alzáis el cuello,
ingrata a los tormentos de mi alma,
que aun blandos a su mal no dais los ojos;
mas siempre la abrasáis en viva llama,
y sus alas prendéis en vuestras hebras.
Viese yo, las doradas ricas hebras
bañadas de mi llanto, si la nieve
vuestra, diese lugar a esta mi llama;
que la dureza de ese yerto cuello
la pluvia ablandaría de mis ojos,
y en dos cuerpos habría sola una alma.
La Celestial belleza de vuestra alma
mi alma enlaza en sus eternas hebras;
y penetra la luz de ardientes ojos,
con divino valor la helada nieve;
y lleva al alto cielo alegre el cuello,
que enciende el limpio ardor inmortal llama.
Amor, que me sustentas en tu llama,
da fuerza al vuelo presto de mi alma;
y del terreno peso alzando el cuello
inflamarás la luz de sacras hebras;
que ya, sin recelar la dura nieve
miro tu claridad con puros ojos.
Por vos viven mis ojos en su llama,
o Luz de la alma, y las doradas hebras
la nieve rompen, y dan gloria al cuello.

249. ELEGIA IV. Versión de B

Si es ley de Amor que quien os ama muera.
y pague con la vida la osadía
mi pena, y muerte sea la primera.
Mas si pretende Amor, oh Lumbre mía,
que quien merece amaros siempre viva,
por qué queréis matarme con porfía?
Acabe ya, vuestra dureza esquiva,
que no sufre razón tan gran crudeza,
ni es bien, al tierno amante ser altiva.
Si no merezco amar vuestra belleza,
y buscáis con la muerte mi castigo,
por ser indigno yo de tanta alteza;
Este amoroso puesto es buen testigo
de quien fue la ocasión de mi tormento,
dando principio al mal que yo prosigo.
Nunca osé levantar el pensamiento,
a más que contemplar la hermosura,
vuestro valor, y blando acogimiento.
Nunca me confié de mi ventura
tanto, que pretendiese tal victoria,
siendo justo perder tal coyuntura.
Vos disteis causa a mi primera gloria,
vos pusisteis aliento a la esperanza;
prometiendo certísima memoria.
Creí vuestro deseo, y la bonanza
que vi en el mar quieto y sosegado,
diome vuestra amorosa confianza.
Ahora veo, mi dichoso estado
en miserable vuelto, y mi alegría
en tristeza, y mi bien en mal trocado.
No sé a quién yo me vuelva en mi porfía,
que pueda consolarme en tal fortuna,
sino a vos, enemiga dulce mía.
Mis quejas os publico de una en una,
muestroos mi pena, y lástima presente,
y veo que mi mal os importuna.
Estáis a mis tormentos inclemente,
ingrata, esquiva, dura, y desdeñosa;
y de vuestra memoria estoy ausente.
Mi alma que con vos era dichosa, sin vos triste,
sin vos es desdichada,
sin vos de su dolor jamás reposa.
No hay quien de mi pena lastimada
no suspire, y no tenga descontento,
y vos estáis más cruda, y obstinada.
Oh Luz, gloria de Hesperia, y ornamento,
criada por mostrarnos la belleza,
del alto, y claro, y celestial asiento.
Mirad, que si en vos falta la terneza,
perdéis parte mayor de vuestra gloria,
y el más ilustre nombre de la alteza.
Sufriréis que os escriba la memoria
por bella, y por cruel? oh Lumbre mía!
no deis a tal pecado tal victoria.
Sed, pues que sois mi Luz hermosa, pía;
dad a quien os adora algún consuelo,
en premio de sus penas, y agonía.
No me dejéis morir con desconsuelo,
de vuestra crueldad desesperado;
baste el dolor sufrido, y su recelo.
Cómo sufrís que muera en tal estado
quien era vuestro amor, vuestro contento,
y dulcemente fue de vos tratado?
Mas si vuestra dureza y mi tormento,
quieren cortar el hilo de mi vida,
y esto es ya de los dos postrero intento;
En este breve espacio, y despedida,
mostrad dolor alguno de mi muerte;
en término tan áspero ofrecida.
Que después no habrá pena, o mal tan fuerte,
que pueda deshacerme esta memoria,
último bien de mi infelice suerte,
y despojo dichoso de mi gloria.

253. SONETO LIII. Versión de B

Muestras de breve bien que huye luego,
antes que la ocasión vuelva la frente,
fueron las que el Amor halló presente,
con que mi alma ardió en su eterno fuego.
Pero glorias de un niño solo y ciego,
que presto las deshace un accidente,
cómo pueden valer a un pecho ausente;
que no sabe qué es tiempo de sosiego?
Alcé mis esperanzas sobre arena,
que el viento aparta, y lleva sin concierto,
y no temo los golpes de mudanza;
Cayeron, y el Amor, por mayor pena,
quedó en las altas nubes descubierto;
con temor, y sin fuerza, y confianza.

SONETO LIV. Versión de B

Duro es este peñasco levantado,
que no teme el furor del bravo viento;
fría esta nieve, que el soberbio aliento
del Aquilón arroja apresurado.
Más duro es vuestro pecho, y más helado,
en quien la piedad no ha hecho asiento;
ni el fuego de amoroso sentimiento
en él jamás, por culpa vuestra, ha entrado.
Sordas las ondas son de aqueste río,
pero más sorda vos, a mis clamores;
que aún poco os pareció ser dura y fría.
Mas todo este dolor al pecho mío
no causa tantas penas y dolores
cuanto la soledad de la alma mía.

255. ELEGIA V. Versión de B

Los ojos que son luz de la alma mía,
húmedos vi tornarse con lamento,
la púrpura bañando, y nieve fría.
Un tierno y congojoso sentimiento
con suspiros forzado, fatigaba
el pecho, donde inspira Amor su aliento.
A la armonía, y llanto atento estaba
el aire, suspendido el alto cielo,
y a mí, junto con ella se quejaba.
Cuándo oyó tan suave canto el suelo?
aunque tenga de Orfeo la memoria,
y de Febo cubierto en mortal velo?
Cuándo tuvo el Amor tan gran victoria?
cuándo sintió el valor de su grandeza?
sino en esta dichosa y sola gloria.
Qué piedad fue ver en tal tristeza
los dulces ojos, que jamás vio tales
la luz del rojo Sol puesto en alteza.
Los dulces verdes ojos celestiales,
que entre la blanca nieve, y frescas rosas
(a quien son las de Pesto desiguales)
Esparcían las lágrimas hermosas,
avivando el color con el rocío
que cubría las flores amorosas.
Qué lástima, era ver, en el Sol mío
el puro resplandor, que me encendía,
amortiguado sin aliento y frío.
Qué compasión mirar la gloria mía
sujeta a un triste y miserable estado,
y ver que Amor en ella padecía.
No hubiera pecho (aunque de acero armado)
que al dolor no entregara sus despojos
de la aspereza en piedad trocado.
El licor que bajaba de los ojos
por los pechos, y veste variada,
de lazos plateados, y de abrojos.
En nieve con dureza congelada
convertida su forma en la figura
de una luciente perla bien tallada.
No cría con tal Luz y hermosura
en sí el rosado y oloroso Oriente
perla de tan perfecta Compostura,
Si tuviera esta perla refulgente
Juno, de la alta Samo sacra Diosa,
Paris le diera el premio fácilmente.
Con esta fuera Venus más dichosa,
y el resplandor más blanco de Diana,
y de Febo la luz más poderosa.
Llegué yo a esta mi perla soberana
ay triste, inadvertido por mi daño,
que su luz a mis ojos fue tirana.
No me temí del amoroso engaño,
no pude persuadirme a tal afrenta;
no siendo de la ley de Amor extraño;
A la luz que en mis ojos se aposenta
iba para quejarme de la pena
que la fortuna adversa le presenta.
Cuando cerca del mal que Amor ordena
miré con piedad, y confiado,
la que todas mis glorias enajena.
La luz, y el dulce resplandor nevado
el corazón venció con su belleza,
y la tomé en mis manos admirado.
Lloroso y con temor de su tristeza
me olvidé de la perla que traía,
y a mi boca llevela con simpleza.
Disuelta al punto, oh dura suerte mía,
a las entrañas descendió, y en fuego
se trasmudó la nieve dura y fría.
El corazón se abrasa ardiendo luego,
como si por mi bella Luz no ardiera,
y su calor dejome aun tiempo ciego.
Oh crudo engaño, quién jamás creyera
que en un cuajado y recogido hielo
oculto un fuego líquido estuviera.
Qué, fuera del Amor, virtud del cielo,
pudo mostrar en lágrimas hermosas
un nuevo efecto, nunca visto, al suelo.
Estas lágrimas puras, y amorosas,
eran fuego de Amor, eran mi muerte,
estas lágrimas tiernas, y dichosas.
Si estas pudo arrojar con triste suerte
por los ojos, doblando el desvarío
al pecho, que rindió su brazo fuerte,
Si estas pudo enviar en hielo frío,
conociendo en la luz de su belleza
más virtud que en su fuerza, el Amor mío;
Por qué quiere que viva en su dureza
siempre sujeto, y preso, y engañado,
pues no trató conmigo con llaneza?
Mejor fuera, que ya que mal tratado
debía yo vivir, en su tormento,
me llevara al dolor sin ser forzado.
Y no que con su fraude, y crudo intento,
me robara la gloria de mi pena,
dejándome en confuso sentimiento
rebelde el cuello siempre a la cadena.

258. SONETO LVII. Versión de B

Formar quiso el artífice dichoso
que vio vuestra belleza y lumbre pura
al pensamiento igual la hermosura
que hace el tiempo nuestro venturoso.
La dulce gracia, el resplandor hermoso
que dan púrpura y nieve en su pintura
dio, y luz que venza a la tiniebla oscura,
más que todos osado y temeroso.
Pero la celestial sola belleza,
las hebras de oro y la rosada frente,
los ojos blandos, donde Amor se cría,
no pudo, y justo fue que su rudeza
no muestre gloriosa y excelente
vuestra beldad, oh ínclita María.

258. SONETO LVII. Versión de París

Formar quiso el artífice dichoso
que vio de tal belleza la luz pura
el pensamiento igual a la hermosura
por quien el siglo nuestro es venturoso.
Un aire y gracia, un resplandor hermoso,
que dan púrpura y nieve su mixtura,
y luz que venza la tiniebla obscura
pudo dar su pincel tan ingenioso.
Mas la luz y belleza tan entera,
el semblante amoroso y soberano,
los ojos bellos, donde Amor se cría,
no pudo, y fue bien que no pudiera,
pues pintar no merece ingenio humano
vuestra beldad, oh ínclita María.

267. SONETO LXIV. Versión de B

Si el dulce y tierno canto Amor te inspira,
si pone en tu memoria algún cuidado
la luz que te guió en el mar turbado,
torna, Amalteo, a resonar tu lira.
Por ti Betis al Tebro altivo admira,
al Tebro con el Arno ya igualado,
y entre puras estrellas colocado
envidioso Erídano lo mira.
Contigo calla el coro de Helicona,
que en su cristal se baña reluciente,
y Amor pierde en tu olvido los despojos.
Yo, que tanto te estimo, la corona
pido que no rehúyas a tu frente:
así te miren sus hermosos ojos.

270. SONETO LXVI. Versión de B

Alfonso, vuestro noble y dulce canto,
con quien suena del cielo la armonía,
debiera celebrar de la Luz mía
las hebras de oro crespas que honro y canto.
Que yo muestro la fuerza de mi llanto
y el bien que a mi esperanza se desvía,
y solo el mal que Amor a la alma envía
cuando mi ruda voz débil levanto.
No que a mi nombre humilde vida y gloria
diera, que ya alza igual la altiva frente
a quien ilustra el Arno puro y frío.
Mas si puedo estimar esta memoria,
verá el templado puesto de Occidente
que vuestro valor canta el Betis mío.

280. ESTANCIAS II. Versión de B

Oí el son del amoroso canto,
hermosa Estrella mía, que yo veo
en vuestra luz el fuego, en quien levanto,
ardiendo prestas alas, al deseo.
Por vos no puede en mí el dolor y el llanto,
y, lleno de la gloria que poseo,
hallo que en vos mi pena me disculpa
y en mi dichoso mal estoy sin culpa.
Abrázame las venas este fuego;
las junturas y entrañas abrasadas
siento, y nervios arder y correr luego
las llamas por los vasos dilatadas.
Mi llanto tiembla al fuego, y si sosiego,
crecen las llamas, súbito alentadas;
el fuego en la ceniza me revuelve
y en lágrimas al pecho el Amor vuelve.
Cuando en vos pienso, en alta fantasía
me arrebato, y ausente me presento,
y crece, contemplandoos, mi alegría,
donde vuestra belleza represento
las partes con que siente la alma mía,
enlazada en mortal ayuntamiento,
y recibe en figuras conocidas
al sentido las cosas ofrecidas.
Aunque en hondas tinieblas sepultado,
y estoy en grave silencio y escondido,
casi en perpetua vela del cuidado
se me adormecen, y en el bien crecido,
de esta memoria, con amor formado,
se vencen, y allí todo suspendido
el espíritu os halla, y tanto veo,
cuanto pide el amor y mi deseo.
Con la grande igualdad que en la belleza
vuestra halla mi alma semejante,
que trasfigure en mí vuestra grandeza
me fuerza, y a mí en vos, y del semblante
de vuestra luz procede con terneza
a los ojos de vuestro humilde amante
un furor blando, en que perderme siento,
y se dobla en la vista mi tormento.
Amor me hiere y hace que mi pena
exceda a la que ha sido más terrible;
anda de mí mi alma hecha ajena,
sufriendo el mal, que amor es imposible.
Solo estoy do mi alma se condena,
y estoy do al mortal cuerpo no es posible;
do estoy no estoy, y estoy do no me veo,
y véome do estar siempre deseo.
Casi sin esperar, mi bien, os temo,
y en temor infinito os sirvo y amo
con infinito amor, y en tanto extremo
más desconfío cuanto más me inflamo;
y mi desconfianza en lo supremo
se halla del dolor, pero si llamo
la esperanza al favor, se me retira,
y lejos de salud mi empresa mira.
Padezco yo por vos sin esperanza
y menos me debiera si gozara
el dolor de mi mal en confianza,
porque por mi provecho ya penara
y no por el valor que la alma alcanza;
y esta suerte de mal me es dulce y cara,
porque gozo mis glorias, apartado
de remedio, en la pena del cuidado.
Tengo esperanza de dolor, y tengo
por ella alguna cuenta de esta vida
que aborrezco, y las penas que sostengo
deseo, por ser vos de ellas servida;
y aunque me tratan mal las entretengo
y en medio de mi alma doy cabida,
y duéleme perder la vida y ellas,
porque mereceré el dolor con ellas.
Aunque perder la vida me asegura
mis trabajos, no tomo algún contento,
porque es mi gloria verdadera y pura
acordarme quién causa mi tormento;
mas luego Amor sus alas bate y jura
que el bien que dará el mal del pensamiento
es la muerte, pues ve que la memoria
de quien me olvida, alabará mi gloria.
No tengo de vos bien sino el cuidado
que siente el corazón, y es mejor parte
esto del mayor precio y estimado,
que vuestra corta piedad reparte;
y téngolo en secreto tan guardado,
que jamás daré de él alguna parte;
que solo nací yo para tenello
y él para darme muerte en merecello.
Yo no esperé algún bien cuando mis ojos
os dieron de su alma la victoria,
los males esperé de mis despojos,
y gusta tanto de ellos mi memoria,
que ya no trocaré de mis enojos
el menor por el bien de mayor gloria
que no venga de vos, y en ellos vivo
tan hecho, que al descanso estoy esquivo.
Contento estoy, pues el dolor no muere,
que nazca más dolor de vuestra mano,
porque me quede más razón do espere
merecer el tormento soberano;
y ya no podrá Amor que desespere
quien ve que su osadía no fue en vano,
no para confiar de bien que venga,
mas para que en la pena otro mal tenga.
Quien nació como vos tan extremada
y de tanto valor y tan hermosa,
¿cuál alma dejará no condenada
a la llama de Amor maravillosa,
y qué vida a serviros no obligada;
y qué pena daréis, que gloriosa
no sea más que el bien de la más bella,
si alguno os osa amar, mi pura Estrella?
Mi gloria es y galardón crecido
que os acordéis que, aunque por vos yo peno,
haciendo lo que debo en lo servido,
de esperanza de premio estoy ajeno;
que en acetallo queda agradecido
cuanto en serviros tiene Amor por bueno;
y no que vos lo agradezcáis, señora,
que no se debe tanto al que os adora.
Deuda es de Amor, a quien estoy obligado,
que por pagalla gloria no merezco,
mas mucha pena que tendrá el cuidado
cuando el dolor huyere, a que me ofrezco.
Si no la satisfago estoy culpado,
y no la pago en cuanto mal padezco.
A perderme aventuro de tal suerte,
que gano de mi vida viva muerte.
El galardón que aguarda la fe mía,
en fin de los trabajos que ha sufrido,
es quedar con más fuerza y agonía
otro para pasar más extendido.
Amenázame un mal y se desvía
por dar lugar al mal que ve encendido;
quien parece más grave no me mata,
porque de otro mayor se desbarata.
Ausente en soledad me huelgo tanto
por el mal que me hace mi tristeza,
que no tengo otra gloria de mi llanto
sino pensar mi mal y su dureza.
Las horas que pasé y el tiempo canto
del bien; y puesto solo en su aspereza,
pienso lo que ya fui, y en ello espero,
que en lo que soy agora desespero.
Aquí estoy y de mí en olvido puesto
por acordarme el daño que me hace
vuestra belleza, y este ausente puesto
con más cuidado mi pasión rehace
el mal que se me debe más molesto.
Tal estoy que me alegra y satisface,
porque es más agradable lo dañoso
a quien en ello siente algún reposo.
Con aquella grandeza y hermosura
y majestad, contemploos, mi ausencia,
tierna en oírme, en responderme dura;
y como si me viese en la presencia,
temo vuestro desdén, que me procura
la muerte, que consiento con paciencia;
porque no mereciendo fui osado,
aunque en belleza tal no estoy culpado.
Si os acordáis de alguna breve
muestra de vuestra hermosura esclarecida,
a ella daréis la culpa y será vuestra
la osadía, en mi alma merecida.
Sea, si vos sufrís, la culpa nuestra;
sea la pena sola de mi vida
y el error cometido a esa grandeza,
que con él valdrá en parte mi firmeza.
Merezca piedad, tan corta y justa,
la voluntad con que me hace vuestro,
que será vuestra voluntad injusta
si no dais al Amor el honor nuestro;
mas si vuestra crudeza y desdén gusta
de mi muerte, bañad el brazo diestro
con duro hierro en sangre de mi pecho,
que yo seré del daño satisfecho.
Premio honesto será de mi osadía,
que muerto de esa bella y dulce mano
no sentiré más males y agonía,
ni veré contra mí al Amor tirano;
pero vos sentiréis en algún día
(si esto sintiere un pecho soberano)
la pérdida que de ello solo os viene,
aunque en vos poca fuerza el perder tiene.
Haced cuanto os agrada y os enseña
aquesa vuestra condición esquiva;
cercad el corazón de dura peña,
mostrad despojos míos siempre altiva,
porque de vuestro amor sigo la seña.
En tanto que en mortal prisión yo viva,
tan bien os quiero, que ninguna pena
hará mi voluntad de vos ajena.
Si lástima os moviere al dolor mío,
sea por aquel bien do estuve puesto,
no por el mal que sufro en quien porfío,
pues de mi grado me es y fue molesto.
Mira, mi bien, cuánto en mis males fío,
que no salir de sujeción protesto,
y si con esto pienso que os obligo,
sedme vos y el Amor fiero enemigo.
Si alguna vez me trae a la memoria
la fantasía cómo en vano peno,
téngola por ingrata a la victoria,
y gozo en aquel tiempo de amor lleno.
Sin fe la llamo y hallo por más gloria
estar de ella apartado y hecho ajeno,
hasta que se contenta con mis males
y me muestra del daño las señales.
Mas ¿para qué me quejo del tormento
si os agrada mi pena y os contenta;
si el dolor da tal bien al pensamiento
que alegre de su mal os representa
dichoso mi trabajo y sufrimiento,
que en las llamas más vivas me sustenta?
Dichoso yo que abraso mis entrañas
de amor y vos mostráis vuestras hazañas.
Vuestra belleza tanta fuerza tiene
conmigo, que me pierdo más por ella,
y mi valor tan desigual os tiene,
que aun la pena no debo merecella.
Que os acordéis de mí, mal os conviene,
que aun eso no merezco, mi Luz bella,
sino para hacer en mis dolores
otros no usados males y mayores.
Ni veo en mí merecimiento alguno,
ni dignidad que valga a la grandeza,
que presumido llegará ninguno
en osadía, intento y en firmeza
que pueda en mi favor ser oportuno
para valer servir vuestra belleza,
si no es el grande amor que solo os tengo,
por quien en precio a compararme vengo.
Bien sé que esta osadía no merece
buen fin, pues que vale amar pretende;
más justo es que se admita, pues padece
la pena que en su falta amando entiende.
Que si vuestro valor le favorece,
en su fuego inmortal Amor la enciende;
mas ¿qué ya no merece quien os ama?
¿Qué temerá quien arde en vuestra llama?
Debeisme mucho, pues que no he perdido
con la dificultad la confianza;
mas ¿qué mal dañará al pecho atrevido
en quien vos y el Amor pone esperanza?
Si en peligrosas ondas sacudido
temí desesperado de bonanza,
Amor me desampare, que el cuidado
jamás temí, aunque me vi olvidado.
En señal de mi daño, si os agrada,
permitid, vos, señora, mi osadía;
mostrad con luz serena y sosegada
los ojos, que me vuelven la alegría,
porque en mortal trabajo, desmayada,
no derribéis esta esperanza mía;
pero ¿si vos no consentís mi gloria
y ponéis en olvido mi memoria?
Aunque no lo merezca el pensamiento,
siempre a vuestros deseos enseñado,
a vuestra condición busca el tormento
y último fin al corazón cansado.
Porque jamás me quede sentimiento
y queja de no haberos agradado,
mis males pido solos y mi engaño,
y vos quedad contenta de mi daño.

280. ESTANZAS II. Versión de las Anotaciones

Oíd atenta el son del tierno canto,
hermosa Estrella mía; que yo veo
en vuestra luz la llama, en quien levanto
ardiendo prestas alas al deseo.
por vos venzo el dolor, y rindo el llanto,
y lleno de la gloria, que poseo;
hallo, que en vos mi pena me disculpa,
y en mi dichoso mal estoy sin culpa.
Enciéndeme las venas este fuego,
las junturas y entrañas abrasadas
siento y niervos, y siento correr luego
las llamas por los vasos dilatadas.
mi llanto el ardor tiempla, y, si sosiego,
las centellas resuenan alentadas.
el fuego en la ceniza me revuelve,
y en lágrimas el pecho el Amor vuelve.
Cuando en vos cuido, en alta fantasía
me arrebato, y ausente me presento;
y crece, contemplando, mi alegría,
donde vuestra belleza represento.
las partes, con que siente la alma mía,
enlazada en mortal ayuntamiento;
y recibe en figuras conocidas
al sentido las cosas ofrecidas.
Aunque en honda tiniebla sepultado,
y estoy en silencio oscuro y escondido;
casi en perpetua vela del cuidado
se aduermen, y en el dulce bien perdido
de esta memoria en puro amor formado
se vencen, y allí todo suspendido
el espíritu vos halla, y tanto veo,
cuanto pide y espera mi deseo.
Con la grande igualdad, que en la belleza
vuestra mi alma tiene semejante;
que trasfigure en mí vuestra grandeza
me fuerza, y a mí en vos, y del semblante
suave y luz procede con terneza
a los ojos de vuestro humilde amante
un furor blando, en que me pierdo, y cuanto
la vista alegra, crece el mal y el llanto.
Amor me hiere, y hace, que mi pena
exceda a la que ha sido más terrible.
y sufre, de mi alma hecha ajena,
más dolor, que el que puede ser sufrible,
solo estoy, do se ufana, y se condena,
y estoy, do al tardo cuerpo no es posible.
pero gozo en mi afán de tanta gloria;
que si es fiero, es eterna mi memoria.
Casi sin esperar, mi Luz, vos temo,
y en temor infinito sirvo y amo
con infinito amor, y en tanto extremo
más dudo, cuanto siempre más me inflamo,
y llega mi recelo a lo supremo
del peligro; y tal vez si triste llamo
la esperanza al favor, se me retira,
y lejos de salud mi empresa mira.
Peno, y por vos estoy sin esperanza,
y menos me debiera, si aplacara
la fuerza del tormento en confianza;
pues por mi bien honrándome penara,
y no por el valor, que la alma alcanza.
y esta suerte de mal dichosa y rara
me obliga a presumir en mi cuidado,
ajeno de remedio y olvidado.
Tengo esperanza de más pena, y tengo
por ella alguna cuenta, de esta vida;
que aborrezco, y la cuita, que sostengo,
menos, cuanto es más áspera, es temida.
desamo el bien, y en el dolor me vengo
de la engañada libertad perdida,
y de mí; que temía, simple y vano,
la gloria de morir a vuestra mano.
No tengo de vos bien, sino el cuidado,
que siente el corazón; y es mejor parte
esto del don más noble y estimado;
que vuestra incierta piedad reparte.
tan secreto lo encubro y tan guardado;
que jamás daré de él alguna parte;
que solo nací yo, para tenello,
y el, para darme muerte en merecello.
No esperé yo algún bien, cuando mis ojos
vos dieron de mi alma la victoria;
los males esperé de mis despojos,
y ellos aplacen tanto a mi memoria,
que ya no trocaré de mis enojos
el menor por el bien de mayor gloria;
que no venga de vos, y en ellos vivo
tan hecho, que al descanso estoy esquivo.
Procuro, si el dolor ya nunca muere;
que nazca más dolor de vuestra mano;
porque me esfuerce con razón, y espere
ser digno del tormento soberano.
y Amor jamás podrá, que desespere,
quien ve, que su sandez no salió en vano;
no para confiar de bien alguno;
sino para otro mal más importuno.
Solo mi bien, mi galardón crecido
es, que cuidéis; que aunque por vos yo peno
haciendo lo que debo, en lo servido
de esperanza de premio estoy ajeno;
que en admitir mi pena, agradecido
queda, cuanto en mis males hay de bueno,
y no que vos lo agradezcáis, Luz mía;
que no se inclina a tanto mi osadía.
Deuda es esta de amor, que siempre hago.
si la compenso, gloria no merezco,
pena sí, con la cual no satisfago;
si el tormento huyere, a que me ofrezco.
bien conozco esta culpa, y no la pago
por su valor, en cuanto mal padezco.
a perder de tal suerte me aventuro;
que en la vida la muerte me aseguro.
El premio, que se guarda a la fe mía,
en fin de mis trabajos y mi engaño,
es quedar con más fuerza y agonía
otro para pasar cruel y extraño.
amenázame un mal, y se desvía,
para otro nuevo mal y nuevo daño.
el que viene más fiero, no me mata;
porque de otro mayor se desbarata.
Ausente en soledad me huelgo tanto,
por el mal, que me causa mi tristeza;
que es mi gloria en la fuerza de mi llanto,
atender solo a él y a su dureza.
las horas, que pasé, y el tiempo canto
del bien perdido, y puesto en su aspereza,
pienso lo que ya fui, y en ello espero
que, en lo que soy ahora, desespero.
Si vos puede acordar alguna muestra
de esa inmensa belleza esclarecida;
dadle toda la culpa, y será vuestra
la osadía, a mi alma consentida.
sea, si sufrís vos, la culpa nuestra,
sea la pena sola de mi vida;
que mi fe del error, que ufano intento,
me asegura en mis miedos y tormento.
Aquiste piedad tan corta y justa
sola mi voluntad, por quien soy vuestro;
que será presunción y saña injusta,
si no dais al amor el error nuestro.
y si vuestro desdén airado gusta
de mi muerte, bañad el brazo diestro
con hierro agudo en sangre de mi pecho,
que yo estimaré alegre el daño hecho.
Haced, cuanto vos place, y vos enseña
la ingrata condición y suerte altiva;
que mis despojos conocer desdeña,
terrible a mi pasión, y siempre esquiva;
que aunque estéis mas instable y zahareña,
de tal parte mi lástima deriva;
que ni volver podrá rigor, ni pena
mi voluntad de vos un punto ajena.
Si compasión vos mueve al dolor mío,
por el bien, donde ledo me vi puesto,
sea, no por el mal, en quien porfío;
pues de mi grado me es y fue molesto.
mirad, cuanto en mis ansias me confío;
que no salir de sujeción protesto.
y si cuido, que en esto vos obligo;
sedme vos y Amor siempre mi enemigo.
Cuánto me sois en deuda, si he temido
nunca en difícil trance la mudanza!
mas qué mal contrastar al atrevido
pecho puede; que honráis con la esperanza?
si, en peligrosas ondas sacudido,
temí, desesperado de bonanza,
vuestro favor me falte; que el cuidado
ni ausente recelé, ni desdeñado.
Si, en honra de mi pena, vos agrada,
permitid cortésmente mi osadía;
volved con luz serena y regalada
los ojos; que me tornan la alegría;
porque en mortal trabajo desmayada
no acabéis esta ufana suerte mía.
pero si no sufrís mi mucha gloria,
y entregáis al olvido mi memoria?
Aunque no lo merezca el pensamiento,
siempre a vuestros deseos enseñado;
pues buscáis dura y áspera el tormento;
y última afrenta al corazón cansado;
porque nunca me duela el sentimiento,
quejoso de no haberos agradado;
mis males pido solos y mi engaño,
y vos quedad contenta con mi daño.

284. SONETO. Versión de B

Ahora que cubrió de blanco velo
el oro la hermosa Aurora mía,
blanco es el puro sol y blanco el día
y blanco es el color del claro cielo.
Blancas tus flechas son, que yo recelo,
tu arco blanco y rayos de alegría,
Amor, con que me hieres a porfía;
blanco es tu ardiente fuego y frío hielo.
Mas ¿qué puedo esperar de esta blancura,
pues que su blanca nieve el tierno pecho
tiene contra mi alma defendido?
¡Oh beldad sin amor, oh mi ventura!,
que ardo yo en mi fuego satisfecho
y muero en nieve fría convertido.

288. SONETO. Versión de B

Los ojos levanté yo, descuidado
de mi futuro daño y cierta pena;
el cuello suelto ya de la cadena
que me trajo algún tiempo apremiado.
Y queriendo mirar (¡ay duro hado!)
el resplandor de aquella Luz serena,
en quien Amor a fuego me condena,
de quien con flechas tiene el arco armado,
los suyos en los míos se encontraron
y luego con la fuerza de su fuego
sentí la dura flecha, el duro engaño.
Herido y ciego, ardiendo, me dejaron,
y mi tormento en ellos se vio luego,
con Amor conjurados en mi daño.

289. SONETO. Versión de B

Eustacio, yo seguí al Amor tirano,
esperando en su fe por dolor mío;
que al hielo intenso, al riguroso estío
busqué el descanso prometido en vano.
Veo ahora huirme de la mano
las ocasiones, y aunque en este frío
invierno doy mi llanto al patrio río,
lo hallo contra mí más inhumano.
Vos, a quien Febo dio la dulce lira
y la arte gloriosa de Melampo,
buscad consuelo alguno a vuestro amigo.
Que el remedio de aquella que suspira
por su cruel belleza el frigio campo,
por ventura tendrá valor conmigo.

291.ELEGÍA. Versión de B

Hermoso y rubio Febo, que escondido
en el seno argentado de Occidente,
dejas el suelo nuestro oscurecido;
si a las rosadas puertas de Oriente
esparcieres los puros rayos de oro
con nueva luz de roja y alta frente,
encubre el resplandor de tu tesoro,
que hoy vi las luces do perdí, herida,
mi alma en la belleza y bien que adoro.
Ya pasó mi dolor, ya sé qué es vida;
ya puedo esperar bien en mi tormento,
sin recelar mi muerte aborrecida.
Verás de tu sublime y rico asiento
las trenzas crespas, en que estoy enlazado,
sueltas al espirar del manso viento;
los ojos, do Amor yace venerado,
el semblante, que en púrpura y en nieve
dulcemente parece estar mezclado.
Pero sea la vista en tiempo breve,
que si tu Luz en ella se detiene,
hará que Amor sus flechas en ti pruebe.
Dar claridad al orbe te conviene,
y no ciego de aquella Luz hermosa
que en tinieblas profundas te condene.
solo para mi alma venturosa
se concedió el amor de su belleza,
la vida dulce y muerte gloriosa.
Sienta el persa animoso mi riqueza
y quien de Idaspes bebe la corriente
y del dorado Ganges la grandeza.
Mi gloria vaya a la escondida fuente
del fértil Nilo, imitador del cielo,
Y a la apartada inculta y nueva gente.
Pues entre cuantos ciñe el mortal velo,
que las leyes de Amor hayan seguido
desde la Aurora a nuestro hesperio suelo,
yo el más dichoso y cierto amante he sido,
y mi Luz entre todas la más bella,
aunque el troyano estrago ha sucedido.
No tiene el alto polo clara estrella,
bien que estime la esposa de Perseo
y a quien del falso griego se querella,
igual a esta mi Luz, que alegre veo
tender los rayos blandos a mis ojos
y contiende en el mío su deseo.
Que de mi largo afán de mis enojos
escondió la ocasión, y, dulcemente,
descubrió la esperanza a mis despojos.
Ya mi alma el ardor divino siente
con efectos de amor, y, renovado,
el regalo después del mal ausente.
Vi su pura belleza, y, alterado
el ánimo, el placer me confundía,
y la voz me dejó desamparado.
Llegó todo mi bien con alegría,
vime con piedad favorecido
y escuché el dulce acento y armonía.
Si del cielo me fuese concedido
levantar en imperio el nombre mío,
con diadema y cetro esclarecido,
y el Indo ardiente, el Trace áspero y frío
sujeto fuese a mi poder, y el fiero
que riega de Danubio el alto río,
sin esta bella Luz por quien espero
morir, si Amor me ofrece tanta gloria,
ni estimo la corona ni la quiero.
Más deseo sin fama y sin memoria
estar en pobre y solo apartamiento,
cantando de mi bien la rica historia,
que con ella viviera más contento.
Y sé bien que me diera con su lumbre
gloria al dolor y grave mal que siento,
y a mi nombre lugar en alta cumbre.

295. CANCION. Versión de B

Desciende de la cumbre de Parnaso,
con grave y noble y consonante lira,
cantando dulce, ¡oh tú, inmortal Talía!,
y nuevo aliento al pecho mío inspira,
aquí, donde el torcido y rico paso
Betis corriente al hondo mar envía;
porque de la voz mía
suene el canto y florezca la memoria
hasta el rosado puesto de Oriente,
y donde a Libia ardiente
el sol abrasa, y con perpetua gloria
el nombre eterno de la ilustre planta,
que de Córdoba y Serda se levanta,
crezca, y dé honra al Céfiro dorado
este sacro lucero venerado.
Las victorias, trofeos levantados
en los desnudos robles, el sangriento
suceso del feroz armado Marte,
las alzadas banderas en el viento,
los presos, los imperios conquistados
con ánimo, prudencia, fuerza y arte,
que dieron tanta parte
de la rota y herida y muerta Francia
al primero Fernando glorioso,
que al turco belicoso
rompió en el alto Jonio la jactancia
y en Italia ganó el soberbio nombre
con más valor que cabe en mortal hombre,
con alas de encendida y viva gloria
a Europa y Asia muestra su memoria.
El ánimo del nieto esclarecido,
igual en nombre y en virtud y en fama,
que perturbó de Enrico la braveza,
como de Febo la luciente llama
que deshace al nublado oscurecido,
así se extiende lleno de grandeza
puesto en mayor alteza,
siguiendo al blando Apolo y a Belona,
y de lauro y de yedra floreciente,
a su sagrada frente
doblada ciñe, y orna la corona;
pero tratar de su valor famoso
pertenece a un espíritu dichoso;
mas ¿qué, si canto yo la soberana
Francisca, al uno nieta, al otro hermana?
¡Oh alma llena de valor y gloria,
ilustre muestra de real grandeza,
a quien el favorable y largo cielo
sus dones entregó con su riqueza
y en vos sola ocupó nuestra memoria,
que igual no ve la luz que nació en Delo;
el nuestro hesperio suelo
a vuestra deidad consagra un templo,
de ingenio, de virtud, prudencia rara,
cual el que dedicara
Atenas generosa con ejemplo
a la armada doncella que sin madre
nació de la cabeza de su padre!
Y no es mucho que igual esta honra sea,
pues se os rinde la virgen Atenea.
De vos procede, ¡oh sola luz de España!,
la divina virtud que mi deseo
inflama en nuevo ardor y glorioso.
Ya debajo mis pies la tierra veo,
y el ancho y largo Ponto que la baña,
cortando el campo llano y luminoso,
y veo en el dichoso
sol de vuestro valor y en las estrellas
cuanta grandeza en sí contiene el cielo
que os cubre el mortal velo,
y vuestras alabadas obras bellas;
y en vuestro resplandor contemplo atento
el ser, virtud, el claro entendimiento,
y hallo la celeste hermosura
que espira en vuestra lumbre excelsa y pura.
Como el ardiente sol la antigua tierra
con sus rayos alumbra y enriquece,
haciendo el campo fértil, selva y prado,
que con sus varios dones reflorece
y en su seno los frutos nos encierra,
tiene así el resplandor claro y sagrado
nuestro ingenio ilustrado,
y produce , esparciendo su riqueza,
el fruto del espíritu divino
con valor peregrino,
y celebra las obras de grandeza
con alta, insigne y gloriosa lira;
y tanto en vos descubre que se admira,
porque halla encerrado en vos el cielo
y altivo de ello y arrogante el suelo.
Todo cuanto al terreno cuerpo alienta,
por la virtud eterna fabricado,
en vos se halla con igual efeto.
Vos sois ejemplo a todo lo criado;
de vos la tierra vive, y se alimenta
el mar, el aire y fuego más perfeto ;
que con valor secreto,
a tierra, a mar, al aire, al puro fuego,
cual la virtud del cielo, y las estrellas,
son vuestras obras bellas
la tierra, el mar, el aire, el puro fuego.
¡Oh glorioso cielo en nuestro suelo!
¡Oh suelo glorioso con tal cielo!,
¿quién podrá celebrar vuestra grandeza?
¿Quién osará alabar vuestra belleza?
Vuestro valor eterno y soberano
excede a nuestro rudo entendimiento
y ciega vuestra luz resplandeciente
los ojos del humano sentimiento.
Yo (aunque el sagrado Amor me da la mano)
temo del hondo Pado la corriente
y el mar que dentro siente
del atrevido joven la caída.
No soy el insolente Salmoneo
que con vano deseo
imitó el rayo que abrazó su vida.
Cuanto ve el sol y cuanto el cielo cubre,
todo en vuestra alabanza se descubre,
y toda se presenta a gloria vuestra
la ingeniosa y clara madre nuestra.
¿Qué puedo, pues, yo dar a la grandeza
del inmortal vigor, porque las flores,
las perlas que enriquece el Oriente
y de Arabia dichosa los olores,
es don pequeño a la sublime alteza?
Daré a su templo de mi pecho ardiente
el corazón caliente,
que se abrase en sus aras ofrecido;
la libertada voluntad sujeta,
si puede ser acepta
al valor y al ingenio esclarecido ;
si es poco, daré la alma, y si tuviera
otra cosa mayor, también la diera.
Que su lumbre será felice guía
a la voz simple de la musa mía.
Canción, de puro afecto
hecha, aunque indigna puesta ante sus ojos,
di con humilde frente:
"A vuestra gloria ofrece estos despojos
quien venera el valor vuestro excelente."

299. SONETO XCI. Versión de B

Alma, que ya en la luz del puro cielo
ardes de santo amor; a quien suspira
tu ausencia, con suaves ojos mira,
y alienta a que levante el débil vuelo.
Ceñida en torno de purpúreo velo,
en mi lloroso pecho el fuego inspira;
porque sin odio, sin temor, sin ira
desprecie el vano amor del frágil suelo.
Lloré yo tu partida, amé tu gloria,
y en tu último dolor creció mi pena;
para seguir contigo el mismo hado.
Si el amor te renueva la memoria;
en esta sombra ven con faz serena
a consolar el corazón cansado.

301. SONETO. Versión de B

En este prado y soledad desierta,
que tiene en temor triste el viento airado,
del caudaloso Betis apartado,
considero mi estado y vida incierta.
Hallo del grave Amor la vía abierta,
que para mi tormento ha levantado;
espacio largo veo y no tratado,
difícil la salud, la muerte cierta.
De lejos aún no veo árbol desnudo
que no sea león, y siento a la ora
cuajárseme la sangre al pecho fría.
No hay quien ya no sienta el dolor crudo
que mi alma padece en esta hora,
que rehúye mirar la luz del día.

302. SONETO. Versión de B

Luces llenas de amor, en quien colora
los rayos de oro Febo y las estrellas,
con vuestra claridad quedan más bellas
en la primera sombra y nueva Aurora.
¿Qué oscuridad os turba y descolora
y desmaya el vigor de esas centellas?
¿Por qué con viva fuerza ardiendo en ellas
el pecho no abrazáis del que os adora?
Con llanto sí podrá, amorosos ojos,
tener vuestra belleza oscuro velo,
cual nube rara al sol que esté encendido.
Después que al dolor dais estos despojos,
se cubre Amor de luto y queda el cielo
en tiniebla, confuso y escondido.

304. SONETO. Versión de B

En alto y bravo mar, sin luz alguna,
con tempestad contraria y fiero viento,
mi nave abierta está, y airado siento
en mi daño, Arellano, la fortuna.
Ya esperanza de bien tengo ninguna,
que aun esto no se debe al pensamiento;
la fuerza y arte falta, y el tormento
de la presente muerte me importuna.
Pues el amor me deja y niega el puerto
que veo en las reliquias de mi nave,
que el mar lleva esparcidos mis despojos,
la veste y armas de este amante muerto,
que restan del naufragio duro y grave,
consagrad a mis dulces verdes ojos.

305. CANCIÓN. Versión de B

De las más bellas trenzas y doradas
que jamás vio el sol claro, estoy ausente,
entre estas peñas, solo en el desierto,
que mis quejas responden tiernamente.
De las más bellas luces y sagradas
estoy en soledad, de bien incierto,
y puesto en dolor cierto.
De aquellas hebras bellas
y hermosas estrellas
mi fortuna cruel, mi suerte dura
me aparta en larga, en fría noche oscura.
Amor, llévame aquel cabello y ojos
de cuya hermosura
fui y soy y seré siempre los despojos.
No son más relucientes y encendidos
cuando más rojos son en claro día
los puros rayos del sol alto ardiente,
que son de la enemiga dulce mía
los filos, enlazados o esparcidos
por la serena, blanca y limpia frente;
donde el Amor presente
la red dorada ordena,
la entrenzada cadena
al alma, que merece ser vencida,
y sufrir satisfecha y bien perdida
el dolor amoroso y el tormento
que le da eterna vida,
cual me da en mi trabajo el sufrimiento.
Las llamas del purpúreo abierto cielo,
con quien la noche sola se corona
de lucientes figuras adornada,
componiendo en su frente una corona
de vario resplandor, que ilustra el suelo,
vence mi Luz, de rayos inflamada;
do tiene Amor formada
toda su mayor gloria,
su imperio, su victoria,
y con doradas flechas en la mano
en ella se descubre ser tirano,
y al dulce centellear de luz ardiente
no deja pecho sano,
que cuanto mira hiere crudamente.
Cuando crece la sombra y mengua el día,
el fuego del Amor con mayor fuerza
me abrasa, y yo no hallo en dolor mío
remedio alguno, que mi mal se esfuerza
en esta miserable suerte mía;
y de mis ojos va un lloroso río
que en el invierno frío
la condensada nieve
disuelve en tiempo breve;
mas de los ojos blandos la terneza
y el resplandor ilustre de belleza
podrían mitigar su fuerza ardiente,
si en esta mi tristeza
no estuviese apartado, solo, ausente.
Amor no dulce, sino Amor amargo,
¿con qué virtud me tienes, que no muero
de mi hermosa Estrella no alumbrado?
¿A do está el bien? ¿A do el favor primero?
¿Qué tiempo es este de destierro largo?
Los ojos, de mí todo transportado,
vuelvo al puesto sagrado,
donde está la Luz mía,
y allí, suspenso, el día
paso y la noche en mísero lamento,
y mi deseo, alzando el pensamiento,
llévame a contemplar mi Luz, qué hace,
y si mi apartamiento
le agrada, si mi mal le satisface.
Mil cosas imagino que deseo;
hácelas verdaderas la esperanza,
último bien del amador mezquino.
Hallo siempre razón y confianza
de conseguir el bien de mi deseo.
Ya corre el pensamiento sin camino
por el error contino
de mi antigua fortuna.
Halla tal vez alguna
muestra de su dolor, y teme y huye,
y el pasado contento se destruye,
y por el mismo paso que ha llevado
entrar luego rehúye:
tal va de su temor, triste y cuitado.
¿Qué podré yo hacer en tal extremo,
pues me obliga mi suerte a mi tormento,
sino sufrir el mal que Amor me diere?
Hecho estoy al dolor y al sufrimiento,
y, primero que venga, el daño temo,
y espero cuanto su dureza quiere.
Y aunque cruel me hiere,
no servirá que quiera
rehusar la carrera.
Haga, pues, el dolor en mí su oficio,
Y Amor crudo y sangriento su ejercicio;
que no podrá el tormento ser más fuerte
que hacer sacrificio
a la ara de mi Lumbre con mi muerte.
solo permite, ya que estoy ausente,
quejarme de mi mal a este desierto,
primero que a la espada entregue el cuello
y el cuerpo al fuego que me tiene muerto,
y mis perdidas glorias que recuente,
cuando el dorado lazo del cabello
crespo, sutil y bello
en mi cerviz se puso,
dejándome confuso,
y que imprima la causa de mi afrenta
en esta arena estéril y sedienta,
y, repitiendo de principio el daño,
haré que el campo sienta,
pues solo estoy, la fuerza de mi engaño.
Será el desierto y mi dolor testigo
de mi liviana culpa y grave pena,
y cuán en vano, triste, me lamento;
porque quien a la muerte me condena,
ingrata y dura y áspera es conmigo,
y siempre va doblando mi tormento.
Mas si el dolor que siento
turbase por un día
esa enemiga mía
y me llevase ante sus bellos ojos,
serían gloria todos mis enojos;
y por el bien de verme en tal estado,
querría ser despojos
de ausencia y de temor y de cuidado.
Amor, yo muero solo en el deseo,
y aunque es mi dolor grave y trabajoso,
huelgo, que de la causa porque muero
querrías tú morir envidioso.
Si doy en gloria y en amor primero,
tal es mi mal, que tú tendrías por bueno
no morir como yo, muriendo, peno.

312. SONETO CV

Temerario Pintor, por qué di, en vano,
te cansas en mostrar la hermosura
de la excelsa Heliodora; y la luz pura,
y el semblante amoroso, y soberano.
Será trabajo el tuyo sobrehumano,
que no debe esperar lo que procura;
mas cuándo ofreció el cielo tal ventura
al rudo conseguir de mortal mano?
Si tú muy confiado en la grandeza
de toda la beldad que espira en ella,
osares descubrir alguna parte,
Pinta la misma imagen de belleza;
y si puede imitar las luces de ella
habrás llegado a perfección de la Arte.

311. SONETO CIV. Versión de B

Aquel sagrado ardor que resplandece
en la belleza de la Aurora mía,
mi espíritu moviendo, al pecho envía
la pura imagen, que en mi alma crece.
En ella está afijada; y de allí ofrece
al pecho su valor en compañía;
y de sí misma efectos altos cría;
con que me ingenio y nombre se engrandece.
Vuelo tan alto que con rayo fiero
o con ardiente Sol fuera impedido;
si no me diera aliento mi Luz pura.
Mas ya que muero, como siempre espero;
ni en Mar seré, ni en Río sumergido;
que el mundo me será la sepultura.

316. SONETO CIX. Versión de B

Quien la luz de belleza amando adora,
si quiere ver la vuestra, al Sol dorado
y al lucero de Venus estimado
mire; y la claridad de blanca Aurora;
Los rayos que esparciendo muestra Flora;
de Diana el semblante venerado;
el valor, la grandeza, ingenio, estado;
y cuanto el ser humano en sí atesora.
Que en ellos vuestra alteza y hermosura
verá, y la Aurora, y Flora, y Sol vencido;
y rendirse el lucero con Diana.
Mas si hermosa blanca la luz pura
volvéis, de Casto amor dirá encendido
que sois toda inmortal y soberana.

323. SONETO. Versión de B

La red, la hacha, el amoroso dardo
que en la belleza de mi Lumbre veo,
dieron de mí al Amor justo trofeo
y al fuego me llevaron en que ardo.
Jamás a presa tan veloz el pardo
se vio como el amor de mi deseo.
Yo resistí por mal y no deseo
ser ya contra sus fuerzas más gallardo.
El brío y libertad del pensamiento.
las vanas esperanzas de victoria

333. SONETO. Versión de B

Grande fue, aunque infelice, tu osadía,
oh valeroso hijo de Climene,
que por guiar el carro que contiene
la ardiente luz que da color al día,
del rayo muerto en la intentada vía,
Erídano en sus ondas te sostiene,
hecho claro sepulcro, cual conviene
a la muerte que Júpiter te envía.
Mas yo que el glorioso fuego y lumbre
de mi sagrado Sol y rayos de oro
siempre esperé regir con diestra suerte,
caí herido de mi excelsa cumbre
con desdeñoso rayo, y mi tesoro
perdí en vida, sujeto a dura muerte.

355. SONETO. Versión de B

Tú, que de nuestro Betis extendido
por el Tebro dejaste el rico llano,
y aquella gloria del valor romano
miras en el sepulcro del olvido,
¿por ventura del yugo sacudido
la cerviz libre muestras, y el tirano
Amor prueba sus flechas en ti en vano,
o en nuevas llamas ardes encendido?
Que yo en la patria sin mi bien me veo,
triste, preso, herido, solo, ausente,
y siempre perseguido de un cuidado.
Sin esperanza vivo con deseo
y apena de este río la corriente
descubro el mal que sufro no cansado.

359. SONETO. Al Conde de Gelves. Versión de B

Señor, si este dolor del mal que siento
yo veo quebrantado en mi memoria
y olvidada la triste y grave historia,
dura ocasión de todo mi tormento,
de España con voz alta y noble aliento
cantaré los triunfos y victoria,
y alzando al cielo igual su eterna gloria
daré a vuestro valor insigne asiento.
Mas unas encrespadas trenzas de oro,
un resplandor divino, una armonía
y gracia nunca vista en nuestro suelo;
una belleza a quien suspenso adoro,
impiden esta altiva empresa mía,
y en su furor que llevan hasta el cielo.

361. CANCIÓN. Versión de B

Oh clara luz y honor del Occidente,
espíritu real, do puso el cielo
cuanto valor contiene su grandeza,
a quien, cubierta en oro, el vario velo
y en la púrpura ilustre de Oriente,
la gloria esparce toda su riqueza;
si el inmenso dolor de mi tristeza,
que me obliga a cantar la grave pena
que aborrezco y procuro,
me dejase algún tanto ya seguro
del fuego ardiente que en mi pecho suena
y del rigor del golpe áspero y duro
que me condena a doloroso llanto
y a perpetua cadena,
en honra vuestra levantara el canto.
Mas yo siguiendo voy, con paso incierto,
en noche oscura y en turbado día,
por difíciles pasos no tratados,
lejos el resplandor de la Luz mía,
que me lleva a morir en temor cierto,
adonde solo entraron desdichados:
que esto es premio a mis penas y cuidados.
Ya en la doblada imagen espartana
la coronada frente
muestra la cuarta vuelta el sol presente,
después que Amor y Venus soberana
me llevaron al jugo obediente.
Jamás sonó de allí mi triste lira,
que mi dolor no se a...
y el desdén de mi Luz y ardiente ira.
Los despojos, los arcos, la memoria,
las columnas del fiero armado Marte,
los trofeos alzados, que en rocío
sangriento manan; la destreza y arte
que a fuertes capitanes da la gloria
que en sus ondas bañó mi patrio río,
a que aspiraba el rudo canto mío,
oscurecidos quedan en olvido.
Solo es amor mi canto,
los ojos bellos y oro puro canto.
¡Tal me tiene el Amor preso y rendido
y sujeto a la fuerza de mi llanto!
Recíbeme la noche y deja el día
celebrando perdido
la hermosura de la Lumbre mía.
Aquel que el glorioso y rico lauro
inflamó de sus verdes hojas de oro,
que con suave y noble y docta lira,
igual de Grecia y de Castalia al coro,
suena en el Indo piélago, en el Mauro,
y con el canto al mismo Febo admira,
y osadamente a levantarse aspira
con felice armonía a la memoria
del valor escogido,
con puro y alto espíritu encendido,
y de las almas claras con victoria;
aquel a vuestro ingenio esclarecido
puede esculpir en el pintado cielo
con inmortal historia,
que no mi canto, ajeno de consuelo.
El peso inmenso y movimiento ardiente
sustenta grave apena el grande Atlante,
su revuelta sintiendo presuroso.
Yo, que no soy tan fuerte y tan constante,
temo caer con él y, juntamente,
dar fama a mi deseo peligroso,
y morir como Erídano animoso,
de aquel paléneo espíritu abrasado,
en la corriente undosa
llamada de su nombre, do en llorosa
honra el antiguo electro fue engendrado.
Su caso acervo y muerte lastimosa
aparta mi esperanza y mi deseo,
y el miserable hado
de quien rigió el caballo de Perseo.
Vuestro valor excelso, la grandeza
del ánimo, el ingenio levantado,
la gloria propia, el generoso intento
a Esmirna y Mantua hubiera ya cansado
y del cisne Dirceo aquella alteza
de no imitado vuelo y grave acento,
y de Olmeo al sagrado ayuntamiento,
¡cuánto más una pobre , estéril vena!;
aunque el oro abundoso
que Hermo vuelve en sus ondas y el dichoso
Tajo con reluciente y rica arena
y de Hidaspes dorado el curso ondoso
sonasen de mi canto en la corriente,
de vuestra gloria llena,
y de Rodas la pluvia reluciente.
Querer cerrar en pecho el bien que el cielo,
largo y felice, ofrece al nombre vuestro,
será como quien piensa vanamente
contar de la ribera del mar nuestro
las ondas, o en el alto libio suelo
las arenas que junta el seno ardiente,
o los astros del orbe refulgente.
Mejor es con silencio a vuestra fama
dar la gloria debida
y admirar el valor, virtud crecida
que resplandece con eterna llama,
como estrella del polo esclarecida;
que contra el tiempo y duro hierro agudo
la lumbre en que se inflama
será inmortal y soberano escudo.
Canción humilde, si al real semblante
de quien iguala al rojo Cintio y Marte,
y de lauro sagrado
está la insigne frente coronado,
fueres, dile inclinada desde aparte
que la pena cruel de mi cuidado
y mis suspiros y amoroso llanto,
el espíritu y arte
negaron en su gloria al débil canto.

364. SONETO. Versión de B

Cuando miro el dorado velo al viento,
suavemente en torno desparcido,
o en altos lazos crespos recogido,
mil causas justas hallo a mi tormento.
Cuando la llama y luz de puro aliento
veo resplandecer y que el vencido
pecho tiene en su fuego convertido,
mil causas justas hallo al mal que siento.
Cuando escucho la angélica armonía
y el grande valor vuestro considero,
mil causas hallo justas a serviros.
Mas cuando pienso en la paciencia mía
y en vuestra piedad, en quien espero,
no hallo causa justa a más suspiros.

368. ELEGÍA. A la muerte de don Pedro de Cabrera. Versión de B

Luego que me hirió el profundo pecho
el triste son del caso sucedido,
turbose el corazón, un hielo hecho.
Quise engañar yo mismo a mi sentido
y negar a la fama la certeza :
que tanto mal no debe ser creído.
Mas el lloroso estado y la tristeza
y el común sentimiento que se vía,
me declaró del daño la grandeza.
¡Cuán de otra suerte, triste, yo fingía
la alegre nueva, y toda la memoria
que en la pompa real se me ofrecía!
Contaba los sucesos y la gloria
en ejercicios de la diestra ardiente
y del feroz caballo la victoria;
el juicio, el ingenio floreciente,
el valor de aquel ánimo dichoso,
que era sola esperanza de Occidente;
el santo celo, el pecho generoso,
la piedad, el ser afable, humano,
la constancia y grandeza y el reposo.
Mas, ¡oh mis esperanzas, cuán en vano
salieron, cuán en breve cortó Muerte
la tierna flor con rigurosa mano!
¿Cuál corazón se vio tan duro y fuerte
que no quedase en lágrimas deshecho,
que no temblase con tan grave suerte?
Murió don Pedro, y mi terrible pecho
no se rompe. ¿Qué espera mi dureza,
después de este cruel y triste hecho?
¿Qué muestras podré dar de mi tristeza,
sino suspiros tristes y lamento,
que condenen del hado la aspereza;
y en exequias del duro sentimiento
estos versos, que sean los despojos
del bien que ya perdí, del mal que siento?
Lágrimas ¿quién dará para mis ojos?
Suspiros ¿quién al corazón doliente?
¿Quién palabras que hieran como abrojos?
A mis ojos ya veo estar presente
aquel semblante en nueva luz cubierto,
con pura claridad resplandeciente.
Y culpa si su espíritu desierto
lloro, que en la región del alegría
está, dejando en tierra el cuerpo muerto.
Gran causa de llorar es esta mía,
pues considero cuánta confianza
a España arrebató un oscuro día.
Mas si revuelvo intento esta mudanza,
y veo a quien suspiro más dichoso,
donde el poder terreno tarde alcanza,
es envidia y no llanto lastimoso
que se tiene a quien huye del cuidado
y miseria del suelo trabajoso.
¿Quién llora porque viva descansado,
lejos de las congojas de esta vida,
el que siempre estimó y fue de él amado?
Allí la ambición mala y sin medida,
odio, codicia, miedo y la tristeza,
su quietud no turban escondida;
mas seguro sosiego y la simpleza,
que en celestes espíritus asienta,
divino amor de la inmortal belleza.
Nuestra mísera vida ¿a quién contenta?
¿Quién desea vivir en las cadenas
donde la alma se cansa y atormenta?
Nuestras glorias, de afán y dolor llenas,
sin bien, sin esperanza, sin consuelo,
siempre con más dolor doblan las penas.
Nunca alzamos los ojos en el cielo,
sujetos con la carga y peso humano
que al alma impide levantar el vuelo.
Revueltos en deseo y temor vano
vivimos, enemigos de la gloria
de aquel supremo asiento soberano.
¿A quién no cansa la cruel memoria,
do más ilustra Betis la alta frente
y da al mar de sus ondas la victoria?
Hambre, peste, furor de Marte ardiente,
rigor del cielo, nunca mitigado,
y contino temor del mal ausente.
Entonces nos llevó el adverso hado
de León aquel joven animoso,
con la cumbre del monte quebrantado.
Quedó tendido el cuerpo generoso
sin vida en la desnuda tierra, helada
con el horror del golpe impetuoso.
No baja con tal furia arrebatada
el rayo resonante, despedido
de la nube, con ímpetu rasgada.
Betis turbó sus ondas con gemido
y sus ninfas lloraban a su amante
y del león sonó el feroz rugido.
Jamás dolor a este semejante
sintieron las riberas caudalosas
que hiere el alto piélago de Atlante,
creciendo las memorias dolorosas
con su muerte, y España fue testigo
del triste llanto y quejas congojosas.
A ti ahora también su estrecho amigo
lejos lleva del sacro y patrio río
el mismo hado desigual consigo.
Quema el duro rigor del seco estío
la bella flor, y de la tierna planta
las hojas el nevoso invierno frío;
mas Céfiro suave las levanta
hermosas con alegre y blando vuelo
y Filomela en ellas dulce canta.
Nosotros, cuando rompe el mortal velo
y desampara el corporal aliento,
jamás el pie estampamos en el suelo.
Breve, dudosa vida, con tormento
cierto, temor, deseos no acabados,
son de nuestra miseria el fundamento.
¡Áspera y justa ley que los cuidados
refrena y el amor desvanecido
de humanos corazones engañados!
Yo mismo mi dolor, mi muerte pido;
yo busco mi trabajo y hago queja
del cielo, que resiste a mi sentido.
¡Qué pocas veces el dolor nos deja!
¡Cuán presto se deshace la alegría!
¡Y, no siendo aún hallado, el bien se aleja!
Como desierta, oscura incierta vía,
que se revuelve en sí, sin dar camino
a quien confuso por sus pasos guía,
así es la vida nuestra, que contino
seguimos engañados, sin que acierte
sacar el paso el corazón mezquino,
hasta que la fatal postrera suerte
rompe el impedimento y deja llano
camino a la dureza de la muerte.
Entonces de la tierra el amor vano
y la gloria caduca al alma ingrata
son dolor y tormento sobrehumano.
Las esperanzas todas desbarata
la muerte, y al que en vicio sepultado
yace , en eterna pena aflige y trata.
Dichoso tú, que, al cielo arrebatado,
alegre relucir ves las estrellas
y bajo de tus pies el mar hinchado;
y del viento los soplos, las centellas
que el aire errando ilustran esparcido
y nuestro clamor oyes y querellas;
y ante el inmenso Rey esclarecido
que al alto cielo rige y pone freno
al mar, que no se extienda embravecido,
de gloria y piedad celestial lleno,
ruegas por nuestras culpas por ventura,
abriendo de amor santo el largo seno.
Aunque la voz del llanto y veste oscura
no sufra la alegría de tu suerte
que goza de la excelsa hermosura,
permite que a tu acerba y grave muerte
publique, con señales de tristeza,
cuánto España sintió tu dolor fuerte.
Afectos son de la inmortal dureza
estos hondos suspiros y lamentos,
que muestran su dolor con tu grandeza.
Porque siempre perpetuo el sentimiento
con memoria será del bien perdido,
pues eras nuestra gloria y ornamento.
Yo al amor que te debo, agradecido
(si algo pueden mis versos), te prometo
que tu nombre no bañe eterno olvido.
Antes por donde Betis va quieto
al extendido vaso de Nereo
y siente en su profundo al sol secreto,
de los pinos del piélago Eritreo,
do ve del nuevo mar la gran corriente
el español muriendo en su deseo,
y donde el rojo puesto de Oriente
mira la rociada y pura Aurora,
do imprime el hielo, do arde el sol caliente,
será tu nombre en la sagrada Flora
más ilustre y famoso y estimado
de quien no solo por tu ausencia mora,
mas de quien tu valor aventajado,
de quien oyere tu virtud y gloria:
porque tu nombre siempre celebrado
hará igual con el tiempo su memoria.

371. CANCIÓN. Versión de B

Este lugar desierto
y este silencio oscuro y escondido,
do el sol no haya abierto
el paso al carro ardiente,
testigos son del dulce bien perdido
y de mi daño cierto,
memoria amarga de mi gloria ausente,
donde en grave tormento
cansa el vano deseo al pensamiento.
Aquí, junto a estas flores,
al pie de este alto lauro coronado,
volaban los Amores
sobre la bella frente,
que el cerco, en hebras de oro relazado,
con los varios colores
de las dichosas perlas de Oriente,
a la Aura descubría
y a los Amores de su amor hería.
Volaban rociando
con la ambrosía el rosado, apuesto cuello,
y yo atento, mirando
su luz ardiente, en fuego
preso, en las rosas vueltas del cabello,
y vi mi muerte cuando
en sus ojos se puso el niño ciego,
y en su hermoso pecho
quedó espíritu dulce el Amor hecho.
Salían de los ojos
rayos que me rompieron las entrañas,
llevando mis despojos
en señal de su gloria
y en ellos descubrieron sus hazañas,
doblando mis enojos
para mayores muestras de victoria:
que el Amor no condena
a quien ama a pequeña o justa pena.
Las perlas que en el seno
rojo y del claro Hidaspes relucían
en el curso sereno,
formaban diademas
en las cogidas trenzas que ceñían
del oro en ámbar lleno,
y esparciendo las puntas más extremas
por la purpúrea frente,
mi alma se abrasó en su fuego ardiente.
Cuál fue mi grave pena,
luego que en su belleza vi mi muerte,
sábelo quien ordena
que muera aquí perdido
con esquiva memoria de mi suerte.
Cuán presto desordena
Amor lo que desea un afligido;
que luego en la mudanza
corta el vuelo sin tiempo a la esperanza.
Pequeña fue mi gloria,
pero grande y eterno mi tormento
que dejó en la memoria
soledad de belleza
y vana confianza al pensamiento,
que en miserable historia
revuelve la pasión de su tristeza;
y quédame en despojos
fuego en el corazón, llanto en los ojos.
Quieto y fresco río,
y de los verdes árboles vestido,
alto monte, y tú, frío
bosque, solo y cerrado,
¿cuántas veces mi llanto habéis oído?
Y el grave dolor mío
¿cuántas veces turbó vuestro callado
silencio, sin que viese
que piedad en mi señora hubiese?
Su nombre en la corteza
vuestra extendiendo, en llanto deshacía
mis ojos con terneza,
y en el lugar donde ella
se recostó, lloroso me tendía;
y atento en su belleza,
hasta que daba luz la Idalia estrella,
allí estaba llorando
y al cielo de mis lágrimas cansando.
Pasó mi bien ligero
cual niebla que la esparce y rompe el viento;
quedome dolor fiero,
que nunca de mí parte,
y en su memoria desmayar me siento;
y jamás, triste, espero
que el tiempo en mí deshaga alguna parte;
que en la alma con firmeza
fijó el Amor su gracia y su belleza.
Canción, sola y desnuda
y hecha de dolor y pena mía,
huye de la alegría,
busca donde no pueda
ofender tu desdicha a gente leda.

381. CANCIÓN. Versión de B

Amor, tú que en los tiernos bellos ojos,
tocados de hermosa pluvia de oro,
centellaste, las alas esparciendo,
y mi pecho encendiendo,
llevaste nuevamente los despojos,
tu sacra hacha y tu favor imploro
para cantar la Luz de mi cuidado;
las hebras que Aura mueve
por el cuello, que pura leche y nieve
en la blancura vence, y el templado
color de la purpúrea y fresca rosa,
en sombra desteñido,
de viola suave y amorosa,
donde quedé otra vez preso y perdido;
y en la robada forma de belleza
cantaré tu valor y su grandeza.
Cual en la solitaria noche oscura
resplandece de Venus el lucero
con la sagrada frente rutilante,
que al sol corre delante,
tal mi Lumbre, de eterna hermosura,
en el horror se descubrió primero,
y la sombra venció, mostrando el día
en el nubloso manto,
y con el amoroso y dulce llanto
enterneció el dolor a la alma mía:
rocío celestial, que en vario lustre
las nubes hace bellas.
Cuando tiende sus rayos Febo ilustre
no iguala en el color a sus centellas,
que por las esmeraldas y zafiros
de mi pecho trajeron mil suspiros.
No mereció esta pluvia nuestro suelo.
aunque el templado puesto y escondido
enriquezca por ella alegre Flora,
y a la rosada Aurora
exceda, que bañar debía el cielo.
Esta esparció de Psique Amor herido
y quien dejó las ondas de Citera
por Adonis hermoso.
Este rocío, dulce y amoroso,
que dobla el mal do quiere Amor que muera,
en fuego me abrasó, dando a mis ojos
nueva ocasión de pena
y otro inmortal principio a sus enojos.
No habrá canto suave de sirena,
ni circe que nos busque igual engaño,
como esta Luz llorosa causó el daño.
Las hebras esparcidas por el cuello,
cual oro en filos vuelto y derramado
sobre el blanco marfil, que el manso viento
bate alegre y contento,
cogidas unas van en lazo bello,
otras sin arte sueltas y cuidado;
cual juega errando por la pura frente,
cual cubre un sutil velo.
Así el dorado ardor y luz del cielo
aun no encelan las nubes de Occidente.
En unas Amor hace el jugo, y tiene
en otras ordenada
la cadena, en la cual mi error sostiene,
de bellas piezas presa y enlazada.
Unas me dan la vida y otra muerte,
y siempre crece en el dolor mi suerte.
No he visto yo de púrpura encendida
la gracia desnudarse nueva rosa,
que solo se descubra su blancura,
que así quede tan pura,
tan bella, tierna y de color perdida,
cuanto mi Luz turbada y amorosa.
Blanco alabastro el rostro parecía,
blando y descolorido,
de dolor y de lástima ofendido,
que me robó el sosiego y alegría.
La Alba, cuando, enlazado al hombro, ciñe
el manto entretejido
que la concha sidonia en perlas tiñe,
ríndese a su color esclarecido.
Tal es Amor hermoso y Venus bella
cual mi luciente y clara y blanca Estrella.
La luz turbada, pues, las trenzas de oro,
sin orden apartadas, la belleza
del rostro, sin color y desmayado,
si no fuera el cuidado
que tengo suyo y el valor que honoro,
rindiéramos al poder de su grandeza.
Y aunque de su señal halló apuntada
mi frente, y preso el cuello
del glorioso nudo del cabello,
mi alma se sintió y paró alterada;
las alas sacudió y ardió en el fuego
que en sus centellas crece,
y yo quedo otra vez herido y ciego,
y la llama presente resplandece
en las entrañas mías, y conmigo
en la ausencia yo soy del mal testigo.
Bien creo yo que puede una luz bella
arder en pecho tierno y amoroso
y desatallo en la ceniza ardiente,
más que pueda a mi ausente
pecho ablandar la fuerza de mi Estrella
en su fuego perpetuo y presuroso,
estando triste, sin cuidado, ajena
del compuesto ornamento
y llena de lloroso sentimiento,
que mueve más a lástima que a pena;
y que en ella se admira aquella gloria
de eterna hermosura
con el dolor que siente en la memoria
y en la virtud que resta en su figura,
esto es ser de belleza soberana,
que no debe alabar lengua profana.
Ya no procure Amor para mi daño
el crespado cabello, el vario nudo,
la alegre luz, la púrpura suave;
pues no es al dolor grave
remedio alguno de mi mal extraño
luz llorosa, oro suelto y el desnudo
color de blanca y no tocada nieve;
que en ellos abrasado
estoy, cual rudo amante lastimado.
Y aunque ya mi temor en vano pruebe
sacarme de este fuego que me inflama,
ni el Amor lo permite,
ni yo quiero huir mi dulce llama,
ni que mi muerte mi tormento evite,
porque yo sé que gano con la muerte
eterna vida y nueva y alta suerte.
Tú, sacro Amor, que con doradas alas
atraviesas del Austro al Oriente
y abres con tu fuerza el mar sonante,
y a Febo, al arrogante
Marte vences, subiendo, y alto igualas
a Jove y sobrepujas tú, presente;
pues viste la Luz mía, dame aliento
para cantar su gloria,
mi firmeza, constancia, tu victoria,
mis quejas y suspiros y lamento.
Yo no te pido premio ni deseo,
que bien sé que no debo
esperar bien alguno a mi deseo;
mas por el mal que siempre sufro y llevo,
memoria sola pido en la mudanza
y una pequeña muestra de esperanza.
Tú esculpiste (admitiendo la belleza
mis ojos) en el pecho su figura,
y en él, resplandeciendo por las venas,
de su forma no ajenas.
cobró valor y fuerza con presteza,
y se descubre en mí su hermosura.
De aquí me nace espíritu y el brío
que me levanta al cielo
y hace que aborrezca el frágil velo
que dentro encierra todo el valor mío;
y el puro ardor me abrasa en pura llama
y en la sagrada cumbre
la vista hermosura más me llama
de la inmortal, celeste inmensa lumbre;
y todo el bien, Amor, de tu ser viene
y el ancho mundo en tu poder sostiene.
Canción, Amor me mueve
y mi alma con él está presente
en tierra y mar y aire y fuego y cielo,
que no hay donde pueda estar ausente;
yo solo estoy en el suelo,
falta del ser humano; si te agrada
conmigo queda en soledad criada.

382. SONETO. Versión de B

En cercos de oro fino y llama ardiente,
de blancas rosas tiernas coronada,
con hermosas figuras enlazada,
mi Luz vistió la pura y bella frente.
Los olores que esparce el Oriente
y la ámbar de sus hebras consagrada
se movieron con la aura sosegada,
cual en las ondas nuevo sol luciente.
Espíritus de amor en aquel fuego
armaron las saetas y cadena,
y Amor herido ardió y anudó el cuello.
Yo, preso y encendido, quedé ciego,
Conde, mas fue mayor mi grave pena,
porque más me inflamé con el cabello.

384. SONETO. Versión de B

En esta helada parte, do no envía
el sol sus rayos a la intensa nieve,
ausente quiere Amor que el dolor lleve,
en sombra de la noche, en luz del día.
Jamás de estos mis ojos se desvía
el llanto, y si descanso un tiempo breve,
más doloroso llanto de ellos llueve,
con soledad del bien del alma mía.
El mal no me quebranta, que ya hecho
estoy a su furor, mas verme ausente
y en una vida muerta condenado,
donde el fuego de Amor me abrasa el pecho,
donde mi alma ve su bien presente
para más confusión de mi cuidado.

390. SONETO. Versión de B

De vuestro intenso y duro hielo frío,
temiendo Amor la fuerza y aspereza,
puso en él, con su afrenta y rustiqueza,
el alto y presto ardiente fuego mío.
Su nieve muestra y llama el fuego y frío,
y contrastando extienden su grandeza;
el fuego al frío ablanda la dureza
y lo sujeta a todo su albedrío.
Quedó Amor, del asalto glorioso,
y vos y yo contentos nos hallamos,
pero todo mi bien turbose luego.
Que por un triste caso y lastimoso,
con daño de mi vida , ambos quedamos,
vos con más frío y yo con mayor fuego.

393. SONETO. Versión de B

Inmenso resplandor de hermosura
en vuestra dulce luz se me parece,
y ardiendo en mis entrañas siempre crece
con su fuerza inmortal la llama pura.
Con alteza y valor vuestra figura
sin igual en mi pecho resplandece,
y pues con ella sufre, bien merece
algún corto favor de su ventura.
Vos toda bella sois y la belleza
ya no puede ser más, y así a mis ojos
no es justo que hiráis con mayor fuego.
Que si al pecho mostráis vuestra grandeza,
hecho llama, no puedo dar despojos,
los que pudiera dar quedando ciego.

396. SONETO. Versión de B

Cuando mi pecho ardió en su dulce fuego,
osé cantar el mal que grave siento,
y diome al canto glorioso aliento
aquella Luz que me detuvo ciego.
Osé mostrar mi llanto en tierno ruego
a quien Amor no estima y su tormento,
y el humilde quejar de mi lamento
me dio osadía y esperanza luego.
Ahora que la Luz yo dejo ausente
y crece mi dolor con su belleza,
sin que haya piedad de la alma mía,
lloro el pasado bien y el mal presente,
y puesto en soledad de mi tristeza,
la esperanza me falta y osadía.

398. SONETO. Versión de B

Si yo pudiese con mejor ventura
trocarme como Júpiter solía,
en blanco cisne vuelto ya estaría
delante de mi Luz hermosa y pura.
Y sin algún temor de muerte oscura,
en honra suya el canto ensalzaría;
la boca y a los ojos besaría,
alegre de perderme en tal dulzura.
Mas en dorada pluvia convertido,
perdería el electro la fineza,
si el velo esparce envuelto en hebras de oro.
Y si en su pecho fuese recogido,
aunque no igual, gozando su belleza,
tendría el precio de mayor tesoro.

399. SONETO LXXXIX

Mi bello Sol, si voy de vos ausente
a parte extraña, do el dolor me ofende,
y el fuego dulce que mi amor enciende,
en ella se contiene y va presente.
Aunque el color purpúreo de Oriente,
do el Sol menor de vuestra luz desciende,
vea cerca; y do el manto oscuro tiende
el apartado extremo de Occidente,
Conmigo irá el Amor igual en parte
con la mitad de la alma; que me alienta;
que vive el resto en vuestra luz que adora,
Y dividido en una y otra parte,
presente con el bien; que me sustenta,
siempre veré resplandecer mi Aurora.

401. ELEGÍA. Versión de B

Yo pensé, dulce bien del alma mía,
que primero con muerte el cuerpo ausente
desamparara en tierra sola y fría,
y que la fuerza del dolor presente
pudiera humedecer de vuestros ojos
la pura luz y resplandor ardiente,
que apartado y muriendo en mil enojos
sustentar esta ausente y triste vida,
acrecentando al mal nuevos despojos;
mas ya vivo en ausencia aborrecida
y no muero en la sombra del olvido,
donde quedó mi gloria oscurecida.
Pues esto sufro, ¿qué no habré sufrido?
¿Qué puede ya imprimir el sentimiento
en este corazón endurecido?
Mayor es que el dolor el sufrimiento,
y tal es el dolor, que puede el pecho
juntamente abrasarse al mal que siento.
De heladas rocas ásperas fui hecho
y me crió la fiera tigre hircana,
pues no estoy de mi pena ya deshecho.
En esta parte estéril y profana,
do la noche con tela tenebrosa
vence a la luz de Febo soberana,
vuestra belleza inmensa y gloriosa
conmigo veo atento, y considero
la pérdida de ausencia lastimosa.
Alguna vez me tiene el dolor fiero
tan rendido a su fuerza y quebrantado,
y, no muriendo, con suspiros muero.
Betis, de este mi llanto acrecentado,
testifica mi lástima, sonando
en el cristal de Océano apartado.
Y creo yo que en el purpúreo bando
que Euro hermoso hiere y con luz nueva
siente al sol, que sus rayos va dorando,
es mi mal conocido; que la prueba
que ha hecho Amor en mí quiere que sea
señal adonde sus desdichas lleva.
Si alguna vez mi alma ver desea
vuestra luz rutilante , en vivo fuego
arde, sin que su bien en ella vea.
Porque el tirano, que en mi pecho ciego
está siempre, me ofrece a la memoria
mi pérdida y mi crudo dolor luego.
La muerte, si viniere, será gloria;
pero a tan duro corazón no quiere
dar esperanza alguna de victoria.
Un continuo temor me aflige y hiere;
que ya, si no me mata el mal de ausencia,
no habrá por qué mi muerte Amor espere.
Porque yo, que vivía en la presencia
alegre y venturoso, estando ausente,
deseo poner fin a mi dolencia.
Mi alma en vuestra bella y pura frente
presa de ricos lazos me tendría,
siempre en vuestra divina luz presente.
Y satisfecho el bien de mi osadía,
gozara merecer; que, por vos muerto,
consagré a vuestra luz la vida mía.
Y aunque de bien alguno estaba incierto,
¿qué mayor bien le diera su fortuna,
si, solo y sepultado en el desierto,
mereciera gozar de sola una
lágrima de esos bellos, tiernos ojos,
lo que esperar no puede en suerte alguna?
Dichosos más que flores los abrojos,
que de esa rica pluvia rociados
honrarán la ocasión de mis enojos.
Los sepulcros, de mármoles alzados,
reliquias de memoria gloriosa,
no fueran cual el mío celebrados.
Mas ¡oh mi solo bien y Luz hermosa!,
que ni de vuestras lágrimas bañado,
ni estoy muerto en mi ausencia dolorosa;
antes, como sujeto y obligado
a lástimas de Amor, me veo ausente
con esta vida y mi dolor cansado.
A un tibio y frío pecho vuelve ardiente
el uso del amor, y quien bien ama,
esperando su gloria, el mal no siente.
Mi pecho que arde siempre si se inflama
y siempre mío consiente su tormento,
no le queda otro ser que pura llama.
Pero en sola esta llama me sustento,
y no tengo otra vida que en la fuerza
de su ligero y fácil sufrimiento.
El temor amoroso que se esfuerza
en mi alma me trae quebrantado,
y perder mi esperanza y bien me fuerza.
El semblante divino y adorado,
la luz serena , el resplandor fulgente,
el oro, en crespas ondas variado,
si un tierno amador vuestro no ve ausente,
que en otro tiempo con mejor ventura
gozó mirar y veneró presente;
y si apartado en noche siempre oscura,
suspira con dolor, solo y perdido,
que ver no puede ya su hermosura,
cúlpenle si la vida , aborrecido,
desea, y si esperar más bien pretende
donde su limpio amor quede ofendido.
De tal causa mi lástima desciende,
que aun en el mal condeno yo mi suerte,
si algún pequeño espacio no me ofende.
Por el paso que voy a ver mi muerte,
tanta envidia merezco, que no siento
en alguno dolor de mi mal fuerte.
Después que vi y gocé de mi tormento,
y conocí el valor de esa belleza
y os di mi libertad y pensamiento,
mis entrañas cercó vuestra grandeza
y ocupó vuestro nombre mi memoria,
y Amor hizo en mí asiento de firmeza.
Sin vos no tuve en tiempo alguno gloria
y siempre amándoos, quedé a Amor forzado,
llevando de esta fuerza la victoria.
Siempre vive en mi alma venerado
vuestro valor y gracia y cortesía,
de quien lleno se halla mi cuidado.
Pero si ahora, lejos de alegría,
padezco, yo lo debo a vuestros ojos.
que dieron tanto bien al alma mía.
Vuestra beldad merece mis enojos,
que no es justo que goce la esperanza
seguro de perdella en mis despojos.
Si el Amor prometiese confianza
sin temor de peligro en la ventura
y no alterase el bien con la mudanza,
recibiría agravio esa Luz pura,
porque es deuda de penas y tormento
osar amar tan alta hermosura.
Mas a la ausencia en que morir me siento,
yo no hallo razón para su daño,
sino acabar, muriendo, el sufrimiento.
Desdén y crueldad, cubierto engaño,
memoria del dolor, del bien olvido,
para quien ama bien, no es mal extraño.
Pero apartarme, ausente y perseguido,
ajeno de esperanza y de consuelo,
es un dolor terrible y nunca oído.
De sus vueltas perpetuas varié el cielo,
trueque todas las cosas, que no espero
de esta mísera suerte alzar el vuelo.
En esta soledad padezco y muero,
y en la razón mis penas entretengo,
pero para acabar de dolor fiero.
Alguna vez, que suspendida tengo
la fuerza de mis males, me levanto
a do sin esperanza me sostengo.
Allí rompo las venas de mi llanto,
y de la pluvia crece un fuego ardiente
que en ceniza convierte el mortal manto.
Etna, que el duro y frío hielo siente
en sus altas coronas ensalzado
y con el blanco velo reluciente,
cuando el fiero Encélado inflamado
es con las sierpes ásperas herido
y se revuelve de uno y otro lado,
el fuego, en nube espesa reducido,
con centellas y horror impetuoso,
arroja contra el cielo enfurecido.
El estruendo de peñas espantoso,
en fuego recocidas, alto brama
y tiembla todo el monte cavernoso.
Mi pecho, que de fuera es nieve y llama,
dentro, cuando el Amor lo mueve y hiere,
el cuerpo todo en bravo ardor inflama.
Corre grandes incendios cuando quiere
Amor que la alma abrace su crudeza,
sin que haya piedad de aquel que muere.
El rayo que sepulta con fiereza
al terrible gigante que del cielo
pensó regir el cetro y la grandeza,
no iguala al que en eterno desconsuelo
me deja atravesado, sin la culpa
que él tuvo en el soberbio y patrio suelo.
Sola una cosa habrá con que me culpa
Amor, que es tener vida en esta ausencia,
pero el deseo mío me disculpa.
Aunque apartado , os tengo en la presencia,
tan hermosa, tan alta y venerada,
que os doy todo el valor de esa excelencia.
Con el mismo respecto estáis honrada
y temida, y con mismo sentimiento
y tierno afecto siempre sois amada.
Ya veo vuestros ojos y consiento
por los míos la pena que proviene,
y temo el rostro airado y descontento.
Ya mi temor con prestas alas viene
y me deja sin bien, de bien incierto,
y preso la tristeza el pecho tiene.
Ya veo con mi gloria el cielo abierto,
que os hallo alegre, blanda y piadosa
y que ya visitáis este desierto.
Consuelo son de ausencia congojosa
estas muestras de vana fantasía,
aunque es cierta mi pena dolorosa.
Profunda soledad, larga porfía,
tristeza lastimada, mal secreto,
divídenme de vos, oh alma mía.
Ausencia es tal dolor, que con su efeto
la muerte sigue al amador cuitado,
y este es el bien mayor de su defeto.
Muera, pues, quien de vos se ve apartado;
acábese en la vida la memoria;
porque a tantos trabajos y cuidado
¿qué bien puede venir que les dé gloria?

410. SONETO CIII. Versión de B

Ya siento el dulce espíritu de la aura;
que mansamente murmurando aspira;
ya veo el puesto, a donde Amor me tira,
y a do su muerta llama el fuego instaura.
Cual amador de Cintia, o Delia, o Laura
temió mas el desdén, la ardiente ira;
que yo la Luz; que tiernamente mira
mi mal, y de la pena me restaura.
Como al que el rayo con la lumbre y trueno
espantó, que aun le queda en la memoria
el alto estruendo del terror pasado,
así yo, que del mal estuve lleno,
rehúyo en las señales de mi gloria,
temiendo el bien que no esperé engañado.

414. SONETO. Versión de B

En tanto que en el sacro, antiguo seno
del grande y alto Océano con arte
y nueva industria dais al fiero Marte
vida y nombre, de gloria eterna lleno;
yo aquí, do el rico Betis con sereno
curso sus varias vueltas fértil parte,
dando de mí al Amor la mejor parte,
de mi larga esperanza me enajeno.
Mi Luz bella y doradas trenzas canto,
y aunque admiro el valor de vuestro pecho,
no os envidio de lauro la corona.
¿Qué mayor premio esperaré a mi llanto,
quedando de mis penas satisfecho,
si mi Luz de sus hebras me corona?

415. SONETO. Versión de B

Renuevo al alma de mi error pasado
el tiempo que he perdido y el presente,
ya que razón alguna no consiente
que viva en esperanzas engañado.
El cuello ya levanto deslazado,
que la señal del yugo impresa siente,
y digo : "¿Cuál de Amor grave accidente
podrá llevar la gloria de mi estado?"
Yo sé bien cuánto duele una esperanza
que huye, y un temor que crece en pena,
y cuán vano es el fin de mi deseo.
Mas deshace esta simple confianza
Amor, que al daño antiguo me condena,
y alegre voy al mal que temo y veo.

424. ELEGIA II. Versión de las Anotaciones

Qué honor vos pudo dar, bella Enemiga;
rendir mi pecho, que con tal cuidado
buscasteis la ocasión de mi fatiga?
Si yo nací sujeto y obligado
a perderme en las ondas del mar fiero,
cual navegante mísero, engañado;
Por qué con dulce canto y lisonjero
suspenso, me llevasteis compelido
al dolor grave, en que lloroso muero?
Bien conocía yo, aymé perdido,
de vuestro corazón el falso engaño,
y el áspero rigor de vuestro olvido.
Huía, temeroso de mi daño,
la luz de vuestros ojos y belleza;
como si del Amor naciera extraño.
No me valió vestirme de dureza
contra las crudas flechas del tirano;
que solo se contenta en mi tristeza.
Porque viendo, que el golpe de su mano
no habría bien el corazón constante,
y que su intento sucedía en vano;
Y que el arco de duro diamante
perdía su vigor, vuelto indignado
contra mi presunción tan arrogante,
Se puso en vuestros ojos, regalado,
blando, lleno de tierna cortesía,
suave y dulcemente lastimado.
Con esto mi firmeza y mi porfía
rota, quedó vencida, y entregada
a vuestra voluntad siempre la mía.
Mostrasteis vos alegre, y agradada
tanto del grave afán, que por vos siento,
de rigor y desdén tan apartada;
Que os di mi libertad, y el pensamiento
ocupé solo en vos, y fue mi gloria
merecer en virtud de mi tormento.
Ahora, que soberbia en la victoria
vos descubrís, a mi pasión esquiva,
a mi nombre negáis vuestra memoria.
En vuestro pecho no sufrís que viva
de tanto amor una pequeña parte,
sin deslazar mi ánima cativa.
Este es el mal, que me deshace y parte
el corazón mezquino, y con crudeza
a mil varios peligros lo reparte.
Si ofende al valor vuestro y su grandeza,
que ose tanto fiar de mi cuidado;
que adore mi humildad vuestra belleza,
No merezco por ello ser culpado;
porque conozco bien, cuan poco alcanza
al cielo alto mi vuelo desmayado.
Pero vos alentasteis mi esperanza,
y vuestra luz me dio merecimiento,
para abrazar tan alta confianza.
La honra de mi noble pensamiento,
mi fe y amor, a sola vos debido,
son dignos de más grato acogimiento.
Memorias tristes de mi bien perdido
me siguen siempre, y me molestan tanto;
que deseo acaballas en olvido.
Deshecho todo en miserable llanto,
hago testigos este prado y fuente
del mal, que sufro ausente en mustio canto.
Solo un cuidado tengo, que contente
el corazón cuitado en tanta pena;
que descanso ninguno me consiente,
Y es, que al fin quedo en esta suerte ajena
alegre de haber muerto a vuestra mano,
antes que despedace esta cadena.
Mas yo qué digo? a quién me quejo en vano?
a un bello rostro y corazón de fiera,
tierno en vista y en obras inhumano.
Mejor será, que antes que yo muera
en este error, huya mi suerte dura,
y, lo que la Razón me ofrece, quiera.
Esta Luz soberana y hermosura,
que tanto hacer pueden en mi daño,
se cubran para mí de sombra oscura.
Otra extraña región y cielo extraño
me conviene buscar; porque perezca
en la ausencia la causa de mi engaño.
Do nunca a la memoria se me ofrezca
el dulce nombre, iré, y a do conmigo
siempre ocasión de justo desdén crezca.
Mas qué valdrá? que nunca mi enemigo
se aparta de mi pecho, y me presenta
mi pura Estrella en mi favor consigo.
A vos, mi Bien, así jamás consienta
el cielo, que la luz de esa belleza
del tiempo la común ofensa sienta;
Pido, que no sufráis, que mi firmeza
acabe; sin que sea agradecida,
conforme al merecer de esa grandeza.
Por ventura será cosa debida
a vuestro gran valor, ser vos llamada
ingrata, desleal, desconocida?
La dulce Venus, madre regalada
del tierno Amor, estaba lastimosa,
y en fatiga contina congojada;
Porque su hijo, cuya poderosa
diestra rinde herido y humillado,
cuanto cerca del Sol la luz fogosa;
Aunque bello, y en ella figurado,
cual parto de su inmensa hermosura,
divinamente puro y acabado;
No crecía en grandeza y compostura
igual a la belleza, y que vivía
mucho tiempo sujeto a tal ventura;
Doliéndose del daño, no sabía,
qué remedio tuviese una extrañeza,
nunca vista jamás hasta aquel día.
Al fin del triste caso la graveza
la llevó a consultar por más seguro
de las secretas cosas la certeza.
Temis, que revelaba lo futuro,
viendo su confusión, le dice; olvida
Venus este temor del hado oscuro.
Este tu Amor en esa edad florida
si no crece, aunque solo es engendrado,
es por oculta causa y ascondida.
Solo puede nacer y ser criado,
y no crecer. si quieres tú, que crezca;
pare otro hijo, Contramor llamado;
Con tal suerte, que el uno favorezca
mirando al otro hermano en crecimiento,
cobrando cuerpo; que al igual florezca.
Pero si uno falta, a un movimiento
ambos han de acabar forzosamente,
y este es decreto de infalible asiento.
Volvió Venus alegre, y juntamente
a los regalos del amado Marte,
y, cuanto dijo Temis, vio presente.
Amor luego creció, mirando a parte
a su hermano, y de sí con gran porfía
el uno a otro daba mejor parte.
El uno y otro en igualdad crecía,
hermoso en la figura y la grandeza;
que a Citerea admiración ponía.
Señora, si al amor, que a vuestra alteza
tengo, fallece amor, agradecido
en parte alguna a mi mayor firmeza;
No digo; que por mí será perdido;
que mi fe tal error nunca ha pensado,
mas es Amor tan tierno y tan sentido;
que temo, que se acabe mal mi grado.

SONETO XXXV. Versión de B

Por un camino solo, al Sol abierto,
de espinas y de abrojos mal sembrado,
el tardo paso muevo, y voy cansado
a do cierra la vuelta el mar incierto.
Silencio triste habita este desierto;
y el mal, que hay, conviene ser callado.
cuando pienso acaballo, acrecentado
veo el camino, y mi trabajo cierto.
A un lado levantan su grandeza
los riscos juntos, con el cielo iguales,
al otro cae un gran despeñadero.
No sé a quién tuerza el curso en mi estrecheza,
que me libre de Amor, y de estos males;
pues remedio sin vos, mi Luz, no espero.

SONETO XLII. Versión de F

Aura templada y fresca de Occidente,
que con el tierno soplo y blando frio
halagas el ardor del pecho mío,
qué espíritu te mueve agora ardiente?
Ni Euro espira, ni el Austro vehemente
en el rigor más grave del estío ;
y tú abrasas el verde prado y río,
cual al suelo Africano el Sol caliente.
Sin duda te encendiste en mi Luz bella,
y no entendiendo el bien de tu ventura,
abrazas a las ondas y las flores.
Cesa Aura, no me enciendas más, que en ella
ardo siempre, y me abraso en llama pura.
ah no des al campo, al río tus favores.

230. SONETO XXXI. Versión de B

Yo vi, a mi dulce Lumbre que esparcía
sus crespas ondas de oro al manso viento,
y con tierno y suave movimiento,
mi duro corazón enternecía;
Mi rustiqueza, y torpe rebeldía,
perdió, vencida, el obstinado intento;
y en blando y regalado sentimiento,
trocó mi alma la aspereza mía.
Nunca me vi más preso ni rendido,
y nunca vi en mi Luz mayor dureza;
ni más recio desdén; ni largo olvido.
A término tan grave, y estrecheza
Casas, mi triste suerte me ha traído;
que temo de mi Lumbre la belleza.

272. ELEGIA VI. Versión de las Anotaciones

En tanto que, Malara, el fiero Marte,
y el no vencido pecho del Tebano
ensalzas, por do el Sol su luz reparte;
Yo, siguiendo el error de Amor tirano,
vivo en usadas quejas y lamento,
y, crezco en mi dolor, temiendo en vano.
Doy culpa a la ocasión de mi tormento;
que no pueda ablandar de su dureza
la fuerza y el rigor del mal, que siento.
No encarezco del daño la grandeza;
que no soy en mi llanto ambicioso,
ni procuro alabanza en mi tristeza.
Sirvo más al dolor impetuoso,
y a la infelice suerte de mi estado;
que al deseo de nombre ingenioso.
Esto es último fin de mi cuidado,
en esto espero merecer la gloria,
igualmente penoso y engañado.
Solo es el bien, que busco, y la victoria,
agradar a mi Luz, y que mi canto
haga de mis trabajos la memoria.
Entre suspiros dieron y entre llanto
la edad florida; el pensamiento incierto
ley a los versos míseros, que canto.
Rendida juventud mi estrago cierto
dudando lea, y quien en lazo eterno,
cual yo, espera acabar, de bien desierto.
Que alguno, que tuviere pecho tierno,
celebrará en mis penas la firmeza,
y culpará el furor del mal interno.
En mi Luz admirando la belleza;
el rico cerco de oro y dulces ojos;
no alabará el desdén y su tibieza.
Hallará de amor triste los despojos;
oscura piedad; poca alegría;
claro el dolor, y muchos los enojos.
Y alguna, a quien la indigna suerte mía,
y su no cierta fe inclinar apena
puede, dirá llorosa en su agonía;
Si Amor, que a sus crudezas me condena,
tanto bien me hiciera; que estrechara
a mí y a ti en su yugo una cadena;
Ni yo de amante ingrato me quejara,
ni tú de mi dureza; que antes diera
debido y justo premio a fe tan rara.
Mas tú, si amor con flecha y diestra fiera
te hiere el pecho, dignamente airado,
de verte altivo de su imperio fuera;
A Alcides dejarás desamparado,
y será aquel soberbio y alto canto
en cuitoso y humilde trasformado.
Cubrirá del olvido el negro manto
sus hechos, y tendrán fiel membranza
tus cuidosos afanes y tu llanto.
Otra más grave lástima y mudanza
te ofrecerá el dolor terrible; cuando
faltare a tus fatigas la esperanza.
Codiciarás en vano el verso blando;
que mitigue suave aquella saña;
que te aflige ya mísero llorando.
Verás entonces bien, que Amor se extraña
de administrar el canto piadoso;
que en deleitoso ardor a la alma engaña.
Estimarás entonces congojoso
la lira; que cantar mis males usa,
y el verso, antes caído y lagrimoso.
Y al duro son del hierro y voz confusa
del Marcial estruendo preferida
será por ti mi tierna y simple Musa.
Y no podrás callar en tu crecida
desdicha y ansia; tu amoroso pecho
ardió siempre en su llama esclarecida.
No te pese, que tenga Amor deshecho
tu preso corazón en dulce fuego;
y que esté de tu agravio satisfecho.
Si te da de su gloria parte luego;
si consagra tu canto; si vencido
de él yace el vencedor Olvido ciego.
Por ti será su cetro conocido
de los purpúreos fines de Oriente,
hasta el lecho de céfiro escondido.
Y de la fría Cinta el cerco ardiente
irá perpetuo el nombre glorioso,
mientras encendiere en Ida el Sol la frente.
El verso dulcemente generoso
tendrá sublime honor y soberano
del terso y culto Laso y amoroso.
Tal a su bella Laura el gran Toscano
cantó con alta, insigne y noble lira;
guiando el Niño Rey su diestra mano.
Y de su Delia tal gemir la ira
se vio el Romano amante en voz quejosa,
y por la ausente Némesis suspira.
Será eterna la llama milagrosa
de aquel, que ciñe Febo el verde Lauro,
y enciende Amor con fuerza poderosa;
Que, do en Genil se mezcla el breve Dauro,
ardiendo osadamente en furia pía,
suena en el seno Arabio y Ponto Mauro.
Vivirá de Vandalio la porfía;
la aquejada pasión y el puro canto;
que murmurando Betis hondo oía.
Y tú también harás con tierno llanto
de tu afanada pena honrosa historia;
que te dará este premio el furor santo.
Yo, que esperé mendigo un tiempo gloria,
loando de mi Luz la hermosura;
temo, que no merezco esta victoria.
Porque ausente el rigor de mi ventura
de toda mi esperanza y bien me tiene;
y siempre aguardo nueva desventura
al dolor; que penando me sostiene.
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Corpus poético de Fernando de Herrera

Zitationsvorschlag für dieses Objekt
TextGrid Repository (2025). corpus poético. Poemas sueltos. Poemas sueltos. Corpus poético de Fernando de Herrera. Corpus poético de Fernando de Herrera. https://hdl.handle.net/21.11113/4bmjw.0