SONETO I

Osé, y temí; mas pudo la osadía
tanto, que desprecié el temor cobarde.
subí a do el fuego más me enciende y arde.
cuanto más la esperanza se desvía.
Gasté en error la edad florida mía;
ahora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser, que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.
Tal vez pruebo (mas qué me vale?) alzarme
del grave peso, que mi cuello oprime;
aunque falta a la poca fuerza el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo, que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.

SONETO II

Voy siguiendo la fuerza de mi hado
por este campo estéril y escondido.
todo calla, y no cesa mi gemido;
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino, y crece mi cuidado;
que nunca mi dolor pone en olvido.
el curso al fin acaba, aunque extendido;
pero no acaba el daño dilatado.
Qué vale contra un mal siempre presente
apartarse y huir, si en la memoria
se estampa, y muestra frescas las señales?
Vuela Amor en mi alcance; y no consiente
en mi afrenta, que olvide aquella historia,
que descubrió la senda de mis males.

SONETO III

Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de duro hielo el pecho mío;
porque el fuego de Amor al grave frío
no desatase en nuevo encendimiento.
Procuré no rendirme al mal, que siento;
y fue todo mi esfuerzo desvarío.
perdí mi libertad, perdí mi brío;
cobré un perpetuo mal, cobré un tormento.
El fuego al hielo destempló en tal suerte,
que, gastando su humor, quedó ardor hecho;
y es llama, es fuego, todo cuanto espiro.
Este incendio no puede darme muerte;
que, cuanto de su fuerza más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.

SONETO IIII

El Sátiro, que el fuego vio primero,
de su vivo esplendor todo vencido,
llegó a tocallo; mas probó encendido,
que era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.
Yo, que la pura luz, do ardiendo muero,
mísero vi, engañado, y ofrecido
a mi dolor, en llanto convertido
acabar no pensé, como ya espero.
Belleza, y claridad antes no vista,
dieron principio al mal de mi deseo,
dura pena y afán a un rudo pecho.
Padezco el dulce engaño de la vista;
mas si me pierdo con el bien que veo,
como no estoy ceniza todo hecho?

SONETO V

Hórrido invierno, que la luz serena,
y agradable color del puro cielo
cubres de oscura sombra y turbio velo
con la mojada faz de nieblas llena;
Vuelve a la fría gruta, y la cadena
del nevoso Aquilón; y en aquel hielo,
que oprime con rigor el duro suelo,
las furias de tu ímpetu refrena.
Que en tanto que, en tu ira embravecido,
asaltas el divino Hesperio río,
que corre al sacro seno de Occidente;
Yo triste, en nube eterna del olvido,
culpa tuya, apartado del Sol mío,
no me enciendo en los rayos de su frente.

SONETO VI

Al mar desierto en el profundo estrecho
entre las duras rocas con mi nave
desnuda tras el canto voy suave,
que forzado me lleva a mi despecho.
Temerario deseo, incauto pecho,
a quien rendí de mi poder la llave,
al peligro me entregan fiero y grave;
sin que pueda apartarme del mal hecho.
Veo los huesos blanquear, y siento
el triste son de la engañada gente;
y crecer de las ondas el bramido.
Huir no puedo ya mi perdimiento;
que no me da lugar el mal presente,
ni osar me vale en el temor perdido.

ELEGIA I

Si el grave mal, que el corazón me parte,
y siempre tiene en áspero tormento,
sin darme de sosiego alguna parte;
Pusiese fin al mísero lamento,
que en los húmedos cercos de mis ojos
conoce solo su perpetuo asiento;
Podría yo, Señor, vuestros enojos
consolar, como bien ejercitado
del ansioso afán en los despojos.
Pero nunca permite Amor airado,
que yo levante la cerviz cansada,
o en algo desocupe mi cuidado.
Por la prolija senda y no acabada
de mi dolor prosigo; y mi porfía
en el mayor peligro es más osada.
En el silencio de la noche fría
me hiere el miedo del eterno olvido,
ausente de la Luz de la alma mía.
Y en la sombra del aire desparcido
se me presenta la visión dichosa,
cierto descanso al ánimo afligido.
Mas veo mi serena Luz hermosa
cubrirse; porque en ella haber espero
sepulcro, como simple mariposa.
Entonces me derriba el dolor fiero,
y mi llorosa faz fijando en ella,
cual cisne hiere el aire en son postrero;
Digo, Luz de mi alma, pura estrella,
si os perturba el osado intento mío,
y por eso celáis la imagen bella;
Ponedme, no en horror de duro frío,
mas donde a la abrasada África enciende
el cálido vapor del seco estío;
Y allí veréis, que al corazón no ofende
su fuerza toda; que el sutil veneno,
que de vos lo penetra, lo defiende.
No me escondáis el resplandor sereno,
que siempre he de seguir vuestra belleza,
cual Clicie al Sol de ardientes rayos lleno.
Amo, mas con temor, vuestra grandeza;
para apurar en vuestro sacro fuego,
lo que en mi guarda esta mortal corteza.
Que sea inmensa gloria, yo no niego;
pero por este paso en alto vuelo,
do es sin vos imposible alcanzar, llego.
Y separada del umbroso velo,
como desea estar, mi alma pura,
se halla alegre en el luciente cielo.
Yo espero a vuestra sola hermosura
por tanto bien con inmortal memoria
hacer del tiempo y su furor segura.
No gravaré en columnas vuestra historia,
ni en las tablas con lumbres engañadas,
y sombras falsas os daré la gloria;
Más en eternas cartas y sagradas,
con la virtud, que Febo Apolo inspira
de las Cirreas cumbres ensalzadas.
Y si a do opreso Atlante no respira
con la pesada carga, y a do suena
turbado el alto Ganges, lleno de ira:
Y si a do el Nilo la secreta vena
derrama do el Duina grande y frío
las tardas ondas con el hielo enfrena;
No pudiere alcanzar el canto mío,
al menos honrará vuestra belleza,
cuanto Ebro y Tajo cerca, y nuestro río.
Seré el primero yo, que con pureza
de corazón, y con humilde frente
osé mirar, mi Luz, vuestra grandeza.
Así le digo, y viendo el Oriente,
do el cielo y tierra tocan, esmaltado,
y que mi Luz se esconde en Occidente;
Al lloroso ejercicio del cuidado
vuelvo, de mis trabajos perseguido,
de vida si, no de pasión cansado.
En tal mísero estado aquí perdido
me halla el canto vuestro, que esclarece,
y guarda vuestra gloria del olvido.
Y al rudo ingenio y nombre mío ofrece
eternamente no cansada fama,
merced del ardor sacro, que en vos crece.
Si do el deseo justo, que me inflama,
fuese mi voz, sería en honra vuestra
una inmortal y siempre viva llama.
Pero no sufre la fortuna nuestra,
que intente tanto bien, y así me deja
desplegar solo esta pequeña muestra.
El Tracio amante, a cuya dulce queja
el severo Plutón, enternecido,
vuelve aquella, que en sombra del se aleja;
Cuando en el frío Ródope, y tendido
yugo del alto y áspero Pangeo
cantó llorando con dolor perdido;
Y trajo al son del número Febeo
las peñas, fieras, y árboles mezclados,
y atento el coro, que bañó el Olmeo;
Con inmortales versos y sagrados
en la escondida niebla refería
los principios del mundo comenzados;
El Sol ardiente, Cintia blanca y fría,
los celestiales giros, y belleza
de la alta, inmensa luz, y la armonía.
Y arrebatado en la mayor grandeza
del tenebroso cerco reluciente,
cantó el ardor profundo y su riqueza.
Mas porque el mortal ánimo doliente,
indigno de sentir su hermosura,
se ofuscaba en aquella luz presente;
Con otra voz menos excelsa y pura,
pero sublime, y que rudeza humana
desdeña, y solo la virtud procura;
Volvió a sonar la lira soberana,
honrando a quien la bella Melpómene
lejos de tanta multitud profana
Con blandos ojos mira, y lo sostiene
en alteza, do nunca verse puede
el gran varón, que su favor no tiene.
A este solo tanto bien concede,
que cuando llegue la implacable muerte,
libre de su furor viviendo quede.
Aquel también, que mereció tal suerte,
que el sacro verso haga de él memoria,
no temerá su agudo hierro fuerte.
Tal por este camino dio a la gloria
de la inmortalidad el paso abierto,
quien celebró de Grecia la victoria;
Y el otro mayor que él (si no es incierto
lo que la fama afirma) que el Troyano
puso en Italia, y cantó a Turno muerto.
Tal el suave espíritu Romano
huyó con Delia del mortal tormento,
y el puro, el terso y el gentil Toscano.
Por esta senda sube al alto asiento
Laso, gloria inmortal de toda España,
mezclado en el sagrado ayuntamiento.
Do, si al deseo mío amor no engaña,
yo espero veros, siendo colocado
en la alta cumbre; que Castalia baña,
Si en medio el curso no dejáis cansado
la vía, llana a vos, y no ofendido
lleváis por ella el paso acostumbrado.
El rico Tajo vuestro, conocido
será por vos, a donde riega el Indo,
y el collado de Cintra, esclarecido
con tal honra, será otro nuevo Pindo.

SONETO VII

No puedo sufrir más el dolor fiero,
ni ya tolerar más el duro asalto
de vuestras bellas luces, antes falto
de paciencia y valor, en el postrero
Trance, arrojando el yugo, desespero;
y, por do voy huyendo, el suelo esmalto
de rotos lazos; y levanto en alto
el cuello osado, y libertad espero.
Más que vale mostrar estos despojos,
y la ufanía de alcanzar la palma
de un vano atrevimiento sin provecho?
El rayo, que salió de vuestros ojos,
puso su fuerza en abrasar mi alma,
dejando casi sin tocar el pecho.

SONETO VIII

Por qué renuevas este encendimiento,
tirano Amor, en mi herido pecho?
que ya, casi olvidado del mal hecho,
vivía en soledad de mi tormento.
Cuando más descuidado y más contento,
revuelves a meterme en tanto estrecho,
obligasme, cruel, que a mi despecho,
procure contrastar tu fiero intento.
Las armas en el templo ya colgadas,
visto, y el acerado escudo embrazo,
y en mi venganza salgo a la batalla.
Mas ay, que a las saetas, que templadas
en la luz de mi Estrella están, y al brazo
tuyo no puede resistir la malla.

SONETO IX

Esta desnuda playa, esta llanura,
de astas y rotas armas mal sembrada;
do el vencedor cayó con muerte airada,
es de España sangrienta sepultura.
Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura
negó el suceso, y dio a la muerte entrada,
que rehuyó dudosa y admirada
del temido furor la suerte dura.
Venció Otomano al Español ya muerto,
antes del muerto el vivo fue vencido,
y España y Grecia lloran la victoria,
Pero será testigo este desierto,
que el Español, muriendo no rendido,
llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria.

SONETO X

Rojo Sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo,
hallaste tal belleza en todo el suelo,
que iguale a mi serena Luz dichosa
Aura suave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo;
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, tocaste trenza más hermosa
Luna; honor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres, y fijadas,
consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, Aura, Luna, llamas de oro,
oísteis vos mis penas nunca usadas?
visteis Luz más ingrata a mis querellas?

SONETO XI

Suspiro, y pruebo con la voz doliente,
que en su dolor expire la alma mía;
crece el suspiro en vano, y mi agonía,
y el mal renueva siempre su accidente.
Estas peñas, do solo muero ausente,
rompe mi suspirar en noche y día;
y no hiere (oh dolor de mi porfía)
a quien estos suspiros no consiente.
Suspirando no muero, y no deshago
parte de mi pasión, mas vuelvo al llanto;
y cesando las lágrimas, suspiro.
Esfuerza Amor el suspirar, que hago,
y como el cisne muere en dulce canto,
así acabo la vida en el suspiro.

SONETO XII

Yo voy por esta solitaria tierra,
de antiguos pensamientos molestado,
huyendo el resplandor del Sol dorado,
que de sus puros rayos me destierra.
El paso a la esperanza se me cierra;
de una ardua cumbre a un cerro voy enriscado,
con los ojos volviendo al apartado
lugar, solo principio de mi guerra.
Tanto bien representa la memoria,
y tanto mal encuentra la presencia;
que me desmaya el corazón vencido.
Oh crueles despojos de mi gloria,
desconfianza, olvido, celo, ausencia,
por qué cansáis a un mísero rendido?

ELEGIA II

Cual fiero ardor, cual encendida llama,
que duramente me consume el pecho,
por estas venas mías se derrama
Abrasado ya estoy, ya estoy deshecho,
cese, Amor, el rigor de mi tormento;
basten los males, que en mi alma has hecho.
Este dolor, que nuevo siempre siento;
esta llaga mortal, contino abierta;
este grave y perpetuo sentimiento;
Esta corta esperanza y siempre incierta;
este vano deseo peligroso;
fin de mis penas, esta muerte cierta;
Tal me tienen confuso y temeroso,
y sin valor perdido, y quebrantado;
que ni aun huir de mis pasiones oso.
No es amor, es furor jamás cansado;
rabia es, que despedaza mis entrañas,
este eterno dolor de mi cuidado.
Que gran victoria, Amor, y que hazañas,
atravesar un corazón rendido,
un corazón, que dulcemente engañas.
Ya que me tienes preso, y tan herido,
que en mi pecho no hallas lugar sano,
no me acabes, cruel, en duro olvido.
Mi fe, y mi pensamiento soberano.
de mi grande osadía la nobleza
no sufren, que me dejes de la mano.
Nací para inflamarme en la pureza
de aquellas vivas luces, que al sagrado
cielo ilustran con rayos de belleza.
Y de sus flechas todo traspasado,
por gloria estimo mi quejosa pena;
mi dolor por descanso regalado.
Tal es la dulce luz, que me condena
al tormento, y tal es por suerte mía
de mi Enemiga la beldad serena.
Mas, aunque sin igual fue mi osadía,
y el mal, que sufro, por tu fuego juro,
que contrastar no puedo a mi porfía.
Y cuanto en el mi corazón apuro
y afino, tanto más crece el deseo,
y un temor, con que nunca me aseguro.
Quién me daría, Amor, que el bien, que veo,
gozase solo, y libre de recelo,
en aquella verdad, con que lo creo;
Que nunca mi ofensor, medroso celo,
que tan grave me aflige y desbarata,
podría derribarme por el suelo.
Ay cuánto tu crudeza me maltrata!
ay cuanto puede en mí tu diestra airada,
que contino me aviva, y siempre mata!
Bella Señora, si mi voz cansada
alcanza tanto bien, que no os ofende,
oídla blandamente sosegada.
Luz de eterna belleza, en quien me enciende,
y gasta Amor, y en un lloroso río
vuelto, contra sus llamas me defiende;
Si os puede enternecer el dolor mío,
comiencen a ablandaros mis enojos;
no deis ya más lugar a más desvío.
No me neguéis esos divinos ojos,
que todo en vos me han ya trasfigurado,
llevándose consigo mis despojos.
Si ausente estoy de vos, muero cuitado,
y vivo alegre, solo cuando os miro.
mas ay cuán poco duro en este estado!
Que cuando a verme en vos presente aspiro,
mi enemiga fortuna no consiente,
que falte causa al mal, por quien suspiro;
y así estoy ante vos solo y ausente.

SONETO XIII

Dulces halagos, tierno sentimiento,
regalos blandos y amoroso engaño,
que a un rudo pecho, y del Amor extraño
fuisteis grave ocasión de su tormento;
Que dura fuerza y grande movimiento
os deshizo, y mostró el cubierto daño?
porque no me consuela el desengaño?
ya que me ofende ver mi perdimiento?
No me distes herida tan liviana,
que a lo íntimo de la alma no tocase;
quedando en ella eternamente abierta.
Faltasteis; porque nunca yo alcanzase
del bien, que tuve, en esperanza vana,
segura una hora de alegría cierta.

SONETO XIIII

Do vas? do vas cruel? do vas? refrena,
refrena el presuroso paso, en tanto
que de mi dolor grave el largo llanto
a abrir comienza esta honda vena.
Oye la voz de mil suspiros llena,
y de mi mal sufrido el triste canto;
que no podrás ser fiera y dura tanto;
que no te mueva esta mi acerba pena.
Vuelve tu luz a mí, vuelve tus ojos,
antes que quede oscuro en ciega niebla;
decía en sueño, o en ilusión perdido.
Volví, halleme solo y entre abrojos,
y en vez de luz cercado de tiniebla,
y en lágrimas ardientes convertido.

SONETO XV

En vano error de dulce engaño espero,
y en la esperanza de mi bien porfío;
y aunque veo perderme , el desvarío
me lleva del Amor, a donde muero.
Ojos, de mi deseo fin postrero,
sola ocasión del alto furor mío,
tended la luz, romped aqueste frío
temor, que me derriba en dolor fiero.
Porque mi pena es tal, que tanta gloria
en mí no cabe, y desespero, cuando
veo, que el mal no debo merecello;
Pues venzo mi pasión con la memoria,
y con la honra de saber, penando,
que nunca a Troya ardió fuego tan bello.

SONETO XVI

Qué espíritu encendido Amor envía
en este frío corazón esquivo,
que con la alba en calor el pecho avivo.
y ardo al aparecer del nuevo día.
Yo me inflamo, si a Febo se desvía
la sombra; y cuando de aquel puesto altivo
declina el Sol, me quemo en fuego vivo,
y abraso, cuando al mar tuerce la vía.
Centella soy, si el lubricán parece;
llama, cuando se ven las luces bellas,
y el blanco rostro a Delia se colora.
Fuego soy, cuando el orbe se adormece;
incendio al esconder de las estrellas,
y ceniza al volver de nueva Aurora.

SONETO XVII

Despoja la hermosa y verde frente
de los árboles altos el turbado
otoño, y dando paso al viento helado,
queda lugar a la aura de Occidente.
Las plantas, que ofendió, con el presente
espíritu de Céfiro templado
cobran honra y color; y esparce el prado
olor de bellas flores dulcemente.
Mas oh triste, que nunca mi esperanza.
después que la abatió desnuda el hielo,
torna avivar para su bien perdido.
Cruda suerte de amor, dura mudanza,
firme a mi mal, que el variar del cielo
tiene contra su fuerza suspendido!

SONETO XVIII

Flaca esperanza en todas mis porfías,
vano deseo en desigual tormento,
y, inútil fruto del dolor, que siento,
lágrimas sin descanso, y ansias mías;
Una hora alegre en tantos tristes días
sufrid, que tenga un triste descontento;
y que pueda sentir tal vez contento
la gloria de fingidas alegrías.
No es justo no, que siempre quebrantado
me oprima el mal; y me deshaga el pecho
nueva pena de antiguo desvarío.
Mas oh que temo tanto el dulce estado,
que (como al bien no esté enseñado y hecho)
abrazo ufano el grave dolor mío.

SONETO XIX

Yo vi unos bellos ojos, que hirieron
con dulce flecha un corazón cuitado;
y que, para encender nuevo cuidado,
su fuerza toda contra mí pusieron.
Yo vi, que muchas veces prometieron
remedio al mal, que sufro no cansado;
y que, cuando esperé vello acabado,
poco mis esperanzas me valieron.
Yo veo, que se esconden ya, mis ojos,
y crece mi dolor, y llevo ausente
en el rendido pecho el golpe fiero.
Yo veo ya perderse los despojos,
y la membranza de mi bien presente;
y en ciego engaño de esperanza muero.

SONETO XX

Si puede celebrar mi rudo canto
la luz de vuestro ingenio y la nobleza,
tendrá perpetua gloria con grandeza
de fama en el dorado y rico manto.
Pero si de mi mal no me levanto,
y Amor me ocupa todo en la belleza
sola y grave ocasión de mi tristeza,
por quien suspiro, y me deshago en llanto;
Será, en cuanto sostenga la alma mía
el duro peso, sin temor de olvido
siempre vuestro valor de mi estimado.
Porque el sosiego y trato y cortesía
a vos todo me tienen ofrecido,
oh ilustre honor del nombre Maldonado.

CANCION I

Voz de dolor, y canto de gemido,
y espíritu de miedo, envuelto en ira,
hagan principio acerbo a la memoria
de aquel día fatal aborrecido,
que Lusitania mísera suspira,
desnuda de valor, falta de gloria.
y la llorosa historia
asombre con horror funesto y triste,
dende el Áfrico Atlante y seno ardiente,
hasta do el mar de otro color se viste;
y do el límite rojo de Oriente,
y todas sus vencidas gentes fieras
ven tremolar de Cristo las banderas.
Ay de los que pasaron, confiados
en sus caballos, y en la muchedumbre
de sus carros, en ti Libia desierta;
y, en su vigor y fuerzas engañados,
no alzaron su esperanza a aquella cumbre
de eterna luz; mas con soberbia cierta
se ofrecieron la incierta
victoria, y sin volver a Dios sus ojos,
con yerto cuello y corazón ufano
solo atendieron siempre a los despojos;
y el santo de Israel abrió su mano,
y los dejó; y cayó en despeñadero
el carro, y el caballo y caballero.
Vino el día cruel, el día lleno
de indignación, de ira y furor, que puso
en soledad, y en un profundo llanto
de gente, y de placer el reino ajeno.
el cielo no alumbró, quedó confuso
el nuevo Sol, présago de mal tanto.
y con terrible espanto
el Señor visitó sobre sus males,
para humillar los fuertes arrogantes;
y levantó los bárbaras no iguales,
que con osados pechos y constantes
no busquen oro; mas con crudo hierro
venguen la ofensa y cometido hierro.
Los impíos y robustos, indignados
las ardientes espadas desnudaron
sobre la claridad y hermosura
de tu gloria y valor; y no cansados
en tu muerte, tu honor todo afearon,
mezquina Lusitania sin ventura.
y con frente segura
rompieron sin temor con fiero estrago
tus armadas escuadras y braveza.
la arena se tornó sangriento lago,
la llanura con muertos aspereza.
cayó en unos vigor, cayó denuedo,
mas en otros desmayo y torpe miedo.
Son estos por ventura los famosos,
los fuertes y belígeros varones,
que conturbaron con furor la tierra?
que sacudieron reinos poderosos?
que domaron las hórridas naciones?
que, pusieron desierto en cruda guerra,
cuanto enfrena y encierra
el mar Indo; y feroces destruyeron
grandes ciudades? do la valentía?
como así se acabaron, y perdieron
tanto heroico valor en solo un día;
y lejos de su patria derribados,
no fueron justamente sepultados?
Tales fueron aquestos, cual hermoso
cedro del alto Líbano, vestido
de ramos, hojas, con excelsa alteza;
las aguas lo criaron poderoso,
sobre empinados árboles subido,
y se multiplicaron en grandeza
sus ramos con belleza;
y, extendiendo su sombra, se anidaron
las aves, que sustenta el grande cielo;
y en sus hojas las fieras engendraron,
e hizo a mucha gente umbroso velo.
no igualó en celsitud y hermosura
jamás árbol alguno a su figura.
Pero elevóse con su verde cima,
y sublimó la presunción su pecho,
desvanecido todo y confiado;
haciendo de su alteza solo estima.
por eso Dios lo derribó deshecho,
a los impíos y ajenos entregado,
por la raíz cortado.
que opreso de los montes arrojados,
sin ramos y sin hojas, y desnudo,
huyeron de él los hombres espantados;
que su sombra tuvieron por escudo.
en su ruina y ramos, cuantas fueron,
las aves y las fieras se pusieron.
Tú, infanda Libia, en cuya seca arena
murió el vencido reino Lusitano,
y se acabó su generosa gloria;
no estés alegre y de ufanía llena;
porque tu temerosa y flaca mano
hubo sin esperanza tal victoria,
indigna de memoria;
que si el justo dolor mueve a venganza
alguna vez el Español coraje,
despedazada con aguda lanza,
compensarás muriendo el hecho ultraje;
y Luco amedrentado, al mar inmenso
pagará de Africana sangre el censo.

SONETO XXI

Como en la cumbre excelsa de Mimante,
do en eterna prisión arde, y procura
alzar la frente airada, y guerra oscura
mover de nuevo al cielo el gran gigante;
Se nota de las nubes, que delante
vuelan y encima, en hórrida figura
la calidad de tempestad futura,
que amenaza con áspero semblante;
Así de mis suspiros y tristeza,
del grave llanto y grande sentimiento
se muestra el mal, que encierra el duro pecho.
Por eso no os ofenda mi flaqueza,
bella Estrella de Amor; que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho.

SONETO XXII

Céfiro renovó en mi tierno pecho
floridas ramas de esperanza cierta,
a mansa pluvia, a sol templado abierta,
y todo se mostraba en mi provecho.
Cuando de hielo un crudo soplo hecho,
de aquella parte de calor desierta,
abate en tierra mi esperanza muerta,
y el trabajo en un punto fue deshecho.
Quedó en el mismo puesto el hielo frío,
que con el fuego en mi dolor contiende;
y vence alguna vez, otra es vencido.
de allí siempre temí en el pecho mío
la nieve, que aunque el fuego me defiende,
medroso estoy del daño recibido.

SONETO XXIII

En la oscura tiniebla del olvido,
y fría sombra, do tu luz no alcanza,
Amor, me tiene puesto sin mudanza
este fiero desdén aborrecido.
Porque de su crudeza perseguido,
hecho mísero ejemplo de venganza,
del todo desampare la esperanza
de volver al favor y al bien perdido.
Tú, que sabes mi fe, y oyes mi llanto,
rompe las nieblas con tu ardiente fuego;
y torna me a la dulce suerte mía.
Mas oh si oyese yo tal vez el canto
de mi Enemiga, que saldría luego
a la pura región de la alegría.

SONETO XXIIII

Oye tú solo, eterno y sacro río
el grave y mustio son de mi lamento;
y mezclado en tu grande crecimiento
lleva al padre Nereo el llanto mío.
Los suspiros ardientes, que a ti envío,
antes que los derrame leve viento,
acoge en tu sonante movimiento;
porque se esconda en ti mi desvarío.
No sean más testigos de mi pena
los árboles, las peñas, que solían
responder, y quejarse a mi gemido.
Y en estas ondas, y corriente llena,
a quien vencer mis lágrimas porfían,
viva siempre mi mal, y amor crecido.

SONETO XXV

Salen mil pensamientos al encuentro,
cuando estoy más ajeno, y pueden tanto,
que a pena de mis males me levanto,
y ya me hallo en el peligro dentro.
Sin recelo mi afrenta sigo, y entro
osando (oh ciego error) para más llanto.
y aunque me esfuerzo, al fin no puedo, cuanto
debo en tantas mudanzas, con que encuentro.
No es la tristeza, ni el dolor, quien hace
la guerra, que padezco, de mi daño;
que el mal no espanta a quien lo tiene en uso.
El bien, que temo y dudo, me deshace;
que yo sé bien por el ausente engaño
juzgar de este presente el fin confuso.

SONETO XXVI

Subo, con tan gran peso quebrantado,
por esta alta, empinada, aguda sierra;
que aún no llego a la cumbre, cuando yerra
el pie, y trabuco al fondo despeñado.
Del golpe y de la carga maltratado,
me alzo a pena, y a mi antigua guerra
vuelvo. mas que me vale? que la tierra
misma me falta al curso acostumbrado.
Pero aunque en el peligro desfallezco,
no desamparo el paso; que antes torno
mil veces a cansarme en este engaño.
Crece el temor, y en la porfía crezco;
y sin cesar, cual rueda vuelve en torno;
así revuelvo a despeñarme al daño.

SONETO XXVII

El color bello en el humor de Tiro
ardió, y la nieve vuestra en llama pura,
cuando, Estrella, volvisteis con dulzura
los ojos, por quien mísero suspiro.
Vivo color de lúcido zafiro,
dorado cielo, eterna hermosura,
pues merecí alcanzar esta ventura,
acoged blandamente mi suspiro.
Con el mi alma, en el celeste fuego
vuestro abrasada, viene, y se trasforma
en la belleza vuestra soberana.
Y en tanto gozo, en su mayor sosiego
su bien, en cuantas almas halla, informa;
que en el comunicar más gloria gana.

SONETO XXVIII

Suave Filomela, que tu llanto
descubres al sereno y limpio cielo,
si lamentaras tú mi desconsuelo,
o si tuviera yo tu dulce canto;
Yo prometiera a mis trabajos tanto,
que esperara al dolor algún consuelo;
y se movieran de amoroso celo
los bellos ojos, cuya lumbre canto.
Mas tú con la voz dulce y armonía
cantas tu afrenta, y bárbaros despojos,
yo lloro mayor daño en son quejoso.
O haga el cielo, que en la pena mía
tu voz suene, o yo cante mis enojos,
vuelto en ti, Ruiseñor blando y lloroso.

SONETO XXIX

Huyo apriesa medroso el horror frío,
y la aspereza y aterido invierno,
y la aura espero de Favonio tierno
contra su fuerza y contra el seco estío.
Mas, Herrera, en el grave estado mío
me ofende el prevenir, y al fin discierno
Céfiro breve, y Aquilón eterno,
y siempre en un error por mal porfía.
Al cabo habrá de ser, que el destemplado
estío acabe en fuego, o en tanta nieve
rígido invierno el pecho endurecido.
Vos, que en sosiego, si de amor cansado
estáis, o si pasión presente os mueve,
tened dolor de verme tan perdido.

SONETO XXX

Canso la vida en esperar un día
de fingido placer. huyen los años,
y nacen de ellos mil sabrosos daños,
que esfuerzan el error de mi porfía.
Los pasos, por do voy a mi alegría,
tan desusados son, y tan extraños,
que al fin van a acabarse en mis engaños,
y de ellos vuelvo a comenzar la vía.
Descubro en el principio otra esperanza,
si no mayor, igual a la pasada,
y en el mismo deseo persevero.
Mas luego torno a la común mudanza
de la suerte en mi daño conjurada,
y esperando contino desespero.

ELEGIA III

No bañes en el mar sagrado y cano,
callada Noche, tu corona oscura,
antes de oír este amador ufano.
Y tú alza de la húmeda hondura
las verdes hebras de la bella frente,
de Náyades lozana hermosura.
Aquí, do el grande Betis ve presente
la armada vencedora, que el Egeo
manchó con sangre de la Turca gente,
Quiero decir la gloria, en que me veo;
pero no cause envidia este bien mío
a quien aún no merece mi deseo.
Sosiega el curso, tú, profundo río,
oye mi gloria, pues también oíste
mis quejas en tu puro asiento frío.
Tú amaste, y como yo también supiste
del mal dolerte, y celebrar la gloria
de los pequeños bienes que tuviste.
Breve será la venturosa historia
de mi favor; que breve es la alegría,
que tiene algún lugar en mi memoria.
Cuando del claro cielo se desvía
del Sol ardiente el alto carro apena,
y casi igual espacio muestra el día;
Con blanda voz, que entre las perlas suena,
teñido el rostro de color de rosa,
de honesto miedo y de amor tierno llena,
Me dijo así la bella desdeñosa,
que un tiempo me negaba la esperanza,
sorda a mi llanto y ansia congojosa;
Si por firmeza y dulce amar se alcanza
premio de Amor, yo tener bien debo
de los males, que sufro, mas holganza.
Mil veces, por no ser ingrata, pruebo
vencer tu amor, pero al fin no puedo;
que es mi pecho a sentillo rudo y nuevo.
Si en sufrir más me vences, yo te excedo
en pura fe y afectos de terneza;
vive de hoy más ya confiado y ledo.
No sé, si oí, si fui de su belleza
arrebatado, si perdí el sentido;
sé, que allí se perdió mi fortaleza.
Turbado dije al fin; por no haber sido
este tan grande bien de mí esperado,
pienso, que debe ser (si es bien) fingido.
Señora, bien sabéis, que mi cuidado
todo se ocupa en vos; que yo no siento,
ni pienso, sino en verme más penado.
Mayor es que el humano mi tormento,
y al mayor mal igual esfuerzo tengo,
igual con el trabajo el sentimiento.
Las penas, que por sola vos sostengo,
me dan valor, y mi firmeza crece,
cuanto más en mis males me entretengo.
No quiero concederos, que merece
mi afán tal bien, que vos sintáis el daño;
mas ama, quien más sufre y más padece.
No es mi pecho tan rudo, o tan extraño,
que no conozca en el dolor primero,
si, en esto que dijistes, cabe engaño.
Un corazón de impenetrable acero
tengo para sufrir, y está más fuerte,
cuanto más el asalto es bravo y fiero,
Diome el cielo en destino aquesta suerte,
y yo la procuré, y hallé el camino,
para poder honrarme con mi muerte.
Lo demás, que entre nos pasó, no es digno,
Noche, de oír el Austro presuroso,
ni el viento de tus lechos más vecino.
Mete en el ancho piélago espumoso
tus negras trenzas y húmedo semblante;
que en tanto que tu yaces en reposo,
podrá Amor darme gloria semejante.

SONETO XXXI

El tiempo, que se alarga al mal extraño,
y me muestra mis pasos bien contados;
si término pusiese a mis cuidados,
sería a mi esperanza desengaño.
que el oro, que me tiene en nuevo engaño,
los ojos dulcemente regalados,
sin valor a mis años mal gastados
el remedio serían de su daño.
Pero si en él se aumenta el dolor mío,
si el oro es y las luces inmortales,
y es eterno el valor y altivo intento;
Será de amor perpetuo el desvarío;
y en las penas, que a todos son mortales,
renacerá contino mi tormento.

SONETO XXXII

Oh cara perdición, oh dulce engaño;
suave mal, sabroso descontento;
amado error del tierno pensamiento;
luz, que nunca descubre el desengaño;
Puerta, por la cual entra el bien y el daño;
descanso y pena grave del tormento;
vida del mal; alma del sufrimiento;
de confusión revuelta cerco extraño;
Vario mar de tormenta y de bonanza;
segura playa y peligroso puerto;
sereno, instable, oscuro y claro cielo;
Por qué como me diste confianza
de osar perderme, ya que estoy desierto
de bien, no pones a mi mal consuelo?

SONETO XXXIII

Ardientes hebras, do se ilustra el oro,
de celestial ambrosía rociado,
tanto mi gloria sois y mi cuidado,
cuanto sois del Amor mayor tesoro.
Luces, que al estrellado y alto coro
prestáis el bello resplandor sagrado,
cuanto es Amor por vos más estimado,
tanto humilmente os honro más y adoro.
Purpúreas rosas, perlas de Oriente,
marfil terso, y angélica armonía,
cuanto os contemplo, tanto en vos me inflamo;
Y cuanta pena la alma por vos siente,
tanto es mayor valor y gloria mía;
y tanto os temo, cuanto más os amo.

SONETO XXXIIII

Venció las fuerzas el Amor tirano,
cortó los niervos con aguda espada
de aquella dulce libertad amada,
que sin vigor suspiro siempre en vano.
El me vuelve y me trae por la mano
a do mi error y perdición la agrada.
mas ya la vida, de su mal cansada,
osa tornarse al curso usado y llano.
Pero es flaca osadía, y con la muerte
luchando, abrazo alegre el dulce engaño,
y me aventuro en el deseo y pierdo.
Que yo no puedo ser al fin tan fuerte,
que contraste gran tiempo a tanto daño;
ni en tal error me vale ya ser cuerdo.

CANCION II

Si alguna vez mi pena
cantaste tiernamente, Lira mía,
y en la desierta arena
de este campo extendido
dende la oscura noche al claro día
rompiste mi gemido;
ahora olvida el llanto,
y vuelve al alto y desusado canto.
No celebro los hechos
del duro Marte, y sin temor osados
los valerosos pechos,
la siempre insigne gloria,
de aquellos Españoles no domados;
que para la memoria,
que canto, me da aliento
Febo a la voz, y vida al pensamiento.
Escriba otro la guerra,
y en Turca sangre el ancho mar cuajado,
y en la abrasada tierra
el conflicto terrible,
y el Lusitano orgullo quebrantado
con estrago increíble;
que no menor corona
teje a mi frente el coro de Helicona.
A la grandeza vuestra
no ofenda el rudo son de osada lira;
que en lo poco que muestra, glorioso Fernando,
aunque desnuda de destreza espira,
el curso refrenando
el sacro Hesperio río
mil veces se detuvo al canto mío.
El linaje y grandeza,
y ser de tantos reyes descendiente,
la pura gentileza
y el ingenio dichoso,
que entre todos os hacen excelente,
y el pecho generoso
y la virtud florida
de vos prometen una heroica vida.
No basta no el imperio,
ni traer las cervices humilladas
presas en cautiverio
con vencedora mano;
ni que de las banderas ensalzadas
el Cita y Africano
con medroso semblante,
y el Indo y Persa sin valor se espante.
Que quien al miedo obliga
y rinde el corazón, y desfallece
de la virtud amiga;
y va por el camino,
do la profana multitud perece,
sujeto al yugo indigno
pierde la gloria y nombre,
pues siendo más, se hace menos hombre.
Los Héroes famosos
los niervos al deleite derribaron,
que ni en los engañosos
gustos, ni en lisonjeras
voces de las Sirenas peligraron;
antes las ondas fieras
atravesando fueron,
por do ningunos escapar pudieron.
Seguid, Señor, la llama
de la virtud, que en vos sus fuerzas prueba;
que si bien os inflama
de su amor en el fuego,
viendo su bella luz, con fuerza nueva,
sin admitir sosiego,
buscaréis en el suelo
la que consigo os alzará en el cielo.
No os desvanezca el pecho
la soberbia ignorante y engañada,
ni lo mostréis estrecho;
que para aventajaros
entre las sombras de esta edad culpada,
debéis siempre esforzaros.
que solo es vuestro aquello,
que por virtud pudisteis merecello.
Aquel, que libre tiene
de engaño el corazón, y solo estima
lo que a virtud conviene;
y sobre cuanto precia
el vulgo incierto, su intención sublima,
y el miedo menosprecia,
y sabe mejorarse,
solo señor merece y rey llamarse.
Que no son diferentes
en la terrena masa los mortales;
pero en ser excelentes
en virtud y hazañas,
se hacen unos de otros desiguales.
estas glorias extrañas,
en los que resplandecen,
si ellos no las esfuerzan, se entorpecen.
Por el camino cierto
de las divinas Musas vais seguro;
do el cielo os muestra abierto
el bien, a otros secreto,
con guía tal, que en el peligro oscuro
de perturbado afecto
venciendo el duro asalto,
subiréis de la gloria en lo más alto.
Y porque las tinieblas,
fatal estorbo a la grandeza humana,
no escondan en sus nieblas
el valor admirable,
haré, que en vuestra gloria soberana
siempre Talía hable;
y que la bella Flora,
y los reinos la canten de la Aurora.

SONETO XXXV

Por un camino solo, al Sol abierto,
de espinas y de abrojos mal sembrado,
el tardo paso muevo, y voy cansado
a do cierra la vuelta el mar incierto.
Silencio triste habita este desierto;
y el mal, que ay, conviene ser callado.
cuando pienso acaballo, acrecentado
veo el camino, y mi trabajo cierto.
A un lado levantan su grandeza
los riscos juntos, con el cielo iguales,
al otro cae un gran despeñadero.
No sé, de quien me valga en mi estrecheza,
que me libre de Amor, y de estos males;
pues remedio sin vos, mi Luz, no espero.

SONETO XXXVI

Llevarme puede bien la suerte mía
al destemplado cerco y fuego ardiente
de la abrasada Libia, o do se siente
casi perpetua sombra y noche fría;
que en la niebla tendré lumbre del día,
templanza en el calor, aunque esté ausente
de vos, mi bien, y Amor siempre inclemente
me niegue la esperanza de alegría.
Y no podrá mi áspero tormento,
y el inmenso dolor, que temo tanto,
turbarme un solo punto de mi gloria;
que en medio de mi grave sentimiento,
de mi hielo y mi llama alegre canto
de mi dichoso mal la rica historia.

SONETO XXXVII

Mi bien, que tardo fue a llegar, en vuelo
pasó, cual rota niebla por el viento;
y fue siempre terrible mi tormento,
después que me cercó el temor y el hielo.
Alzaba mi esperanza al alto cielo;
pero en el comenzado movimiento
cayó muerta; y sin fuerza y sin aliento
llorando estoy desierto en este suelo.
Do, solo satisfecho de mi llanto
huyo todas las muestras de alegría,
ausente, aborrecido y olvidado.
Membranzas tristes viven en mi canto;
y, puesto en la presente pena mía,
descanso, cuando estoy más lastimado.

SONETO XXXVIII

Serena Luz, en quien presente espira
divino amor, que enciende y junto enfrena
el noble pecho, que en mortal cadena
al alto Olimpo levantarse aspira;
Ricos cercos dorados, do se mira
tesoro celestial de eterna vena;
armonía de angélica Sirena,
que entre las perlas y el coral respira;
Cual nueva maravilla, cual ejemplo
de la inmortal grandeza nos descubre
aquesa sombra del hermoso velo?
Que yo en esa belleza, que contemplo,
(aunque a mi flaca vista ofende y cubre)
la inmensa busco, y voy siguiendo al cielo.

SONETO XXXIX

Pura, bella, suave Estrella mía,
que sin, que os dañe oscuridad profana,
vestís de luz serena la mañana,
y la tierra encendéis desnuda y fría;
Pues vos, por quien suspiros mil envía
mi alma, cual castísima Diana,
movéis la empresa vuestra soberana
contra Venus y Amor con osadía;
Yo seré, como aquel, que su belleza
con hierro amancilló; y el casto hecho
lo mostró con más gloria y hermosura.
Pero tendré de Ladmo en la aspereza,
si Luna sois, del cazador el pecho,
y no de él, que honró Arcadia, la figura.

SONETO XL

Viví gran tiempo en confusión perdido,
y todo de mí mismo enajenado,
desesperé de bien; que en tal estado
perdí la mejor luz de mi sentido.
Mas cuando de mí tuve más olvido,
rompió los duros lazos al cuidado
de Amor el enemigo más honrado;
y ante mis pies lo derribó vencido.
Ahora, que procuro mi provecho,
puedo decir, que vivo; pues soy mío,
libre, ajeno de Amor y de sus daños.
Pueda el desdén, Antonio, en vuestro pecho
acabar semejante desvarío;
antes que prevalezcan sus engaños.

SONETO XLI

Estoy pensando en mi dolor presente,
y procuro remedio al mal instante;
pero soy en mi bien tan inconstante,
que a cualquier ocasión vuelvo la frente.
Cuando me aparto, y pienso estar ausente,
de mi peligro estoy menos distante.
siempre voy con mis yerros adelante,
sin que de tantos daños escarmiente.
Noble vergüenza del valor perdido,
porque no abrasas este frío pecho,
y deshaces mi ciego desvarío?
Si tú me sacas de este error de olvido;
podré decir en honra de este hecho,
que solo debo a ti poder ser mío.

ELEGIA IIII

A la pequeña luz del breve día,
y al grande cerco de la sombra oscura
veo llegar la corta vida mía.
La flor de mis primeros años pura
siento, Medina, ya gastarse , y siento
otro deseo, que mi bien procura.
Voluntad diferente y pensamiento
reina dentro en mi pecho, que deshace
el no seguro y flaco fundamento.
Lo que más me agradó, no satisface
al ofendido gusto; y solo admito,
lo que sola razón intenta y hace.
Del ancho mar el término infinito,
la inmensa tierra, que su curso enfrena,
al bien que estimo, son lugar finito.
Lo que la vana gloria alcanza apena,
por quien se cansa la ambición profana,
y en mil graves peligros se condena;
La virtud menosprecia soberana,
y contenta de sí, no para en cosa
de las que admira la grandeza humana.
Yo lejos por la senda trabajosa
sigo entre las tinieblas a su lumbre,
abrasado en su llama gloriosa.
Y si no rompe, antes que a la cumbre
suba el hilo mortal, hallarme espero
libre de esta confusa muchedumbre.
Porque ya veo apresurar ligero,
y volar, como rayo acelerado,
del tiempo el desengaño verdadero.
Huyen, como saeta, que el armado
arco arroja, los días no parando,
envidiosos del no firme estado.
Va el tiempo siempre avaro derribando
nuestra esperanza, y llevase consigo
las cosas todas del terreno bando.
Esta caduca vida, por quien sigo
lo que en su gusto conformar no debe,
y soy de mí por ella mi enemigo;
Sombra es desnuda, humo, polvo, nieve,
que el Sol ardiente gasta con el viento
en un espacio muy liviano y breve.
Es estrecha prisión, do el pensamiento
repara, y ve en la niebla una luz clara
de la razón, que oprime al sentimiento.
Y, como quien mi libertad prepara,
siento, que de mi sueño entorpecido
me llama, y de esta suerte se declara;
Oh mísero, oh anegado en el olvido,
oh en Cimeria tiniebla sepultado,
recuerda de ese sueño adormecido.
Estás en ciego error enajenado,
que contigo se cría y envejece;
y no das fin a tu mortal cuidado?
Por ventura, mezquino, te parece
que el Sol no toca el medio de su alteza,
y la cercana noche te oscurece.
En tanto que está verde esta corteza
frágil, y no la cubre torpe hielo,
y blanca nieve llena de graveza;
Vuelve por ti, refrena el presto vuelo;
y coge al tiempo la mal suelta rienda;
no te condene de ignorancia el velo.
Porque si vas por esta abierta senda,
serás uno en la errada y ciega gente,
do nunca el fuego de virtud te encienda.
Cuanto Febo de Aurora al Occidente,
y ciñe dende el Austro hasta Arturo,
perece sin virtud indignamente.
Aquel dichoso espíritu, seguro
de estos asaltos vivirá contino,
que fuere en obras y en palabras puro.
Fuerza es de la virtud, y no es destino,
romper el hielo y desatar el frío
con vivo fuego de favor divino.
Desampara tu osado desvarío,
no des más ocasión a tanto engaño;
que la edad huye, cual corriente río.
Serán de tu fatiga premio extraño
dolor confuso, vergonzosa afrenta,
tristes despojos de tu eterno daño.
Si esto no te congoja y descontenta,
que puede dar congoja y descontento,
a quien del suelo levantar se intenta?
Tú te acabas en mísero tormento,
pensando vanamente ser dichoso,
y contigo tu incierto fundamento.
Arranca de tu pecho desdeñoso
la impía raíz, que cría tu esperanza
falsa en loco deseo y engañoso.
Y no es otra tu gloria y confianza,
sino perder y aborrecer (cuitado)
a ti por quien descansa en la mudanza.
Este sano consejo y acertado
la venda de los ojos me descubre,
y me hace mirar con más cuidado.
Viéndome en el error, y que se encubre
la luz, que me guiaba, en el desierto,
un frío miedo el corazón me cubre.
Mas yo no puedo de mi engaño cierto
librarme; porque el fuego espira ardiente,
que al mal me tiene vivo, y al bien muerto.
Y cuando espero con la luz presente
sacalla del incendio, con dulzura
extraña la alma presa se resiente.
Al resplandor de la belleza pura
corre encendida con tan alta gloria,
que ni otro bien, ni otro placer procura.
Porque Amor me refiere a la memoria
de mi dulce pasión el triste día,
que le dio nueva causa a su victoria.
Yo ya de mil peligros recogía
el corazón cansado con reposo,
y conmigo indignado así decía;
Después de este trabajo congojoso
razón será, que en agradable estado
viva algún tiempo alegre y no medroso.
Que fuerza del Amor, que brazo airado
penetrará mi pecho endurecido
con un hielo perpetuo y obstinado?
No sufra el cielo, que ya más perdido
pueda yo ser en tanto desvarío;
baste el tiempo en engaños despendido.
El grave yugo y duro peso frío,
que oprime a la alma, y entorpece el vuelo
al generoso pensamiento mío.
Descienda roto y sacudido al suelo;
que la cerviz ya siento deslazada,
ya niego el feudo a Amor, ya me rebelo.
Será el prado, y la selva de mi amada,
y cantaré, como canté, la guerra
de la gente de Flegra conjurada.
Y levantando la alma de la tierra,
subiré a las regiones celestiales;
do todo el bien y quietud se cierra.
La vanidad de míseros mortales
miraré, despreciando su grandeza,
causa de siempre miserables males.
En estos pensamientos y nobleza
pasar contento y ledo yo pensaba
de esta edad corta y breve la estrecheza;
Que aun ya de la cruel tormenta y brava
no estaba enjuto mi húmedo vestido
ni apena el pie en la tierra yo afirmaba.
Cuando Amor, que me trae perseguido,
en tempestad más áspera pretende
que yo peligre en confusión perdido;
Con tal belleza el corazón me ofende,
que no puede huir su nueva pena,
ni del mal, que padece, se defiende.
Un furor bello, que con luz serena
me representa una inmortal figura,
en perpetuo tormento me condena.
De la suave faz la nieve pura,
la limpia, alegre, y mesurada frente,
do mostrársela púrpura procura,
Y apena osa, y al fin osadamente
quiere mostrarse; fueron en mi daño
causa de este pestífero accidente.
Cual yo quedase, hecho de mi extraño,
sábelo Amor, que en la miseria mía
me da ocasión para mayor engaño.
Suspiro y lloro cuanto es largo el día,
y nunca cesan el suspiro y llanto
cuanto es larga la noche oscura y fría.
La dulce voz de aquel su dulce canto
mi alma tiene toda suspendida;
mas no es canto la voz, es fuerte encanto,
Que tras su viva fuerza y encendida
me lleva compelido sin provecho,
para perder en tal dolor la vida.
Duro jaspe cercó su tierno pecho,
do Amor despunta con trabajo vano
las flechas todas del carcaj deshecho.
El rostro, do escribió Amor de su mano,
dichoso quien por mi pena y suspira,
si cabe tanto bien en pecho humano;
De este miedo y peligro me retira,
y hace, que levante el pensamiento
a la grandeza, que en su lumbre mira.
A todos pone espanto mi tormento,
y a quien no espantará el dolor, que paso?
y, lo menos descubro, en lo que siento.
Yo voy siguiendo de uno en otro paso
a mi bella Enemiga presurosa,
y la pienso alcanzar con tardo paso.
Cuando la Aurora pura y luminosa
muestra la blanca mano al nuevo día,
veo la de mi Estrella más hermosa.
Mas cuanto mi fortuna me desvía
de su grandeza, tanto más osado
por ella sigo la esperanza mía.
Tus viras en mi pecho traspasado
ya no caben, Amor, porque está lleno
de tantas, como en él has arrojado.
En la luz bella y resplandor sereno
estabas de sus ojos escondido,
y me penetró de ellos el veneno.
de allí arrojaste en ímpetu encendido
flechas de mi Enemiga, y tu victoria
de ellos nació, y fui de ellos yo herido.
Amor, tu bien les debes esta gloria;
que, si no fuera por la fuerza de ellos,
en mí ya se perdía tu memoria.
Tal es la nieve de los ojos bellos,
tal es el fuego de la luz serena;
que hielo y ardo a un mismo punto en ellos.
Del frío Euxino a la encendida arena,
que el Sol requema en África abrasada,
no se ve, cual la mía, otra igual pena.
Pero podrá dichosa ser llamada
por quien me causa esta pasión interna,
con envidia de todos admirada.
Así fuese yo el cielo, que gobierna
en cerco las figuras enclavadas,
para siempre mirar su luz eterna;
Así sus luces puras y sagradas
volviese siempre a mis vencidos ojos,
y me abrasase en llamas regaladas;
Como todas mis ansias, mis enojos
serían bien y gloria, y mi tormento
descanso en el ardor de mis despojos.
Mal podré yo decir mi sentimiento,
si el dolor no me deja de la mano;
si vence su rigor al sufrimiento.
Grande esperanza en un deseo vano
es la molesta causa de mi pena,
y un ciego error de dulce Amor tirano.
No me espanto, que esté mi Estrella ajena
de amor, pues he el amor todo ocupado,
y del solo mi ánima está llena;
que en él todo se ha toda trasformado;
y así amo solo, y ella sola amada
es, no amando un amor tan extremado.
Tal vez suele poner la faz rosada
de aquel color, que suele al tierno día
mostrar la fresca Aurora rociada;
Y le digo, Señora dulce mía,
si pura fe, debida a vuestra alteza,
merece algún perdón de su osadía;
Vuestro excelso valor, y gran belleza
no se ofendan en ver, que oso y espero
premio, que se compare a su grandeza.
Tanto por vos padezco, tanto os quiero,
y tanto os di, que puedo ya atrevido
decir, que por vos vivo, y por vos muero.
Así digo; y en esto embebecido
con dulce engaño desamparo el puerto,
y me abandono por el mar tendido.
Sopla el fiero Aquilón, de bien desierto,
las ondas alza y vuelve un torbellino,
y el cielo en negra sombra está cubierto.
No puedo, ay oh dolor, ay oh mezquino,
remediar el peligro, que recela
el corazón en su dolor indigno.
Bien fuera tiempo de coger la vela
con presta mano, y revolver a tierra
la proa, que cortando el ponto vuela.
Mas yo, para morir en esta guerra,
nací inclinado; y sigo el furor mío,
por donde del sosiego me destierra.
Vos, que de este amoroso desvarío
vivís libre, si puedo ser culpado,
por volver a este mal con tanto brío,
sabed, que debo más a mi cuidado.

SONETO XLII

Aura mansa, y templada de Occidente,
que con el tierno soplo y blando frío
halagas el ardor del pecho mío,
qué espíritu te mueve vehemente?
Ni Euro espira, ni Austro suena ardiente
en el furor más grave del estío ;
y tú abrasas el verde prado y río,
cual al suelo Africano el Sol caliente.
Mas ay, tú te encendiste en mi Luz bella,
y, enemiga del bien de mi ventura,
abrasaste las ondas y las flores.
Cesa Aura, no me enciendas más, que en ella
ardo siempre, y me abraso en llama pura.
ah no añadas más fuego a mis ardores.

SONETO XLIII

Oh como vuela en alto mi deseo,
sin que de su osadía el mal fin tema!
que ya las puntas de sus alas quema,
donde ningún remedio al triste veo.
Que mal podrá alabarse del trofeo,
si estando ufano en la región suprema
del fuego ardiente, en esta banda extrema
cae por su siniestro devaneo.
Debía en mi fortuna ser ejemplo
Dédalo, no aquel joven atrevido,
que dio al cerúleo piélago su nombre.
Mas ya tarde mis lástimas contemplo.
pero si muero, porque osé, perdido,
jamás a igual empresa osó algún hombre.

SONETO XLIIII

En esta soledad, que el Sol ardiente
no ofende con sus rayos, estoy puesto,
a todo el mal de ingrato Amor dispuesto,
triste, y sin mi Luz bella, y siempre ausente.
Tal vez me finjo y creo estar presente
en el dichoso, alegre y fresco puesto,
y en la gloria me pierdo; que el molesto
dolor de la alma aparta este accidente.
Nunca silencio y soledad oscura
pueden dar a quien ama tal contento,
si no se cambiase la alegría.
Poco en memoria el bien de amor me dura,
que aun en este ocioso apartamiento
no se afirma en segura fantasía.

SONETO XLV

Clara, suave luz, alegre y bella,
que los zafiros y color del cielo
teñís de la esmeralda con el velo,
que resplandece en una y otra estrella;
Divino resplandor, pura centella,
por quien libre mi alma, en alto vuelo
las alas rojas bate, y huye el suelo
ardiendo vuestro dulce fuego en ella;
Si yo no solo abraso el pecho mío,
mas la tierra y el cielo, y en mi llama
doy principio inmortal de fuego eterno;
Por qué el rigor de vuestro antiguo frío
no podré ya encender? por qué no inflama
mi estío ardiente a vuestro helado invierno?

SONETO XLVI

Cubre en oscuro cerco y sombra fría
del cielo puro el resplandor sereno
la húmeda noche, y yo, de dolor lleno,
lloro mi bien perdido, y mi alegría.
Ningún alivio en la miseria mía
hallo, de ningún mal estoy ajeno;
cuanto en la confusión nublosa peno,
padezco en la rosada luz del día.
En otro nuevo Cáucaso enclavado,
mi cuidado mortal y mi deseo
el corazón me comen renovado;
Do no pudiera el sucesor de Alceo
librarme del tormento no cansado,
que excede al del antiguo Prometeo.

SONETO XLVII

Quien osa desnudar la bella frente
del puro resplandor y luz del cielo?
quien niega el ornamento y gloria al suelo
de las crespas lazadas de oro ardiente?
El impío Febo este dolor consiente
con sacrílega envidia y mortal celo,
después que ve cubrir de oscuro velo
la llama de sus hebras reluciente.
Con dura mano lleva los despojos,
y quiere mejorar cuanto perdía,
y altivo de sus trenzas se corona;
Porque ya vean los mortales ojos
siempre con viva luz un claro día
en sus sagrados cercos y corona.

CANCION III

Cuando con resonante
rayo, y furor del brazo poderoso
a Encélado arrogante
Júpiter glorioso
en Etna despeñó victorioso;
Y la vencida Tierra,
a su imperio sujeta y condenada,
desamparó la guerra
por la sangrienta espada
de Marte, con mil muertes no domada;
En la celeste cumbre
es fama, que con dulce voz presente
Febo, autor de la lumbre,
cantó suavemente
revuelto en oro la encrespada frente.
La sonora armonía
suspende atento al inmortal senado;
y el cielo, que movía
su curso arrebatado,
se reparaba al canto consagrado.
Halagaba el sonido
al alto y bravo mar y airado viento
su furor encogido,
y con divino aliento
las Musas consonaban a su intento.
Cantaba la victoria
del cielo, y el horror y la aspereza,
que les dio mayor gloria,
temiendo la crudeza
de la Titania estirpe y su bruteza.
Cantaba el rayo fiero,
y de Minerva la vibrada lanza,
del rey del mar ligero
la terrible pujanza,
y del Hercúleo brazo la venganza.
Más del sangriento Marte
las fuerzas alabó y desnuda espada,
y la braveza y arte
de aquella diestra armada,
cuya furia fue en Flegra lamentada.
A ti, decía, escudo,
a ti valor del cielo poderoso,
poner temor no pudo
el escuadrón dudoso
con enroscadas sierpes espantoso.
Tú solo a Oromedonte
diste bravo y feroz horrible muerte
junto al doblado monte,
y con dichosa suerte
a Peloro abatió tu diestra fuerte.
Oh hijo esclarecido
de Juno, oh duro y no cansado pecho,
por quien Mimas vencido,
y en peligroso estrecho
el pavoroso Runco fue deshecho.
Tu ceñido de acero,
tu estrago de los hombres rabioso,
con sangre hórrido y fiero,
y todo impetuoso,
el grande muro rompes presuroso.
Tú encendiste en aliento
y amor de guerra y generosa gloria
al sacro ayuntamiento,
dándole la victoria,
que hará siempre eterna su memoria.
A ti Júpiter debe,
libre ya de peligro, que el profano
linaje, que se atreve alzar armada mano,
sujeto sienta ser su orgullo vano.
Mas aunque resplandezca
esta victoria tuya esclarecida
con fama, que merezca
tener eterna vida,
sin que de oscuridad esté ofendida;
Vendrá tiempo, en que sea
tu nombre, tu valor puesto en olvido;
y la tierra posea
valor tan escogido,
que ante él el tuyo quede oscurecido.
Y el fértil Occidente,
en cuyo inmenso piélago se baña
mi veloz carro ardiente,
con claro honor de España
te mostrará la luz de esta hazaña.
Que el cielo le concede
de César sacro el ramo glorioso,
que su valor herede;
para que al espantoso
Turco quebrante el brío corajoso,
veráse el impío bando
en la fragosa, inaccesible cumbre,
que sube amenazando
a la celeste lumbre,
confiado en su osada muchedumbre.
Y allí de miedo ajeno
corre, cual suelta cabra, y se abalanza
con el fogoso trueno
de su cubierta estancia,
y sigue de sus odios la venganza.
Mas luego que aparece
el joven de Austria en la enriscada sierra,
el temor entorpece
a la enemiga tierra,
y con ella acabó toda la guerra.
Cual tempestad ondosa
con horrísono estruendo se levanta
y la nave medrosa
de aquella furia tanta,
entre peñascos ásperos quebranta.
Oh cual del cerco estrecho
el flamígero rayo se desata
con largo surco hecho,
y rompe y desbarata,
cuanto al encuentro su ímpetu arrebata.
La Fama alzará luego,
y con doradas alas la Victoria
sobre el orbe del fuego,
resonando su gloria
con puro resplandor de su memoria.
Y llevarán su nombre
de los últimos soplos de Occidente
con inmortal renombre
al purpúreo Oriente,
y a do hiela y abrasa el cielo ardiente.
Si Peloro tuviera
de su excelso valor alguna parte,
el solo te venciera,
aunque tuvieras, Marte,
doblado esfuerzo y osadía y arte.
Si este valiera al cielo
contra el profano ejército arrogante,
no tuvieras recelo,
tú Júpiter tonante,
ni arrojaras el rayo resonante.
Traed pues ya volando
oh cielos este tiempo espacioso,
que fuerza dilatando
el curso glorioso;
haced, que se adelante presuroso.
Así la lira suena,
y Jove el canto afirma, y se estremece
sacudido, y resuena
el cielo, y resplandece,
y Mavorte medroso se oscurece.

SONETO XLVIII

Rompió la proa en dura roca abierta
mi frágil nave, que con viento lleno
veloz cortaba el piélago sereno,
y apena escapo de la muerte cierta.
Afirme el pie yo en tierra, que la incierta
onda del mar no me tendrá en su seno;
ni de mí me podrá traer ajeno
vana esperanza, de salud desierta.
Si la sombra del daño padecido
puede mover, Filipo, vuestro pecho,
huid surcar del ponto la llanura;
Y creed, que en el golfo de Cupido
ninguno navegó, que al fin deshecho,
no se perdiese falto de ventura.

SONETO XLIX

Esperé un tiempo, y fue esperanza vana,
librar de esta congoja el pensamiento,
subiendo de Castalia al alto asiento,
do no puede alcanzar Musa profana;
Para cantar la honra soberana
(ved cuán grande es, Girón, mi atrevimiento)
de quien con inmortal merecimiento
contrasta el hado, y su furor allana.
Qué bien sé, que es mayor la insigne gloria
de quien Melas bañó, y el Mincio frío,
que de quien lloró en Tebro sus enojos.
Mas que haré, si toda mi memoria
ocupa Amor, tirano señor mío?
qué? si me fuerzan de mi Luz los ojos.

SONETO L

Pierdo, tu culpa Amor, pierdo engañado,
siguiendo tu esperanza prometida,
el más florido tiempo de mi vida,
sin nombre, en ciego olvido sepultado.
Ya no más, baste haber siempre ocupado
el pensamiento y la razón perdida
en tu gloria, mi infamia aborrecida;
que quien muda la edad, trueca el cuidado.
Yo he visto a los pies puesto un duro hierro,
y torcello la mano del cautivo,
y desatarse de aquel nudo fuerte.
Mas oh que ni el desdén, ni mi destierro
pueden borrar del corazón esquivo,
lo que nunca podrá gastar la muerte.

SONETO LI

No espero en mi dolor lo que deseo,
que tanto bien no cabe en mi mal fiero;
mas deseo ya solo, lo que espero;
que es acabar en este devaneo.
Tan cansado me tiene este deseo,
que del mísero efecto desespero,
y engañado en mi intento persevero;
y al cabo el vano error, que sigo, veo.
Pero que vale ver el mal presente,
si porfío y contrasto no espantado
a los bravos asaltos de amor crudo?
No temo, y oso todo libremente;
porque es al corazón desesperado
la obstinación impenetrable escudo.

SONETO LII

Aquí, do estoy ausente y escondido,
lloro mi mal, pero es el dolor tanto,
que en mis ojos desmaya el triste llanto,
y fallece en silencio mi gemido.
Por esta oscura soledad perdido
huyo, y voy alejándome, mas cuanto
me aparto, el mal me sigue, y pone espanto;
y no me vence en tanto afán sufrido.
Duro pecho, porfía no cansada,
rebelde condición, que osa y contrasta
a tan grande mudanza y desventura;
Llevadme por la senda acostumbrada
de mi error al peligro, que ya basta
ver el fin, sin tentar nueva ventura.

SONETO LIII

De este tan grave peso, que cansado
sufro, Fernando, y sin valor contrasto,
procuro alzar el cuello; mas no basto,
que al fin doy con la carga desmayado.
De mil flaquezas mías afrentado,
me enciendo en ira, y la paciencia gasto;
pero nunca león hambriento al pasto
va, como yo al error de mi cuidado.
Mas aunque oprima en mí mi mejor parte,
ved si estoy ya de Amor aborrecido,
oso al fin, y me opongo a mi deseo.
Y en estos trances de dudoso Marte
será de mí, si soy varón, vencido
otro, mayor que el Africano Anteo.

SONETO LIIII

Lloré, y canté de Amor la saña ardiente;
y lloro, y canto ya la ardiente saña
de esta cruel, por quien mi pena extraña
ningún descanso al corazón consiente.
Esperé, y temí el bien tal vez ausente;
y espero, y temo el mal que me acompaña;
y en un error, que en soledad me engaña,
me pierdo sin provecho vanamente.
Veo la noche, antes que huya el día,
y la sombra crecer, contrario agüero,
mas que me vale conocer mi suerte?
La dura obstinación de mi porfía
no cansa, ni se rinde al dolor fiero;
mas siempre va al encuentro de mi muerte.

ELEGIA V

Bien puedo, injusto Amor, pues ya no tengo
fuerza, con que levante mi esperanza,
quejarme de las penas, que sostengo.
No temo ya, ni siento la mudanza,
que en la sombra de un bien me dio mil daños,
nacidos de una vana confianza.
Larga experiencia en estos cortos años
de tantos males trueca a mi deseo
el curso, enderezado a sus engaños.
Pienso mil veces, y ninguna creo,
que he de llegar a tiempo, en que descanse
del grave afán, en que morir me veo.
Mas porque tu furor tal vez se amanse,
no tienes condición, que se conduela
de ver, que yo de padecer no canse.
Tendí al prospero Céfiro la vela
de mi ligera nave en mar abierto,
donde el peligro en vano se recela.
El cielo, el viento, el golfo siempre incierto
cambiaron tantas veces mi ventura,
que nunca tuve un breve estado cierto.
Anduve ciego, viendo la luz pura,
y, para no esperar algún sosiego,
abrí los ojos en la sombra oscura.
La fría nieve me abrasó en tu fuego;
la llama, que busqué, me hizo hielo;
el desdén me valió, no el tierno ruego.
Subí, sin procurallo, hasta el cielo;
que se perdió en tal hecho mi osadía.
cuando me aventuré, me vi en el suelo.
No estoy ya en tiempo, donde a la alegría
dé algún lugar, ni puedo a mi cuidado
sacar del vano error de su porfía.
Do está la gloria de mi bien pasado,
que, como en sueño, vi tal vez delante?
a do el favor a un punto arrebatado?
Mísera vida de un mezquino amante,
siempre en cualquier sazón necesitada
del bien que huye, y pierde en un instante.
Mal puedo hallar fin a la intrincada
senda, por donde solo voy medroso,
si no la tuerzo, o rompo en la jornada.
Tan alcanzado estoy y menesteroso,
que desespero de salud, y pienso,
que vale osar en hecho tan dudoso.
Mas oh cuán mal en este error dispenso
las cosas, que contienen mi remedio!
con cuanto engaño voy al mal suspenso!
Tiénesme puesto, Amor, un duro asedio;
yo no sé, si me rindo, o me defiendo;
ni sé hallar a tanto daño un medio.
Nuevo fuego no es este, en que me enciendo;
pero es nuevo el dolor, que me deshace,
tan ciega la ocasión, que no la entiendo.
La soledad abrazo, y no me aplace
el trato de la gente, en el olvido
el cuidado mil cosas muda, y hace.
En árboles y peñas esculpido
el nombre de la causa de mi pena
honro con mis suspiros y gemido.
Tal vez pruebo, rompiendo en triste vena
primero el llanto, con la voz quejosa
decir mi mal, mas el temor me enfrena.
Pienso, y siempre me engaño en cualquier cosa;
que encuentra con el vago pensamiento
la atrevida esperanza y temerosa.
Dísteme fuerza, Amor, dísteme aliento,
para emprender una tan gran hazaña;
y me olvidaste en el seguido intento.
No tiene el alto mar, cuando se ensaña
igual furor, ni el ímpetu fragoso
del rayo tanto estraga, y tanto daña;
Cuanto en un tierno pecho y amoroso
se embravece tu furia; cuando siente
firme valor y corazón brioso.
Que me valió hallarme diferente
en tu gloria, que huye, y conocerme
superior entre tu presa gente?
Ni tú podías más ya sostenerme,
ni yo en tan grande bien pude, mezquino,
aunque más me esforzaba, contenerme.
Yo siempre fui de tanta gloria indigno,
y también de este fiero mal, que paso;
ni tú, ni yo acertamos el camino.
Una ocasión y otra a un mismo paso
se me presentan, que perdí, y conmigo
me culpo, y avergüenzo en este paso.
Tú solo puedes ser, Amor, testigo
de aquellos días dulces de mi gloria,
y cuán ufano me hallé contigo.
No te refiero yo mi alegre historia
con presunción, antes la traigo a cuenta
para más confusión de mi memoria.
No es tanto el grave mal, que me atormenta,
que no merezca más, pues viendo abierto
el cielo al bien, me hallo en esta afrenta.
Austro cruel, que en breve espacio has muerto
la bella flor, en cuyo olor vivía,
y me dejaste de salud desierto;
Siempre te hiera nieve, y sombra fría
te cerque, y a tu soplo falte el vuelo,
impío ofensor de la ventura mía.
Yo, me vi en tiempo, libre de recelo,
que aun el bien me dañaba, ahora veo,
que el más mísero soy, que tiene el suelo.
Desespero, y no mengua mi deseo;
y en igual peso están villano miedo,
osadía, cordura y devaneo.
Estos cuidados, que olvidar no puedo,
me desafían a sangrienta guerra,
porque esperan vencerme o tarde, o cedo.
El hijo de Agenor la dura tierra
labra, y le ofende el fruto belicoso,
que en armadas escuadras desencierra;
A mí de mi trabajo sin reposo
nace de cuitas una hueste entera,
que me trae afligido y temeroso.
Del lago Argivo la serpiente fiera
no se multiplicó con tal espanto,
como en crecer mi daño persevera.
Para mayor caída me levanto
del mal tal vez, y luego desfallezco,
y me acuso de haber osado tanto.
El tormento, que sufro, no encarezco;
que pasar mal no es hecho de alabanza,
más descanso en decir como padezco.
Horas, que tuve un tiempo de holganza,
cuando pensaba, que era agradecida
mi pena, tomad ya de mi venganza.
Yo soy, yo el que pensé en tan dulce vida
no mudar algún punto de mi suerte,
yo soy, yo el que la tengo ya perdida.
El corazón en fuego se convierte,
en lágrimas los ojos, y ninguno
puede tanto, que venza por más fuerte.
A ti me vuelvo, amigo no oportuno,
antes cruel contrario, antes tirano,
robador de mis glorias importuno.
Tú me traes a una y otra mano
sujeto al freno, y voy a mi despecho
por el fragoso y el camino llano.
Condición tuya es rendir el pecho
feroz; oso decir, que ya te olvidas
de ella, con quien me pone en tanto estrecho.
Tu arco y flechas donde están temidas?
do está la ardiente hacha abrasadora
de tantas almas, a tu ley rendidas?
Eres tú aquel, que al padre de la Aurora,
vencedor de la fiera temerosa,
quebró el orgullo, y sojuzgó a deshora?
Aquella diestra y fuerza poderosa,
que derriba los pechos arrogantes,
do está ocupada, o dónde está ociosa?
Puedes vencer los ásperos gigantes,
los grandes reyes abatir, trocando
a un punto sus intentos inconstantes;
Y no te ofendes ver ahora, cuando
más tu valor mostrabas, que perdiste
las honras, que ganaste triunfando?
Mísero Amor, tan poco (di) pudiste,
que un tierno pecho, a tanta furia opuesto,
sin temor te desprecia, y te resiste?
Ya conozco el engaño manifiesto,
en que viví; ninguna fuerza tienes,
jamás a quien te huye eres molesto.
Solo en mi triste corazón te vienes
a mostrar tu poder. no más, oh crudo,
que ni quiero tus males, ni tus bienes.
Ves este pecho de valor desnudo,
abierto, traspasado, a tantas flechas
hará de tu desdén un fuerte escudo.
Aunque pesadas vengan y derechas,
puede tanto el agravio de mi ofensa,
que sin efecto volverán deshechas.
No sé, cuitado, si hacer defensa
será más daño; que tu dura fuerza
la siento cada hora más intensa.
Quien puede haber tan bravo, quien que tuerza
un ímpetu tan grande, y que deshaga
tu furor, cuando más furor lo esfuerza?
Tan dulce es el dolor de esta mi llaga;
que en sentirme quejoso soy ingrato,
porque en mi pena el mal es mucha paga.
Atrevido deseo sin recato,
memoria, que del bien ya tuve, ufana,
mueven mi lengua al triste mal, que trato,
Engaño es este de esperanza vana,
que piensa en sus mudanzas mejorarse,
instable siempre, y sin valor liviana.
No pueden las raíces arrancarse,
que en lo hondo del pecho están trabadas,
donde pueden del tiempo asegurarse.
No esperen pues tus penas nunca usadas,
ni espere, Amor, la voluntad de aquella,
que las tiene en mi daño concertadas,
Hacer, que de ellas yo me aparte, y de ella
me olvide un punto; porque el vivo fuego,
que nace de su luz serena y bella,
cual siempre, me traerá vencido y ciego.

SONETO LV

Yerto y doblado monte, y tu luciente
río, de mi zampoña conocido,
cuando de los pastores el gemido
canté, y mi mal con cítara doliente;
Si nunca en vuestra cima y pura fuente
de oír se deja mi dolor crecido;
y si, por el camino, que han seguido
otros, su afán llorando, voy presente;
Dos bellos ojos, y un semblante honesto
son causa, que cantar bien deseara
el principio y los fines de las cosas.
El tiempo a todo pone en ser perfecto,
espero pues (si me es la edad no avara)
mostrar, cuan varias son, y cuan hermosas.

SONETO LVI

Temiendo tu valor, tu ardiente espada,
sublime Carlo, el bárbaro Africano,
y el bravo horror del ímpetu Otomano
la altiva frente humilla quebrantada.
Italia en propia sangre sepultada,
el invencible, el áspero Germano,
y el osado Francés con fuerte mano
al yugo la cerviz trae inclinada.
Alce España los arcos en memoria,
y en colosos a una y otra parte
despojos y coronas de victoria;
Que ya en la tierra y mar no queda parte,
que no sea trofeo de tu gloria,
ni le resta mas honra al fiero Marte.

SONETO LVII

Cual rociada Aurora en blanco velo
muestra la nueva luz al claro día;
cual sagrado lucero, del Sol guía,
sus rayos abre y tiende al limpio cielo;
Cual va Venus a honrar el fértil suelo
de Cipro, y va en hermosa compañía
con ella Amor, las Gracias y Alegría,
que Céfiro las lleva en blando vuelo;
Tal, oh más pura, esclareciente y bella
al día y cielo y suelo dando gloria
salisteis, aquistando mil despojos.
Tendió a aquel punto Amor su red, y en ella
sus alas quemó preso; y la victoria
entregó de mi alma a vuestros ojos.

SONETO LVIII

Alegre, fértil, vario, fresco prado,
tu monte, y bosque de árboles hermoso,
el uno y otro siempre venturoso,
que de las bellas plantas fue tocado;
Betis, con puras ondas ensalzado,
y con ricas olivas abundoso,
cuanto eres más felice y glorioso,
pues eres de mi Aglaya visitado.
Siempre tendréis perpetua primavera,
y del Elisio campo tiernas flores,
si os viere el resplandor de la Luz mía.
Ni estéril hielo, o soplo crudo os hiera;
antes Venus, las Gracias, los Amores
os miren, y en vos reine la Alegría.

SONETO LIX

Vos, celebrando al son de noble lira
(insigne Soto) vuestra dulce pena,
del Dauro la ribera tenéis llena,
y el verde bosque, que de vos se admira;
Yo aquí, do Amor en mi dolor conspira,
solo en esta desierta, ardiente arena
rompo mis ojos en profunda vena,
y el grande Betis con mi mal suspira.
Dichoso vos, que en luz de inmortal fuego
de vuestra Fénix renováis la gloria,
que no podrá cubrir niebla de olvido.
Yo mísero, sin bien, herido y ciego
avivo de mis males la memoria,
desesperado, y nunca arrepentido.

CANCION IIII

Esparce en estas flores
pura nieve y rocío
blanca y serena luz de nueva Aurora,
y con varios colores
se vista el bosque frío
de los esmaltes de la rica Flora;
pues la excelsa Heliodora
ya muestra su belleza,
a do con alta frente
da Betis su corriente,
llevando al mar tendida su grandeza;
y vos, lumbres del cielo,
mirad felices nuestro Hesperio suelo.
Rojo Sol, que el dorado
cerco de tu corona
sacas del hondo piélago, mirando
el Ganges derramado,
el Darien, la Sona,
y del divino Nilo el fértil bando;
si tu llegares, cuando
esta serena Estrella
alza al rosado cielo,
dando alegría al suelo,
los ojos, do está Venus casta y bella,
de aquellos rayos ciego,
arderás, en tus llamas hecho fuego.
Luna, que resplandeces
sola, fría, argentada
en el callado velo tenebroso;
y tu luz enriqueces
en la hacha inflamada
del Sol con resplandor maravilloso;
si el Lucero hermoso,
do el puro Amor se alienta,
mirares, encendida
en llama esclarecida,
que a limpias almas en vigor sustenta,
correrás por la cumbre
con grande y siempre eterna y clara lumbre.
Junta a inmensa belleza ya está la cortesía,
y suma honestidad y humilde trato
con valor y grandeza,
en el dichoso día
que el cielo largo la volvió más grato.
vivo y puro retrato
de inmortal hermosura,
rayo de amor sagrado
que a su consorte amado
consigo junto en fuego eterno apura;
y si parte le ofende,
es que el velo mortal su bien comprende.
El sacro rey de ríos,
que nuestros campos baña,
al bello aparecer de este Lucero
cubrió los vados fríos
al pie de la montaña,
do vio resplandecer su Sol primero,
del oro, que el Ibero
en las cavernas hondas
procura, y con las flores
compuso en mil colores,
y con perlas el curso de las ondas;
y esclareciendo el cielo,
esparció olor suave en torno el suelo.
Las gracias amorosas
con las Ninfas un coro
tejieron en el claro, undoso seno;
y de purpúreas rosas
envueltas en el oro
con ámbar oloroso y flores lleno,
dulce despojo ameno
del revestido prado,
las guirnaldas mezclaron,
y alegres coronaron
el cabello sutil, crespo y dorado,
que, cual de las estrellas,
por el aire volaron sus centellas.
El alto monte verde,
que de Palas es gloria,
sintiendo en sí los pies de su señora,
su tristeza ya pierde,
y le da la victoria
aquel, do Prometeo gime y llora;
y donde la sonora
lira de Tracia expira;
el sagrado Helicona
con florida corona,
y do Atlante del peso no respira;
pues su cumbre sostiene
la belleza, que el cielo en tierra tiene.
Yo entretejer quisiera
su nombre esclarecido
entre la blanca Luna y Sol dorado;
y su gloria pusiera
en el peplo extendido,
que en otra edad Atenas vio estimado;
cuando el tiempo llegado
Minerva es celebrada.
dichoso el año y día;
y es quien ve el año y día.
allí herido está con asta airada
el áspero Tifeo,
que muerto pierde todo su deseo.
Mas pues que la rudeza
de este mi débil canto,
causado de un deseo simple y vano,
no puede a su belleza
dalle la gloria, cuanto
merece el valor suyo soberano,
y mi intento es en vano;
Cisnes, que la corriente
de Betis vais cortando,
el canto vuestro alzando,
su nombre y gloria resonad presente;
y oigan Céfiro y Flora
su inmensa hermosura con la Aurora.
Di humilde a esta luz pura;
sufra vuestra belleza
mi rústica simpleza.

SONETO LX

Esconde tardo Bágrada en tu seno
la fiera armada de tu osada gente,
y, arrancando los cuernos de la frente,
pierde el orgullo, ya de esfuerzo ajeno;
que a todo el ancho ponto pone freno,
vengando con la aguda espada ardiente
los insultos, que sufre el Occidente,
el domador del Cita y Agareno.
Verás la tierra presa, el mar sangriento,
y al nombre de Bazán temblar medroso
el corazón más bravo y arrogante;
Y atado en hierro el cuello descontento,
rendirse al brazo suyo poderoso
cuanto abrazan el Nilo y grande Atlante.

SONETO LXI

Cual de oro era el cabello ensortijado,
y en mil varias lazadas dividido;
y cuanto en más figuras esparcido,
tanto de más centellas ilustrado.
Tal de lucientes hebras coronado,
Febo aparece en llamas encendido;
tal discurre en el cielo esclarecido
un ardiente cometa arrebatado.
Debajo el puro, propio y sutil velo
Amor, gracia, y valor, y la belleza
templada en nieve y púrpura se vía.
Pensara, que se abrió esta vez el cielo,
y mostró su poder y su riqueza,
si no fuera la Luz de la alma mía.

SONETO LXII

Hacer no puede ausencia, que presente
no os vea yo, mi Estrella, en cualquier hora;
que cuando sale la purpúrea Aurora,
en su rosada falda estáis luciente.
Y cuando el Sol alumbra el Oriente,
en su dorada imagen os colora;
y en sus rayos parecen a deshora
rutilar los cabellos y la frente.
Cuando ilustra el bellísimo lucero
el orbe, entre los brazos puros veo
de Venus encenderse esa belleza.
Allí os hablo, allí suspiro y muero.
mas vos, siempre enemiga a mi deseo,
os mostráis sin dolor a mi tristeza.

ELEGIA VI

De aquel error, en que viví engañado,
salgo a la pura luz, y me levanto
tal vez del peso, que sufrí cansado.
Pudo mi desconcierto crecer tanto,
que anduve de mi mismo aborrecido,
sujeto siempre a la miseria y llanto.
Ya vuelvo en mí, y contemplo, cuan perdido
rendí el lozano corazón sin miedo
a los dañados gustos del sentido.
Mas sé, que , aunque me esfuerzo, apena puedo
abrazar la razón; porque el engaño
no se me aparta de la vista un dedo.
Y no me vale, aunque en mi bien me engaño,
pensar quien soy, ni deducir del cielo
la clara origen contra un dulce daño.
Cuán mal se limpian del corpóreo velo
las manchas, y cuán tarde se desata
de su pasión quien anda en este suelo!
Mil buenos pensamientos desbarata
la ocasión a deleites ofrecida,
cuando menos el hombre se recata.
Mas estos son peñascos de la vida,
do se rompe la nave en mar ondoso,
si no va con destreza bien regida.
Quien es tan temerario y desdeñoso,
que se entregue a la muerte en esperanza
del caso siempre incierto y peligroso?
Quien quisiera hartarse en la venganza
de mis males, hallara a su deseo
colmada la medida sin mudanza;
Si, conociendo yo mi devaneo,
no diera al vano gusto de la mano,
y alzara de la tierra al fiero Anteo.
Grande trabajo es, aunque no es vano,
querer mudar una costumbre larga;
grande es, pero es el premio soberano.
Traje en los hombros esta grave carga
sin reposar, como otro nuevo Atlante,
en quien del cielo el peso todo carga.
No soy después del daño tan constante,
que no tiemble en pensar lo que sufría,
y de mi obstinación que no me espante.
Ahora voy por una llana vía
a la seguridad del bien, que sigo,
do no acertar será desdicha mía.
Considero apartado yo conmigo
del rojo Sol la inmensa ligereza,
y en cuanto infunde su calor amigo;
La tibia instable Luna, la grandeza
del ancho mar, su vario movimiento;
el sitio de la tierra y su firmeza.
Juzgo, cuanto es el gusto y el contento
de gozar la belleza diferente,
que en sí contiene este terrestre asiento;
Y cuan dulce es vivir alegremente
espacios largos de una edad dichosa,
y contemplar tan alto bien presente;
Do en esta vista y luz maravillosa
el ánimo encendido ensalce el vuelo
a la profunda claridad hermosa;
Y allí se afine de aquel torpe velo,
que en sí lo trajo opreso; y no le impida
la gruesa niebla y el error del suelo.
Cuánta miseria es perder la vida
en la purpúrea flor de la edad pura,
sin gozar de la luz del Sol crecida!
Cuán vana eres humana hermosura!
cuán presto se consume y se deshace
la gracia y el donaire y compostura!
La bella virgen, cuya vista aplace,
y regala al sentido, en tiempo breve
al mismo, que agradó, no satisface.
No así tan presto aparta el viento leve,
y disipa las nieblas, y el ardiente
Sol desata el rigor de helada nieve;
Como a la tierna edad la flor luciente
huye, y los años vuelan, y perece
el valor y belleza juntamente.
Cuán breve, y cuán caduca resplandece
nuestra gloria! cuán súbito, en el punto
que deleita a los ojos, desparece!
Mas oh si ser pudiese, que este punto
de breve vida alegres en sosiego
gozásemos sin miedo y dolor junto.
Cual, de ambición y de avaricia ciego,
surca el piélago inmenso peregrino,
y ve del Sol más tarde el claro fuego.
Cual, ardiendo en furor de Marte indigno,
arma el osado pecho en duro hierro
contra el estrecho deudo y el vecino.
Cual, de si mismo puesto en un destierro,
niega su voluntad por otra ajena,
y sigue inferior el mayor hierro.
Lisonjeros halagos, dulce pena,
buscado mal del desvarío humano
traen de gusto la esperanza llena.
Ningún monte, o desierto, ningún llano,
a do pueda llegar gente atrevida,
nos tendrá libres del error profano.
Ira, miedo, codicia aborrecida
nos cercan, y huir no es de provecho,
que las llevamos siempre en la huida.
Incierto y congojoso tiene el pecho,
quien espera, no goza ni sosiega,
si sus vanos contentos no ha deshecho.
Quien sabe en que se goza, y nunca entrega
su buena dicha en el poder ajeno,
de la virtud a la alta cumbre llega.
Estos deleites, tras quien fui sin freno,
que al fin tan caro cuestan, me trajeron
siempre de confusión y temor lleno.
Ni fueron firmes, ni fieles fueron,
dañáronme huyendo; y si hubo alguno,
que no, huyó con cuantos me huyeron.
Seguro gozo puede ser ninguno,
ninguno puede ser perpetuo, en cuanto
la tierra cría, y cerca el gran Neptuno.
Sola Virtud, tú sola puedes tanto,
que el gozo dar perpetuo, y bien seguro
puedes, si en amor tuyo me levanto.
Lugar puede hallarse tan oscuro,
do se esconda algún tiempo el error cierto,
mas sale a fuerza al cabo al aire puro.
La vergüenza del propio desconcierto,
el miedo, vengador de nuestras penas,
nos muestran nuestra falta en descubierto.
El delito y las culpas son ajenas
de nuestra condición, pero nacimos
con mil flaquezas de miseria llenas;
Y tan mal nuestros bienes conocimos,
y dimos tanta mano al torpe gusto,
que solos sus regalos admitimos.
Do está el deseo ya del honor justo?
do el amor verdadero de la gloria?
do contra el vicio el corazón robusto?
Gran hazaña es gozar de la victoria
del bravo contendor, y los despojos
guardar para blasón de la memoria;
Pero es mucho mayor ante los ojos,
que miran bien, por la no usada senda
caminando entre peñas y entre abrojos
Sobrepujar en áspera contienda
sus contrarios, y verse en la ardua cumbre,
do no alcance el nublado, ni la ofenda.
Mas quién podrá subir sin viva lumbre?
quién sin favor que aliente su flaqueza,
y la alce de esta grave pesadumbre?
Si yo pudiese bien en tu belleza
fijar mis ojos, Musa soberana,
y contemplar cercano tu grandeza;
Del ciego error y multitud profana,
que se entorpece en la tiniebla oscura,
no seguiría la opinión liviana.
Antes con voluntad libre y segura,
abrasado en tu amor, ocuparía
la vida en admirar tu hermosura.
Y aquí, do el Betis desigual varía
el curso, y vuelve y trueca la creciente,
un apartado puesto escogería.
Do la ambición de tanta errada gente,
los deseos injustos, la esperanza,
dulce engaño del ánimo doliente;
En este estado, libre de mudanza,
no podrían turbarme del sosiego,
que en la discreta soledad se alcanza.
Rompa los senos otro del mar ciego
con prestas alas de su osada nave,
do no se aventuró Romano, o Griego;
Llegue, do el sacro Océano se trabe
con el piélago Austral, y no cansado
cerque el golfo, que el hielo torna grave;
Que bien puede alabarse confiado
de haber visto, tratado y conocido,
y mil varios peligros allanado;
Pero no habrá gozado, ni entendido
los bienes, que el silencio en el desierto
da a un corazón modesto y bien regido,
fuera de todo humano desconcierto.

EGLOGA VENATORIA

De aljaba y arco tu Diana armada,
que por el monte umbroso y extendido
fatigas a las fieras presurosa,
huye del alto Ladmo desdichada,
donde tu cazador duerme escondido;
que ya otra cazadora más hermosa
persigue impetuosa
al jabalí espumoso y enojado;
que ya otra más hermosa cazadora
al ciervo sigue ahora.
si Endimión la viere, tu cuidado,
venciendo de la fiera la braveza,
te dejará por ella con tristeza.
A Endimión no dejes tu Diana,
queda con él, no siga al amor mío.
tu amor, Endimión esté contigo.
en la callada noche, en la mañana,
al Sol ardiente, al importuno frío
mi dulce cazadora esté conmigo.
este bosque es testigo,
cuantas veces la llamo y busco en vano.
la Aurora me oye sola sin su amante,
y se ofrece delante,
cuando espera las fieras en lo llano.
suspira ella su amor, yo lloro el mío,
si al monte mira, yo a mi valle y río.
Hermosa cazadora, que has llevado
del frío bosque mi herido pecho
con el cabello de oro suelto al viento,
y de flores y rosas coronado;
eres Napea de este valle estrecho,
que alcanza con ligero movimiento
al jabalí sediento,
y del ciervo la planta voladora?
que tu paso, y tu voz, y tu belleza
más que mortal grandeza
descubre a tu Menalio, que te adora.
tal va Cintia con traje soberano,
y enciende en fuego al amador Silvano.
Qué dios, oh Clearista, te ha ofrecido
a mis ojos, corriendo yo una fiera
sin cuidado de Amor; y vista luego
te me llevó, dejándome perdido,
porque en llama inmortal ardiendo muera?
de tus luces probó el tirano ciego
con mi daño su fuego.
mas tú habites el bosque oscuro y prado,
o la tendida selva de este río,
jamás del pecho mío
se apartará el Amor, que me ha abrasado,
el bosque y prado del amor testigo,
a amarte aprenderá también conmigo.
O la ligera garza levantando
mire al halcón veloz y atrevido,
o espere al jabalí cerdoso y fiero,
o la aura entre los árboles gozando;
con silencio y voz muda en lo escondido
del pecho solo lloraré primero
el dolor, en que muero.
sin ti el feroz caballo, el rayo ardiente
del imitado trueno, y la sabrosa
caza, me es enojosa,
pues tú me dejas mísero y doliente.
todo me agradará, y será mi gloria,
si vuelves, y de mi tienes memoria.
Por qué huyes, y quieres que sin lumbre
en estas breñas muera con tormento,
y no miras tu amante, que te llama?
baja de esa fragosa y alta cumbre;
que, según el ruido grave siento,
por entre una y otra espesa rama,
que las hojas derrama,
un feroz jabalí se ha recogido.
con el arco en la blanca y tierna mano
baja, que antes, que al llano
llegues, atravesado, y extendido
de mi venablo, y muerto, la espumosa
cabeza, llevarás victoriosa.
No fíes, Clearista, en tu belleza,
que vendrá el día, en que las hebras de oro
mude la edad ligera en blanca plata.
antes muera, que vea tu tristeza.
mas para que suspiro triste, y lloro
por quien a mis querellas es ingrata?
si tu dureza mata
a quien te sigue, aquel, que te aborrece,
qué pena habrá, que iguale con su culpa?
pero quién no me culpa,
pues sigo solo el mal, que se me ofrece?
suspenso en el amor y en el deseo,
al fin doy en un ciego devaneo.
Mas vos Amores, rojos dulcemente,
dejad las ondas claras de Citera,
y a mi Ninfa herid con vuestra llama;
que su hermosa flor perder no siente
sin fruto inútil en la edad primera.
y tú Latonia, pues Amor te inflama,
cuando el monte te llama
por el dormido amante, y ya el tormento
conoces del Amor; si he venerado
tus aras, y colgado
del jabalí terrible y violento
la alta frente, y del ciervo la ramosa,
muéstrate a mis dolores piadosa.
Si contigo viviera, Ninfa mía,
en esta selva, tu sutil cabello
adornara de rosas, y cogiera
las frutas varias en el nuevo día;
las blancas plumas del gallardo cuello
de la garza ofreciendo, y te trajera
de la silvestre fiera
los despojos, contigo recostado,
y en la sombra cantando tu belleza;
y en la verde corteza
de la frondosa encina mi cuidado
extendiendo, conmigo lo leyeras,
y sobre mí las flores esparcieras.
Ah cuantas veces entre aqueste juego
a tu cuello los brazos rodeara!
y en tus ojos mis ojos encendiendo,
cuando más descuidada de mi fuego,
a tu boca el espíritu hurtara,
mi espíritu en el tuyo convirtiendo,
dulcemente muriendo.
esto preciara más, que ver el vuelo
del halcón, más que dar de un golpe muerte
al jabalí más fuerte,
o alcanzar por el ancho y largo suelo
junto a la agua herido y sin aliento
el ciervo, que atrás deja el presto viento.
No dudes, ven conmigo, Ninfa mía.
yo no soy feo, aunque mi altiva frente
no se muestra a la tuya semejante.
mas tengo amor, y fuerza y osadía,
y tengo parecer de hombre valiente;
que al cazador conviene este semblante
robusto y arrogante.
iremos a la fuente, al dulce frío,
y en blando sueño puestos al ruido
del murmurio esparcido
de la agua, tú en mis brazos, amor mío,
y yo en los tuyos blancos y hermosos,
a los Faunos haría envidiosos.
Mas si te agrada, y oh si te agradase,
ven conmigo a esta sombra, do resuena
la aura en los ciclamoros revestidos
de hiedra; do se vio jamás que entrase
alzado el Sol con luz ardiente y llena.
aquí hay álamos verdes y crecidos,
y los pobos floridos,
y el fresco prado riega la alta fuente
con murmurio suave y sosegado.
aquí el tiempo templado
te convida a huir el Sol caliente.
ven Clearista, ven ya Ninfa mía,
este prado te llama y fuente fría.

SONETO LXIII

Error fue vano disponer el pecho,
enseñado al dolor de Amor esquivo,
a nueva libertad; que al fin cautivo
vuelvo, no sé si diga, a mi despecho.
Pudo traerme el crudo a tal estrecho,
que abrió en la fuerza de un semblante altivo
la vena, que de nuevo en fuego vivo
encendió al corazón, ya un hielo hecho.
Mas qué mucho? no vemos inflamarse
un pedernal herido, y encontrado
un hierro en otro despedir centellas?
Como puede mi pecho no abrasarse
al golpe del Amor, si está tocado
siempre en el fuego de mis dos estrellas?

SONETO LXIIII

Ya que el sujeto reino Lusitano
inclina al yugo la cerviz paciente;
y todo el grande esfuerzo de Occidente
tenéis, sacro Señor, en vuestra mano;
Volved contra el suelo hórrido Africano
el firme pecho y vuestra osada gente;
que su poder, su corazón valiente,
que tanto fue, será ante el vuestro en vano.
Cristo os da la pujanza de este imperio,
para que la fe nuestra se adelante,
por do su santo nombre es ofendido.
Quién contra vos, quién contra el reino Hesperio
bastará alzar la frente, que al instante
no se derribe a vuestros pies rendido?

SONETO LXV

Ya el rigor importuno y grave hielo
desnuda los esmaltes y belleza
de la pintada tierra, y con tristeza
se ofende en niebla oscura el claro cielo.
Mas, Pacheco, este mismo hórrido suelo
reverdece, y pomposo su riqueza
muestra; y del blanco mármol la dureza
desata de Favonio el tibio vuelo.
Pero el dulce color y hermosura
de nuestra humana vida, cuando huye,
no torna; oh mortal suerte, oh breve gloria!
Mas sola la virtud nos asegura;
que el tiempo avaro, aunque esta flor destruye,
contra ella nunca osó intentar victoria.

SONETO LXVI

Esta rota y cansada pesadumbre,
osada muestra de soberbios pechos;
estos quebrados arcos y deshechos,
y abierto cerco de espantosa cumbre;
Descubren a la ruda muchedumbre
su error ciego, y sus términos estrechos;
y solo yo en mis grandes males hechos
nunca sé abrir los ojos a la lumbre.
Pienso, que mi esperanza ha fabricado
edificio más firme; y aunque veo
que se derriba, sigo al fin mi engaño.
De qué sirve el juicio a un obstinado,
que la razón oprime en el deseo?
de ver su error, y padecer más daño.

SONETO LXVII

Oh breve don de un agradable engaño,
dulce mal del contento aborrecido,
cuán presto pierdes el color florido,
y muestras los despojos de tu daño!
El oro vuelto en plata un blanco paño
cubre, y el color vivo y encendido
de los ojos, sin fuerza ya y perdido,
de tu vencido orgullo es desengaño.
Acabas, y tu dura tiranía;
y al fin si acabas, mueres con victoria
de nuestro error en devaneo tanto.
Mas quien por ti se olvida, y desvaría
del camino, perece sin memoria
con mayor culpa en un perpetuo llanto.

CANCION V

Inclinen a tu nombre, oh luz de España,
ardiente rayo del divino Marte,
Camilo, y el belígero Africano,
y el vencedor de Francia y de Alemania
la frente armada de valor y de arte;
pues tú con grave seso y fuerte mano
por el pueblo Cristiano
contra el ímpetu bárbaro sañudo
pusiste osado el generoso pecho.
cayó el furor ante tus pies desnudo,
y el impío orgullo Vándalo deshecho,
con la fulmínea espada traspasado,
rindió la acerba vida al fiero hado.
De ti temblaron todas las riberas,
todas las ondas, cuantas juntamente
las columnas del grande Briareo
miran: y al tremolar de tus banderas
torció el Nilo medroso la corriente,
y el monte Libio, a quien mostró Perseo
el rostro Meduseo,
las cimas altas humilló rendido
con más pavor, que cuando los gigantes,
y el áspero Tifeo fue vencido.
prostráronse los bravos y arrogantes,
temiendo con espanto y con flaqueza
el vigor de tu excelsa fortaleza.
Pero en tantos triunfos y victorias,
la que más te sublima y esclarece,
de Cristo oh excelso capitán, Fernando,
y remata la cumbre de tus glorias,
con que a la eternidad tu nombre ofrece;
es, que peligros mil sobrepujando,
volviste al sacro bando,
y a la Cristiana religión trajiste
esta insigne ciudad y generosa;
que en cuanto Febo Apolo de luz viste,
y ciñe la grande orla espaciosa
del mar cerúleo, no se ve otra alguna
de más nobleza y de mayor fortuna.
Cubrió el sagrado Betis de florida
púrpura y blandas esmeraldas llena
y tiernas perlas la ribera ondosa,
y al cielo alzó la barba revestida
de verde musgo; y removió en la arena
el movible cristal de la sombrosa
gruta, y la faz honrosa,
de juncos, cañas y coral ornada,
tendió los cuernos húmedos, creciendo
la abundosa corriente dilatada,
su imperio en el Océano extendiendo;
que al cerco de la tierra en vario lustre
de soberbia corona hace ilustre.
Tú después que tu espíritu divino,
de los mortales nudos desatado,
subió ligero a la celeste alteza,
con justo culto, aunque en lugar, no digno
a tu inmenso valor, fuiste encerrado;
hasta que ahora la real grandeza
con heroica largueza
en este sacro templo y alta cumbre
trasfiere tus despojos venerados.
do toda esta devota muchedumbre,
y sublimes varones, humillados
honran tu santo nombre glorioso,
tu religión, tu esfuerzo belicoso.
Salve oh defensa nuestra, tú que tanto
domaste las cervices Agarenas,
y la fe verdadera acrecentaste.
tú cubriste a Ismael de miedo y llanto
y en su sangre ahogaste las arenas,
que en las campañas Béticas hollaste.
tú solo nos mostraste
entre el rigor de Marte violento,
entre el peso y molestias del gobierno
juntas en bien trabado ligamento
justicia, piedad, valor eterno ;
y como puede, despreciando el suelo,
un príncipe guerrero alzarse al cielo.

SONETO LXVIII

Yo bien pensaba, cuando el desdén justo
refrió en duro hielo el fuego ardiente
del corazón, y con osada frente
se opuso contra Amor fiero y robusto;
Que no bastara a derribarme el gusto,
ni a torcerme el intento otro accidente;
que ya me conocía diferente,
y libre de un tirano tan injusto.
Mas al primer sonido del asalto
desamparo la fuerza, y el escudo
rindo y armas temblando antes del hecho.
Bien sé que , en lo que debo a la honra, falto;
mas el temor, que de ella está desnudo,
y otra fuerza mayor vencen mi pecho.

SONETO LXIX

Pongan en tu sepulcro, oh flor de España,
la virtud militar y la victoria
grandes ciudades presas en memoria,
y todo el noble mar, que a Grecia baña.
Tú solo, tú con singular hazaña
ganaste vencedor tan alta gloria,
que las voces se cansan de la historia,
que tus ínclitos hechos acompaña.
El furor de Otomano quebrantado
será justo despojo, que esculpido
en lengua de la fama alce tu nombre
Con tal blasón; valor nunca domado,
ingenio y arte hacen, que vencido
no pueda ser del tiempo un mortal hombre.

SONETO LXX

Solo y medroso, del peligro cierto,
que en la guerra de Amor temido había,
con fortuna mejor tarde huía
en tanta tempestad seguro al puerto.
Mas en el paso del camino incierto,
cuando con más descuido proseguía,
Amor, que en vuestros ojos me atendía;
de un golpe atravesó mi pecho abierto.
Y antes, que yo pudiese de mi pena
alabar la ventura, envidioso
huyó con vos, y me dejó perdido;
Cual huye el Parto, do el Éufrates suena,
y revuelve el caballo presuroso,
dejando al fiero contendor herido.

SONETO LXXI

Del fresco seno ya la blanca Aurora
perlas de hielo puras esparcía,
y con serena frente alegre abría
el esplendor suave, que atesora;
El lúcido confín de Euro y de Flora
con la rosada llama, que encendía
Delio aún no rojo, al tierno y nuevo día
esclarece y esmalta, orla y colora;
Cuando sale mi Luz, y en Oriente
desmaya el vivo lustre; oh vos del cielo
vagas lumbres, si tanto se consiente,
Digo con vuestra paz, que en mortal velo
pareció más que vos bella y fulgente
mi Luz, que honora el rico, Hesperio suelo.

SONETO LXXII

Amor en mí se muestra todo fuego,
y en las entrañas de mi Luz es nieve.
fuego no hay, que ella no torne nieve,
ni nieve, que no mude yo en mi fuego.
La fría zona abraso con mi fuego,
la ardiente mi Luz vuelve helada nieve.
pero no puedo yo encender su nieve,
ni ella entibiar la fuerza de mi fuego.
Contrastan igualmente hielo y llama;
que de otra suerte fuera el mundo hielo,
o su máquina toda viva llama.
Mas fuera; porque ya resuelto en hielo,
o el corazón desvanecido en llama,
ni temiera mi llama, ni su hielo.

ELEGIA VII

Si el presente dolor de vuestra pena
sufre escuchar de la pasión, que siento,
esta mi Musa de dulzura ajena;
Estad, Señor, un breve espacio atento
a las llorosas lástimas, que canto
solo, puesto en olvido y descontento.
Que si yo puedo declarar bien, cuanto
estrago hace Amor en mis entrañas,
no será en vano mi quejoso llanto.
Mas cómo las crudezas y hazañas
del fiero usurpador de la alma mía
decir podré, y sus vueltas siempre extrañas?
Seguro, alegre, en quietud vivía
con libertad y corazón ufano,
mostrando contra Amor grande osadía.
Pensaba, mas al fin pensaba en vano,
que contra la dureza de mi pecho
no pudiera el rigor de este tirano.
No me valió; que al cabo a mi despecho
rendí a su yugo el quebrantado cuello,
y fue mi orgullo sin valor deshecho.
Un sutil hilo pudo de un cabello,
más bello que la luz del Sol dorado,
traerme preso sin jamás rompello;
Y unos ojuelos de color mezclado,
que prometen mil bienes, sin dar uno,
tomaron el imperio en mi cuidado.
Vilos, y me perdí, mas oh importuno
remedio, que no viéndolos me pierdo
del mayor mal, que tuvo amante alguno.
El seso pierdo, cuando estoy más cuerdo.
pero Amor es furor. quien no está loco,
dirá, que hablo sin algún acuerdo.
Las cosas, que de amor apunto y toco,
no alcanza esa profana y ruda gente;
vos sí, que de su mal no sabéis poco.
Yo voy por un camino diferente
en los males que tengo, y nunca espero
sanar de este dolor, que la alma siente.
Al bien medroso, al mal osado y fiero,
y estoy de gloria y ufanía lleno,
cuando en la fuerza del tormento muero.
Si puedo alguna vez hallarme ajeno
de mi pasión, ocupo la memoria;
en cuan poco merezco, lo que peno.
No cabe en mí pensar que tanta gloria
se debe a mi dolor; ni que se entienda
de mis afanes la dichosa historia.
No hallo ya razón, que me defienda
de perdición, pues corro tras mi engaño,
y me despeño sin cobrar la rienda.
de un día en otro voy al fin del año,
desvanecido y lleno de esperanza,
sin abrazar el claro desengaño.
Pienso y entiendo, que hacer mudanza
podrá valerme, mas la cruda vira
de Amor o cerca, o lejos todo alcanza.
Mil veces contra mí me pongo en ira,
y culpo mi temor y mi flaqueza,
que del honrado intento me retira.
Mas quién tiene tan grande fortaleza?
quién ve libre del mal aquel semblante
y pura flor de angélica belleza?
No soy peña, ni duro diamante;
tal furor tierno vive en estos ojos,
que de su luz se enciende en un instante.
Pequeños son, no alcanzan mis enojos
a merecer la gloria del mal mío,
ni verse juntos entre sus despojos.
Nevoso invierno y abrasado estío
destruyen mi esperanza de tal suerte,
que me mata el calor, y acaba el frío.
Mas, que otro pudo ser, mi pecho es fuerte,
pues no fallece en tal dolor, sufriendo
los extremos efectos de la muerte.
Cual suele Febo aparecer, trayendo
la luz, y los colores a las cosas,
cuando del sacro mar sale luciendo;
Tales sus dos estrellas gloriosas
dan a mi alma claridad divina,
que me enciende en mil llamas amorosas.
Y cual se muestra el cielo, si declina
la luz, y con la sombra tenebrosa
el horror de la noche se avecina;
Tal yo, sin su beldad maravillosa,
estoy confuso y lleno de recelo,
desierto y triste en soledad penosa.
Las ricas hebras del dorado velo
vencen a las que cercan a Ariana
en el eterno resplandor del cielo.
Cuánto me engaña esta esperanza vana
en contar de mi afán la triste historia,
y el desdén de mi Estrella soberana!
No sufre mi fortuna tanta gloria,
que espere merecer alguna parte
de mi dolor lugar en su memoria.
El fiero estruendo del sangriento Marte,
de que tiembla medroso el Lusitano,
atónito de tanto esfuerzo y arte;
Incita este mi canto humilde y llano
en su alabanza, pero apena puedo
juntar las Musas al furor insano.
Otro, que tenga espíritu y denuedo,
podrá cantar igual a tan gran hecho;
que yo en decir mis males estoy ledo.
El dolor, que padece vuestro pecho,
permita, y la serena luz ardiente,
y el oro, que os enlaza en nudo estrecho,
Que yo, oh sublime gloria de Occidente,
ose mostrar en este rudo canto
lo que el deseo publicar consiente.
Que si, como pretendo, yo levanto
la voz, el Indo extremo, el Lapon frío,
y aquel, que el alto Febo abrasa tanto;
Y quien habita el Amazonio río
honrarán vuestro nombre generoso,
admirados de oír el canto mío.
Cuando será aquel día, en que el hermoso
rayo de Amor y celestial Lucero
hiera este campo y río venturoso?
Betis, que al grande Océano ligero
con curso ufano contrastar porfías,
sin espantarte su semblante fiero;
Con creciente mayor, que la que envías,
rebosa, y salgan del ondoso seno
tus Ninfas a ayudar las voces mías.
Descubra el cielo el resplandor sereno,
y virtud nueva infunda a tu ribera,
y al campo de mis flores siempre lleno.
La luz de hermosura verdadera,
por quien suspira el venturoso amante,
por quien en esperanza desespera;
Con pura faz de rosas, semejante
a la bella y divina cazadora,
se te muestra, y ya casi está delante.
Pinta pues variando, orna y colora
de perlas y esmeraldas tus cristales,
y tus arenas enriquece y dora;
Y ciñe con mil ramos de corales
la venerable frente, a cuya alteza
son los más grandes ríos desiguales;
Y ofrece humildemente a su belleza
los nobles dones, que abundante cría
de tu fértil corriente la riqueza;
Venid, diciendo, ya Señora mía,
merezca ya por vos aquesta tierra
el bien, que mereció esa tierra fría.
En esta parte el largo cielo encierra
(tanto puede alcanzar la suerte humana)
cuanto aparta de otras y destierra.
Sola vuestra grandeza soberana
le falta, para ser siempre dichosa,
venid pues, oh clarísima Diana.
Este prado y ribera venturosa,
este bosque, esta selva y esta fuente
os llama y os suspira deseosa.
Ceñid vuestra serena y limpia frente
de este florido cerco, entrelazado
de los ricos esmaltes de Oriente.
Humilde don, más debe ser preciado;
que yo doy solo a vos estos despojos,
a pagar mayor censo condenado.
Ya son eternas flores los abrojos,
y el frío invierno vuelto ya en verano
con la cercana luz de vuestros ojos.
En medio de este abierto y fértil llano
alzará de mis Ninfas todo el coro
un templo a vuestro nombre soberano.
Y con guirnaldas en las hebras de oro
tejerán vueltas, y traerán consigo
las que en sus ondas cría el seno Moro.
Y todas juntas cantarán conmigo
del sagrado himeneo en alabanza,
de que el cielo ha querido ser testigo.
Venid, oh gloria nuestra y esperanza;
deshaga vuestra vista el sentimiento
de quien tanto se ofende en la tardanza.
Mas dónde me arrebata el pensamiento?
do en tan alta grandeza me levanto
con vano y temerario atrevimiento?
Vos tenéis, gran Marqués, de esto, que canto,
la culpa, y me hicisteis atrevido;
que yo de mí no pienso, ni oso tanto.
Mi ruda Musa solo en mi gemido
se ocupa y en memoria de los daños,
que a tan mísero estado me han traído.
Sabrosa perdición, dulces engaños,
siempre temido mal, eterna pena,
que sufrí triste de mis tiernos años,
Dieron la gloria de desdichas llena
al simple canto, a cuya rustiqueza
abrió el Amor una profunda vena.
Mas para celebrar la gran belleza
de la inmortal Diana y su luz pura,
y del mucho amor vuestro la grandeza,
ni puedo, ni merezco tal ventura.

SONETO LXXIII

Tú, que con la robusta y ancha frente
y grandes hombros sustentaste alzado,
rey Africano, todo el consagrado
cerco de las estrellas reluciente;
Y tú, que cuando Atlante temblar siente
la inmensa carga, sin doblar cansado
el vigor de tu cuello, levantado
sufriste tanto peso osadamente;
Yo no os envidio, aunque en la grandeza
y en valor desigual; porque el sereno
cielo y estrellas, do el Amor se cría;
Y donde reina eterna la belleza,
sostuve glorioso y de bien lleno,
cuanto sufrió la corta suerte mía.

SONETO LXXIV

Donde el dolor me lleva, vuelvo el paso
tan cansado y perdido, que no tengo
para arribar fuerza, y nunca vengo
a conceder holganza al cuerpo laso.
El mal me sigue de uno en otro paso,
perpetuo y grave, tal, que lo sostengo
solo por entender, que en mí me vengo
de cuanta pena por Amor yo paso.
Si en este afán, que ha de acabarse tarde,
osara esperar bien, fuera descanso
dulce y regalo mi mortal congoja.
Mas ya remedio no vendrá, que guarde
el corazón caído; y más me canso,
cuando el trabajo intenso en algo afloja.

SONETO LXXV

Sigo por un desierto no tratado,
sin luz, sin guía, en confusión perdido,
el vano error, que solo me ha traído
a la miseria del más triste estado.
Cuanto me alargo más, voy más errado,
y a mayores peligros ofrecido.
dejar atrás el mal me es defendido;
que el paso del remedio está cerrado.
En ira enciende el daño manifiesto
al corazón caído, y cobra aliento,
contra la instante tempestad osando.
O venceré tanto rigor molesto,
o en los concursos de su movimiento
moriré, con mis males acabando.

SONETO LXXVI

El triste afán del corazón doliente
con la memoria de mis males llena
voy repitiendo por tu sola arena,
sacro rey de las aguas de Occidente.
Las ondas acreciento a tu corriente,
socorriendo a tu curso con la vena
de mis ojos llorosa, y junto suena
el suspiro, que esfuerza a la creciente.
Al fin gasto el humor, y cesa el viento,
y exhala el fuego con incendio tanto,
que de húmedo te hace ardiente río.
En vano intentas a este encendimiento
resistir; pues no pudo el grave llanto,
quebrantar su rigor, del dolor mío.

SONETO LXXVII

Cese tu fuego, Amor, cese ya, en tanto
que respirando de su ardor injusto,
pruebo a sentir este pequeño gusto
de ver mi rostro humedecido en llanto.
Que nunca el alto Etna con espanto
los grandes miembros y el rebelde busto
del impío, que cayó con rayo justo,
puede encender, ni nunca encendió tanto.
No amortiguan mis lágrimas tu fuego,
antes avivan su furor creciendo,
aunque venzan del Nilo la corriente.
Si suelto en agua rompo el nudo luego,
que más te agrada desatallo ardiendo?
es menos mal lo que es más diferente?

SONETO LXXVIII

Amor, en un incendio no acabado
ardí del fuego tuyo, en la florida
sazón y alegre de mi dulce vida,
todo en tu viva imagen trasformado.
Y ahora (oh vano error) en este estado,
no con llama en cenizas escondida,
mas descubierta, clara y encendida,
pierdo en ti lo mejor de mi cuidado.
No más, baste, cruel, ya en tantos años
rendido haber al yugo el cuello yerto,
y haber visto en el fin tu desvarío.
Abra la luz la niebla a tus engaños,
antes que el lazo rompa el tiempo, y muerto
sea el fuego del tardo hielo mío.

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TextGrid Repository (2025). de Herrera, Fernando. Algunas obras (1582). Corpus poético de Fernando de Herrera. https://hdl.handle.net/21.11113/4bmk8.0